Así alumbre vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras, y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos. Mateo 5:16
Viene sucediendo desde el libro de los Hechos en cada momento de la historia, cada vez que el reino de los cielos se ha abierto camino entre las tinieblas ha dejado tras su paso una estela de benevolencia: testimonios, instituciones, justicia y solidaridad. El amor, canalizado en formas prácticas, entre los creyentes y aún hacia «los de afuera», ha hecho evidente que somos verdaderos discípulos de nuestro Señor.
Audio Escribí este artículo con parte de las notas que tomé para introducir una exposición de Hebreos 13:1-6. Pueden escuchar el sermón completo en audio: Implicaciones prácticas de la doctrina cristiana.
Priorizar no contraponer
Manifestaciones tangibles, exteriores y claramente evidentes por otras personas.
Obras, un término relativamente evitado. Siglos defendiendo justamente la doctrina de la salvación por la fe en contra la salvación por las obras dejaron el efecto colateral no deseado de contraponer la fe a las obras en vez de priorizarla, como enseñó el apóstol Santiago: no «ganamos» nuestra salvación por las obras, pero la mostramos por medio de ellas: «alguno dirá: tú tienes fe, y yo tengo obras. Muéstrame tu fe sin tus obras, y yo te mostraré mi fe por mis obras1». Las obras no son necesarias para ganar nuestra salvación, pero nuestra salvación necesariamente se evidenciará por medio de obras, esto es: manifestaciones tangibles, exteriores y claramente evidentes por otras personas. Obras preciosas, valiosas, significativas, que anuncian que en nosotros hay un nuevo hombre, una nueva perspectiva de la vida, de la humanidad, de las posesiones, del sufrimiento y el dolor. Estas obras, que son posibles en nosotros a causa de nuestra salvación, son doblemente buenas: exaltan a Dios y benefician a las personas.
Un prejuicio que nos limita
Las iniciativas de benevolencia desde la iglesia y aún las organizaciones para eclesiásticas generan cierto resquemor en muchos de nuestros hermanos. Lo hacemos, indudablemente, pues el poder que actúa en nosotros es mucho más fuerte que cualquiera de nuestros prejuicios, pero mejor sin que se diga y mucho menos que se vea; mencionar o mostrar las obras tienen mal testimonio dentro del pueblo evangélico, algo que dificulta muchísimo la expresión de las mismas, pues si vemos la necesidad pero alguien nos está mirando a nosotros podría ser que nos detengamos para no cometer el exabrupto de hacer lo que es natural hacer dada la presencia de Cristo en nosotros. Y es una tragedia, pues precisamente son ellas las que deberían adornar nuestra fe2 y proclamar al mundo las maravillas de nuestro Dios.
Un rasgo distintivo del creyente
En el primer siglo las obras de los creyentes llamaron la atención de los paganos: a causa de conocer en Cristo el extraordinario amor de Dios hombres comunes desde la más absoluta pobreza se desbordaron en obras para rescatar a los más vulnerables de la sociedad y fueron un poderoso instrumento para traerles al conocimiento de Dios. No solamente combatieron el pecado (la causa de la maldad) sino sus terribles consecuencias: el hambre, la soledad, la enfermedad y la desesperanza. En medio de la persecución, con sus muchas limitaciones, teniendo como único medio sus convicciones, lograron cambiar desde adentro el imperio romano. Lo mismo viene sucediendo desde el libro de los Hechos en cada momento de la historia, cada vez que el reino de los cielos se ha abierto camino entre las tinieblas ha dejado tras su paso una estela de benevolencia: testimonios, instituciones, justicia y solidaridad. El amor, canalizado en formas prácticas, entre los creyentes y aún hacia «los de afuera», ha hecho evidente que somos verdaderos discípulos de nuestro Señor.
Cada vez que el reino de los cielos se ha abierto camino entre las tinieblas ha dejado tras su paso una estela de benevolencia: testimonios, instituciones, justicia y solidaridad. El amor, canalizado en formas prácticas.
En esto conocerán todos que sois mis discípulos, si tuviereis amor los unos con los otros. Juan 13:35
(Tanto nuestro testimonio, que es la obra de Dios en nosotros mismos, como nuestra compasión generosa, que es la obra de Dios en nosotros a favor de otros, deberían anunciar que somos suyos. Pero es esto último —la compasión generosa, la extensión en acciones a favor de los otros— lo que más frecuentemente se olvida.)
La exageración de la precaución
Tengamos muy presente el llamado del Señor a evitar que una mano se entere de lo que ha hecho la otra, pero tengámosla en su intención y contexto: no era un llamado a evitar que se haga evidente el resultado de nuestra salvación para la gloria de su autor, sino un llamado a evitar la vanidad o la ostentación, riesgos siempre presentes, dada nuestra naturaleza, y que deberíamos buscar activamente mitigar. Nuestro propósito no es evitar que se haga evidente a expresión de la gracia de Dios, sino evitar robarnos la gloria. Y si alguien se confunde, estar prestos a reencausar su atención hacia el Dios vivo y a utilizar la oportunidad para predicarles, como hicieron Pablo y Bernabé cuando en Listra, después de un gran milagro los hombres quisieron exaltarlos: Varones, ¿por qué hacéis esto? Nosotros también somos hombres semejantes a vosotros, que os anunciamos que de estas vanidades os convirtáis al Dios vivo, que hizo el cielo y la tierra, el mar, y todo lo que en ellos hay3». Podemos llevar las canastas de pan, pero no multiplicarlo4, la atención siempre debe estar en aquel que ha hecho el milagro, de modo que cuando el pueblo vuelva, vuelva buscándolo a Él.
El patrón de las epístolas del Nuevo Testamento
En las epístolas del Nuevo Testamento hay un patrón recurrente: un sano balance entre la exposición doctrinal y las exhortaciones prácticas que distingue al cristianismo de la mera filosofía: es evidente que los autores entendieron que nuestro camino es más que conocimiento. Si la doctrina correcta no se corresponde con la manera correcta de vivir hemos perdido el rumbo. Los evangélicos hemos llegado a ser vistos ante la sociedad como catedráticos a los que nos gusta pontificar sobre todos los temas mientras evitamos involucrarnos. El conservadurismo ha llegado a ser sinónimo de mente amplia y brazos cortos, nosotros sabemos que la percepción es injusta y caricaturizada, pero debería llevarnos a ser más intencionales: que nuestra reflexión teológica dé dirección e impulso a nuestra aproximación antropológica. Que el cristianismo que hemos conocido, la exaltación de Dios hecho hombre, nos estimule a ser más humanos.
Que nuestra reflexión teológica dé dirección e impulso a nuestra aproximación antropológica. Que el cristianismo que hemos conocido, la exaltación de Dios hecho hombre, nos estimule a ser más humanos.
Y Dios es poderoso como para que abunde en ustedes toda gracia, para que siempre y en toda circunstancia tengan todo lo necesario, y abunde en ustedes toda buena obra.2 Corintios 9:8
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Foto — Greyson Joralemon / UNSPLASH