Pero cuantas cosas eran para mí ganancia, las he estimado como pérdida por amor de Cristo. Y ciertamente, aun estimo todas las cosas como pérdida por la excelencia del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor, por amor del cual lo he perdido todo, y lo tengo por basura, para ganar a Cristo. Filipenses 3:7-8
Si viniste a Cristo siendo un adulto y estás luchando para hacer en tu vida la voluntad del Señor, espero que en este artículo puedas ver que no estás solo y encontrar aliento. ¡Confía en el poder del Evangelio! El que comenzó en nosotros su buena obra la perfeccionará hasta el final1.
No hacemos la gran comisión por una orientación estadística, sino con la promesa de que toda autoridad le ha sido dada a nuestro Señor.
Se estima que el 85% de las personas que en este momento son cristianas fueron alcanzadas entre los 4 y los 14 años2. La estadística muestra una gran ventana de oportunidad para aprovechar ese momento de la vida (¡que los niños vengan!), pero no debería desesperanzarnos en el trabajo con los adultos, por estas dos razones: en primer lugar, no hacemos la gran comisión por una orientación estadística, sino con la promesa de que toda autoridad le ha sido dada a nuestro Señor en el cielo y en la tierra3 (nuestra confianza está en el poder de Dios, no en la data demográfica); y en segundo lugar, gran parte de los niños que componen esa estadística fueron alcanzados en hogares cristianos, por lo que son un fruto del trabajo de haber discipulado primero a sus padres; discipular a un adulto frecuentemente tiene un efecto mucho más expansivo. De todos modos, es una realidad que desde la perspectiva práctica discipular adultos es un reto mayor que discipular niños: toma mucho más esfuerzo, intención y sacrificio. Quien vino al Señor en sus primeros años tuvo el privilegio de Timoteo (conocer desde la niñez las Sagradas Escrituras), y quien llegó más tarde tuvo el reto de Pablo (un abrupto cambio de rumbo para hacer en su vida la voluntad de Dios). Con el fin de facilitar este cambio abrupto estaré describiendo los grandes retos que he encontrado al discipular adultos.
Un adulto ya tiene el número de amigos con que le es alcanzable relacionarse y con los que ya pagó el precio de convivir (decepción, reconciliación, costumbre); «exponerse» a nuevas relaciones profundas será un gran sacrificio.
Somos despertados a una nueva realidad que anteriormente no veíamos, y eso nos lleva a una transición que puede ser agotadora.
Un adulto tiene que aprender de nuevo. Todos tenemos una serie de ideas por las que regimos nuestras vidas, ya sea en forma explícita o implícita: alguna filosofía, unas convicciones fundamentales, unos valores, una forma en la que hemos llegado a ver el mundo. Estas se van integrando a nuestra forma de pensar y de vivir paulatinamente, y al llegar a ser adultos ya son una parte tan profunda de nuestra identidad que llegan a definirnos. Entonces, cuando siendo adultos venimos a Cristo recibimos una nueva cosmovisión, somos despertados a una nueva realidad que anteriormente no veíamos, y eso nos lleva a una transición que puede ser agotadora, pues cosas que antes hacíamos y decidíamos sobre la marcha usando nuestra anterior cosmovisión, sin pensar mucho, pues habíamos operado con ella desde siempre, ahora requieren ser filtradas por nuestras nuevas convicciones. Vivir a la luz de una nueva convicción es como aprender un nuevo idioma y tener que desenvolvernos con él: seremos inicialmente mucho más lentos y cada día terminaremos agotados; hasta que con el paso del tiempo logramos integrarlo en nosotros y volver a operar naturalmente. Venir a Cristo en nuestros primeros años es como ser un nativo en el idioma.
Vivir a la luz de una nueva convicción es como aprender un nuevo idioma y tener que desenvolvernos con él: seremos inicialmente mucho más lentos y cada día terminaremos agotados.
El que ama su vida, la perderá; y el que aborrece su vida en este mundo, para vida eterna la guardará. Juan 12:25
Quien vino siendo un niño puede sentirse agradecido por no haber gastado gran parte de su vida en la vanidad, pero un adulto puede testificar especialmente del poder de Dios en el evangelio, que le sacó del mundo con mano su poderosa.
Ese es el costo del discipulado, la razón por la que es tan difícil llegar a ser cristianos; y la única manera en que podemos pagar ese alto precio es con la providencial ayuda de Dios.
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Foto — Alex Pavloff / UNSPLASH