Fruto: por su gracia y para su gloria

Este artículo lo escribí con parte de las notas que produje para el sermón que prediqué el domingo pasado (Fruto para su Gloria) y se quedaron fuera por falta de espacio. Luego compartiré otros materiales sobre el mismo tema.

Yo soy la vid, vosotros los pámpanos; el que permanece en mí, y yo en él, éste lleva mucho fruto; porque separados de mí nada podéis hacer. En esto es glorificado mi Padre, en que llevéis mucho fruto, y seáis así mis discípulos.Juan 15:5,8

Esto es fruto

Solamente [es fruto] aquello que se manifiesta como consecuencia de la vida de Cristo en la nuestra y que sin Cristo sería imposible que se manifestara.

Fruto es lo que el Padre (labrador) logra que se manifieste en nosotros (pámpanos) al injertarnos en la vida de Cristo (La vid verdadera). Fruto no es cualquier cosa «buena» que se manifiesta en la vida de alguien, sino, solamente aquello que se manifiesta como consecuencia de la vida de Cristo en la nuestra y que sin Cristo sería imposible que se manifestara. Llevar mucho fruto no es algo que podemos lograr con nuestros esfuerzos o medios puramente humanos, sino, algo que solamente el Padre puede lograr —«según el poder que actúa en nosotros»1— y su medio es Cristo. Tenemos que saber con claridad lo que es fruto y no lo es, pues nuestras obras vanas, obras que tienen su origen en la autosuficiencia y autocomplacencia, podrían tener la apariencia del fruto que solamente se manifiesta dependiendo del Padre y para su gloria; ese otro «fruto» nunca llenará sus expectativas.

El fruto del Espíritu se puede confundir con las obras de los hombres, así la filantropía se confunde con la benignidad, la seriedad con la verdad y la alegría con el gozo, pero son cosas totalmente distintas, desde su origen (su gracia) hasta su fin (su gloria). El labrador ha sido claro: busca producir en nosotros un tipo de fruto muy específico que solamente puede emanar por la Gracia de Cristo, la vid verdadera, para su propia gloria y no para la nuestra.

Convalidación de obras

En mi trabajo pastoral veo esto con frecuencia: los hombres dedican su vida a producir «fruto» fuera de la vida de Cristo y luego quieren ser celebrados en la iglesia, pues es el esfuerzo de toda su vida. Aunque lo lograron por sus propios medios y para su propia gloria quieren el reconocimiento, pero no es posible. Quizás sean cosas buenas ante los hombres (como una fundación de ayuda al pobre) y adquiridas de forma lícita (como el patrimonio en una vida de trabajo) y con mucho esfuerzo (como una carrera académica o deportiva), pero ante Dios carecen de valor, por lo menos hasta ese momento. No podría decir que son cosas pecaminosas, pues no son malas en sí, sino más bien irrelevantes desde la perspectiva de Dios. Nada que se manifieste en nosotros fuera de Cristo (la vid verdadera) y para nuestra propia gloria tiene valor ante el Padre, por muy saludable o abundante que parezca o aunque impresione por su tamaño; ese no es el fruto que Él espera, y lo considerará como nada.

Muchas cosas que hasta el momento habíamos estado utilizando para llamar la atención hacia nosotros mismos, como nuestros conocimientos o nuestras posesiones —que en realidad no son cosas nuestras, sino cosas de Dios que por ignorancia usurpábamos, pues «suya es la tierra y su plenitud; el mundo y los que en él habitan»—, a partir del momento en que somos injertados en Cristo comienzan a tener otro uso y también otro valor, nos sentimos más útiles que nunca y sentimos que esto que hacemos ahora (que pueden ser lo mismo de antes, pero con otra orientación), es la cosa más relevante y trascendente que hemos hecho en cualquier otro momento de nuestra vida. Si fuera un médico, seguirá dando su consulta regular, pero en cada paciente que atienda habrá un mundo de diferencia: una oportunidad para glorificar a Dios haciendo las cosas bien, y una oportunidad para administrar mejor lo que de Dios generosamente ha recibido. La familia, el oficio, los bienes, todo cuanto tenemos toma otro aspecto y si le habíamos perdido el interés, esta nueva perspectiva de llevar fruto para la gloria de Dios en cada una de esas cosas nos devuelve la pasión. Un rasgo distintivo en aquellos que realmente hemos sido injertados en Cristo es que pasamos de ser dominados por la vanagloria de la vida a estar centrados en la gloria de Dios: adquirimos una nueva humildad y un nuevo sentido de mayordomía, pues sabemos que ni la gloria es nuestra ni las posesiones son nuestras, queremos ser siervos humildes y mayordomos fieles. Su gloria es nuestro mayor deleite, permanecemos así en Él y llevamos mucho fruto.

Es dejar atrás tanto una actitud —yo puedo— como su resultado: gloria propia.

Uno de los más grandes retos que enfrenta un nuevo creyente es enfrentarse a la realidad de que dedicó su vida a producir algo que el Padre no esperaba y ahora tienen que dejar atrás todo aquello y también su suficiencia para permitir que la vida de Cristo y el trabajo del Padre rindan su fruto. Aceptar que «fuera de mí nada podéis hacer». Es dejar atrás tanto una actitud —yo puedo— como su resultado: gloria propia y decir «Ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí». Muchos vienen aferrados a su propia justicia y a sus posesiones buscando la bendición de Dios y cuando escuchan sus requerimientos en vez de proceder a dejar la vanidad atrás para seguir a Cristo se devuelven entristecidos, tal fue el caso del joven rico.

El joven le dijo: todo esto lo he guardado desde mi juventud. ¿Qué más me falta? Jesús le dijo: si quieres ser perfecto, anda, vende lo que tienes, y dalo a los pobres, y tendrás tesoro en el cielo; y ven y sígueme. Oyendo el joven esta palabra, se fue triste, porque tenía muchas posesiones.Mateo 19:20-22

(Algunos podrían pensar —como Ananías y Safira2— que por vender sus bienes y darlos a los padres podrían alcanzar a tener tesoros en el cielo, pero eso sería más de lo mismo: hacer lo que creemos que es bueno y venir con el resultado ente Dios. Lo que Cristo le estaba pidiendo al joven rico era que dejara de hacer las cosas a su manera y para su gloria y comenzara a hacerla a la manera de Cristo y para la gloria del Padre. Ceder el control de su vida para recibir la vida.)

Encontrar la vida en la muerte

Mientras me preparaba para predicar sobre este asunto encontré que por medio de Isaías el Padre comunico que nuestras justicias ante él son como «trapo de inmundicia3», una expresión lo suficientemente despectiva como para ponernos en alerta. Esos eran los paños que usaban las mujeres de la antigüedad cuando estaban en sus días, algo que nadie quisiera tocar, conservar o admirar, ¡y justamente con eso se comparan nuestras obras! Tan despreciable como un paño menstrual es para el Padre una obra fruto de la autosuficiencia de los hombres y cuyo fin no es su gloria, sino la nuestra. Por eso, también dijo Pablo que todo lo que para él era ganancia en otro tiempo, ahora lo consideraba por pérdida4 (puede ser traducido como estiércol o basura, pues en el original el término era usado tanto para referirse a los excrementos humanos como a los desperdicios que quedaban de una fiesta y eran echados a la basura). También ese es el sentido de la expresión «el que halla su vida, la perderá; y el que pierde su vida por causa de mí, la hallará5».

Perder nuestra vida a causa de Cristo es aquello que para los incrédulos parece una locura: dejar de vivir por nuestras propias fuerzas y para nuestra propia gloria para comenzar a vivir una vida de dependencia para la gloria de Dios. En un mundo en el que reinan la autocomplacencia y la autosuficiencia se podría decir que cuando ponemos nuestra vida en las manos de Dios para que se haga su voluntad y no la nuestra realmente morimos; ¡y así mismo encontramos la verdadera vida!

  1. Efesios 3:20 []
  2. Hechos 5:1-5 []
  3. Isaías 64:6 RVR: «Si bien todos nosotros somos como suciedad, y todas nuestras justicias como trapo de inmundicia; y caímos todos nosotros como la hoja, y nuestras maldades nos llevaron como viento». []
  4. Filipenses 3:8-9 RVR: «Y ciertamente, aun estimo todas las cosas como pérdida por la excelencia del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor, por amor del cual lo he perdido todo, y lo tengo por basura, para ganar a Cristo, y ser hallado en él, no teniendo mi propia justicia, que es por la ley, sino la que es por la fe de Cristo, la justicia que es de Dios por la fe». []
  5. Mateo 10:39 RVR: «El que halla su vida, la perderá; y el que pierde su vida por causa de mí, la hallará». []

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