La mecánica para la edificación de la iglesia

Y él mismo constituyó a unos, apóstoles; a otros, profetas; a otros, evangelistas; a otros, pastores y maestros, a fin de perfeccionar a los santos para la obra del ministerio, para la edificación del cuerpo de Cristo.

Efesios 4:11-12

Es evidente que muchas iglesias, por la gracia de Dios, la agencia del Espíritu Santo y la sabiduría práctica de muchos obreros han sido edificadas sin que sus miembros tengan objetivamente este entendimiento, pero si conocemos y aplicamos el mecanismo que Dios ha dispuesto podríamos hacerlo aún mejor.

Para construir una casa es necesario tener por lo menos nociones básicas de su funcionamiento estructural (cómo funcionan juntas las columnas, las vigas y las paredes), para utilizar una herramienta se requiere conocer bien la tarea para la que será empleada (cada tarea tiene su herramienta particular y de no usar la herramienta correcta podría quedar mal) y para practicar un deporte primero se conocen sus reglas. Así mismo, antes de pretender edificar la iglesia es necesario comprender el mecanismo que Dios ha establecido mediante el cual sus diferentes partes interactúan de forma tal que se alcanza su propósito. A esta dinámica interna, a este modelo de edificación, me refiero con el término «mecánica»: un orden establecido por Dios en el que se debería edificar su iglesia. Comenzar el trabajo de edificación sin comprender bien el mecanismo solamente conduce a la frustración y a un cansancio sin fruto. Es evidente que muchas iglesias, por la gracia de Dios, la agencia del Espíritu Santo y la sabiduría práctica de muchos obreros han sido edificadas sin que sus miembros tengan objetivamente este entendimiento, pero si conocemos y aplicamos el mecanismo que Dios ha dispuesto podríamos hacerlo aún mejor.

Perfeccionamiento para la obra

En la descripción de la mecánica de edificación que le describió Pablo a los Efesios se pueden encontrar dos tareas claramente diferenciadas, la primera tarea es el perfeccionamiento, algo que hacían unos hermanos constituidos para tales fines (apóstoles, profetas, evangelistas, pastores y maestros), y la otra tarea es la obra misma del ministerio, algo en lo que participa toda la iglesia. Se podría decir también que una tarea es puntual y específica y la otra tarea es general y permanente, lo importante ahora es que aprendamos a diferenciarlas. No en todas las iglesias en todos los momentos o épocas estuvieron presentes al mismo tiempo todos estos hermanos con dones específicos para perfeccionamiento, pero todos los creyentes en todas las iglesias deberían estar trabajando permanentemente en la obra del ministerio, esta es la tarea general y permanente. Cuando se llega a entender esta diferencia de roles la iglesia es mejor edificada: en vez de descansar en que tenemos buenos pastores y maestros que edificarán con sus dones a una iglesia pasiva, estos pastores y maestros invierten el tiempo en perfeccionar (capacitar, adiestrar, concertar, organizar) a todos sus hermanos para una labor activa, que es su mutua edificación.

El perfeccionamiento: es una tarea puntual y específica desarrollada siempre que estén disponibles hermanos constituidos para tales fines. La obra del ministerio: es una tarea general y permanente en la que participa toda la iglesia.

Dar forma a lo que ya está presente

¡Donde no ha surgido la vida de Cristo poco podemos hacer nosotros!

El término perfeccionar alude a tomar algo que ya está presente y hacer que funcione aún mejor. Un pastor, por ejemplo, podría perfeccionar a los santos para la obra del ministerio: tomar algo que ya está operando —que es la vida de Cristo en aquellos que son salvos1—, y trabajar con ellos para que tengan el mayor aprovechamiento. El vocablo original (Katarismos) puede ser traducido como concertar, coordinar, dar forma, dirigir, organizar; lo que nunca transmite es el sentido de producir o generar algo. ¡Donde no ha surgido la vida de Cristo poco podemos hacer nosotros! Siendo así, el primer paso del mecanismo de edificación de la iglesia es algo que no está al alcance ni de sus obreros ni del pueblo mismo: la manifestación de la vida de Cristo. Y cuando este primer paso ha sido dado, entonces unos hermanos que han sido llamados para estas tareas específicas pueden trabajar en los santos para ayudarles en su perfeccionamiento, que es el segundo paso, y el pueblo queda en mejores condiciones para edificarse mutuamente, que es el tercer paso. Aquí tenemos tres pasos claramente definidos (dar vida, perfeccionar a los santos y cumplir la obra del ministerio), con momentos establecido y alguien a en quien recae la responsabilidad: (1) la vida siempre es lo primero, algo que solamente Cristo puede producir, luego (2) el perfeccionamiento, cuando están disponibles hermanos que para ello han sido llamados, y (3) la obra del ministerio, algo que es permanente y hacemos todos los creyentes.

Dos (2) peligros al ignorar este mecanismo

Lo que más frecuentemente sucede cuando se desconoce esta mecánica de edificación es que se pretende edificar allí donde aún no hay vida, algo que trae mucha frustración, o se desplaza al pueblo en su responsabilidad de edificarse mutuamente, algo que se vuelve insostenible en el tiempo. Veamos estos dos errores en detalle, para poder evitarlos:

  1. El error del terreno no edificable. Tanto los pastores, para la tarea de perfeccionamiento, como el pueblo mismo, para hacer la obra del ministerio, deben tener muy presente que la iglesia está compuesta por personas que han sido regeneradas, quienes han nacido de nuevo y recibido la vida de Cristo. No todos los miembros de una iglesia son edificados al mismo ritmo, unos van más rápido que otros, pero tenemos la convicción que solamente quienes han nacido de nuevo pueden ser edificados, que por mucho que nos esforcemos es imposible cultivar donde la semilla no ha germinado, que solamente las piedras vivas pueden llegar a componer este edificio que es la iglesia de Cristo. Si el primer paso del mecanismo no ha sido puesto en marcha (la vida de Cristo) no deberíamos pretender emprender el segundo. Si en ese terreno Dios no ha comenzado, poniendo a Cristo como fundamento, aún no es edificable.
  2. El error del obrero que desplaza al pueblo. Por regla general, mientras más tiempo los pastores-maestros invertimos en perfeccionar a los santos, en mejor posición deberían quedar estos para la obra del ministerio. Y si nuestro trabajo año tras año no los va dotando de las actitudes y habilidades para su mutua edificación, sino que los va haciendo más dependientes de nosotros aún en los asuntos más básicos (exhortarse los unos a los otros2, animarse los unos a los otros3, preocuparse los unos a los otros4 y soportarse los unos a los otros5), no estamos desarrollando nuestra tarea tan bien como podríamos hacerlo. Los pastores no podemos producir la vida de Cristo (paso 1 del mecanismo) ni debemos remplazar la obra del ministerio (paso 3 del mecanismo). La meta no es fomentar el individualismo, llevando a nuestros hermanos a ser independientes, sino evitar la dependencia de nosotros, los obreros, para que aprendan edificarse mutuamente, cumpliendo así con los muchos llamados a «los unos a los otros» que están en el Nuevo Testamento.

La meta no es fomentar el individualismo, llevando a nuestros hermanos a ser independientes, sino evitar la dependencia de nosotros, los obreros, para que aprendan edificarse mutuamente.

Para cerrar esta explicación sobre el mecanismo de edificación de la iglesia solamente quiero agregar una advertencia, y es que, aunque conocer este mecanismo de edificación (la vida, el perfeccionamiento y la obra del ministerio) puede ayudarnos a hacerlo aún mejor, en última instancia es Cristo mismo que ha estado edificando su iglesia6 y es su Espíritu7 en nosotros que hace posible que el trabajo avance. Hagamos nuestra parte según el rol que se nos ha llamado a desempeñar, pero dependamos siempre del Señor de la obra.

  1. Efesios 2:5 []
  2. Colosenses 3:!6 []
  3. 1 Tesalonicenses 4:18 []
  4. 1 Corintios 12:25 []
  5. Efesios 4:2 []
  6. Mateo 16:18 []
  7. Juan 14:26 []

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