Bienaventurados los de limpio corazón, porque ellos verán a Dios. Mateo 5:8
Un hombre no regenerado podría convenientemente apartarse aunque sea temporalmente de pecados particulares al constatar sus destructivas consecuencias, pero solamente aquel en el que habita el Espíritu Santo puede llegar a ver el pecado como Dios lo ve.
Serie de Artículos Este artículo es la sexta parte de una serie más extensa (ocho artículos en total) sobre las bienaventuranzas. Pueden leer la introducción (Introducción al estudio de las Bienaventuranzas), la primera parte (bienaventurados los pobres en espíritu) la segunda (Bienaventurados los que lloran), la tercera (Bienaventurados los mansos), la cuarta (bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia) y la quinta (Bienaventurados los misericordiosos). Inicialmente esta fue una serie de sermones predicados en nuestra iglesia entre Febrero 2015 y Febrero 2016.
Esta bienaventuranza tiene un paralelo en el libro de Hebreos: «seguid la paz con todos, y la santidad, sin la cual nadie verá al Señor1». Pero no perdamos de vista la audiencia ni el propósito de las bienaventuranzas: Cristo está subiendo el listón, su discurso va mucho más allá del ideal de pureza que tenían los judíos y supera la enseñanza de los filósofos de su tiempo: para los segundos era suficiente con una fachada de piedad, un grupo de cosas para hacer y otros para evitar socialmente aceptables (ética); para los primeros (judíos) el ritual exterior era la norma: lavar las manos, presentar el sacrificio debido. Jesús traslada la limpieza del acto a la actitud y del exterior del cuerpo a lo interno, señala el corazón, una forma figurada de hablar de nuestro hombre interior, lo más profundo de nuestro ser, el lugar del que surgen los actos: «porque del corazón salen los malos pensamientos, los homicidios, los adulterios, las fornicaciones, los hurtos, los falsos testimonios, las blasfemias. Estas cosas son las que contaminan al hombre; pero el comer con las manos sin lavar no contamina al hombre2». Debemos procurar un corazón limpio, y solamente ayudados por el Espíritu Santo llegamos a apartarnos del pecado y a desarrollar también una prudente aversión hacia él. Un hombre no regenerado podría convenientemente apartarse aunque sea temporalmente de pecados particulares al constatar sus destructivas consecuencias, pero solamente aquel en el que habita el Espíritu Santo puede llegar a ver el pecado —en general— como Dios lo ve.
Los corazones en los que la maldad ha dejado su marca se admiran y los corazones limpios se tienen en poco.
Este llamado es hoy sumamente pertinente. El mundo celebra a «quien ha vivido mucho», un eufemismo para referirse a aquel que ha participado en diversidad de pecados y en vez de sentir contrición se enorgullece. Quienes pueden producir elaboradas mentiras para salir bien parados de situaciones difíciles sin quedar en vergüenza, quienes engañando toman ventaja, quienes se la ingenian para romper los pactos; los corazones en los que la maldad ha dejado su marca se admiran y los corazones limpios se tienen en poco. Si alguien entra en años con corazón limpio el mundo tratará de convidarle para que tenga algunas experiencias, competirán entre ellos para ver quién puede ensuciar ese corazón. El Salmo primero rechaza la actitud del mundo y refuerza la idea de esta bienaventuranza:
Bienaventurado el varón que no anduvo en consejo de malos, ni estuvo en camino de pecadores, ni en silla de escarnecedores se ha sentado; sino que en la ley de Jehová está su delicia, y en su ley medita de día y de noche. Será como árbol plantado junto a corrientes de aguas, que da su fruto en su tiempo, y su hoja no cae; y todo lo que hace, prosperará. Salmos 1:1-3
El mundo celebra a «quien ha vivido mucho», un eufemismo para referirse a aquel que ha participado en diversidad de pecados y en vez de sentir contrición se enorgullece.
Celebremos la pureza
No haberse sentado es un privilegio, superior a sentarse y pararse. Esta bienaventuranza debería ser tomada en cuenta al momento de testificar: es cosa común ver iglesias celebrar el testimonio de conversión estridente, cargado de pecados y de daños irreparables —asesinatos, familias destruidas—, por momentos parece que haber participado de la maldad tiene méritos y haber conservado el corazón puro es poca cosa; se trata de la misma actitud mundana vestida con un manto de piedad. Que sepan esos que la gloria de Dios se muestra en forma aún más evidente al guardarnos sin mancha y sin caída: «y a aquel que es poderoso para guardaros sin caída, y presentaros sin mancha delante de su gloria con gran alegría, al único y sabio Dios, nuestro Salvador, sea gloria y majestad, imperio y potencia, ahora y por todos los siglos. Amén3». Seamos sabios al celebrar lo que Dios celebra, la pureza y no la maldad. Y aquel que fue puesto en Cristo desde su ruina, que no cuente su pasado con orgullo o altivez, sino con vergüenza: «porque yo soy el más pequeño de los apóstoles, que no soy digno de ser llamado apóstol, porque perseguí a la iglesia de Dios4».
Es cosa común ver iglesias celebrar el testimonio de conversión estridente, cargado de pecados y de daños irreparables —asesinatos, familias destruidas—, por momentos parece que haber participado de la maldad tiene méritos y haber conservado el corazón puro es poca cosa.
Llegar a ver a Dios
El hombre natural está separado, entonces acusa a Dios de ser distante, de estar poco presente, de no responder a sus deseos.
La bendición de esta bienaventuranza es aquello que el hombre ha buscado sin éxito desde que por su trasgresión fue desterrado del Jardín del Edén y de la presencia de Dios. Llegar a ver a Dios es más que una percepción visual, es cercanía, es comunión, es intimidad, es relación; es volver a aquel momento perdido cuando el Creador se paseaba en el huerto para encontrarse con Adán, cuando la criatura no sentía vergüenza ante Su presencia. El hombre natural está separado, entonces acusa a Dios de ser distante, de estar poco presente, de no responder a sus deseos, hasta llega a negar su existencia; la raíz del problema es esta: «he aquí que no se ha acortado la mano de Jehová para salvar, ni se ha agravado su oído para oír; pero vuestras iniquidades han hecho división entre vosotros y vuestro Dios, y vuestros pecados han hecho ocultar de vosotros su rostro para no oír. Porque vuestras manos están contaminadas de sangre, y vuestros dedos de iniquidad; vuestros labios pronuncian mentira, habla maldad vuestra lengua5». Bienaventurados los de limpio corazón, porque ellos verán a Dios.
Llegar a ver a Dios es más que una percepción visual, es cercanía, es comunión, es intimidad, es relación; es volver a aquel momento perdido cuando el Creador se paseaba en el huerto para encontrarse con Adán, cuando la criatura no sentía vergüenza ante Su presencia.
Cómo se logra
Ya que hemos visto la necesidad, pasemos ahora a la aplicación, ¿cómo se limpia el corazón? Si los rituales y los códigos morales no son suficientes, ¿qué herramienta tenemos a mano? La primera carta de Pedro puede darnos luz: «habiendo purificado vuestras almas por la obediencia a la verdad, mediante el Espíritu6». Es una combinación de dos cosas: lo hace el Espíritu Santo, al igual que todas las demás bienaventuranzas —no nosotros—, y utiliza como herramienta la verdad cuando se recibe en obediencia. Los tres elementos son necesarios y funcionan de la manera siguiente:
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Mira la verdad y se mira sinceramente a sí mismo para identificar el contraste.
Estudiamos las Sagradas Escrituras para conocer la verdad, y cuando lo hacemos, el Espíritu Santo nos va señalando partes de nuestro corazón que necesitan ser ajustadas y nos va capacitando para hacerlo. Por eso un cristiano que busca la limpieza de corazón no lee las Sagradas Escrituras de forma pasiva, él mira la verdad y se mira sinceramente a sí mismo para identificar el contraste, lo hace siempre, no de vez en cuando. Por mucho empeño que ponga el dueño, una casa grande no se limpia bien en un día, al mudarse se hacer una primera limpieza que hace del lugar un sitio habitable, pero mientras vive, si mueve algo encuentra más polvo, y como tiene una disposición a la limpieza no se conforma con volver a colocar el mueble en su posición original. El sucio le pesa y no descansará hasta que quede limpio cada rincón. Ese mismo es nuestro llamado, a no descansar en la limpieza de un día, sino buscar la limpieza permanente.
- Llegamos a ver el pecado como Dios lo ve. Aunque lo mencioné al introducir la bienaventuranza, esto es muy importante como para no explicarlo en detalle. Apartarse del pecado es algo valioso y necesario, pero el hombre que ha nacido de nuevo quiere estar en la misma página con Dios, llegar a ver el pecado como Dios lo ve. No llegará muy lejos en el camino de la santidad aquel que ve el pecado solamente como la trasgresión, para apartarse y alejarse necesita entender que verdaderamente ha ofendido al Señor en su santidad, que ha entristecido al Espíritu Santo7, que ha tenido en poco el sacrificio de Cristo al pisotearlo8. Pecar es más que superar momentáneamente el límite de velocidad sin consecuencia sobre nosotros u otros conductores, es una afrenta directa contra Dios.
- Llamamos al pecado como Dios le llama. La tendencia es excusar el pecado convirtiéndolo preferencias, en rasgos «especiales» de la personalidad o enfermedades. Aquello que Dios clasificó antes como pecado ahora tiene una entrada en el Manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales (DMS), no se trata como algo moral, sino médico, y en vez de rechazarlo se administra. Este es un ardid del diablo para que el hombre no limpie su corazón, evitando así que vea a Dios, lo cuál ha sido siempre su propósito: llevar a otros a su misma condición de separación eterna. Un cristiano se ocupa de encontrar el nombre que Dios le dio al pecado: adulterio, fornicación, hurto, engaño, lascivia, envidia, maledicencia, soberbia, insensatez y todos los demás. No pedimos perdón por nuestra personalidad, por nuestra enfermedad o nuestra preferencia, pedimos perdón por nuestros pecados, y al hacerlo, les llamamos por sus nombres.
Promesa futura y presente
Consideremos ahora la promesa para los limpios bienaventurados: «ellos verán a Dios». Apunta al futuro, porque «sabemos que cuando Él se manifieste, seremos semejantes a Él, porque le veremos tal como Él es9», pero también al presente, «porque en él vivimos, y nos movemos, y somos10». Aunque esperamos ese encuentro glorioso, desde ahora, con un corazón limpio podemos ver a Dios: al percibir Su presencia en la alabanza de Su pueblo, al sentir su dirección en los dilemas de la vida, al entender su voluntad, al recibir su aliento en la dificultad. Lo mejor está reservado para aquel gran día, pero lo saludamos desde ahora.