Bienaventurados
los mansos

Serie de Artículos Este artículo es la tercera parte de una serie más extensa (ocho artículos en total) sobre las bienaventuranzas. Pueden leer la introducción (Introducción al estudio de las Bienaventuranzas), la primera parte (bienaventurados los pobres en espíritu) y la segunda (Bienaventurados los que lloran).

Bienaventurados los mansos, porque ellos recibirán la tierra por heredad.Mateo 5:5

Manso es aquel hombre que con la ayuda del Espíritu Santo ha logrado dominar su hombre interior, de forma tal que ya no tiene sed de venganza o retaliación ni vive para defender sus propios intereses.

Hay mucha confusión sobre lo que realmente es la mansedumbre, mucho malentendido sobre quién es un hombre manso. En palabras sencillas, un manso es aquel hombre que con la ayuda del Espíritu Santo ha logrado dominar su hombre interior, de forma tal que ya no tiene sed de venganza o retaliación ni vive para defender sus propios intereses. Pero tampoco el manso es un hombre llevado por el viento, mojigato o reducido, no ha renunciado al interés personal para ayudar a que los impíos den en él rienda suelta a su violencia y se enreden cada vez más en su degeneración, el manso se dedica a servir un interés más alto, que es la gloria de Dios y su voluntad; no está al servicio (como víctima) de la maldad del hombre, sino (como agente) de los planes de Dios. Dos hombres en las Escrituras son llamados mansos: Moisés y Jesús. Nuestro maestro caminó hacia la cruz desde que comenzó su ministerio con la más absoluta mansedumbre: le agredían y Él no respondía, lo fue a un punto tal que pudo orar desde la cruz para implorar el perdón de sus verdugos. Él es un buen caso para entender la mansedumbre: no era un hombre débil o apocado, no era servil o condescendiente, nada en Él era movido por los bajos instintos de la carne, sino que todo apuntaba al mejor interés por la voluntad de su Padre. Los asuntos externos no lograban hacer que perdiera el control de sus acciones, sus palabras o actitudes. Moisés es otro caso, más cercano a nosotros, pues no era manso, sino que aprendió la mansedumbre. Era un joven violento, con una pasión por la liberación de sus hermanos que se podía desbordar para matar un egipcio con sus propias manos y esconderlo bajo la arena1. En aquel episodio en que golpeó la roca es muy posible que estuviera canalizando su intención de dejar caer la vara sobre alguien. Con el tiempo aprendió que es imposible cumplir a mano la voluntad de Dios, que podemos ser agentes, pero nada logramos por nuestros propios medios, en el desierto, Moisés aprendió la mansedumbre.

Dos pueblos / Dos formas de violencia

Entre la multitud que escuchaba a Jesús con toda probabilidad había algún zelote, y es de esperar que esta oda a la mansedumbre fuera recibida con escepticismo, sino por la actitud en sí (mansedumbre), por lo poco probable que era que la bendición se concretara: un manso heredando la tierra. Quizás algún soldado romano también le estuviera escuchando y rebatiéndole en su mente desde su experiencia, pues con la fuerza habían logrado ellos imponerse sobre Judea y mantener el yugo. Esta bienaventuranza probablemente separó la multitud en dos bandos (opresores y oprimidos), ambos en contra de este maestro que pregonaba un despropósito. La película Ben-Hur retrata bien el clima militarista de la época y la sed de venganza que había entre los oprimidos. Aquí se evidencia que las bienaventuranzas confrontan intencionalmente las actitudes de la audiencia, que no son palabras lanzadas al viento, que persiguen propósitos puntuales.

Ver tanta mansedumbre fue para ellos algo muy gravoso, la misma violencia que los romanos expresaban contra ellos la expresaron ellos contra su Mesías.

Los romanos eran el pueblo de la fuerza bruta, del coliseo, del dominio; los judíos eran los militaristas, amantes de conspiraciones, su militarismo era tan fuerte que por sus continuas rebeliones, cuando Roma les derrotó en la última revuelta virtualmente los expulsó y renombró el territorio como Palestina, intentando borrar cualquier recuerdo de su presencia. Aún a Cristo intentaron tomarlo para hacerlo rey2. Cuando la turba enviada por los sacerdotes fue a apresar a Jesús, uno de sus propios discípulos sacó su espada e hirió un siervo del sumo sacerdote (evidentemente intentaba cortarle la cabeza). Ellos esperaban un mesías fuerte, con capacidad para proveerles, juzgar sus asuntos, defenderse y defenderlos. Después que fue sometido a la humillación en casa de Caifás (declarándolo reo de muerte, escupiéndole el rostro y sometiéndole a muchos golpes), luego de que Herodes y sus soldados lo humillaran, después de que Pilato lo azotara y lo presentara ensangrentado con una corona de espinas y un manto de púrpura, cuando sintieron la burla de su enemigo sobre ellos, fue cuando todos gritaron «¡Fuera, fuera, crucifícale!3», querían terminar la humillación lo más pronto posible. Ver tanta mansedumbre fue para ellos algo muy gravoso, la misma violencia que los romanos expresaban contra ellos la expresaron ellos contra su Mesías.

La mansedumbre persigue un propósito

Cristo no se sometió a ese sadismo sin ningún propósito, de hacerlo, sería coparticipe del pecado de ellos y estaría siguiendo la oferta del diablo: «Si eres el hijo de Dios échate abajo». La mayor mansedumbre se entiende en Getsemaní: «Padre mío, si es posible, pase de mi esta copa, pero no se haga como yo quiero, sino como tú4». Este es un hombre manso, no uno que se expone al maltrato sin causa, sino uno que puede dominar con la ayuda del Espíritu Santo su hombre interior, de forma tal que pueda resistir las distracciones en su camino hacia cumplir la voluntad de su Señor. Quien desconoce el propósito de la mansedumbre en vez de extender el reino queda al servicio de la maldad: no se trata de soportar vejaciones y maltratos voluntariamente de forma estoica para que el impío exprese sobre él su violencia y él sea reconocido como un mártir; el manso no está dominado por sus bajos instintos, pero tampoco se entrega al servicio del impío, la mansedumbre busca dominarse a sí mismo para ser útil a su Señor. Su meta no es su exaltación personal, sino la voluntad de aquel que lo envió.

Ceder es algo extraño a nuestra cultura, pero nosotros lo hacemos al contemplar desde lejos el propósito de Dios.

Entender mal el propósito de la mansedumbre crea mucho daño: el malvado termina dando rienda suelta a su maldad y sus víctimas, al no tener un propósito mayor, se convierten victimarios. Si para lograr cumplir el propósito de Dios tenemos que sufrir vejaciones, quiera el Señor que seamos en ello encontrados bienaventurados, pero enseñemos siempre que la causa de Cristo es el motor que nos mueve, con ello glorificamos a Dios y evitamos alentar la maldad. Ceder es algo extraño a nuestra cultura, pero nosotros lo hacemos al contemplar desde lejos el propósito de Dios. Esa fue la actitud de Abram cuando hubo conflicto entre sus pastores y los de su sobrino Lot, él tenía el derecho de elegir y permitió que Lot eligiera, eligiendo este para sí la mejor parte. «No haya ahora altercado entre nosotros dos, entre mis pastores y los tuyos, porque somos hermanos5». Inmediatamente después Jehová lo visitó para alentarlo: «y Jehová dijo a Abram, después que Lot se apartó de él: alza ahora tus ojos, y mira desde el lugar donde estás hacia el norte y el sur, y al oriente y al occidente. Porque toda la tierra que ves, la daré a ti y a tu descendencia para siempre6». Bienaventurados los mansos, porque ellos recibirán la tierra por heredad. Bienaventurados aquellos que están dispuestos a ceder en lo que legítimamente les corresponde para que avance sin estorbos el propósito de Dios, que eligen no responder como su carne les sugiere para que avance un poco más el testimonio, que permitieron ser maltratados ellos para crear una oportunidad para el avance del evangelio. ¡Ese era Pablo! No soportó el naufragio, las piedras, el látigo el cepo y las cadenas para una demostración de resistencia, sino como un servicio ante aquel que le envió:

Hasta esta hora padecemos hambre, tenemos sed, estamos desnudos, somos abofeteados, y no tenemos morada fija. Nos fatigamos trabajando con nuestras propias manos; nos maldicen, y bendecimos; padecemos persecución, y la soportamos. Nos difaman, y rogamos; hemos venido a ser hasta ahora como la escoria del mundo, el desecho de todos. 1 Corintios 4:11-13

El ministerio de Pablo estuvo cargado de sinsabores, «en peligros de ríos, peligros de ladrones, peligros de los de mi nación, peligros de los gentiles, peligros en la ciudad, peligros en el desierto, peligros en el mar, peligros entre falsos hermanos7», al final casi todos sus colaboradores le desampararon, pero en su boca no hubo retaliación hacia ellos, terminó del mismo modo en que terminó su Señor: «en mi primera defensa ninguno estuvo a mi lado, sino que todos me desampararon; no les sea tomado en cuenta. Pero el Señor estuvo a mi lado, y me dio fuerzas, para que por mí fuese cumplida la predicación, y que todos los gentiles oyesen. Así fui librado de la boca del león. Y el Señor me librará de toda obra mala, y me preservará para su reino celestial. A él sea gloria por los siglos de los siglos. Amén». ¡Bienaventurados los mansos! Que soportemos con dignidad el día malo para que avance la causa de Cristo, que nos aliente la misma esperanza de Pablo (el reino celestial), que es el tema de todas las bienaventuranzas.

  1. Éxodo 2:11-12 []
  2. Juan 6:15 []
  3. Juan 19:15 []
  4. Mateo 26:39 []
  5. Génesis 13:8 []
  6. Génesis 13:14-15 []
  7. 2 Corintios 11:26 []

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