Este artículo es un resumen de uno de los puntos que compartí en la enseñanza del domingo pasado. El audio se dañó, pero traté de transcribir algunas partes del bosquejo. (El tema general está basado en el ejemplo de los bereanos1.)
Pero persiste tú en lo que has aprendido y te persuadiste, sabiendo de quién has aprendido; y que desde la niñez has sabido las Sagradas Escrituras, las cuales te pueden hacer sabio para la salvación por la fe que es en Cristo Jesús. 2 Timoteo 3:14-15
Un cristiano no es un hombre crédulo, nunca cree con ligereza y pocas veces lo hace fácilmente.
Algunas personas piensan que un hombre se hizo cristiano porque cierta predisposición en su personalidad le inclinó a creer. Peor aún, muchos cristianos cuando hablan de «creer» utilizan ese término en el mismo sentido general y ambiguo que lo utilizaría cualquier otra persona, como una predisposición a aceptar una cosa o la otra sin la mayor consideración. Eso no es así. Un cristiano no es un hombre crédulo, nunca cree con ligereza y pocas veces lo hace fácilmente. Más bien es un hombre que luego de luchar (intelectualmente) en algunos casos por largo tiempo ha llegado a persuadirse de que Cristo es real, que es el hijo de Dios y es su salvador. Cuando un incrédulo comienza a creer —habría que determinar si dejar de creer totalmente es una posibilidad, pues cuando se habla de incredulidad regularmente es no creer en algo en específico. Desde la perspectiva cristiana un incrédulo es cualquier persona que no creen en Cristo— comienza a creer no necesariamente se hace cristiano.
La fe en el lugar correcto
Muchos incrédulos llegan a poner su fe en sí mismos (auto-ayuda), en otra persona o cosa (idolatría), o hasta en algo que casi se anula: ponen la fe en la fe (positivismo). Poner la fe en la fe es creer que algo sucederá porque creemos que así será. La diferencia entre cristianismo y positivismo es sutil, a un punto tal, que en muchos «libros cristianos» se cruza la frontera de un momento a otro, pero a diferencia del positivismo, los cristianos creemos que sucederá tal cosa porque Cristo la prometió, nuestra fe no está en la fe, sino en «el autor y consumador de la fe2», ese es Cristo y esto es ser cristiano. No es entrecerrar los ojos y apretar los dientes para que suceda algo, sino, confiar plenamente en que «fiel es el que prometió3».
Aunque ciertamente algunos hermanos creen en una forma muy sencilla, especialmente cuando son nuevos creyentes, es esa una creencia puesta en un lugar concreto —fe en Cristo— y en ese sentido, su credulidad es totalmente distinta a la que define en el diccionario, pues requiere exclusividad. Muchos otros nos hicimos cristianos luego de una fuerte lucha entre la fe cristiana y muchas otras creencias, como es el ateísmo o la autosuficiencia. (Sí, los ateos también creen.) En mi caso particular, llegue a persuadirme de la fe cristiana luego de una lucha de años en la que indudablemente Dios proveyó para mí en innumerables maneras, pues estoy seguro de que en mis propias fuerzas y por mis propios medios no pude haber abandonado mi necedad; pero al mismo tiempo, sé que luché y en un momento me persuadí de unas cuantas cosas que considero fundamentales a un punto tal que mi vida se ha edificado sobre esas cosas.
La receta de la abuela
Así mismo, otros entienden que la fe de los cristianos es un asunto absurdo que se ha venido transmitiendo de generación a generación y muchos cristianos participan en la propagación de ese despropósito al asumir su fe como un valor familiar. Así como en algunas familias se transmite la receta de un dulce de generación a generación sin mayor consideración sobre su calidad, pues es la receta de la abuela, muchos han recibido sus creencias. Esto no debe de ser así, todo cristiano tiene la responsabilidad de constatar en la fuente y persuadirse en algún momento de su vida con sus propios ojos y por sus propios medios de la certidumbre de estas cosas. El mismo Timoteo recibió los primeros rudimentos de su fe de manos de su madre y su madre los recibió de su abuela, pero en algún momento, Timoteo se persuadió. Leer 2 Timoteo 1:5 y 2 Timoteo 3:14-17 puede ilustrar mejor este punto. Es una gran cosa que recibamos la instrucción en la fe de nuestros padres —puede considerarse un privilegio—, pero haberla recibido de ellos no es lo que le da validez, el cristianismo no es la receta de la abuela. Cierro este punto con una cita de C. S. Lewis:
La gente suele dar por sentado que si hemos aprendido una cosa de nuestros padres o maestros, tal cosa debe ser sencillamente una convención humana. Pero naturalmente no es así. Todos hemos aprendido las tablas de multiplicar en el colegio. Un niño que hubiera crecido solo en una isla desierta no las sabría. Pero ciertamente no sigue de esto que las tablas de multiplicar sea sólo una convención humana.
El trípode de nuestra nuestra fe
Valoro enormemente un amplio cuerpo doctrinal ortodoxo, aunque no moriría por muchas cosas, las cosas por las que estoy dispuesto a poner mi vida —y de hecho pongo mi vida por ellas diariamente, pues trato que mis pensamientos, decisiones y acciones se conduzcan entorno a ellas— las puedo contar con una sola mano y posiblemente me sobren dedos. Creo que Jesús es el Cristo esperado, que es el Hijo de Dios y que es mí salvador. Cuando digo que soy un creyente me refiero especialmente a que creo en esas tres cosas y no en otras. No estoy afirmando nada nuevo, todo lo anterior es muy consistente con el resumen de su ministerio que hizo el mismo Cristo en Lucas 24, con el Credo Apostólico y con el acrónimo Ichthys (Pez en griego) con el que se identificaron los primeros cristianos. Traducido: Jesús, Cristo, Hijo de Dios, Salvador. Es un trípode (Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios y nuestro salvador), tres puntos que definen el plano sobre el que se sostiene nuestra fe. Una mesa de tres patas que soporta el peso de nuestra vida y no cojea como ha soportado antes generaciones de creyentes.
Cuando un cristiano habla de fe, de esperanza y de amor, siempre lo hace «desde Cristo» y no desde el diccionario.
Este asunto de poner nuestra fe en el lugar correcto es algo que me preocupa, pues escucho cada vez más personas afirmar que han aceptado la fe cristiana y cuando indago acerca del fundamento de su fe encuentro arena, no saben concretamente en qué han creído. Para algunos aceptar a Cristo —creer en— significa la determinación a asumir un estilo vida, un compromiso de asistir a la iglesia o a una «valoración» del pensamiento cristiano; todo lo anterior es bueno y sucede a consecuencia, pero creer en Cristo es algo más. No se trata de creer en cualquier cosa que aparente ser buena, sino, en poner toda nuestra confianza en la persona, deidad y promesa de Cristo. Cuando un cristiano habla de fe, de esperanza y de amor, siempre lo hace «desde Cristo» y no desde el diccionario, que refleja más bien el sentido que la cultura le ha dado a cada uno de esos términos. Tenemos fe «en Cristo», esperanza en las promesas «de Cristo» y amor siguiendo el ejemplo «de Cristo». Del mismo modo, muchos dicen que han perdido la fe, que dejaron de creer, algo que podría suceder, pero mi sospecha es que en su mayoría, nunca llegó a creer en verdad o a persuadirse.