Un poco de historia
Soy un viejito en Internet. En parte, PezMundial como iglesia comenzó como un blog, estoy escribiendo contenido para estos medios desde 1999, cuando no existían Google, los blogs ni las redes sociales; y tratando de usar Internet para predicar desde los tiempos de IRC. En aquel momento el proceso era mucho más artesanal que ahora: escribías, luego codificabas ese contenido en un documento HTML, lo subías a un servidor que lo hospedaría, (quizás GeoCities) lo enlazabas a otros documentos, también usando código, y lo indexabas en algún buscador como Altavista o Lycos. Diez publicaciones requerían diez procesos manuales de ese tipo, era como armar y desarmar la imprenta de tipos móviles. Aún recuerdo con emoción la revolución que significó la llegada de los administradores de contenidos (Movable Type, Typepad, Blogger, WordPress): podías enfocarte en escribir y publicar sin lidiar con las complejidades técnicas, un gran respiro. ¡Eso aumentó exponencialmente la cantidad de contenido en Internet! Abundaban también los foros y las listas de discusión por email; las discusiones bien sustentadas —podían ser agresivas, pero por lo menos se buscaba razonar—, los argumentos, las opiniones expresadas en párrafos y no en monosílabos, emoticonos o gestos como me gusta o no me gusta. Sé que esto debe sonar para algunos como historia patria; voy al punto.
El agotamiento de las redes sociales:
¿realmente vale la pena esta inversión de tiempo?
Las redes sociales cambiaron Internet, no solamente hicieron aún más sencilla la publicación de los contenidos, sino que diluyeron los contenidos mismos. Con las redes sociales la balanza se movió de la autoridad (quien tiene algo para decir) a la popularidad (quien tiene muchos seguidores) y en este momento Internet como medio perdió mucho. Ahora el modelo comienza a agotarse. Las redes sociales no van a desaparecer, yo también las uso, pero ya se siente el agotamiento. No nos cabe una foto más de los pies de alguien en la playa o de lo que comió en el desayuno. Sé que no todo el mundo hace un uso tan banal de estos medios, pero todos estamos expuestos, pues las redes sociales están diseñadas para que si usted tiene algo para compartir más interesante que una foto de sus pies tenga que mirar primero —y dar like— algunos pies antes de poder hacerlo. Sobre todo, la gente comienza a preguntarse sobre cuál ha sido el beneficio real de dedicarle hasta tres horas al día a estos medios y comienzan a verse las consecuencias negativas de hacerlo. Me estoy preparando ahora para servir a una audiencia en la era posterior a las redes sociales y para animar a otros a que también lo hagan (líderes, iglesias, creadores que hagan una contribución positiva), pero hará falta un cambio de paradigma: cambiar de la popularidad a la relevancia y de la microatención al enfoque.
Las redes sociales diluyeron el contenido, pusieron un énfasis desmedido en la popularidad y redujeron el nivel de enfoque.
- De la popularidad a la relevancia. Una gran cantidad de creadores de contenido podrían sentirse desanimamos por la influencia del paradigma de la popularidad: piensan que para ser relevantes necesita tener miles de seguidores, y no es así. Nuestra meta no debería ser la popularidad, sino la utilidad. Si lo que tienes para compartir es útil será relevante, aunque solamente lo aprovechen unos cuantos, y aún mejor, si realmente es útil, será relevante no solamente por unas horas, sino por muchos años, por lo que deberías considerar el rendimiento acumulativo y no solamente el impacto del momento. Más triste que tener pocos lectores es dedicar la vida a entretener una audiencia con algo que en retrospectiva no tuvo ningún provecho. ¿Estás por escribir un blog, comenzar un podcast o un canal de YouTube? Ocúpate primero en tener algo de utilidad para compartir, no en tener con quién compartirlo. El contenido útil puede ayudarte a crear una audiencia, pero una audiencia no te ayudará a ser relevante.
- De la microatención al enfoque. Las redes sociales han fraccionado nuestro proceso de atención. Leer un artículo o un libro, escuchar un sermón o ver una película requiere enfoque y diligencia. Aun tratándose de una lectura amena los ojos y el cuerpo se cansan, pero aún antes que el cuerpo tendremos que superar otras cosas que intentarán distraernos y disuadirnos. Seguir un argumento, acompañar a un autor en el desarrollo de una idea, recorrer los valles y las montañas del proceso de aprendizaje, quitar los ojos de un libro para considerar una nueva perspectiva —o refutarla— es una tarea en la que toda una generación ha dejado de participar. La lectura comprensiva o el participar críticamente de la cultura han sido desplazadas por los memes y los estribillos pegajosos. Tenemos dos opciones, o le damos a la gente lo que la gente quiere —para ser populares— o trabajamos para formar la audiencia en este sentido. Si eres un escritor, quizás tendrás que desarrollar contenidos y formar a tus lectores al mismo tiempo; escribir para servirles y no solamente para conseguir likes. Si eres un cristiano, entiende que la edificación de tu alma requiere ese tipo de enfoque reposado. Una frase ingeniosa o una imagen creativa puede disparar la dopamina en el cerebro de alguien de forma tal que sienta algo de satisfacción —este es el motor de las redes sociales— pero el cambio es un proceso que requiere enfoque, diligencia y tiempo.
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