Bienaventurados los pacificadores

Bienaventurados los pacificadores, porque ellos serán llamados hijos de Dios. Mateo 5:9

En su contexto histórico, lo que Cristo estaba proclamando no era solamente sorprendente, sino hasta ofensivo. Un pacificador no podía ser un buen ciudadano —ni entre los judíos ni entre los romanos—, tal cosa era una inmoralidad. En su tiempo, promover la paz era tan inmoral (por alterar el statu quo) como lo es ahora el militarismo.

Una diferencia con el mundo

El mundo dice buscar la paz, pero solamente en conflictos en los que no se ha sentido especialmente agraviado. Si toca sentir el agravio, especialmente en los asuntos de ego, no pedirá paz, sino venganza, no pensará en capitular para que termine pronto el conflicto hasta que haya podido tomar su parte con su respectivo gravamen. Los llamados pacifistas se resisten a tomar las armas, odian la guerra física, pero aman clavar a los otros con sus palabras. Cristo, por el contrario, dice que «todo aquel que aborrece a su hermano es homicida1». El hombre naturalmente velará por sus propios intereses, a lo que llama paz es al mantenimiento del orden que le favorece, y cuando la balanza le es contraria se revelerá violentamente. Si pueden terminar en mejor condición al final del conflicto, justificará la guerra, si no está en condiciones de tomar ventaja por la guerra buscará la paz. Esto que es característico en el hombre natural (buscar la paz cuando no puede ganar la guerra) es lo que marca el contraste entre el hombre y Dios: aquel que tenía el poder para destruir a su enemigo y para quien era legítimo hacerlo, fue quien tomó la iniciativa en la reconciliación, y cuando nosotros procedemos del mismo modo, nos apartamos del espíritu del mundo y llegamos a ser llamados hijos de Dios.

Lo que significó esta bienaventuranza en su contexto

Es común que esta bienaventuranza se confunda con el idealismo moderno por la paz, pero tal cosa es un anacronismo, lo que prevaleció a lo largo de la historia fueron las guerras, no había tal cosa como períodos de paz, sino tiempos de preparación, para volver a pelear. Las mismas formas de entretenimiento de las épocas pasadas eran una manera de mantener el pueblo con hambre de guerra y de abrir el apetito bélico en los jóvenes. Con la llegada de la ilustración (Siglo XVII) la paz se convirtió en un ideal2, pero fue con las grandes guerras mundiales del siglo pasado, cuando por el desarrollo de los medios de comunicación el hombre pudo por primera vez ver la violencia casi en tiempo real, desde el reposo, fuera del calor de la batalla, y no solamente en diferido, que el deseo de la paz prevaleció. Durante siglos, la única manera de mantener el statu quo (el abastecimiento de alimentos, el sostenimiento de los soldados, las instituciones, mano de obra para las construcciones y la servidumbre) fue la guerra. En su contexto histórico, lo que Cristo estaba proclamando no era solamente sorprendente, sino hasta ofensivo. Un pacificador no podía ser un buen ciudadano —ni entre los judíos ni entre los romanos—, tal cosa era una inmoralidad. En su tiempo, promover la paz era tan inmoral (por alterar el statu quo) como lo es ahora el militarismo.

Un efecto expansivo

Quien ha sido salvo por gracia necesariamente se convierte en un pacificador. Este es el sentido de la parábola del siervo malvado: su señor le perdonó una gran deuda de mil talentos que no estaba en condición de pagar, pero este, al salir, intentó estrangular a un consiervo suyo que le debía un monto menor (cien denarios): «entonces, llamándole su señor, le dijo: siervo malvado, toda aquella deuda te perdoné, porque me rogaste. ¿No debías tú también tener misericordia de tu consiervo, como yo tuve misericordia de ti?3». La guerra ha prevalecido desde la caída, primero en nuestra relación con Dios, luego en nosotros mismos y también en nuestras demás relaciones, pero la paz que hemos conocido por iniciativa de Dios y que gobierna hoy nuestros corazones4 debería operar un efecto expansivo. Ser pacificador no es un idealismo, es el siguiente paso natural cuando se experimenta la paz de Dios; es radical, pues viene desde adentro (avivado por el Espíritu Santo) y el ejemplo de Cristo que nos compele; no avanza cuando la pancarta se levanta más alto, sino cuando el agraviado elige voluntariamente ceder.

Ser pacificador no es un idealismo, es el siguiente paso natural cuando se experimenta la paz de Dios; es radical, pues viene desde adentro (avivado por el Espíritu Santo) y el ejemplo de Cristo que nos compele; no avanza cuando la pancarta se levanta más alto, sino cuando el agraviado elige voluntariamente ceder.

Consecuencias prácticas

Quien no ha nacido de nuevo no busca la paz, por lo menos no la de esta bienaventuranza, que es la que incluye la bendición. Pero es natural que quienes viven en paz con Dios no limiten la experiencia a esta relación, sino que la extiendan: «cuando los caminos del hombre son agradables a Jehová, aun a sus enemigos hace estar en paz con él5». Veremos más adelante la implicación más profunda y necesaria del trabajo de un pacificador, pero consideremos ahora las consecuencias prácticas de ser un pacificador:

  • Declinará cualquier oportunidad de predisponer a alguien contra su hermano. Esta tentación es más fuerte de lo que se podría pensar: para el hombre natural es un asunto casi irresistible refrenar su lengua para destruir ante los otros a aquel que le ha faltado. Es cosa común que al enterarse de alguna desavenencia los hombres nos traigan el tema para crear la ocasión para el chisme y la murmuración, pero si somos pacificadores la manera en que neutralizamos estas provocaciones a la hostilidad se convierten en un precioso testimonio de la obra de Dios en nosotros. ¡Nos identifica como hijos suyos!
  • Si somos pacificadores la manera en que neutralizamos estas provocaciones a la hostilidad se convierten en un precioso testimonio de la obra de Dios en nosotros. ¡Nos identifica como hijos suyos!

  • Buscará intencionalmente la armonía, a un punto tal que cuando se pierde tratará pronto de recobrarla. No se recrea en el ambiente tenso que crean los conflictos: los gestos incómodos, las expresiones indirectas y las zancadillas. Los hombres naturales aman esos ambientes caldeados a un punto tal que de ser necesario los provocan, pero un pacificador está llamado a luchar por lo contrario, como le indicó Pablo a los Romanos: «No seas vencido de lo malo, sino vence con el bien el mal6»
  • Tendrá una pre-disposición a la reconciliación, tomando él la iniciativa, no esperará que su enemigo venga hacia él, sino que caminará primero hacia la paz. En esto obedecerá a lo que ordenó el Señor, que intencionalmente invirtió el proceso acostumbrado de esperar pasivamente a que el ofensor tome la iniciativa: «por tanto, si tu hermano peca contra ti, ve y repréndele estando tú y él solos; si te oyere, has ganado a tu hermano7».
  • Aprenderá a perdonar por convicción, a la espera de que eventualmente suceda el sentimiento, cuando sus convicciones entren en conflicto con ellos pondrá los sentimientos en pausa. Dirá: perdono tu ofensa porque la mía también fue perdonada, y oro a Dios para que quite de mí cualquier pensamiento negativo contra tu persona.

Un cristiano está llamado a mediar, a trabajar por reducir el clima beligerante, a encontrar puntos de acuerdo, pero sobre todo, él mismo tiene una predisposición a ceder. Esto es tan importante que el libro de Hebreos pone la búsqueda de la paz al mismo nivel de la búsqueda por la santidad: «seguid la paz con todos, y la santidad, sin la cual nadie verá al Señor. Mirad bien, no sea que alguno deje de alcanzar la gracia de Dios; que brotando alguna raíz de amargura, os estorbe, y por ella muchos sean contaminados8».

Hasta ahora he expuesto la paz general, pero esta no es el fin último; podría ser un medio para que por medio del testimonio este sea fin sea logrado o su consecuencia, pero el aspecto más valioso de esta bienaventuranza, de hecho, también el más emocionante, aún queda pendiente. Dios nos ha elegido a nosotros como sus heraldos para pregonar la gran noticia, como embajadores para la misión más importante:

Y todo esto proviene de Dios, quien nos reconcilió consigo mismo por Cristo, y nos dio el ministerio de la reconciliación; que Dios estaba en Cristo reconciliando consigo al mundo, no tomándoles en cuenta a los hombres sus pecados, y nos encargó a nosotros la palabra de la reconciliación. Así que, somos embajadores en nombre de Cristo, como si Dios rogase por medio de nosotros; os rogamos en nombre de Cristo: reconciliaos con Dios. 2 Corintios 5:18-20

Sin reparaciones de guerra

Él tenía el poder para destruirnos y no lo hizo, Él era el agraviado por nuestros pecados y no tomó venganza, de hecho, en la guerra el más débil es quien toma la iniciativa de la paz (para evitar aumentar aún más sus pérdidas), pero en este caso el rol se invierte, y no solamente se invierte el rol, sino también la actitud: el rey dominante no impone la paz, sino que ruega por reconciliación, y lo hace gratuitamente, sin exigir las acostumbradas reparaciones de guerra. ¡Este es el mensaje de nuestra salvación! ¡Y nosotros somos el emisario! «¡Cuán hermosos son sobre los montes los pies del que trae alegres nuevas, del que anuncia la paz, del que trae nuevas del bien, del que publica salvación, del que dice a Sion: ¡Tu Dios reina!9». Entender la paz de Dios en el contexto de la guerra en el mundo antiguo es sobrecogedor, y quienes al experimentar esta paz radical viven sus vidas para expresarla, los pacificadores, son llamados hijos de Dios, que es lo mismo que decir: con un carácter semejante, solamente explicable si por él fuimos concebidos. ¡Hijos de nuestro padre10!

Al terminar la Primera Guerra Mundial Alemania firmó con los Aliados en el Salón de los Espejos del Palacio de Versalles uno de los más famosos tratados sobre reparaciones de guerra: cedió a los vencedores innumerables territorios e indemnizaciones económicas exorbitantes. Fue tan gravosa la carga para el vencido que muchos historiadores explican desde este tratado el posterior surgimiento de Adolfo Hitler y el nacional socialismo. ¡Gloria a Dios que nos salvó gratuitamente!

Serie de Artículos Este artículo es la septima parte de una serie más extensa (ocho artículos en total) sobre las bienaventuranzas. Pueden leer la introducción (Introducción al estudio de las Bienaventuranzas), la primera parte (bienaventurados los pobres en espíritu) la segunda (Bienaventurados los que lloran), la tercera (Bienaventurados los mansos), la cuarta (bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia), la quinta (Bienaventurados los misericordiosos) y la sexta (Bienaventurados los de limpio corazón). Inicialmente esta fue una serie de sermones predicados en nuestra iglesia entre Febrero 2015 y Febrero 2016.

Foto — Rawpixel / UNSPLASH

  1. 1 Juan 3:15 []
  2. La mejor introducción a este tema que he visto es la de Michael Howard en su ensayo «La invención de la paz», (2001), Salvat Editores. []
  3. Mateo 18:32-33 []
  4. Colosenses 3:15 []
  5. Proverbios 17:7 []
  6. Romanos 12:21 []
  7. Mateo 18:15 []
  8. Hebreos 12:14-15 []
  9. Isaías 52:7 []
  10. Efesios 5:1 «Sed, pues, imitadores de Dios como hijos amados». []

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