El canto congregacional (8/8)

Presentación Esta es la última parte de esta serie de artículos sobre el canto congregacional (siete partes y la introducción, ocho en total). De todas, fue la más difícil de escribir, pues aunque parto de un sermón que prediqué en nuestra iglesia, gran parte del contenido es nuevo, principalmente de esta última parte. Quedaron pendientes muchos aspectos del canto congregacional, pero tengo la esperanza de que estos nueve artículos sirvan para traer el tema y estimular la investigación bíblica al respecto.

Guía de Estudio (PDF) Estos artículos son también el material de apoyo de un curso a distancia sobre el mismo tema que impartimos para los miembros de nuestra iglesia. Quien esté interesado en recibir la guía con las preguntas de estudio (en PDF) para usarla en su iglesia local puede solicitarlos en la página de contacto o llenando el formulario de retroalimentación que aparece al final del artículo.

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Punto #7: El canto congregacional debe ser un canto coordinado.

¡Mirad cuán bueno y cuán delicioso es Habitar los hermanos juntos en armonía! Salmos 133:1

Una búsqueda intencional

Que nuestro canto sea un mejor canto que el de ayer es algo que puede y debe ser buscado intencionalmente.

En la entrega anterior nos enfocamos en uno de los dos asuntos prácticos que complementan esta serie sobre el canto congregacional y en esta parte final cerraremos con el siguiente: si queremos que nuestro canto reúna las características que ya hemos visto (espiritual y verdadero, centrado en Dios, participativo, entendible, abundante en contenido bíblico, nuevo, con calidad musical y emoción), bien haríamos en coordinarlo, no nos cruzaríamos de brazos a esperar que esto sucediera algún día, sino que buscaríamos intencionalmente que cada uno de estos elementos estén no solamente presentes, sino en aumento. Que nuestro canto sea un mejor canto que el de ayer es algo que puede y debe ser buscado intencionalmente. Para lograrlo, alguien en la iglesia local debería asumir con responsabilidad esta misión y toda la iglesia debería caminar en la misma dirección.

Aprendiendo a ser dirigidos

Así como no es deseable el individualismo que nos lleva a hacer del canto un concierto pasivo, tampoco lo es la participación activa que conduce al desorden.

Necesitamos que alguien nos dirija, pero más urgentemente necesitamos aprender a ser dirigidos. El desorden en cualquier parte del culto cristiano regularmente viene de la mano de la expresión desordenada, repentista e individua —«espontánea» le llaman algunos— de múltiples dones que el Señor ha dado a su iglesia para su edificación ordenada. Así como los hermanos en la iglesia de Corinto necesitaban usar sus dones «decentemente y con orden1», como les instruyó el Apóstol Pablo en la sección de su carta que se ocupa de los dones espirituales en las reuniones, la iglesia contemporánea debe buscar la participación de todos en el culto, pero con la debida coordinación. Así como no es deseable el individualismo que nos lleva a hacer del canto un concierto pasivo, tampoco lo es la participación activa que conduce al desorden.

Esa es la misión del director: marcar el paso a todo el pueblo para que expresando nuestros dones el «habitar los hermanos juntos en armonía» se haga realidad.

Cuando nos presentamos ante Dios juntos debemos tener presente que lo congregacional debe prevalecer sobre lo individual; nuestro deseo debería ser participar juntos y armonía, no sueltos y en anarquía. Hermoso es cuando aplaudimos juntos al mismo ritmo que alguien nos marca, cuando reverentemente todos nos ponemos de pie o permanecemos sentados; triste es ver hermanos expresar en diferentes maneras su adoración a Dios individualmente mientras olvidan que están junto a sus hermanos. Si la iglesia entona junta un himno no es el momento alguien tenga un estudio bíblico personal o para que dos de sus miembros expresen koinonía con una animada conversación. Si quien nos dirige nos invita a tener juntos una lectura, leamos todos, si nos invita a ponernos de pie para entonar un himno, ¡hagámoslo!, pero no nos pongamos en pie mientras el pueblo (respondiendo a la coordinación del director) permanece sentado. Esa es la misión del director: marcar el paso a todo el pueblo para que expresando nuestros dones el «habitar los hermanos juntos en armonía» se haga realidad. Así como en la marcha de un gran ejercito hay alguien que va delante y marca el paso, en el canto congregacional hay uno de nuestros hermanos al que buscaremos estar atentos para no perdernos.

El director musical

Porque desde el tiempo de David y de Asaf, ya de antiguo, había un director de cantores para los cánticos y alabanzas y acción de gracias a Dios. Nehemías 12:46 RVR

Pasemos ahora a considerar el perfil de quien nos dirige, en dos aspectos: primero sus diferentes responsabilidades y luego su carácter. Sobre su necesidad o justificación y hasta sobre sus tres responsabilidades principales (cantar, dirigir y enseñar) ya hablamos en la introducción de esta serie, tomando como ejemplo a Asaf en tiempos de David. Ahora nos concentraremos no en el qué, sino en el cómo y en el quién: ¿qué cosas deberían entrar en el área de coordinación de quien dirige el ministerio musical en la iglesia local y qué cualidades deberían adornar el carácter de esta persona? Al comprender estas tres cosas (la necesidad de que alguien dirija el ministerio musical —tema abordado en la primera entrega— las responsabilidades y el carácter de dicha persona) la iglesia quedará en una mejor posición para desarrollar esta importante parte del culto cristiano. (Sé que muchas iglesias pequeñas en las que quizás no existe actualmente ningún músico podrían encontrarán poco aplicables estos recursos a su situación actual, pero de todos modos, considero necesario que lo entiendan, pues en lo que el Señor les provee, sería sabio estar preparados. Si no es que el Señor ya les ha provisto y solo falta que ejerciten estos dones.)

A continuación consideraremos los dos aspectos del director musical que están pendientes (responsabilidades y carácter) y por último, un sistema para programar los cantos de forma tal que se alcancen progresivamente los objetivos propuestos.

El director musical
(Sus responsabilidades específicas.)

Más allá de las responsabilidades generales que ya mencionamos en la primera parte (cantar o hacer música, dirigir al pueblo y enseñar a otros) existen algunas responsabilidades específicas relativas a la dirección que considero necesario explicar y aun otras (velar por los demás miembros del ministerio musical, evitar que se desarrolle entre ellos una competencia carnal, identificar los dones que el Señor ha dado a su iglesia) que por asunto de espacio no podré desarrollar en esta serie. Los que estaré explicando detenidamente son los siguientes: un director musical debería dirigir la programación de los cantos, su preparación y su presentación.

  • Así como un buen maestro sabe hacia dónde se dirige en asuntos de doctrina, un director musical debería tener un plan.

    Programación La programación es el aspecto de la dirección que tiene que ver con qué cantará el pueblo de Dios cuando se reúna, cubriendo áreas tan importantes como los temas de estas canciones (qué doctrina, obra de Dios o cualidad de su carácter cantaremos), su calidad y relevancia. Toda la iglesia local debería velar por estas cosas, y en especial los miembros del ministerio musical, pero uno de nuestros hermanos (siguiendo el ejemplo de Asaf) debería no solamente velar, sino tener sobre sus hombros esta responsabilidad. Así como un buen maestro sabe hacia dónde se dirige en asuntos de doctrina, un director musical debería tener un plan, aunque fuera general, de temas a cubrir en un período de tiempo para llevar musicalmente la mente de la iglesia hacia alguna parte de la revelación de Dios. La programación es algo que requiere atención intencional, pues no se trata solamente de incluir canciones con el propósito de agotar un tiempo musical dos veces por semana, sino, hacerlo con el criterio necesario para que se alcance el objetivo: edificación. Existen también ocasiones especiales en la vida de la iglesia que deberían ser reflejadas con previsión en la programación de los cantos.

  • [El Señor] No solamente se estaba oponiendo a la cueva de ladrones que allí se había formado, sino también a la adoración acartonada y superficial en que muchos estaban participando.

    Preparación. Después de cuidar la programación, el director musical debería cuidar la preparación. El «sacrificio de alabanza2» que ofrecemos al Señor por medio del canto congregacional no puede ser preparado con ligereza. La ofrenda que Dios espera es una ofrenda especial, pues su valor no está solamente en las cualidades que tiene cuando llega al altar, sino también en la dedicación que tuvo quien la lleva en sus manos. Cuando nuestro Señor purificó el templo, echando fuera a los mercaderes que vendían palomas3 para el sacrificio, no solamente se estaba oponiendo a la cueva de ladrones que allí se había formado, sino también a la adoración acartonada y superficial en que muchos estaban participando: voy al templo, compro una paloma en la puerta y participo del sacrificio. Si la actitud de los mercaderes era aborrecible, más aborrecible era la de los sacerdotes que oficiaban el sacrificio y hasta la del pueblo mismo, pues habían convertido la adoración a Dios en una simple transacción comercial; con mucha calidad material pero pobre en intención. Quizás el servicio que ofrecían los vendedores de palomas era un servicio muy útil, pues el Señor había establecido que los animales a presentar fueran perfectos4 y ellos le evitaban al pueblo (a cambio de una suma de dinero) la tediosa labor —para el adorador superficial— de buscar ellos mismos entre los animales hasta conseguir el adecuado para no ser devueltos por el sacerdote de turno cuando llegaran al altar, pero olvidaban que la preparación misma es parte integral de la ofrenda, que el Señor comienza a recibir nuestra adoración aún antes de que lleguemos al altar. En cuanto a la preparación de los cantos que ofrece a Dios como ofrenda la congregación, hay dos asuntos que un director musical debe evitar: que se presenten animales cojos y que se haga trampa pagando a profesionales para conseguir la calidad sin sacrificio. El tipo de ofrenda para el sacrificio variaba según la capacidad de cada quien5 (cordero, aves o hasta harina) sin embargo, en todas las variantes estaba presente un sentido de sacrificio. Así mismo, nuestra ofrenda musical debería ser una ofrenda preparada. Deberíamos decir como David cuando le compró el terreno a Arauna para ofrecer allí un holocausto: «porque no ofreceré a Jehová mi Dios holocaustos que no me cuesten nada6». Una generación después se construyó el templo de Salomón en ese mismo lugar, pero Dios estaba recibiendo adoración desde que se compró el terreno, por la actitud de David.

  • Salomón, mientras presentaba el templo, primero se dirigió al pueblo para enfocarle y explicarle el sentido de aquella obra y luego a Dios.

    Presentación Pero no basta con tener un buen programa de cantos y prepararlos adecuadamente, también es necesario presentarlos ante Dios junto al pueblo. Una presentación pobre de una ofrenda que ha sido ricamente preparada es un desperdicio. Los preparativos para la construcción del templo comenzaron en tiempos de David, pero tanto su edificación como su dedicación en tiempos de Salomón fueron actos solemnes. Hay varios aspectos que quien dirige el ministerio musical debería cuidar al presentar los cantos ante Dios, entre ellos: la participación, el enfoque y el entendimiento. Los cantos pudieron haber sido seleccionados por él, pero lo hizo en nombre nuestro y toda la congregación debería participar en el momento de la presentación. Un buen director musical desarrollará las habilidades necesarias (invitación directa, cantos antifonales, uso de las palmas, cantar de pie, dirigir con sus manos, mirada y actitud) para lograr que el pueblo se involucre, y de ser necesario, se acercará —después del culto— a los miembros de la iglesia local que permanezcan indiferentes para animarles a participar. Salomón, mientras presentaba el templo7, primero se dirigió al pueblo para enfocarle y explicarle el sentido de aquella obra y luego a Dios. El enfoque y el entendimiento son necesarios, esto es, explicar a la congregación la razón o propósito por la que ese canto que está por entonar fue incluido en la programación (enfoque) y en determinadas ocasiones, el tema que cubre el canto (entendimiento). Por ejemplo, si fuera domingo de resurrección y cantáramos ‘Porque Él vive’, sería provechoso que la iglesia tuviera el enfoque (el valor que nos da su resurrección para enfrentar la muerte) y que entienda el origen de esta esperanza, quizás leyéndolo en las Escrituras8.

A diferencia de la participación, que hay que dirigirla cada vez, el enfoque y el entendimiento quizás sean más necesarios la primera vez que la iglesia entona un nuevo canto. En resumen, las responsabilidades específicas de dirección que tiene un director musical son la programación, preparación y presentación de los cantos. Estas, que competen a la dirección, deberían ser atendidas por él junto a sus otras responsabilidades generales: hacer música para Dios y enseñar a otros. Para cumplir con ellas no solamente hace falta la habilidad musical, sino también un profundo conocimiento de las Escrituras, de teología sistemática —con enfoque especial en el carácter y los atributos de Dios— y de la himnología cristiana.

El director musical
(Su carácter.)

Las mismas cualificaciones que según las Escrituras permiten que otros líderes de la iglesia local se mantengan dentro o fuera de los linderos de Dios, aplican para quien dirige el ministerio musical.

Hay mucho que decir sobre quien dirige la música en la iglesia local, tanto, que escapa al enfoque general de esta serie, pero entre todos los temas, su carácter no puede ser dejado de lado, pues impactará la vida de toda la iglesia local y el crecimiento que la misma tendrá en cuanto al canto congregacional. Lo primero que tengo para decir al respeto de este delicado asunto es que así como no podemos tener un doble estándar, uno para el sermón y otro para el canto, no podemos tener un doble estándar en cuanto al liderazgo; las mismas cualificaciones que según las Escrituras9 permiten que otros líderes de la iglesia local se mantengan dentro o fuera de los linderos de Dios (en especial las cualificaciones de un diácono), aplican para quien dirige el ministerio musical. Colocar a un músico habilidoso al frente de nuestra música sin considerar su carácter sería un despropósito similar a permitir que un locutor —solamente por sus habilidades oratorias— dirigiera el ministerio de enseñanza. Él estará al frente de la iglesia durante un corto tiempo, pero estará entre la iglesia todo el tiempo: antes de que pueda dirigir con sus palabras o acordes debe estar en condiciones de dirigir con su ejemplo.

Pocas cosas son más dañinas para la verdadera devoción del pueblo llano que ser dirigidos por hombres de hermosas palabras y mal proceder; esos que pronuncian las palabras correctas y alcanzan altas notas, pero desafinan en su forma de vivir. El carácter de quien dirige el canto congregacional debería ser similar al de cualquier otro líder de la iglesia, y la forma cuidadosa de apartar este hombre para dicha labor también. Debemos asegurarnos de que cumpla con las cualificaciones establecidas en las Escrituras y de presentarle formalmente a la congregación para que sepa seguirle. Si ninguno de los miembros de la iglesia local con habilidad musical está en condiciones de dirigir la congregación en este aspecto, ya sea por carecer de las habilidades de dirección, del conocimiento (profundidad en las escrituras, teología sistemática e himnología) o del carácter necesario, sería sabio que algún miembro del equipo pastoral asumiera la dirección y que la iglesia completa orara para que el Señor le provea de un obrero con ese triple perfil: habilidad musical, conocimiento y carácter.

U sistema

Cada iglesia debería comenzar con lo que Dios le haya provisto y su contexto le permita.

De forma ideal, cada iglesia local debería tener un ministerio musical establecido, coordinado por un músico (con habilidad, conocimiento y carácter) que atiende a sus diferentes áreas de responsabilidad y desarrolla un sistema que previamente ha sido acordado con todos los miembros del ministerio musical y explicado a la toda congregación. Sin embargo, cada iglesia debería comenzar con lo que Dios le haya provisto y su contexto le permita; algunas tendrán un cantor y otras podrán tener tantos cantores que haga falta un sistema de turnos, como fue necesario en tiempos del Rey David: «y el número de ellos, con sus hermanos, instruidos en el canto para Jehová, todos los aptos, fue doscientos ochenta y ocho. Y echaron suertes para servir por turnos, entrando el pequeño con el grande, lo mismo el maestro que el discípulo10». En estos asuntos prácticos de coordinación, hay mucha libertad, con tal de que se sigan los principios generales de prudencia y se haga para la gloria de Dios.

El número de cantos que se entonan y su orden (programación), la forma en que se ensayan (preparación) y la forma en que se dirige el pueblo (presentación) queda a discreción de cada iglesia local, sin embargo, sería sabio darle a todo esto cierta estructura consistente, esto es el sistema: una estructura consistente para el ministerio musical que ha sido previamente acordada entre sus miembros y es conocida por toda la congregación. Una posibilidad sería la siguiente: mantener en el programa semanal un número determinado de cantos, seleccionar cuidadosamente una nueva canción para entrar al programa cada semana y eliminar la que tenga más tiempo en el mismo. De este modo nos aseguramos de que cada canción permanece el tiempo suficiente para que la iglesia la entienda y aprenda mientras buscamos cantar al Señor un nuevo canto. Al momento de seleccionar la canción a entrar, sería valioso hacer un balance entre música cristiana histórica y música más contemporánea, en ambos casos, música de calidad. En la medida que se desarrolle el ministerio musical de la iglesia local, sería valioso dar forma a un cancionero con las canciones que se han estado entonando durante un tiempo y volver a repetirlas, pues son esas canciones que la iglesia ya conoce y entiende. Ese, quizás, sea uno de los principales beneficios de un himnario: es música que ha sido seleccionada por hombres sabios con el fin de asegurar su calidad y (con el tiempo) la iglesia conoce su música y entiende su letra. Ambas opciones pueden servir para edificar la iglesia: construir un cancionero lentamente y con cuidado o seleccionar un buen himnario y tomar de allí su canto. Entre ambas opciones (un cancionero local o un himnario reconocido) yo me inclino por el cancionero local —usando himnarios reconocidos como una de sus fuentes—, pues permite que los miembros del ministerio musical ejerciten el discernimiento al seleccionar canciones y al mismo tiempo, da paso a que se extienda nuestra herencia musical. Como en la parábola narrada por Jesús, nuestro canto congregacional ha de ser «semejante a un padre de familia, que saca de su tesoro cosas nuevas y cosas viejas»11.

Finalmente

La música ha sido ayuda idónea en los grandes avivamientos y mujer extraña que alaga con sus palabras en los grandes despropósitos.

En esta última entrega hemos cubierto los aspectos de la coordinación: que la iglesia local aprenda a ser dirigida, las responsabilidades y el carácter de quien dirige el canto congregacional y la importancia de tener un sistema acordado entre los miembros del ministerio musical y explicado a la iglesia. Con esto daremos la serie por cerrada, pero no así el tema. Es una responsabilidad de cada iglesia local buscar el crecimiento de esta importante parte de nuestro culto, y si esta serie ha logrado motivar el tema y su estudio más profundo, entonces ha cumplido su objetivo. Aunque el canto congregacional esté en prioridad subordinado a la enseñanza, pues antes de expresar a Dios nuestra alabanza tenemos que conocerle, dejarle al descuido sería tan ruinoso como descuidar la predicación. En la historia de la iglesia las grandes desviaciones doctrinales se extendieron rápidamente por medio de canciones y es la música el caldo de cultivo en el que con más frecuencia crece el error. Así como el canto congregacional bien desarrollado puede levantar al pueblo, un canto descuidado le destruye. La música ha sido ayuda idónea en los grandes avivamientos y mujer extraña que alaga con sus palabras en los grandes despropósitos.

  1. 1 Corintios 14:40 []
  2. Hebreos 13:15 []
  3. Mateo 21:12-13 []
  4. Éxodo 12:5 []
  5. Levíticos 5:1-13 []
  6. 2 Samuel 24:24 []
  7. 2 Crónicas 6 []
  8. Romanos 6:4 []
  9. 1 Timoteo 3:8-13 []
  10. 1 Crónicas 25:7-8 []
  11. Mateo 13:52 []

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