Nuestra común responsabilidad
Aconsejar es la responsabilidad de todos los miembros de una iglesia local y no solamente de sus líderes, este es uno de los medios usados por Dios para nuestra santificación y ayuda a evitar y resolver los conflictos en la iglesia. No todos tendrán la misma madurez y experiencia, pero todos deben desear hacerlo y para ello deberían capacitarse y aprovechar las oportunidades. Algo interesante es que el apóstol Pablo cuando animó a la iglesia de los romanos a que se aconsejaran los unos a los otros, las dos cualidades que mencionó fueron la bondad y el conocimiento, no el oficio ni la experiencia: la bondad es una inclinación a lo que es bueno (virtuoso), el conocimiento es el de la voluntad de Dios. Así, cuando nos sentimos inclinados a lo que es bueno y sabemos lo que Dios ha dispuesto, podemos comenzar a aconsejar. Quizás inicialmente no se involucren todos en una consejería formal o manejen casos complejos, pero podrían comenzar en simples conversaciones. Una manera de hacerlo es compartir con nuestros hermanos no solamente nuestras opiniones al respecto de un asunto, sino hacerlo con la intención de edificarles. Convertir una opinión en un consejo agregando la intención de edificación es el primer paso.
El consejo de Jetro para Moisés
Leyendo el consejo que le dio a Moisés su suegro Jetro encuentro algunas buenas prácticas que podríamos considerar incluir cuando aconsejamos a otros. No son éstas normas formales o exhaustivas (hay muchos otros recursos en las Escrituras), las comparto como un buen punto de partida, especialmente para quienes ahora mismo no están aconsejando y quieren comenzar a hacerlo.
Cinco buenas prácticas
- Mostrar genuino Interés. Muestra que tienes un genuino interés en el bienestar de tu hermano. Si no lo haces, será muy difícil que alguien se sienta inclinado a seguir tu consejo o hasta a escucharlo con atención. Jetro no era un desconocido que pasaba por ahí, más que un familiar, era un familiar amado que había construido una relación con Moisés desde muchos años atrás. Era tan cercana su relación que mientras Moisés conducía al pueblo Jetro cuidó de su esposa y sus dos hijos. Este es el resumen de su encuentro: «Moisés salió a recibir a su suegro, y se inclinó, y lo besó; y se preguntaron el uno al otro cómo estaban, y vinieron a la tienda1». Tener una buena relación con el aconsejado y dar muestra de un genuino interés por sus asuntos no garantiza que el consejo sea recibido, tampoco es una condición imprescindible, pero sí muy valiosa.
- Tener la misma fuente de autoridad. El Dios de Moisés no era desconocido para Jetro, la motivación de su visita fue precisamente la noticia de la liberación de Egipto: «todas las cosas que Dios había hecho con Moisés, y con Israel su pueblo, y cómo Jehová había sacado a Israel de Egipto2». Él escuchó atentamente el testimonio de primera mano, se alegró, bendijo a Jehová y ofreció holocausto en adoración. Al considerar no solamente su genuino interés, sino también su devoción, Moisés debe haber quedado muy dispuesto a escuchar lo que tuviera que decir. Otro hubiese sido el caso si el mismo consejo viniera de un enemigo de Dios. No significa esto que los impíos no puedan ser aconsejados o que nosotros mismo no podamos escuchar el consejo de los no creyentes en determinadas áreas, el punto es saber que cuando ambos tienen la misma fuente de autoridad (el Dios verdadero) existen mejores condiciones para aconsejar. Si ese no fuera el caso —diferentes fuentes de autoridad— deberíamos proceder con cuidado, pues el inconverso no necesariamente está dispuesto a hacer en su vida la voluntad de Dios o (si fuéramos nosotros los aconsejados) deberíamos asegurarnos que el consejo sea sabio. Sabemos que el hombre natural «no percibe las cosas que son del Espíritu de Dios3», pues para él son locura, pero esa no es un razón para evitar mostrárselas, y si las percibe, sabemos que está comenzando a ser regenerado. Un buen consejo puede ser un instrumento utilizado por Dios para persuadir al impío de la superioridad de la sabiduría de Dios y en su gracia común Dios podría utilizarles a ellos para bendecirnos a nosotros. De todos modos prevalece el principio de que la mejor consejería sucede cuando se parte de una autoridad común y superior al consejero y al aconsejado: Dios. Por ejemplo, el tipo de consejo dado por Jetro solamente podría darlo uno creyente a otro creyente, un pagano no pudo haber dicho: «oye ahora mi voz; yo te aconsejaré, y Dios estará contigo. Está tú por el pueblo delante de Dios, y somete tú los asuntos a Dios4».
- Buscar oportunidades. Como consejeros tenemos que aspirar no solamente a enunciar problemas, sino buscar oportunidades. La inexperiencia lleva a algunos a dedicar una enorme cantidad de tiempo convenciendo a al aconsejado de que está en un problema o de la gravedad del asunto. En determinados casos puede ser necesario, pero regularmente la persona ya sabe que algo anda mal —o por lo menos que podría estar mejor—, lo que no sabe es porqué está mal (causas) o cómo proceder (oportunidades). Como consejeros podría ser que tampoco identifiquemos inicialmente posibles causas y oportunidades, pero debemos tener siempre el deseo de ayudar a encontrarlas, regularmente luego de escuchar u observar, meditar al respecto y orar. Jetro contempló el trabajo de Moisés, identificó un problema (cansancio potencial), fue a la causa (falta de otros consejeros idóneos e instruidos) y mostró una oportunidad (capacitar y delegar sabiamente, según la experiencia de cada cuál): «escoge tú de entre todo el pueblo varones de virtud, temerosos de Dios, varones de verdad, que aborrezcan la avaricia; y ponlos sobre el pueblo por jefes de millares, de centenas, de cincuenta y de diez5».
- Depender de Dios. El consejo de Jetro comenzó animando a Moisés a depender de Dios («Dios estará contigo») y terminó del mismo modo. Regularmente aconsejamos a personas que encontraran que sus oportunidades están muy por encima de su confianza actual, muchos descorazonados y faltos de fe. Nuestra meta no es solamente recomendar oportunidades que glorifiquen a Dios, sino acompañar al aconsejado para que las ponga por obra. Después de mostrar un camino posible podemos preguntar directamente a la persona que cómo se siente al respecto, orar por ella —o con ella— y darle palabras de ánimo. Sería sabio recordarle que no está solo, que si Dios realmente le está encaminando a seguir ese curso de acción, puede contar con que también le respaldará. (Sospecho que son más las personas que necesitan ánimo que las que necesitan que se les muestre una oportunidad.)
- No controlar al aconsejado. Puede ser que estemos absolutamente convencidos de que ese curso de acción es la voluntad de Dios, pero debemos recordar que la decisión no es nuestra. Podemos instarle, podemos redargüirle, en determinados casos hasta reprenderle, pero nunca podemos imponerle al aconsejado una salida. También debemos ser cuidadosos para evitar que nuestra recomendación sea tomada como una solución absoluta. Hacemos bien al imitar a Jetro: «si esto hicieres, y Dios te lo mandare». Él fue muy claro al mostrar una oportunidad que entendía resolvería el problema, pero puso la responsabilidad del lado de Moisés: hazlo sólo si entiendes que Dios te está conduciendo a ello. Moisés tendría que orar, meditar al respecto y eventualmente decidir él mismo; Jetro no decidiría por él. Moisés puso en práctica el consejo y tal decisión fue de mucha bendición para él y para el pueblo. Luego: «despidió Moisés a su suegro, y éste se fue a su tierra6».
Estas cinco prácticas (mostrar genuino interés, tener la misma fuente de autoridad, buscar oportunidades, depender de Dios y evitar controlar al aconsejado) son un buen punto de partida para comenzar a capacitarnos como consejeros, pienso que cualquier hermano que las ponga en práctica intencionalmente, aunque sea solamente en sus conversaciones de sobremesa, obtendrá buen fruto.