Pregunta
¿Es posible que alguien, después de vivir una vida de pecado, logre convertirse al final de sus días y sea salvo?
Mientras más entendamos lo extraordinario que es el verdadero convencimiento de pecado, más nos gozaremos al ser testigos de una genuina obra del Señor.
Con toda seguridad has escuchado a algún incrédulo bromear acerca de vivir toda una vida en esta tierra entregado al pecado con la esperanza de que al final de sus días, quizás en el lecho de muerte o en la última parte de su vejez, podrá pronunciar una oración mecánica que le abrirá de par en par las puertas del cielo. Dudo mucho que alguien pueda decir estas cosas en serio, pues estoy seguro de que, si alguien realmente quisiera ir al cielo, estuviera lamentando desde ahora el hecho de tener que vivir en una creación dominada por el pecado. De todos modos, encuentro útil intentar responder la pregunta para la edificación de todos los verdaderos creyentes. Aún más, me parece necesario que cuando estemos compartiendo el evangelio con alguien estemos atentos para evitar estas respuestas mecánicas, clarificándoles a los inconversos el verdadero significado del arrepentimiento. También, para evitar producir un falso arrepentimiento, al «lograr» que alguien en quien Dios aún no ha obrado pronuncie una oración o sea bautizado. Mientras más entendamos lo extraordinario que es el verdadero convencimiento de pecado, más nos gozaremos al ser testigos de una genuina obra del Señor.
Una obra del Espíritu Santo
Y cuando él venga, convencerá al mundo de pecado, de justicia y de juicio. De pecado, por cuanto no creen en mí; de justicia, por cuanto voy al Padre, y no me veréis más; y de juicio, por cuanto el príncipe de este mundo ha sido ya juzgado. Juan 16:8-11
Aunque realmente es posible que alguno sea salvado por Dios —no salvarse a sí mismo— al final de su vida, ya que la salvación es es por gracia, al poner nuestra fe en Cristo1, no nuestros méritos, si realmente lo fue, no vería esto como ganancia, sino como gran pérdida y con mucho pesar: aunque obtuvo la vida eterna, desperdició su existencia temporal ofendiendo a aquel con el cuál desde ahora vivirá en eterna comunión. No se sentiría orgulloso, sino lleno de humildad y gratitud. Lo que debemos afirmar categóricamente es que nadie será salvado, en ningún momento de su vida, solamente porque tenga la sagacidad de repetir mecánicamente una oración. Creemos que la salvación es del Señor2, que no se logra, sino que se recibe, y que, aunque quien ha sido llamado responderá reconociendo sus pecados en oración, ningún hombre en su estado natural podría hacer esto por sus propios medios. ¡Es una obra del Espíritu Santo! El convencimiento de pecado es algo mucho más profundo que verbalizar nuestras faltas: es una nueva conciencia, un nuevo entendimiento, una nueva sensibilidad, algo sobrenatural, milagroso, ajeno a nosotros —tiene su iniciativa en Dios— que nos lleva a rechazar realmente el pecado, amar la justicia y sentir paz acerca del justo juicio de Dios. Nadie por sus propios medios podría hacer esto posible.
Como está escrito: no hay justo, ni aun uno; no hay quien entienda, no hay quien busque a Dios. Todos se desviaron, a una se hicieron inútiles; no hay quien haga lo bueno, no hay ni siquiera uno. Romanos 3:10-18
No vería esto como ganancia, sino como gran pérdida y con mucho pesar: aunque obtuvo la vida eterna, desperdició su existencia temporal ofendiendo a aquel con el cuál desde ahora vivirá en eterna comunión.
Diferencia entre rechazar el pecado y el verdadero arrepentimiento
Un hombre razonable puede hasta llegar a reconocer la superioridad de la moralidad que se evidencia en los cristianos (testimonio) sin saber bien a causa de qué se produce (nuevo nacimiento)
Los hombres en su estado natural, sin Dios, pueden llegar a rechazar el pecado por causas prácticas, tal como lo hace quien está atado a algún vicio y reconoce el daño que se hace a sí mismo y a los demás. Pero hay un mar de diferencia entre reconocer el efecto dañino del pecado y el convencimiento que da el Espíritu Santo de que nuestros pecados han estado ante los ojos de Dios —como reconoció David en el Salmo 51—, un Dios que es tres veces santo3, y que nuestros pecados tienen consecuencias eternas. Un hombre razonable puede hasta llegar a reconocer la superioridad de la moralidad que se evidencia en los cristianos (testimonio) sin saber bien a causa de qué se produce (nuevo nacimiento); otro llegará a lamentar sinceramente la decadencia social, la corrupción y la injusticia, especialmente cuando le han afectado a él. El verdadero arrepentimiento es otra cosa: es un deseo sobrenatural y una decisión intencional por rechazar el pecado a causa de haber sido providencialmente abiertos nuestros ojos, no a la justicia del hombre, sino a la justicia de Dios. Una evidencia clara de que ha habido un verdadero arrepentimiento y conversión es que sucede en forma imprevista (no determinada), llegamos a amar a Dios (no a una mejor versión de nosotros mismos), dejamos de ver el pasado de pecado como ganancia (realmente fue pérdida) y que la obra en vez de terminar allí o retroceder, va en aumento. Según pasan los días, un verdadero creyente rechazará cada vez más el pecado y anhelará a Dios cada vez más. Si alguien dice que fue salvado, pero aún ve el pecado como logro o ganancia, realmente no ha nacido de nuevo, se está engañando a sí mismo:
Pero cuantas cosas eran para mí ganancia, las he estimado como pérdida por amor de Cristo. Y ciertamente, aun estimo todas las cosas como pérdida por la excelencia del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor, por amor del cual lo he perdido todo, y lo tengo por basura, para ganar a Cristo, y ser hallado en él, no teniendo mi propia justicia, que es por la ley, sino la que es por la fe de Cristo, la justicia que es de Dios por la fe; a fin de conocerle, y el poder de su resurrección, y la participación de sus padecimientos, llegando a ser semejante a él en su muerte. Filipenses 3:7-10
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