De manera que cualquiera que comiere este pan o bebiere esta copa del Señor indignamente, será culpado del cuerpo y de la sangre del Señor. Por tanto, pruébese cada uno a sí mismo, y coma así del pan, y beba de la copa. Porque el que come y bebe indignamente, sin discernir el cuerpo del Señor, juicio come y bebe para sí. Por lo cual hay muchos enfermos y debilitados entre vosotros, y muchos duermen. Si, pues, nos examinásemos a nosotros mismos, no seríamos juzgados; mas siendo juzgados, somos castigados por el Señor, para que no seamos condenados con el mundo. 1 Corintios 11:27-32
Así como somos espiritualmente nutridos al participar en ella también podemos ser destruidos si participamos desordenadamente.
Entre los múltiples beneficios que tiene la Mesa del Señor1 (también llamada comunión2, partimiento del pan3, cena del Señor4 o ágape5) está el siguiente: lleva la iglesia local recurrentemente a revisar su condición ante Dios, sabiendo que así como somos espiritualmente nutridos al participar en ella también podemos ser destruidos si participamos desordenadamente. De este modo, algunos son progresivamente sustentados al hacer memoria del sacrificio de Cristo (pan) y del nuevo pacto en su sangre (vino), pero muchos otros tropiezan al participar indignamente y son progresivamente destruidos físicamente, primero con enfermedad y luego —de persistir en su despropósito— con la muerte física. Como se hace evidente al final del capítulo, el objetivo de esta drástica disciplina no es la perdición del creyente, sino su santificación: «somos castigados por el Señor, para que no seamos condenados con el mundo». Tres de los desórdenes en que se podría incurrir son detallados en la carta de Pablo a los corintios: participar en divisiones (unos llegaban primeros a la reunión para comerse solos sus alimentos), permitir injusticias (algunos hermanos se quedaban con hambre) y dar rienda suelta a los malos deseos de la carne, como son las borracheras.
Tres actitudes deseables
Cuando, pues, os reunís vosotros, esto no es comer la cena del Señor. Porque al comer, cada uno se adelanta a tomar su propia cena; y uno tiene hambre, y otro se embriaga.1 Corintios 11:20-21
Estas son las tres actitudes —tomadas de la carta de Pablo a los Corintos— que deben primar cada vez que la iglesia local participa de la mesa del Señor.
- Verdadera comunión: evitando prejuicios de todo tipo. La variedad de prejuicios posibles incluye los prejuicios sociales (haciendo diferencia en la iglesia entre los de una «clase social» y otra), los económicos (haciendo diferencia entre los ricos y los pobres), los prejuicios morales (haciendo diferencia entre los más santos y los más carnales) y hasta prejuicios de raza. Sin importar nuestras condiciones individuales ante Dios somos un solo pueblo, no dos ni tres. La mesa del Señor es una ordenanza niveladora: toda la iglesia está invitada a participar, junta y en igualdad de condiciones. Pero no nos limitemos a hacer solamente el ejercicio de falsa religiosidad de sentarnos con los hermanos sin importar la condición en el «ritual» de la comunión: si te sientas en la reunión de la iglesia junto a tu hermano, sin importar su condición, deberías poder hacerlo también en la mesa de tu casa. Si alguno cultiva en sus relaciones cualesquiera de estos prejuicios, sería igualmente indigno de la mesa del Señor y acarrearía las terribles consecuencias.
Pero si hacéis acepción de personas, cometéis pecado, y quedáis convictos por la ley como transgresores. Santiago 2:9
- La generosidad, evitando que algunos de nuestros hermanos se queden desabastecidos mientras otros están en abundancia. Con el paso del tiempo la mesa del Señor se ha hecho más simbólica que real, algo que no está mal, pues como argumentó Pablo, el principal uso de los elementos es discernir el cuerpo de Cristo (utilidad intelectual), no llenar el estómago (utilidad física). Sin embargo, en los primeros días esta realidad, que está aún presente, era mucho más evidente. Cada hermano traía alimentos para compartir en la mesa según sus fuerzas, y al parecer, unos traían más (o de más calidad) y se saciaban hasta quedar borrachos y otros traían menos o nada y quedaban desabastecidos. Se evidencia en la mesa del Señor, pero también en el día a día de la iglesia que algunos de los miembros de la iglesia local han sido prosperados especialmente y otros están en profunda necesidad, el comunismo no es nuestro llamado, pero la generosidad sí; el comunismo dice que todos tenemos que tener lo mismo, la generosidad que todos tenemos que estar saciados. Quizás hoy al partir el pan no sea tan evidente la carencia en unos y la abundancia en otros, pero si en la vida de la iglesia permitimos que algunos de nuestros hermanos estén en la indigencia mientras otros podemos disfrutar de lujos, estaríamos participando indignamente de la mesa del Señor. Partir el pan es una oportunidad para analizar nuestro nivel de vida y el nivel de vida de nuestros hermanos, buscando oportunidades para la generosidad.
¡Vamos ahora, ricos! Llorad y aullad por las miserias que os vendrán. Vuestras riquezas están podridas, y vuestras ropas están comidas de polilla. Vuestro oro y plata están enmohecidos; y su moho testificará contra vosotros, y devorará del todo vuestras carnes como fuego. Habéis acumulado tesoros para los días postreros. Santiago 5:1-3
- El dominio propio, evitando dar rienda suelta a los deseos de la carne. El deleite y el placer fueron creados por Dios, pero nuestra naturaleza caída es muy propensa a ser esclavizada del deleite más sencillo. Es lícito disfrutar un buen banquete o cualquier otra actividad placentera, haciéndolo siempre con acción de gracias y sin trasgredir los límites establecidos por Dios, pero nuestra carne quiere más, y con frecuencia se lo damos. La mesa del Señor es una oportunidad para sondear nuestra conciencia y volver a los senderos de Dios en cualquier área que estemos violando los límites. Las borracheras eran la transgresión de los corintos, la nuestra podría ser distinta, pero tienen todas las transgresiones una misma fuente: dentro de nosotros hay una naturaleza caída que nos impulsa a obviar todo límite, este impulso se llama concupiscencia, y cuando alcanza su objetivo, cualquier placer legítimo se convierte en pecado.
Sino que cada uno es tentado, cuando de su propia concupiscencia es atraído y seducido. Entonces la concupiscencia, después que ha concebido, da a luz el pecado; y el pecado, siendo consumado, da a luz la muerte. Santiago 1:14-15
Como hemos visto, sentarnos con nuestros hermanos en la Mesa del Señor es una experiencia santificadora para la iglesia local: nos hace evitar los prejuicios de toda clase, ser conscientes de las necesidades que tenemos alrededor para ejercitar la generosidad y refrenar nuestra carne para volver a los límites de Dios. Ningún cristiano verdadero debería ausentarse de la mesa, pues al hacerlo, estaría manifestando que su amor por sus prejuicios, por la injusticia y los placeres del mundo es más fuerte que su amor por el cuerpo de Cristo.