FÃate de Jehová de todo tu corazón, y no te apoyes en tu propia prudencia. Reconócelo en todos tus caminos, y él enderezará tus veredas. No seas sabio en tu propia opinión; teme a Jehová, y apártate del mal; porque será medicina a tu cuerpo, y refrigerio para tus huesos. Proverbios 3:5-8
Dios en su Palabra ha revelado su voluntad, que es buena, agradable y perfecta1, sin embargo, muchos se han apartado de ella, y al hacerlo, aparentemente les ha ido bien (negocios inapropiados, relaciones imprudentes, decisiones poco sabias) al punto que justifican su desvÃo usando como argumento los resultados: asumen que si de eso ha salido algo bueno significa que Dios les aprobó. Asà mismo, muchos se resisten a corregir sus prácticas ministeriales, a sujetarse a las exigencias escriturales, pues aunque admiten haber ignorando o violando lo que las Escrituras enseñan, dicen tener ya mucho tiempo obrando de ese modo y Dios les ha bendecido con fruto, lo que es señal de que se agrada de su proceder. Aún otros, experimentan gran presión tratando de hacer grandes cosas para Dios por sus propios medios, y en el afán, hasta pueden llegar a sacrificar la fidelidad en la búsqueda de resultados. Son tres casos distintos —apartarse de la voluntad de Dios, resistirse a corregir malas prácticas y perseguir grandes cosas—, pero con un punto en común, la orientación al resultado: usar los números, al fruto o la permanencia como fuente de autoridad, en vez de apelar a lo que Dios expresamente ha ordenado en las Sagradas Escrituras; suplantar la autoridad de las Escrituras con la experiencia particular. A continuación comparto seis razones por las que no es sabio proceder de ese modo. Aplican para nuestra vida personal y también en el servicio que hacemos para el Señor.
Dios es el creador y el hombre la creatura, el creador puede usarnos soberanamente como herramienta suya sin que su trato implique que se agrade en nosotros.
Que Dios te use a pesar de tu desvarÃo no es un testimonio se Su aprobación, sino de Su soberanÃa. Si el hombre tuviera con Dios una relación de iguales, el hecho de que Dios le use implicarÃa que se agrada en él o que hay entre ellos comunión, pero este no es el caso. Dios es el creador y el hombre la creatura, el creador puede usarnos soberanamente como herramienta suya sin que su trato implique que se agrade en nosotros. Si tengo un conflicto con el vecino, tendrÃa que establecer con él la paz antes de pedirle prestado su taladro, pero con Dios no sucede asÃ, Él tiene dominio sobre nosotros a pesar de nuestra rebeldÃa contra Él, el pecado del hombre no quitó al creador Su soberanÃa sobre Su creación, sigue en absoluto control sobre ella y la sigue sustentado (por eso permanece); Dios puede usarnos para cumplir sus propósitos a pesar de nosotros mismos, nosotros somos sus creaturas, no sus vecinos. De este modo utilizó a Balaam5, un advino madianita, para cumplir su propósito, y no solamente le usó a él, sino también a su asna. Del mismo modo Dios llamaba como sus siervos a los reyes paganos que utilizó para disciplinar a su pueblo, aunque no significaba que se agradaba en ellos: simplemente estaba utilizando a otros más malos que Israel (como dijo Habacub6) para disciplinar a su pueblo, y al final, terminó destruyéndolos. La lección importante es que utilización no equivale a comunión o cercanÃa, como dijo el salmista: «la comunión Ãntima de Jehová es con los que le temen7».
Ahora mismo, la única seguridad que tenemos de que nuestro trabajo para Dios será aceptado es la calidad de los materiales que estemos utilizando.
La permanencia actual no demuestra aprobación, será al final de los tiempos que la obra de cada uno será pasada por fuego. Hoy puede estar en pie, pero eventualmente quedará en evidencia quién construyó con «oro, plata, piedras preciosas, madera, heno, hojarasca8». Ahora mismo, la única seguridad que tenemos de que nuestro trabajo para Dios será aceptado es la calidad de los materiales que estemos utilizando. PodrÃa darse el caso de alguien lograra edificar un edificio con heno y hojarasca, serÃa sorprendente que lo lograra con tales materiales, pero aún si lo logró no deberÃa guardar la esperanza de que la permanencia temporal de su edificio sea suficiente para pasar la prueba del fuego. Ignorar la voluntad expresa de Aquel que nos envió y pretender que será bien recibido nuestro trabajo por la dimensión de lo que por nuestros propios medios —en desobediencia— hemos logrado producir, es una apuesta muy alta. Quizás no tenemos los medios ahora mismo para asegurar que determinada obra de materiales mixtos (paja y oro) será consumida por el fuego, pero tendrÃa que ser muy negligente un siervo para exponerse de ese modo, construyendo intencionalmente con tan pobre material. Al final de su ministerio Pablo estaba convencido de que se le adjudicarÃa la corona de justicia, pues no habÃa trabajado a su manera, sino sujeto a la voluntad de Dios, habÃa «guardado la fe9». Esa misma seguridad tiene todo el obrero que construye solamente con los mejores materiales, uno que procura con diligencia presentarse ante Dios aprobado10.
Hay vidas que han valido la pena aunque de ellas no se escriban biografÃas; ministerios que edificaron con oro y en su tiempo no llamaron la atención de la gente; iglesias que nadie recuerda su nombre cuyo fruto ha trascendido generaciones.
Limita el alcance de lo que Dios está haciendo en nosotros y con nosotros a una esfera muy pequeña. Hay vidas que han valido la pena aunque de ellas no se escriban biografÃas; ministerios que edificaron con oro y en su tiempo no llamaron la atención de multitudes; iglesias que nadie recuerda su nombre cuyo fruto ha trascendido generaciones. Si edifica bien, alguien podrÃa estar haciendo ahora mismo una obra mucho más grande que lo que dicen los números, una que pasará la prueba del fuego al permanecer en pie. Cristo es un buen ejemplo, serÃa descabellado comparar el alcance de su ministerio en el tiempo que fue desarrollado (tres años), pues una de las multitudes más grande que reunió fue la que gritaba al final de su ministerio: ¡crucifÃquenle, crucifÃquenle! Y la manada pequeña de los apóstoles, que eventualmente establecerÃa su iglesia, estaba turbada y dispersa. Si se aplican las métricas de la orientación al resultado el ministerio de Cristo fue un fracaso, pero no es asÃ, pues aquà estamos nosotros. Él no se veÃa a Sà mismo como una gran cosecha, sino, un grano de trigo que estaba cayendo al suelo, para podrirse y eventualmente llevar mucho fruto13. La obra es de Dios, no nuestra, nosotros solamente sobreedificamos en un proyecto que nos trasciende; somos un grupo de piedras dentro de la gran estructura, no midamos el todo por como se ve la parte.
Se podrÃan citar más, pero creo que estas seis razones son suficientes para mostrar lo poco sabio que es justificar por sus resultados nuestras decisiones, nuestras prácticas ministeriales o la relevancia de lo que hacemos para Dios, en vez de guiarnos por Su Palabra inspirada15. Antes de concluir quisiera reforzar el primero de los casos. Muchos hermanos que han tomado malas decisiones, ya sea en ignorancia o abierta desobediencia, por la misericordia de Dios han sido preservados y en determinados casos, lo que comenzó como un despropósito ha repercutido por la soberanÃa de Dios en bendición. A ellos les animo en dos direcciones: en primer lugar a confesar su pecado, reconociendo que aunque Dios haya tornado el caso para bien estuvo mal en primer lugar (con esto honran a Dios reconociendo al sabidurÃa de su consejo a pesar de que ustedes no lo siguieron y evitarán que otros hermanos sean destruidos al seguir su mal ejemplo) y en segundo lugar, den gloria a Dios, que les rescató de su extravÃo y les aumentó sus misericordias. ¡Háganlo! Pues ignorar esto puede llevarles a ustedes o a sus hermanos al despeñadero, y no es seguro que de allà puedan volver a regresar del mismo modo. Reconozcan su pecado, no jueguen con la paciencia de Dios, no abusen de su gracia para volver a pecar.