Serie de ArtÃculos Este artÃculo es la última parte de una serie más extensa (ocho artÃculos en total) sobre las bienaventuranzas. Pueden leer la introducción (Introducción al estudio de las Bienaventuranzas), la primera parte (bienaventurados los pobres en espÃritu) la segunda (bienaventurados los que lloran), la tercera (bienaventurados los mansos), la cuarta (bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia), la quinta (bienaventurados los misericordiosos), la sexta (bienaventurados los de limpio corazón) y la séptima (bienaventurados los pacificadores). Inicialmente esta fue una serie de sermones predicados en nuestra iglesia entre Febrero 2015 y Febrero 2016.
Bienaventurados los que padecen persecución por causa de la justicia, porque de ellos es el reino de los cielos. Bienaventurados sois cuando por mi causa os vituperen y os persigan, y digan toda clase de mal contra vosotros, mintiendo. Gozaos y alegraos, porque vuestro galardón es grande en los cielos; porque asà persiguieron a los profetas que fueron antes de vosotros. Mateo 5:10-12
Las bienaventuranza concluyen con la consecuencia esperable de vivir contra la corriente dentro de un mundo caÃdo. Si se consideran solamente las primeras siete y se ignorará la octava serÃa fácil cambiar la intención de las mismas o aplicarlas fuera del reino —como ya han pretendido algunos—, pero esta última separa completamente al mundo de los bienaventurados y cambia cualquier expectativa de reconocimiento mundano por persecuciones, vituperios y calumnias. Terminan con una esperanza: heredar el reino de los cielos. Ahora vemos que las bienaventuranzas no son una agenda utópica, tampoco recomendaciones idealistas no aplicables, sino un llamado costoso a un estilo de vida radicalmente distinto al mundo, tanto, que quienes impulsados por el EspÃritu Santo nos dedicamos a cultivarlas, deberÃamos prepararnos para ser perseguidos, y en vez de esperar ser congratulados por el mundo buscar aliento en las promesas: el reino es nuestro y grande nuestro galardón.
Al decidir vivir en medio de un mundo caÃdo en una forma agradable a Dios es esperable que seamos primero rechazados y luego perseguidos, y cuando esto ocurra, estaremos confirmando que somos de Cristo. A veces, en apariencia, el mundo nos está celebrando (felicitándonos por nuestra decisión de transitar por la senda angosta1, reconociendo el fruto de nuestras convicciones o la aportación que hacemos en el lugar en el que vivimos), pero tal como hizo con nuestro Señor terminaremos siendo profundamente odiados por su causa. La persecución a causa de la justicia pareciera algo poco probable, dado que un cristiano no pretende imponer sus convicciones a los que no han creÃdo y está llamando a ser luz y ser sal, pero el simple hecho de vivir de una manera particular o no deleitarse en aquello que la mayorÃa de los hombres se deleitan genera hostilidad.
No tenemos ninguna garantÃa de que el estado presente sea permanente, por lo que tenemos que estar preparados y dispuestos para cuando arrecie la persecución.
La hostilidad es real, el rechazo es constante, sin embargo, encuentro muy necesario advertir sobre aquellas cosas que no son persecución por causa de la justicia, pues temo que, al vivir en un contexto de relativa paz, muchos de nosotros reduzcamos la persecución a simple capricho. Al leer esta bienaventuranza todo cristiano se identificará, asumiendo que está siendo perseguido, sin embargo, gran parte de la cristiandad contemporánea no ha experimentado la persecución en los niveles que se ha visto en otras épocas y que ahora mismo se vive en otras partes. Al considerar la historia de la iglesia serÃamos justos al concluir que vivimos en tiempos privilegiados, y en vez de exagerar nuestras cargar aprovechar que vivimos (aunque sea temporalmente) «quieta y reposadamente2» para agregar a este providencial reposo piedad y honestidad y aprovechemos el tiempo en trabajar para que otros sean salvos y vengan al conocimiento de la verdad. No tenemos ninguna garantÃa de que el estado presente sea permanente, por lo que tenemos que estar preparados y dispuestos para cuando arrecie la persecución. Tenemos que levantar el entendimiento de lo que significa ser perseguidos por causa de la justicia, pues corremos el riesgo de ser en extremo sensibles y caprichosos, llamándole persecución a cualquier hostilidad. Indudablemente aún en lugares de relativo reposo hay expresiones de ella, pero tenemos que ser sabios al respecto para no morir en la vÃspera. Quizás se entienda más una explicación negativa:
Muchos creyentes no son perseguidos por la causa de Cristo, sino por fallar en otras bienaventuranzas (mansedumbre, misericordia, paz).
Sabemos que seremos perseguidos, y esperamos ser ayudados para padecer con dignidad, pero no lo buscaremos carnalmente.
La persecución provocada. Procurarnos nosotros mismos la persecución con el fin de exaltarnos o «participar con Cristo» no es ser bienaventurado, sino carnal. El Apóstol Pablo sufrió gran persecución por los judÃos y los romanos, pero no se exponÃa innecesariamente. Vemos en su interacción siempre un trato deferente, nunca utilizó la ofensa personal, todo esto en medio de la mayor hostilidad hacia su persona, lo que repercutió en nuevas oportunidades para extender el reino. Si se hubiese dedicado a llamar la atención hacia sà mismo con sus cadenas quizás no llega a Roma. Algunos al provocar la persecución han perdido preciosas oportunidades de dar testimonio, e incurrido en un doble daño: hacia ellos por buscar la propia exaltación y hacia quienes necesitan ser predicados. En determinados lugares del mundo los misioneros tienen que guardar su fe en relativo anonimato, lo hacen asà no porque se avergüenzan de Cristo, sino para tener la oportunidad de dar testimonio por el mayor tiempo posible. Lo mismo hacÃa nuestro Señor, que no se exponÃa innecesariamente en los primeros momentos de su ministerio, pues sabÃa que no habÃa llegado su hora, le dijo al leproso sanado: « mira, no lo digas a nadie5». Sabemos que seremos perseguidos, y esperamos ser ayudados para padecer con dignidad, pero no lo buscaremos carnalmente.
Si el impÃo prefiere no contratar al cristiano que sabe no comprometerá su testimonio para buscar el interés de quien le contrata, no le está persiguiendo, le está amando; está siendo utilizado providencialmente por Dios para cuidar un hijo suyo.
Tenemos que aprender a vernos más como Daniel en Babilonia que como Josué conquistando Canaán.
Fanatismo religioso. No vivimos ahora mismo en el Israel Antiguo como una teocracia, sino como peregrinos y extranjeros en medio de una nación ajena; tenemos que aprender a vernos más como Daniel en Babilonia que como Josué conquistando Canaán. En una teocracia era posible que el buen JosÃas intentara limpiar la ciudad removiendo los Ãdolos o que Gedeón derribara el altar a Baal que tenÃa su padre, en nuestro contexto no. Nuestro llamado es predicar el evangelio, no a apartar manualmente a los hombres de sus pecados. Sufrimos la idolatrÃa del mismo modo en que la sufrió Pablo en Atenas, pero Él mismo contempló sus altares sin romper ningún Ãdolo, por el contrario, aprovechó la oportunidad para anunciar a Cristo: «porque pasando y mirando vuestros santuarios, hallé también un altar en el cual estaba esta inscripción: al dios no conocido. Al que vosotros adoráis, pues, sin conocerle, es a quien yo os anuncio6». Que si somos perseguidos, lo seamos por anunciar a Cristo.
Esta fue la única de las bienaventuranzas que Cristo amplificó: «bienaventurados sois cuando por mi causa os vituperen y os persigan, y digan toda clase de mal contra vosotros, mintiendo. Gozaos y alegraos, porque vuestro galardón es grande en los cielos8». Esta no es una nueva bienaventuranza, sino una extensión de la anterior: evita que se confunda la justicia con otras causas menores que no sean la de Cristo, da ejemplos de tres formas que podrÃa tomar la persecución (vituperios, persecución fÃsica y calumnias, que fueron las mismas experimentadas por Cristo) y pone nuestros ojos en la recompensa. Dice el soneto al Cristo Crucificado (Anónimo):
No me mueve, mi Dios, para quererte, el cielo que me tienes prometido, ni me mueve el infierno tan temido, para dejar por eso de ofenderte.
¡Tú me mueves, Señor! Muéveme el verte, clavado en una cruz y escarnecido; muéveme ver tu cuerpo tan herido; muéveme tus afrentas y tu muerte.
Muéveme en fin, tu amor, y en tal manera, que aunque no hubiera cielo, yo te amara, y aunque no hubiera infierno, te temiera.
No me tienes que dar porque te quiera, pues aunque lo que espero no esperara, lo mismo que te quiero te quisiera.Soneto al crucificado, Anónimo
Esperar la recompensa no es carnalidad, carnalidad es procurálas por nuestros propios medios.
El soneto mÃstico es métricamente correcto, poéticamente hermoso, pero doctrinalmente falaz. Los ciudadanos del reino esperamos la recompensa, encontramos aliento en ella; somos «movidos», y esa es una buena señal. Las ocho bienaventuranzas terminan señalando hacia ellas. Sabemos que nuestro galardón es grande y caminamos hacia allá. Lo contrario serÃa peligroso: pues quien no saluda desde lejos las cosas prometidas que están por venir pronto será presa de las vanidades del tiempo presente. De hecho, primero Cristo y luego todos los héroes de la fe de Hebreos 11 vencieron el mundo con los ojos puestos en el gozo de la patria celestial: «Puestos los ojos en Jesús, el autor y consumador de la fe, el cual por el gozo puesto delante de él sufrió la cruz, menospreciando el oprobio, y se sentó a la diestra del trono de Dios9». Pablo venció esperando la corona de justicia y nos animó a militar con la misma expectativa: «he peleado la buena batalla, he acabado la carrera, he guardado la fe. Por lo demás, me está guardada la corona de justicia, la cual me dará el Señor, juez justo, en aquel dÃa; y no sólo a mÃ, sino también a todos los que aman su venida10». Esperar la recompensa no es carnalidad, carnalidad es procurálas por nuestros propios medios. De hecho, uno de los misterios de las Escrituras es la forma concreta que esta recompensa tomará: las parábolas y las descripciones figuradas nos dejan ver como por un espejo, pero por fe sabemos que son ciertas, seguras y satisfactorias. Un ejemplo aleccionar es Judas Iscariote, que al perder toda esperanza de una recompensa material en un reino terrenal resolvió vender a Cristo. Adicional a esto, asà como providencialmente se nos ha concedido creer, también se nos ha concedido padecer11 e identificarnos con Cristo, a veces en formas muy palpables, en esto seguimos el camino trillado por aquellos que fueron antes que nosotros.
Asà como providencialmente se nos ha concedido creer, también se nos ha concedido padecer e identificarnos con Cristo, a veces en formas muy palpables.
Entender las bienaventuranzas en su contexto parte el auditorio en dos lados: (1) aquellos que pueden ver la sabidurÃa de Dios en ellas, para quienes cada una de ellas tienen todo el sentido del mundo, y (2) aquellos que solamente ven cabos sueltos, expresiones absurdas y carentes de aplicación. No hay un cristiano sincero que lea estas bienaventuranzas y no se sienta reprendido. Y asà mismo, no hay un cristiano falso que encuentre sentido en estas cosas: racionalizará su significado, no profundizará en su entendimiento, lo tomará como simples sugerencias, pero nunca se comprometerá verdaderamente a profundizar en ninguna. He tenido el cuidado al exponerlas de desalentar cualquier intento humano por vivir en sus propios medios a la luz de las bienaventuranzas, pero si alguno que aún no tiene la certeza de ser parte del reino de los cielos ha tenido algún interés, un deseo de vivirlas, un vivo interés por conocer más, aunque reconozca su incapacidad de hacerlo, deberÃa ver en ello la cariñosa invitación de Dios. Ellas primero se tienen como una preciosa semilla que siembra Dios en el corazón del hombre y eventualmente crecen y se fortalecen hasta rendir sus frutos. Estas cosas son locura a los que se pierden12, pero para nosotros son poder de Dios. Las invitaciones no son una invitación directa al reino, sino una descripción, pero pueden ser utilizadas directamente para que alguien entre.
No hay un cristiano sincero que lea estas bienaventuranzas y no se sienta reprendido. Y asà mismo, no hay un cristiano falso que encuentre sentido en estas cosas: racionalizará su significado, no profundizará en su entendimiento, lo tomará como simples sugerencias, pero nunca se comprometerá verdaderamente a profundizar en ninguna.