Serie de Artículos Este artículo es la segunda parte de una serie más extensa (ocho artículos en total) sobre las bienaventuranzas. Pueden leer la primera parte (bienaventurados los pobres en espíritu) y la introducción: Introducción al estudio de las Bienaventuranzas.
Bienaventurados los que lloran, porque ellos recibirán consolación.Mateo 5:4
Así como reflexionar en la gracia nos conduce a la doxología (adoración), el convencimiento de pecado nos debería llevar a la contrición.
Si la primera bienaventuranza describe nuestra actitud de reconocimiento ante nuestra verdadera condición delante de Dios (confesión), la segunda se refiere al sentimiento que entender nuestro lastimoso estado produce en nosotros por la influencia del Espíritu Santo (contrición). Así como reflexionar en la gracia nos conduce a la doxología (adoración), el convencimiento de pecado nos debería llevar a la contrición: no solamente al rechazo intelectual de la maldad propia o la aceptación racional de la doctrina, sino también a la expresión sincera de nuestro lamento, fruto de un corazón sensibilizado. Este aspecto de la vida cristiana ha sido relativamente descuidado en el último siglo, parece muy católico el lamento ante el pecado, pero quien realmente entiende la salvación no solamente recibe la gracia, sino que lo hace entre lágrimas y dice con el Apóstol: «¡Miserable de mí! ¿quién me librará de este cuerpo de muerte?(A)». Un verdadero cristiano no solamente rechaza intelectualmente el pecado y abraza la doctrina, sino que se lamenta de su lastimoso estado presente, vive asustado, avergonzado y quebrantando constantemente por sí mismo; mientras más crece el hombre espiritual en él, más deplorable se ve el hombre natural que sigue allí: es la viva imagen de una casa vieja que se va remendando, mientras más artesonada es una parte, más desvencijada se ve la otra.
Tienen evidencia de la obra del Espíritu Santo en sus corazones, de forma tal que se han vuelto tiernos, significa que realmente están vivos.
Dado que ya somos parte del reino, las lágrimas parecen ser innecesarias, pero la realidad del cristiano en el tiempo presente es que vive por gracia, pero atado a un cuerpo de muerte. Anhela las cosas espirituales, fue recibido nuevamente en la casa del padre, pero comúnmente se descubre a sí mismo anhelando llenar nuevamente su vientre con las algarrobas que comen los cerdos; ¡a veces hasta vuelves a probarlas! ¡Miserable de mí! El estado del hombre natural es la conciencia cauterizada(B) y el corazón de piedra(C), pero cuando venimos a Cristo nuestro corazón se torna de carne y nuestra conciencia se sensibiliza. El testimonio de todo nuevo creyente es que sus sentidos espirituales comienzan a ser despertados, está más consciente de cosas que anteriormente pasaban desapercibidas: lo que antes no llamaba su atención ahora le repulsa, lo que entendía como normal y común se vuelve escandaloso. ¡Bienaventurados los que lloran! Pues tienen evidencia de la obra del Espíritu Santo en sus corazones, de forma tal que se han vuelto tiernos, significa que realmente están vivos. No sucede naturalmente, pero hay motivos puntuales por los que un hombre sensibilizado por el Espíritu Santo tiene que llorar.
Es esperable que cada vez te sea más incómodo el lugar en el que Dios te ha puesto —y así mismo tú seas más incómodo para quienes allí están—, y si no fuera porque es el deseo expreso de Cristo que permanezcamos aquí viviríamos totalmente aislados.
La lágrima por la hostilidad del mundo. Mientras más se avanza en la vida cristiana menos hogar se vuelve el mundo para el creyente. Es esperable que cada vez te sea más incómodo el lugar en el que Dios te ha puesto —y así mismo tú seas más incómodo para quienes allí están—, y si no fuera porque es el deseo expreso de Cristo que permanezcamos aquí («Yo les he dado tu palabra; y el mundo los aborreció, porque no son del mundo, como tampoco yo soy del mundo. No ruego que los quites del mundo, sino que los guardes del mal(D)») viviríamos totalmente aislados. Mientras más ames las cosas de arriba, más deberías aborrecer las cosas del mundo. Bienaventurados los que lloran, aquellos cuyo corazón es sensible y realmente han llegado a aborrecer el mundo y sus deseos.
Es común que quien tiene un corazón sensible frecuentemente sea confrontado por las Escrituras en asuntos que ofrenden a Dios en los que antes no había reparado.
La lágrima ante la caída propia. No solamente llora el creyente por su lastimosa condición de pecado, sino también por aquellos pecados puntuales en los que vuelve a caer. Es común que quien tiene un corazón sensible frecuentemente sea confrontado por las Escrituras en asuntos que ofrenden a Dios en los que antes no había reparado. Es posible que sea puntualmente arrastrado hacia áreas en las que antes con la ayuda del Espíritu Santo había vencido. Quizás fuimos advertidos, pero nos preparamos, y al llegar el momento nos encontramos participando; es el caso de Pedro, que al haber negado a Jesús, fue contristado y «saliendo fuera, lloró amargamente(E)». Son momentos en los que entendemos que hemos cedido ante la tentación del diablo, que aceptamos su engañosa oferta y al hacerlo, con nuestro acto, estuvimos ante él postrados rindiéndole adoración(F). Bienaventurados los que lloran ante sus caídas, los que al pecar se afligen, pues ellos recibirán consolación. «Al corazón contrito y humillado no despreciarás tú, oh Dios(G)». Ay de aquel que nunca se arrepiente con constricción, sino que solamente admite racionalmente haber errado al blanco.
Llorar significa que somos espiritualmente sensibles, es una señal de que nuestro corazón de piedra ha sido tornado en corazón de carne. Que el Señor nos permita derramar lágrimas: que sintamos un profundo lamento por lo que no debemos amar y aun así amamos, un profundo desacomodo del mundo que haga a nuestra alma gemir, esperando nuestra consolación, que lamentemos profundamente cualquier desliz propio y también el ajeno y que las pérdidas en nuestras filas no sean solamente procesos administrativos. Que no solamente lloremos por la hostilidad del mundo, sino que como Cristo se lamentó por Jerusalén en su indiferencia(J) y a Pablo le dolió el alma al ver la ciudad de Atenas entregada a la idolatría(K), lloremos nosotros por la situación de nuestra ciudad.