¿A qué se refiere Pablo cuando dice que «el marido incrédulo es santificado en la mujer, y la mujer incrédula en el marido»?
La infidelidad matrimonial no es tan sencilla ni emocionante como parece, ceder traerá gran daño, sobre nosotros, nuestras familias (esposa, hijos, familiares indirectos), nuestras iglesias y sobre todo nuestro entorno.
No es lo mismo mover ovejas que mover cajas, o camiones, o dirigir los operarios de una línea de producción.
La iglesia local debería evitar que se relajen las ordenanzas del Señor, evitar que, ya sea por negligencia o ignorancia, quienes no han creído sean tenidos como verdaderos creyentes o miembros de una iglesia local.
Así como providencialmente se nos ha concedido creer, también se nos ha concedido padecer e identificarnos con Cristo, a veces en formas muy palpables.
La iglesia cristiana no es una fundación ni una ONG, la tarea no es solamente práctica, sino principalmente espiritual. Es absolutamente necesario que sea evidente una relación personal creciente con el Señor de la obra antes de ponerle la mano al arado.
No hace falta estar en la primera juventud, sino estar frescos en la presencia del Señor y prestos para responder cuando se nos requiera.
Vale la pena trabajar en equipo, y para hacerlo conviene tener presente las motivaciones que nos llevaron a dejar de trabajar solos.
Dejar de pensar en mí para pensar en nosotros y proyectarnos en forma corporativa es un esfuerzo constante e intencional. ¡Es parte de morirnos a nosotros mismos!