Origen de la iglesia en Creta
La iglesia en Creta probablemente fue comenzada por judíos de la dispersión que habían estado en Jerusalén el día de Pentecostés1 y milagrosamente escucharon de las maravillas de Dios en su propia lengua. Al regresar a su ciudad de origen estos nuevos creyentes comenzaron a congregarse, y por la gracia de Dios milagrosamente permanecieron —aunque sin mucha estructura y fundamento— por lo que estaban muy expuestos a los falsos maestros. Otra posibilidad es que esta iglesia fuese comenzada por el apóstol Pablo en uno de sus últimos viajes y no tuviera la disponibilidad para detenerse allí en ese momento, por lo que sembró la semilla y siguió caminando. De todos modos, fuese su origen el primer caso (el fruto del día de Pentecostés) o el segundo (el fruto de un apresurado viaje misionero), sin importar su comienzo precario, el resultado había sido la constitución de una iglesia auténtica. Más tarde Pablo los visitó y dejó allí a su colaborador Tito para que corrigiera las deficiencias al establecer cuidadosamente un liderazgo local y corregir la enseñanza. Tito ya antes había sido enviado por Pablo a la iglesia de Corinto para un trabajo similar2 que rindió sus frutos, por lo que deducimos era un obrero experimentado en otra obra que a todas luces tenía problemas aún más graves que la obra en Creta.
Hoy, aprovechando que nuestra iglesia celebra su quinto aniversario y ha sido milagrosamente preservada por la gracia de Dios todo este tiempo, veremos que sin importar los años que tengamos, siempre es posible hacer las cosas mejor; que a pesar de nuestras mayores carencias, es Dios quien preserva su iglesia y la va perfeccionando paulatinamente; que no debemos aferrarnos a nuestras prácticas actuales —lo que hemos visto o hecho por largo tiempo—, sino anhelar siempre que nuestra iglesia sea mejorada utilizando las Escrituras y tener la disposición a cambiar cuando encontremos sabiduría. Veremos que podemos ser una iglesia que mejora y aprenderemos cómo mejorar siguiendo el consejo de la carta enviada por Pablo a Tito.
Estructura
Lo que pretendo es primeramente presentar cuál debe de ser el origen de las mejoras que se implementarán en la iglesia (Tito 1:1-4), y luego, en un segundo punto, terminaré describiendo la necesidad de estas mejoras y cuál es instrumento más idóneo para los fines (Tito 1:5-16). Con este bosquejo de dos partes cubriré todo el primer capítulo de la carta de Pablo a Tito, dieciséis versículos en total de la forma más clara y expositiva que me sea posible, buscando luego las aplicaciones prácticas que tienen estas cosas para nosotros hoy. De los dos puntos me concentraré especialmente en el primero, por ser la fuente de las mejoras la parte que considero más urgente. Tengo el convencimiento de que en este capítulo de la carta a Tito podemos cavar un pozo3 en el cual nuestra iglesia pueda venir a buscar agua en los próximos años y encontrar sabiduría para todos los cambios que necesitará hacer durante su peregrinar. En los siguientes domingos predicaré otros sermones para cubrir los dos capítulos restantes de la carta, pero entiendo que este primer capítulo tiene lo necesario para alcanzar el objetivo propuesto (trazar el camino para las mejoras en la iglesia local); los siguientes serán solamente las expresiones prácticas de cómo las mejoras ordenadas por Pablo, llevadas por Tito y ejecutadas por los Ancianos ordenados en la iglesia de Creta cobrarían vida en las diferentes clases de creyentes (Ancianos, Ancianas, Jóvenes), y el conjunto de relaciones que se tejen entre ellos (Siervos y Amos, Gobernantes y Gobernados) dando forma al testimonio de la iglesia.
Parte #1: La fuente de las mejoras (Tito 1:1-4)
Entendiendo el saludo
El saludo frecuente en las cartas de Pablo es mucho más que un simple formalismo introductorio o expresión de cortesía. Se trata de la presentación de las credenciales del apóstol con el fin de darle al mensaje un carácter autoritativo. En determinadas cartas la credencial queda ausente en el saludo, ausencia que podría encontrar su explicación en alguna de las siguientes razones: evitar que la autoridad apostólica de Pablo sea dada también al colaborador o amanuense que aparece junto a él en el saludo; en dichos casos, en vez de seguir la fórmula «Pablo Apóstol de Jesucristo4» o hasta destacar la exclusividad de su apostolado («no de hombres ni por hombre, sino por Jesucristo y por Dios el Padre que lo resucitó de los muertos5»), sigue el sencillo «Pablo y Timoteo, siervos de Jesucristo6» o, en el caso de Colosenses, primero se presenta él con sus credenciales de apóstol y luego presenta al colaborador, dejándolo fuera de la credencial: «Pablo, apóstol de Jesucristo por la voluntad de Dios, y el hermano Timoteo7». Otra posible razón —que en mi opinión es la que tiene más peso aunque no anula la primera— sería que el contenido de dicha carta no era tan delicado (normas, amonestaciones, decisiones) como para requerirlo. El caso de Filemón es un ejemplo de que para determinadas solicitudes Pablo prefería enviar un «ruego de amor», apelando a su trayectoria de servicio y testimonio de sacrificio, que un mandato («más bien te ruego por amor, siendo como soy, Pablo ya anciano, y ahora, además, prisionero de Jesucristo8»); aunque también allí deja claramente establecido que «tengo mucha libertad en Cristo para mandarte lo que conviene9». El parámetro que se hace evidente es que allí donde es más necesario el uso de la autoridad, la credencial apostólica es más destacada en el saludo (como en Gálatas), y donde por el contenido de la carta (como en 1 Tesalonicenses) o su propósito personal (como en Filemón) no se hace tan necesario, la credencial se omite. Sin embargo, en todas las cartas de Pablo se puede demostrar por su contenido que no eran simples recomendaciones, sino que tenían una singular autoridad: lo único plural de Filipenses, por ejemplo, fue el saludo. Más allá de los dos primeros versículos lo que sigue es la instrucción singular del apóstol, y es hasta el final de la carta cuando los colaboradores vuelven a ser mencionados en el saludo que Pablo envía en nombre de ellos. Hasta en las tres cartas pastorales (1 y 2 Timoteo, Tito), cartas cuyo primer destino fueron las manos de sus más estrechos colaboradores, hombres ante quienes no necesitaba presentar credenciales, Pablo incluye la misma fórmula autoritativa para que lo ordenado por medio de ellos a las iglesias tuviera el peso de su apostolado.
Triple credencial
El caso que nos ocupa es la carta a Tito, cuyo propósito central es enunciado en el primer capítulo justo después del saludo: corregir las deficiencias. El saludo de la misma incluye la fuente de estas correcciones en una triple credencial: Pablo, quién es un siervo [esclavo] de Dios (uno que se siente obligado a obedecer la voluntad de su Señor y no la propia) y un Apóstol de Jesucristo [mensajero que obtuvo su mensaje de primera mano], cuya fe, conocimiento y piedad han sido manifiestos. La credencial cubre —al parecer intencionalmente— tres áreas claramente enunciadas: (1) su propia identidad al considerarse esclavo de Dios, (2) el singular llamado de Cristo hacia su vida al seleccionarlo entre sus apóstoles y (3) su testimonio ante la iglesia10 en fe, conocimiento y piedad. Quien escribe no solamente tiene la fe que obra para salvación, sino también el conocimiento que obra para madurez y la piedad (una devoción bien dirigida, por el conocimiento y la fe) que evidencia la eficacia de lo anterior. Pero aún dentro de esta triple credencial, la parte que más resalta es la credencial apostólica: lo que Pablo está por decir estaría totalmente fuera de lugar si no viniera de un Apóstol de Jesucristo, un hombre que fue comisionado personalmente por Cristo para establecer su iglesia.
La carta necesitaba ser comenzada de este modo (escrita por uno que está obligando a hacer la voluntad de su Señor, que ha recibido el singular llamado apostólico y tiene buen testimonio ante las iglesias) si habría de rendir algún fruto. Tito requeriría un documento de este tipo que le diera autoridad ante la iglesia antes de poder implementar estos cambios, pues él, a pesar de su experiencia, no era un apóstol de Jesucristo como lo era Pablo, no había obtenido su comisión de primera mano; los cretenses podrían, con todo el derecho, poner en duda sus iniciativas y aferrarse a sus prácticas actuales. «Tenemos muchos años haciendo las cosas de esta manera» —dirían algunos—. «Tenemos nuestra propia y particular forma de gobierno» —dirían los otros—. «Nuestra doctrina es la correcta, ¿quién es este agente externo para estar ordenando cosas en nuestras iglesias?» —sería la pregunta más común—.
Autoridad apostólica
Entender la autoridad apostólica es el punto de partida necesario para abordar nuestro tema, pues esta autoridad constitutiva (para establecer la iglesia) y normativa (para conducir la iglesia) dada por Cristo a este exclusivo grupo de hombres es la fuente de cualquier mejora relevante en la iglesia; lo fue antes en Creta y lo es hasta el día de hoy. La fuente no son las opiniones personales de algún hermano (por muy bien intencionadas que estas puedan estar o por mucho fruto que aparentemente puedan dar), sino las indicaciones dadas por Cristo a sus apóstoles, instrucciones que se documentaron y llegaron a constituir el Nuevo Testamento. Precisamente, el criterio clave para que algún documento fuera incluido en el Canon del Nuevo Testamento era su apostolicidad: requería haber sido escrito por un Apóstol de Cristo —uno que haya sido enviado directamente por Cristo— o algún estrecho colaborador suyo. Así, tenemos cuatro evangelios canónicos: dos de ellos escritos por Apóstoles de Cristo (Mateo y Juan) y dos de ellos escritos por estrechos colaboradores de los Apóstoles (Marcos colaboró con Pedro y Lucas con Pablo). Lo mismo podría decirse de cada uno de los 27 libros. El mismo Pablo afirmó que lo que escribía eran «mandamientos del Señor11», es decir, que no eran palabras suyas, sino de aquel que le envió, una expresión que sería blasfema si no viniera de los labios del apóstol autorizado. Antes de avanzar en el tema de las mejoras, estaré explicando más detenidamente quiénes fueron los apóstoles y la razón por la cual nadie en la actualidad podría reclamar la misma autoridad constitutiva y normativa que tuvieron ellos.
Dos usos del término apóstol
Se hace evidente en el Nuevo Testamento un doble uso del término apóstol. Esto no es extraño, pues ningún término de los muchos que se utilizaron para describir el liderazgo de la iglesia eran títulos de determinadas posiciones jerárquicas, sino simples adjetivos descriptivos extraídos de algún contexto conocido (la agricultura y la sinagoga judía, por ejemplo); el uso inicial fue metafórico, aunque con el tiempo devino en pronombre. Pretendo establecer que el término apóstol, que significa literalmente mensajero, fue usado de forma exclusiva para denominar un singular grupo de hombres comisionados personalmente por Jesucristo para establecer y dirigir su iglesia, y también de forma general, como un adjetivo, con el fin de describir la tarea de algunos hermanos que eran enviados por la iglesia. Otra posible diferenciación sería entre apóstoles de Jesucristo (primer orden) y apóstoles de la iglesia de Jesucristo (segundo orden). Con relación al primer uso del término sería imposible que alguien reclamara en la actualidad ser un apóstol de Jesucristo y ser incluido en aquel grupo cerrado constituido inicialmente solamente por los doce y al que más tarde se adicionó Pablo, por llamado directo del Cristo resucitado; un caso especial, al no ser parte de «los doce» pero sí ser considerado como un auténtico apóstol de Jesucristo, el último entre ellos12, un abortivo (por su nacimiento anormal). El mismo Pablo defendió su apostolado13 desde tres posiciones distintas: por recibir su comisión directamente de Cristo, por ser testigo de la resurrección de Cristo y por los frutos de su apostolado. Más tarde Pedro —que entre los apóstoles era tenido como un primero entre iguales— expresó una valoración sobre las cartas de Pablo similar a las demás Escrituras14, por lo que su autenticidad apostólica queda fuera de duda.
Un fundamento apostólico: definido y consensuado
Algunos han sugerido cierto vacío o improvisación en el cuerpo de enseñanzas de estos hombres. Suponen erróneamente que la iglesia de Cristo se reunía sin ninguna estructura o doctrinas formales, pero hay clara evidencia de que existía un consenso entre los apóstoles sobre lo que ellos llamaron «la fe que ha sido una vez dada a los santos15», la «sana doctrina16», «el fundamento17» o «el depósito18» así como una estructura relativamente homogénea compuesta por los apóstoles estableciendo y supervisando y ancianos dando continuidad a esta obra bajo la autoridad de aquellos. Quizás no existía aún en forma de documentos escritos como llegó a estar más tarde —la doctrina principalmente en las epístolas generales y la estructura y procesos en las epístolas pastorales—, pero aquellos hombres que recibieron su instrucción de un mismo Maestro (Jesucristo) estaban presentes para afirmar lo correcto o refutar cualquier desviación y de hecho lo hicieron. Dice el libro de los Hechos que los que habían creído «perseveraban en la doctrina de los apóstoles19», dando a entender un cuerpo de instrucciones claramente definidas y pluralmente consensuadas. Pedro afirmó también que estas mismas cosas definidas, consensuadas y defendidas por el conjunto de los apóstoles eran las mismas que antes habían sido anunciadas por los profetas y había mandado el Señor20, y fue el Señor mismo resucitado que abrió su entendimiento de forma milagrosa para que entendieran las Escrituras y pudieran así fundamentar su testimonio, pues aquello que habían visto y oído era lo mismo que previamente había sido profetizado.
La forma de enseñanza apostólica
La forma de enseñanza más común entre los apóstoles era la siguiente: testificar de Cristo desde la perspectiva de su cumplimiento profético: «como está escrito» es la expresión recurrente. Así predicó Pedro su primer sermón público partiendo desde la profecía de Joel y desde los Salmos21; así predicó Esteban su sermón antes de ser apedreado22 —sermón que con toda seguridad escuchó Saulo de Tarso antes de ser llamado23—; así le predicó Felipe al etíope desde Isaías24; así argumentó Jacobo a favor de los gentiles en el Concilio de Jerusalén25; así predicaba Pablo en las sinagogas de los judíos y también ante las autoridades romanas (Agripa, Berenice y Festo26) y así predicó también en Roma, la más grande ciudad del mundo antiguo, testificando de Cristo desde la ley de Moisés y los profetas, principalmente desde Isaías27. Todo lo anterior guarda estrecha relación con lo que proclamó el Señor resucitado al momento de abrir el entendimiento de sus apóstoles: «Y les dijo: Estas son las palabras que os hablé, estando aún con vosotros: que era necesario que se cumpliese todo lo que está escrito de mí en la ley de Moisés, en los profetas y en los salmos. Entonces les abrió el entendimiento, para que comprendiesen las Escrituras28». Más tarde Pedro y Juan afirmaron que «no podemos dejar de decir lo que hemos visto y oído29», confirmando que esta enseñanza apostólica no era algo venido de la mente de estos hombres, sino directamente de Cristo a ellos y de ellos a nosotros. No quiere decir esto que el perfecto cumplimiento de las profecías en Cristo fuera la única enseñanza que nos dejaron los apóstoles, sino, que era esta la primera, la fundamental, y que lo que ellos instruyeron tenía consonancia con lo que el mismo Cristo instruyó; que realmente eran mensajeros (apóstoles).
Estas son las dos primeras cosas que tengo para decir en cuanto al conjunto de los apóstoles de Cristo. En primer lugar que eran un grupo exclusivo cuyos integrantes reunían cualificaciones imposibles de cumplir en este tiempo y su enseñanza, por ser recibida de primera mano, era autoritativa para todas las iglesias. La obra de estos apóstoles fue acompañada de señales extraordinarias tal cual lo había prometido Cristo: «Y sobrevino temor a toda persona; y muchas maravillas y señales eran hechas por los apóstoles30». De todos modos, no bastaría que grandes maravillas y señales fueran hechas por un hombre en este tiempo para que su enseñanza sea autoritativa para la iglesia; lo más importante era haber recibido su llamado directamente de Cristo. En segundo lugar, que el cumplimiento profético es la columna vertebral del evangelio y con ello de toda la doctrina cristiana: Cristo murió por nuestros pecados conforme a las Escrituras y resucitó al tercer día, conforme a las Escrituras31; era esto lo primero que enseñaban los apóstoles. Pasemos ahora a considerar el segundo grupo de hombres a los que se les aplicó el adjetivo apóstol.
Apóstoles de la iglesia
El segundo uso del término apóstol en el Nuevo Testamento es un uso general en forma de adjetivo para describir la labor de un mensajero enviado por alguien. Así fue llamado nuestro Señor Jesucristo apóstol de Dios: el más grande apostolado, únicamente aplicado a su persona, quien fue enviado a nosotros por el Padre. Pablo, por ejemplo, no reclamó ser un apóstol de Dios al escribir a Tito, sino un esclavo de Dios y apóstol de Jesucristo. Fueron llamados apóstoles (de la iglesia) aquellos hombres comisionados por los Apóstoles de Jesucristo y las iglesias para labores puntuales. En este segundo grupo entran Bernabé32, los diferentes colaboradores de Pablo33, Jacobo el hermano del Señor34, Andrónico y Junías35. No fueron estos hombres enviados personalmente por Cristo, no fueron considerados en este grupo cerrado de los Apóstoles de Jesucristo ni fue tenida su enseñanza como autoritativa. El uso del término al referirse a ellos es un uso menor, general, algo totalmente distinto a la credencial apostólica. No es del todo inapropiado llamar apóstoles de la iglesia en la actualidad a aquellos que reciben la encomienda de ir a establecer y supervisar iglesias del mismo modo que fueron llamados los de este segundo grupo. Sin embargo, el uso que se le ha querido dar en los últimos tiempos es incorrectamente un uso autoritativo, algo que es totalmente extraño al Nuevo Testamento y a miles de años de historia cristiana. Sería mejor llamarles misioneros —si realmente se están moviendo—, término que significa lo mismo y ya tiene una connotación claramente definida y precisa: enviado de alguna iglesia. La única autoridad apostólica que puede ser reclamada en la actualidad es la que resulta del apego al fundamento ya establecido por los Apóstoles de Jesucristo y fue documentado en el Nuevo Testamento. Hoy sería imposible reclamar una fuente de autoridad (ni en forma de hombres respetados, ni de concilios ni de tradiciones) más allá de las Escrituras, de allí se desprende la doctrina de la Suficiencia de las mismas.
La esperanza de Pablo
Después de explicar la triple credencial de Pablo en su carta a Tito (su propia identidad ante Dios, su llamado Apostólico y su testimonio ante las iglesias), solamente me resta explicar la esperanza que Pablo afirma tener para cerrar con el saludo. ¡Esta era la motivación del apóstol! El evangelio que hemos creído tiene dos partes (el sacrificio de Cristo y su resurrección), la primera de ellas produce convicción y la segunda esperanza; Pablo tenía ambas. Al igual que las demás partes del saludo que ya hemos analizado, esta podría ser tenida como un accesorio, pero a la luz del propósito de la carta (establecer ancianos y corregir la enseñanza de los falsos maestros que enseñaban por ganancias deshonestas) es evidentemente intencional. Pablo tenía sus ojos puestos en la recompensa de su labor, una que no le vendrá de ningún hombre —como esperaban los falsos maestros— sino de Dios, que no miente, quien la prometió. A diferencia de aquellos engañadores que no tenían autoridad, enseñaban vanidades, no practicaban lo que predicaban y enseñaban por beneficios materiales, Pablo sí tenía autoridad, sí tenía conocimiento de lo que hablaba y vivía de acuerdo a lo que enseñaba (piedad); a diferencia de ellos, no esperaba la recompensa de ganancias materiales deshonestas, sino la esperanza de la vida eterna.
Aplicaciones relativas a la fuente de las mejoras
Después de concluir el primer punto del bosquejo propuesto (la fuente de las mejoras), pasemos a considerar cómo aplicar en la actualidad las cosas que hemos visto. Todos los asuntos que mencionaré apuntarán al mismo lugar: la iglesia no mejorará para ser lo que nosotros queremos que sea:
- Preferencias personales. La fuente a la que iremos a buscar estas mejoras para la iglesia local no pueden ser nuestras preferencias personales. La palabra cambio puede resultar muy atractiva si se entiende por ella algo que terminará siendo como yo quiero que sea, pero genera mucha aversión cuando descubrimos que requerirá modificar el estado de las cosas a las cuales estamos acostumbrados para hacerlo, en lo adelante, de la forma en que otro ha determinado que se hagan. Los cambios que valen la pena en la vida de la iglesia regularmente responden a ese segundo grupo. No cambiamos para que la iglesia sea más como nosotros queremos que sea, sino para que sea más como Cristo determinó que fuera y los apóstoles, siguiendo sus ordenanzas, establecieron. Las preferencias musicales, arquitectónicas o relacionales de algunos hermanos les hacen perder tiempo en asuntos de importancia secundaria mientras ignoran las verdaderas mejoras, y en esto siguen el ejemplo de los falsos maestros que no enseñaban la fe que es conforme al conocimiento de la verdad y a la piedad, sino lo que agrada a sus intereses personales. Cambiar la música en nuestra adoración —por ejemplo— para agradar las preferencias de un grupo no es una mejora significativa. He escuchado hermanos decir que tal iglesia ha mejorado mucho después que comenzó a utilizar instrumentos de percusión, pero tal cosa no es una mejora importante, sino un simple cambio cosmético. Una mejora sí sería comenzar a adorar en espíritu y en verdad, tratando de agradar a Dios y no a los hombres36. En el mismo grupo de mejoras cosméticas entran las relativas a la arquitectura (reunirse en un templo o en un lugar público, usar bancos o sillas) y las relativas a la vestimenta (si debería usarse una prenda o la obra, en vez de hablar del decoro y la prudencia). Mejoras importantes son aquellas que buscan conformar a la iglesia cada vez más a su fundamento apostólico; luego de eso, lo demás, si es sabio y prudente también se cambia, pero es cosa secundaria.
- Orientación al resultado. Otros que vienen del mundo de los negocios quieren implementar cambios en el liderazgo y en las enseñanzas de la iglesia ignorando la fuente y motivación de los verdaderos cambios, que no debe ser nunca en primer lugar los resultados, sino la fidelidad. Yo mismo venía de allí cuando entré al ministerio pastoral y en estos cinco años he podido persuadirme de que la iglesia del Señor está en la acera del frente con relación a una organización comercial. En los negocios, prima la voluntad de sus accionistas, gerentes o clientes y la orientación principal es al resultado. En la iglesia prima la fidelidad a la voluntad expresa de Dios sin importar la preferencia personal del liderazgo local o de su feligresía; hacemos lo que hay que hacer sin importar el «resultado». La iglesia es primero fiel, y en su fidelidad encuentra fruto; cuando el fruto se antepone a la fidelidad, se deja de agradar a Dios para agradar a los hombres o a los ojos (vanidad). Una barrera con la que frecuentemente chocan los hombres de negocios al venir a la iglesia es la impaciencia; quieren que las «mejoras» se realicen con la mayor rapidez para perseguir un resultado, pero en la iglesia las cosas son —desde su punto de vista— muy lentas. Las decisiones se toman lentamente y el fruto viene lentamente, vamos al ritmo de Dios y no al nuestro. La principal diferencia entre los negocios y la iglesia es que la fuente del cambio en el uno es la orientación al resultado, y la fuente del cambio en el otro es la orientación a la fidelidad.
- Metodologías de crecimiento. Tampoco es mejora significativa asumir alguna metodología para el crecimiento de la iglesia de aquellas que tan populares son en nuestros días. En conversaciones con otros ministros escucho su alegría al hablarme de cómo ahora son una iglesia celular, una iglesia con propósito o una iglesia de discipulado en grupos de doce; otros han « redescubierto» el valor de tener iglesias en las casas u operar sin liderazgo local, pues según los promotores de esas metodologías, ese sí es el «modelo de Jesús» «claramente» expresado en el Nuevo Testamento. Nada más lejos de la realidad. Así como muchas iglesias del Nuevo Testamento no tenían un liderazgo local desde su primer momento, como fue la iglesia de Creta que estamos considerando hoy, no hay evidencia de que la iglesia respondiera a alguna metodología estratégica con el fin de acelerar el fruto. Lo único claro es que todas ellas respondían a un fundamento apostólico que era más doctrinal que práctico, el cual asumían paulatiamente a través de los años. En algunas estaban los apóstoles junto a los diáconos, en otras no habían ni apóstoles ni diáconos, sino ancianos, y aún en otras, no habían ni apóstoles ni diáconos ni ancianos, ¡y tampoco una estrategia de crecimiento acelerado! Algunas se reunían en el Pórtico de Salomón, otras en las sinagogas judías y otras en las casas. No está mal hacer planes y proyectos, no está mal tener una estrategia para administrar el fruto, pero la única mejora que puede ser considerada importante es llevar la iglesia cada vez más a su fundamento original: aquello ordenado por Cristo y documentado por sus apóstoles es la fuente de las mejoras; en eso, al tiempo de Dios, veremos un fruto que permanece.
Concluimos en que la fuente de las mejoras no pueden ser nuestras preferencias personales, la orientación al resultado (como en los negocios) ni las estrategias de crecimiento. La iglesia será lo que Cristo quiso que fuera, lo que Él ordenó a sus apóstoles y ellos dejaron por escrito para que llegara hasta nosotros sin distorsión. En el próximo punto —la justificación de las mejoras— no me detendré tanto como el primero, pero en él encuentra su propósito esta larga exposición de la autoridad apostólica: si no existiera un fundamento estable y autoritativo no habría necesidad de mejorar ni forma segura de hacerlo.
Punto #2: La justificación de estas mejoras (Tito 1:5-16)
Una obra en proceso
La primera encomienda de Pablo a Tito en su carta fue terminar una tarea que estaba incompleta, pues el sentido del texto no es tanto la corrección, sino, la concreción37 (completar algo que estaba inacabado). La ordenanza transmite el sentido de una obra en proceso que ha sido construida paso a paso y el contexto nos anuncia que al parecer también muy lentamente. El hecho de que Pablo haya estado en Creta y luego dejara a Tito para continuar la obra respalda el punto: la obra aún estaba inacabada posiblemente por ser cambios que requerían ser implementados poco a poco por un largo tiempo. Si hubiese sido prudente implementar todos los cambios en un momento Pablo mismo los hubiese hecho. Esto no debe ser tomado como excusa para que la iglesia permanezca imprudentemente en prácticas incorrectas por tiempo indefinido, sino, como ejemplo esperanzador de que el estado actual de la iglesia no es su estado permanente, que Dios está trabajando para completar en nosotros la buena obra que Él mismo comenzó38. Así como sabemos que las tres agujas de un reloj se mueven aunque solamente una de ellas evidentemente se esté moviendo, otra se mueve tan lentamente que requiere esfuerzo llegar a percibirlo y las horas parecen no avanzar, y avanzan, la iglesia del Señor sigue su curso santificador en algunos aspectos más rápidamente que en otros, pero se mueve.
Sabiduría / Prudencia
Regularmente Dios obra primero al darnos la sabiduría para reconocer dónde están nuestras faltas y luego, proveyéndonos la salida más prudente para proceder a corregirla. Reconocer la falta es el paso inmediato, identificar el mejor curso a seguir podría tomar un poco más de tiempo. Además, nos indica que determinados procesos de cambio —como es el ordenamiento de ministros y la corrección de la enseñanza— deben de ser implementados lentamente, que la premura por mejorar podría llevarnos al desespero y lo que comenzó con sabiduría (al reconocer la falta) podría dejarnos en una situación más grave que la inicial al implementar una solución imprudente. Son muchos los casos en los que la iglesia local en su afán por solucionar rápidamente sus problemas (regularmente presionadas por dar una demostración pública) ha terminado amontonando pecado sobre pecado, por eso, luego de reconocer la falta, la espera activa del camino a la voluntad de Dios no debería ser tomada nunca como falta de santidad o devoción. Más, cuando al igual que en las iglesias de Creta, no se trate de prácticas pecaminosas (que era el caso de las iglesias de Corinto) de las cuales sí habría que huir, sino, de debilidades estructurales en la obra, que sí podrían —de no corregirse— derivar en conductas pecaminosas, pero se podrían corregir con menos premura. Queremos enmendar nuestros errores, pero deseamos que el remedio sea tan bueno como el diagnóstico; anhelamos ser mejores, pero sabemos que el perfeccionamiento será nuestra situación permanente mientras la iglesia de Cristo esté sobre esta tierra. Que la iglesia de Creta tenga un liderazgo cualificado y una enseñanza firme no se podría lograr con un retiro de fin de semana.
Una obra «normal»
Dentro del universo de iglesias que es descrito en el Nuevo Testamento, la iglesia en Creta podría ser considerada como una obra «normal», en algunos aspectos hasta alentadora con relación a las demás. Tito había estado antes en Corinto, donde prevalecían el desorden y la carnalidad, lo que en Creta estaba a nivel de síntoma allí era enfermedad casi terminal; sin embargo, los hermanos de Corinto fueron saludados por Pablo de forma sorprendente: «a los santificados en Cristo Jesús, llamados a ser santos con todos los que en cualquier lugar invocan el nombre de nuestro Señor Jesucristo». Para Pablo —a pesar de las duras reprensiones que les envió— era esta una iglesia santa (por su posición ante Dios) que se estaba santificando (progresivamente por la obra del Espíritu Santo), que había sido enriquecida en palabra y toda ciencia y que el testimonio de Cristo había sido confirmado en ellos. Así mismo la iglesia de Galacia tenía problemas doctrinales (estaba dejando la fe para volver a las obras), la de Éfeso en tiempos de Pablo evidencia ser una iglesia saludable pero en tiempos del Apóstol Juan había dejado su primer amor, Pérgamo permitía la doctrina de Balaam, en Tiatira era característica una moral relajada, Sardis tenía nombre de que vive pero estaba muerta y Laodicea no era ni fría ni caliente sino un vomitivo para Dios. Eran en su conjunto un gran candelero de luces y sombras y nuestro Señor dijo que se movía en medio de todas ellas39. Creta no debería alarmarnos, sino, impulsarnos a reconocer las faltas en nuestras iglesias locales y también a Cristo en medio nuestro. Seleccionemos cualquiera de las iglesias del Nuevo Testamento y sería ese el tipo de iglesia con la que nosotros en la actualidad no quisiéramos tener comunión para «cuidar nuestro testimonio»; aunque probablemente luego se nos diga: tú eres esa iglesia. La falta en nuestros hermanos nunca debería ser excusa para retirar la comunión, el deseo intencional de permanecer en ellas sí.
Una obra sin obreros
Hay algo que puede ser aún más sorprendente que las múltiples carencias de Creta y las primeras iglesias en cuanto al conocimiento y la piedad —no así de la fe— y es el hecho de que muchas de ellas carecían también de un liderazgo local. Es impensable para los cristianos de este siglo la posibilidad de subsistir sin un pastor que dirija, instruya y cuide el rebaño del Señor, pero la evidencia del Nuevo Testamento apunta a que el liderazgo local es muy necesario, aunque no imprescindible, la prioridad fue siempre establecer la iglesia, no dirigirla. Creta era una obra que había sido preservada por el Señor directamente probablemente durante décadas antes de recibir sus primeros ministros. ¿Quién organizada el culto? ¿Quién instruía la congregación? ¿Quién establecía la disciplina en la iglesia? Estas son las preguntas comunes de un cristiano del siglo veintiuno a aquellos cristianos del siglo primero, y a todas se le puede dar la misma respuesta: la iglesia misma conducida por el Espíritu Santo. Mi punto no es eliminar el liderazgo, sino considerarlo en su justa dimensión, los obreros son herramientas en extremo útiles y necesarias, pero nunca imprescindibles.
Ejemplo reciente: la obra en China
Hay un hecho contemporáneo que guarda estrecha relación con este punto y es la iglesia en China. Cuando la revolución comunista tomó el poder en 1949 expulsó a los misioneros y puso trabas a la iglesia del Señor por medio de regulaciones los verdaderos cristianos salieron de la esfera pública y volvieron al lugar en que comenzó la iglesia en el libro de los hechos: casas y lugares privados. En un momento se pensó que había desaparecido virtualmente la iglesia en China con la salida de los obreros establecidos y el aumento de la hostilidad, sin embargo, años después comenzaron a llegar los reportes de una iglesia auténtica, preservada —bajo la tierra— milagrosamente por el Señor durante décadas y sobre todo creciendo: sin obreros formales, sin ayuda externa, sin Biblias impresas y sin templos (aunque nada de lo anterior estaba mal), solamente bajo la dirección del Espíritu Santo y el poder transformador del Evangelio. ¿Cómo fue esto posible? La iglesia comenzó a ser iglesia, los dones repartidos se usaron y el sacerdocio de todos los creyentes fue —por necesidad— una realidad. Tengo que insistir en que no estoy desarrollando un argumento en contra del liderazgo local, pues precisamente la segunda encomienda de Tito era establecer un liderazgo de este tipo, sino, contra aquel liderazgo que se entiende imprescindible para la vida de la iglesia. La obra en Creta había permanecido, y ahora, con un liderazgo cualificado, estaría mucho mejor.
Diferencia entre Ancianos, Obispos y Pastores
Los diferentes nombres con que se describe en el Nuevo Testamento el liderazgo que fue establecido por los apóstoles para continuar edificando la iglesia sobre el fundamento establecido previamente por ellos pueden prestarse a confusión: algunos pueden llegar a pensar que se tratan de personas diferentes y otros que se tratan de niveles de autoridad. Ninguna de las anteriores. Al describir el liderazgo las Escrituras emplean un lenguaje metafórico que tiene por objeto describir más que diferenciar. Si se buscara en una concordancia bíblica el término líder o liderazgo las entradas serían escasas, a menos que se tratara de una traducción de la biblia más dinámica que literal. Sin embargo, abundan las descripciones de las funciones de estos hombres que fueron ordenados para aconsejar a sus hermanos, supervisar el desarrollo de la obra y cuidar de ella. Ancianos, Obispos y Pastores son diferentes descripciones de una misma persona y cada una de ella describe alguna faceta o rol de su llamado. No describen un puesto o una posición jerárquica dentro de determinada estructura. Siendo así, al hablar de los ancianos, los obispos y los pastores se estaría describiendo el mismo cuerpo de hombres que utilizarían su experiencia para aconsejar a otros (anciano), supervisarían la obra (obispo) y cuidarían de ella (pastor). Esto puede ser fácilmente comprobado en los versículos 5 y 6: los mismos hombres que inicialmente son llamado ancianos luego se denominan obispos. En el capítulo 20 del libro de los Hechos también se hace evidente. Pablo manda a llamar a los ancianos de la iglesia (17) y luego les dice « mirad por vosotros, y por todo el rebaño en que el Espíritu Santo os ha puesto por obispos, para apacentar la iglesia del Señor, la cual él ganó por su propia sangre». Estos ancianos, obispos o pastores también pueden ser llamados ministros (servidores), una palabra que sí tiene asidero bíblico y no tiene la connotación de principalía y superficialidad que la literatura popular le ha dado al «liderazgo».
Pluralidad / Cualificación
Hay algo más allá del uso de los términos que considero necesario recalcar antes de ver la función de estos hombres y cerrar el tema, pues determinará en gran medida los cambios que en los próximos años estaremos implementado en nuestra iglesia. La instrucción de Pablo a Tito con relación a los Ancianos era doble: que fuese una pluralidad de hombres, no un liderazgo unipersonal, y que estos hombres fueran cualificados. La pluralidad en el liderazgo es tan necesaria como la cualificación, pues cuando un hombre actúa sólo puede ser más fácilmente inducido a desviarse del fundamento y desviar con él a la iglesia local. Al mismo tiempo, la cualificación es necesaria, pues solamente hombres con un carácter apropiado —esclavos de Cristo al igual que Pablo y no del pecado— podrían mantener el fundamento sin ser desviados por sus pasiones desordenadas. La tragedia en el liderazgo que lleva a la pérdida del testimonio en la iglesia local regularmente viene de manos de un hombre que actúa sólo y cuyo carácter no pasaría el tamiz indicado por Pablo a Tito. No me detendré a considerar particularmente estas cualificaciones, pero considero necesario recalcar que el instrumento más idóneo para implementar los cambios en Creta no era Tito, sino este cuerpo de líderes plural y cualificado; Tito estaría ordenando los ancianos, corrigiendo la enseñanza y modelando con su ejemplo durante un tiempo, pero en lo adelante, la labor recaería totalmente en la iglesia local.
(Hasta ahora he podido por la gracia de Dios guiar, traer consejo y supervisar esta iglesia local, pero en última instancia, son la vara y el cayado del «Príncipe los pastores40» que nos han conducido a todos, tanto a mí como a ustedes. Hemos sido llevados a descansar a los lugares de delicados pastos, hemos saciado nuestra sed en las aguas reposadas, nuestra alma ha sido confortada y nuestros pies guiados por sendas de justicia; sí, también conocimos juntos el valle de la sombra de muerte y aquí estamos. ¡Podemos decir que Jehová es nuestro pastor41! Sin embargo, una de las primeras mejoras que implementará nuestra iglesia en los años siguientes será el establecimiento de otros ministros cualificados que conformen un cuerpo pastoral siguiendo el ejemplo del Nuevo Testamento. Ya el Señor nos ha dado la sabiduría para reconocer la necesidad, ahora estamos con paciencia buscando el camino más prudente para suplirla.)
La función de estos ministros
Las dos necesidades que justificaban las mejoras (una obra en proceso y una obra sin obreros) apuntaban a evitar que un problema ya existente siguiera calando en la iglesia de Creta: los falsos maestros estaban dañando la iglesia, era necesario afirmar la doctrina y establecer un liderazgo local que hiciera de forma permanente aquello que Tito y Pablo habían estado haciendo de forma eventual: instruir, corregir y supervisar. Las responsabilidades que descansaría sobre esta pluralidad de ministros viene de la mano con la última de sus cualificaciones: cada uno ha de ser «retenedor de «la palabra fiel tal como ha sido enseñada42», para que también pueda exhortar con sana enseñanza y convencer a los que contradicen». Retener el fundamento apostólico recibido, exhortar de acuerdo a él y convencer con él a los que contradicen. Cuando Tito no esté allí, serán ellos quienes continuarán la obra, pero la obra no se conducirá según los planes y proyectos de estos hombres, sino de acuerdo a la palabra fiel tal como ha sido enseñada. Con relación a sus funciones, no hay nada nuevo que estos hombres puedan traer, después de los apóstoles de Jesucristo todos los que hemos sido enviados por la iglesia (misioneros) o establecidos en la iglesia (ministros) solamente buscamos en «el depósito» lo que ya Dios dispuso para su iglesia en todos los tiempos. Un ministro destacado no es aquel que trae algo nuevo, sino, aquel que puede retener, exhortar y convencer con lo que recibió, no es un compositor creativo, sino un ejecutante fiel. Ellos taparían la boca de los falsos maestros, atenderían a las debilidades frecuentes del lugar y reprenderían la iglesia, de ser necesario duramente para que sea sana en la fe.
Aplicaciones relarivas a la justificación de estas mejoras
Después de cubrir el segundo punto del bosquejo propuesto —la justificación de las mejoras— compartiré las implicaciones prácticas de entender la iglesia del Señor como una obra en proceso y tener un liderazgo local que pueda supervisar el desarrollo de la obra según el fundamento original. Dos aplicaciones para cada uno de estos aspectos:
- Amemos la iglesia mientras trabajamos sus faltas. No existen iglesias perfectas, sino iglesias que están avanzando hacia la perfección a más velocidad o de forma más evidente que otras, pero si realmente somos iglesia, si está Cristo en medio nuestro, sería imposible que la obra se detenga. Combinemos la pasión por la santidad con la paciencia de forma tal que al recibir el diagnostico la premura no agrave la situación. El mismo Pablo escribió en ese mismo tiempo otra carta pastoral a otro de sus colaboradores (Timoteo) ordenándole que predique la palabra; que lo haga a tiempo y fuera de tiempo; redarguyendo, reprendiendo y exhortando. Pero allí mismo le anima a hacerlo «con toda paciencia y doctrina43». Trabajemos por llevar a nuestra iglesia a un fundamento doctrinal cada vez más fuerte y que la paciencia sea nuestra aliada. La Paciencia y la doctrina tienen que ir de la mano en cualquier proceso de mejora, pues una enseñanza firme y un liderazgo cualificado no se consiguen con un retiro de fin de semana. Sobre todo, les animo a no desesperar, pues algunos, han salido corriendo de Pérgamo solo para terminar llegando a Laodicea.
- Reconozcamos que es Dios quien preserva su iglesia. La iglesia del Señor puede crecer en las circunstancias más favorables y en las más hostiles, con el poder en contra y a favor; en el templo y en las casas, sobre tierra y bajo tierra; en toda cultura, en todo pueblo, en todo punto geográfico; siendo sembradas y supervisadas por obreros desde su comienzo o naciendo de manera fortuita como grano que cae por accidente de la bolsa del sembrador; fruto de circunstancias tan imprevistas como la persecución o tan lamentables como la separación en partes de otra iglesia local ya existente en un conflicto; en todo, con todos y a pesar de, Cristo ha preservado Su testimonio en Su iglesia y cumplido así su promesa de que «las puertas del Hades no prevalecerán contra ella44». La resiliencia de la iglesia en dos mil años de historia es evidencia contundente de que no estamos solos. Me testificaba un pastor de una iglesia de Santo Domingo que después de más de treinta años ha sido preservada por el Señor que en sus comienzos eran ellos un grupo de muchachos exaltados y envanecidos por el conocimiento, que cometieron todos los errores que supuestamente había que cometer para destruir una iglesia y el Señor milagrosamente les preservó. Que por eso ninguno de ellos puede afirmar hoy como Nabucodonozor: «¿No es ésta la gran Babilonia que yo edifiqué para casa real con la fuerza de mi poder, y para gloria de mi majestad?45». La forma en que Dios ha preservado su iglesia, en ocasiones a pesar de nosotros mismos, debería postrarnos en la más absoluta humildad.
- Sepamos que somos simples instrumentos. El liderazgo no sustituye la iglesia local, una debilidad más grave que la falta de obreros son los obreros que quieren remplazar la iglesia. El cuerpo de Cristo no es una masa estática cuya vocación es ser cargada o arrastrada por los ministros, sino un conjunto ordenado de partes —entre ellas los ministros— dispuestas para cumplir cada una su función. Sí, alguien tiene que coordinar esa labor, y el coordinador es Cristo, cabeza de todo el cuerpo. El fruto que Dios produce en su iglesia puede ser administrado o cuidado —de los falsos maestros— por el liderazgo, pero el fruto no depende de nosotros y hasta sin nosotros puede surgir. (Evitar que se lo coman los pajaritos o trabajar para que con la buena administración de la tierra el fruto sea abundante es otra cosa.)
- Mantengamos el fundamento original. El liderazgo local no está para cambiar los fundamentos, sino para mantenerlos. Entre las diferentes cualidades que debe reunir un hombre llamado al ministerio ordenado existen aspectos administrativos de su oficio, pero ninguna es más importante que las actitudes de retención, exhortación y defensa de la fe una vez dada a los santos. La principal labor de un ministro es asegurarse de que la obra se continúe desarrollando sobre el fundamento apostólico documentado en el Nuevo Testamento, después de esto, que continúe lo demás.
Conclusión
Por último, permítanme explicarles quién no es un hombre cualificado para ministrar en la iglesia del Señor y las dos razones por las que cada iglesia local debe conocer bien estas cosas. Un hombre cualificado para el servicio ordenado en la iglesia local no es uno que tiene mucho conocimiento ni muchos años en la iglesia; no es uno con mucho tiempo libre o sin nada que hacer; tampoco aquel que tiene eso que el mundo llama «liderazgo» (carisma, visión y energía) ni alguien electo por el pueblo en una democracia de esas en las que gana el más popular aunque no sea el más idóneo —los más cualificados obreros nunca serían electos por votación popular, mucho menos en una iglesia carnal—; no puede ser ese que estaba allí cuando el otro pastor se fue —es mejor la ausencia de ministros como estaba la iglesia de Creta que la presencia de ministros no cualificados—, el presidente de una junta y mucho menos alguien con hambre de poder, reconocimiento y dinero; necesariamente será un esclavo de Dios, con un llamado a cuidar la iglesia de Cristo y un testimonio que evidencie ante la iglesia local sus cualificaciones. Esto no solamente debe saberlo el liderazgo actual o aquel que está pensando entrar al liderazgo, debe saberlo también la iglesia local en pleno, por dos razones: para que tenga en muy alta estima a sus ministros genuinos y para que sea en extremo cuidadosa al recibir nuevos ministros. Las universidades no producen ministros, los seminarios no producen ministros, las expectativas de la gente no producen ministros ni las carencias producen ministros; todo lo anterior ayuda o justifica, pero no ordena. Un ministro es el producto de Dios, cocinado a fuego lento a través de los años y llamado en el tiempo oportuno. Cristo es quien sostiene milagrosamente Su iglesia, sin embargo, Él mismo levanta en su obra obreros para edificarla y protegerla, siguiendo siempre el fundamento establecido por Él a través los apóstoles. Que Dios nos ayude a ser una iglesia que mejora.
- Hechos 2:8-11 RVR: «¿Cómo, pues, les oímos nosotros hablar cada uno en nuestra lengua en la que hemos nacido? Partos, medos, elamitas, y los que habitamos en Mesopotamia, en Judea, en Capadocia, en el Ponto y en Asia, en Frigia y Panfilia, en Egipto y en las regiones de Africa más allá de Cirene, y romanos aquí residentes, tanto judíos como prosélitos, cretenses y árabes, les oímos hablar en nuestras lenguas las maravillas de Dios». [↩]
- 2 Corintios 7:6-16 RVR [↩]
- Génesis 26:17-18 RVR: «E Isaac se fue de allí, y acampó en el valle de Gerar, y habitó allí. Y volvió a abrir Isaac los pozos de agua que habían abierto en los días de Abraham su padre, y que los filisteos habían cegado después de la muerte de Abraham; y los llamó por los nombres que su padre los había llamado». [↩]
- Efesios 1:1 [↩]
- Gálatas 1:1 [↩]
- Filipenses 1:1 [↩]
- Colosenses 1:1 [↩]
- Filemón 1:9 [↩]
- Filemón 1:8 [↩]
- Al respecto de este punto es debatible el hecho de que si Pablo estaba afirmando que su apostolado era conforme a la fe, el conocimiento de la verdad y la piedad o que el objetivo de su apostolado era predicar el evangelio por la fe y desarrollar el conocimiento de esos creyentes con el fin de llevarlos a una vida piadosa. Me inclino a favor de la primera posibilidad, por la siguiente razón. El término griego Kata que se traduce ‘conforme a’ es utilizado como una referencia a algo ya existente no como un propósito futuro. Así, al presentar el evangelio a los corintos (1 Corintios 15:3-4) el mismo Pablo afirmó que Cristo murió y resucitó conforme a (Kata) las Escrituras, dando a entender que estaba cumpliendo lo previamente anunciando. De todos modos, una posición o la otra no alteran la esencia del enunciado: la fe, el conocimiento y la piedad eran cualidades esperables en el apóstol y también en los destinatarios de su carta. [↩]
- 1 Corintios 14:37 RVR [↩]
- 1 Corintios 15:8 RVR: «y al último de todos, como a un abortivo, me apareció a mí». [↩]
- 1 Corintios 9:1-2 RVR: «¿No soy apóstol? ¿No soy libre? ¿No he visto a Jesús el Señor nuestro? ¿No sois vosotros mi obra en el Señor? Si para otros no soy apóstol, para vosotros ciertamente lo soy; porque el sello de mi apostolado sois vosotros en el Señor». [↩]
- 2 Pedro 3:15-16 [↩]
- Judas 1:3 [↩]
- 2 Timoteo 4:3 [↩]
- 1 Corintios 3:11 [↩]
- 2 Timoteo 1:14 [↩]
- Hechos 2:42 [↩]
- 2 Pedro 3:2 [↩]
- Hechos 2:14-41 [↩]
- Hechos 7 [↩]
- Hechos 7:58 [↩]
- Hechos 8:27-39 [↩]
- Hechos 15:13-20 [↩]
- Hechos 26:1-29 [↩]
- Hechos 28:16-31 [↩]
- Lucas 24:44-45 RVR [↩]
- Hechos 4:20 [↩]
- Hechos 2:43 RVR [↩]
- 1 Corintios 15:1-4 [↩]
- Hechos 14:14 [↩]
- 2 Corintios 8:23 [↩]
- Gálatas 1:19 [↩]
- Romanos 16:7 [↩]
- Gálatas 1:10 [↩]
- Es mucho más precisa la traducción que hace la Biblia de las Américas («para que pusieras en orden lo que queda» ) que la que ofrece Reina-Valera («para que corrigieses lo deficiente»). [↩]
- Filipenses 1:6 RVR: «Estando persuadido de esto, que el que comenzó en vosotros la buena obra, la perfeccionará hasta el día de Jesucristo». [↩]
- Apocalipsis 1:30 RVR: «y en medio de los siete candeleros, a uno semejante al Hijo del Hombre, vestido de una ropa que llegaba hasta los pies, y ceñido por el pecho con un cinto de oro». [↩]
- 1 Pedro 5:4 [↩]
- Salmos 23 [↩]
- Tito 1:9 [↩]
- 2 Timoteo 4:2 RVR [↩]
- Mateo 16:18 RVR [↩]
- Daniel 4:30 RVR [↩]