Tres peligros en la lectura

Comparto aquí algunas reflexiones algo dispersas sobre nuestras fuentes de lectura. Casi todos los puntos los tomé de las notas de un sermón sobre los bereanos que prediqué en febrero. La razón por la que estuve hablando de este asunto en febrero fue la siguiente: me interesa que mis hermanos lean, y en cuanto a la lectura, los cristianos regularmente estamos en dos lados: el lado de aquellos que no leen nada y el lado de aquellos que solamente leen un reducido número de autores, especialmente los «autores populares». Este artículo podría ser la continuación de otro que escribí en agosto del año pasado sobre la necesidad de formar al lector cristiano (dirigido al primer lado: quienes no leen nada) y este va dirigido al segundo lado: quienes leen siempre a los mismos autores. Las tres reflexiones giran sobre el sistema, el estilo y el tema de cada autor.

  • Colocar un grupo de ideas en una estructura general puede facilitar su comunicación, pero esa alquimia no necesariamente convierte en oro los metales innobles.

    Sistema. Cada autor —principalmente si es buen escritor— tiene un sistema, una estructura general desde la cual toman forma sus pensamientos. Cuando aprendemos el sistema de un autor es relativamente fácil leer cualquier otro de sus libros, pero en ese acomodamiento hay un gran peligro: el ordenamiento no produce verdad, colocar un grupo de ideas en una estructura general puede facilitar su comunicación, pero esa alquimia no necesariamente convierte en oro los metales innobles. La única estructura confiable para ordenar nuestros pensamientos es Cristo, la piedra angular. Ese debe de ser el punto de referencia: en vez de preguntarnos donde encaja este razonamiento en el pensamiento de tal autor deberíamos preguntarnos cómo encaja en Cristo.

  • Lo que nos es familiar tendemos a pasarlo como cierto, aunque no lo sea.

    Estilo.Después de leer dos libros del mismo autor su voz se vuelve familiar, es más, ya nos parece que le conocemos de toda la vida aunque no conozcamos su rostro, por eso, si le conocemos en persona se produce cierta tensión, como si nuestro gran amigo hubiese perdido la memoria, nosotros le reconocemos claramente y él a nosotros no. Sabemos su fraseo, cómo remata cada línea de pensamiento y hasta su vocabulario. ¡Y precisamente en esa familiaridad está el peligro! Lo que nos es familiar tendemos a pasarlo como cierto, aunque no lo sea, y cuando ese escritor familiar pise mal es muy probable que nos derrumbemos con él. No es lo mismo un falso maestro que un maestro errado, no hay nadie que ponga muchas ideas juntas sin tener algún tropiezo, por eso por mucho reconocimiento y buen testimonio que tenga el autor nuestro discernimiento siempre se debe mantener encendido. Nuestro cuidado debe de estar en que la familiaridad no nos obnubile. Me gusta leer con un lápiz en la mano, voy rayando en cada parte con líneas, asteriscos y signos de interrogación. Cuando no comparto una posición o encuentro un razonamiento insostenible lo marco y he descubierto que he marcado las mismas cosas en diferentes libros de un mismo autor.

  • La exageración de una doctrina es tan dañina como la distorsión.

    Tema. Cada autor tiene un gran tema, un pensamiento principal que quizás para él sea la cosa más importante del mundo, pero para nosotros no. Un cristiano sabio no se enfoca solamente en una sola gran doctrina, sino, que prudentemente va recorriendo cada parte de la revelación de Dios y busca especialmente aquellos caminos por los que últimamente no había pisado. Ciertamente, por nuestra experiencia particular existen partes del carácter de Dios que nos atraen especialmente y Dios mismos manifiesta sus atributos a diferentes instrumentos con una mayor generosidad, como es el caso de Isaías con la Santidad, Juan el Apóstol con el Amor y Pablo con la Gracia; pero esa no debe ser una razón para descuidar los demás atributos. (Por eso permitió que Isaías, Pablo y Juan se reunieran en un solo libro, para nuestro beneficio.) El peligro está en la desproporción: la exageración de una doctrina es tan dañina como la distorsión. Lo más común es la exageración de un atributo de Dios por un autor cuyo atributo le atrae especialmente, sacrificando los demás. Ejemplo: soberanía sobre misericordia, que creará una desproporción en la imagen de Dios y afectará todos nuestros pensamientos.

Resumo con esto: no te entregues a ningún autor. Ellos son medios que te pueden acercar a Cristo, pero por muy bueno que sean los puentes que construyen los hombres en algún momento se caen. No te quedes en el puente, sigue caminando, el puente es un medio, no un fin. No está mal tener un sistema —yo mismo hice uno para escribir este artículo: tres puntos principales (sistema, estilo, tema), una introducción y un remate al final para fijar la idea—, en una construcción se crean muchos moldes temporales para fabricar elementos que luego se colocarán en la estructura principal, pero el molde de una ventana nunca debe de ser tomado por zapata. ¡Qué gran cosa es la familiaridad con un buen autor!, pero con prudencia y discernimiento. Gloria debemos dar a Dios por depositar en diferentes vasos y en diferentes momentos de la historia sus atributos, seamos nosotros prudentes y consideremos sus atributos de manera conjunta y no por separado, para que la imagen sea real.

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