El trasfondo judío de la iglesia cristiana

Introducción

Así como cada cristiano es un teólogo, debería ser también un historiador; y de hecho, no será un buen teólogo si ignorara la historia.

Una debilidad de la iglesia cristiana contemporánea es el amplio desconocimiento que evidencia la media de sus miembros sobre su historia y trasfondo. Se entienden cristianos principalmente por sus prácticas y sus convicciones, no tanto con relación a su historia. Al respecto de esto conviene recordar que el cristianismo no es solamente vida y doctrina, sino también hechos, que nuestra fe se sustenta en unos acontecimientos ocurridos en el espacio tiempo, traídos a nosotros por el testimonio de quienes fueron testigos de primera mano. Estos hechos son usados por el Espíritu Santo para llevarnos a nosotros la verdad por medio del testimonio de aquellos, tal como relata el evangelista Lucas: «la historia de las cosas que entre nosotros han sido ciertísimas, tal como nos lo enseñaron los que desde el principio lo vieron con sus ojos, y fueron ministros de la palabra1». La tendencia en el último siglo ha sido volcarse a la teología, pero conviene recordar que así como cada cristiano es un teólogo, debería ser también un historiador; y de hecho, no será un buen teólogo si ignorara la historia. Nuestra fe es viva, razonable e histórica, despojarla de este tercer elemento sería igualarla al mito.

Entender el judaísmo para entender la iglesia

Sin el Antiguo Testamento, no tendríamos la manera de constatar que verdaderamente Jesús es el Cristo, que es la piedra angular que sostiene la iglesia.

Es una gran tentación despojar al cristianismo de su trasfondo judío, pues aunque sea en apariencia, hace más amigable nuestra fe para quienes no son judíos. Por ejemplo, la mayor y primera parte de nuestra Biblia se ocupa de la historia de Israel, sus leyes, su sistema sacrificial y sus luchas para hacer la voluntad de Dios. Siendo que muchos al comenzar a leer la Biblia «tropiezan» con Israel y desisten antes de llegar a Cristo, parece lógico obviar el Antiguo Testamento. Sin embargo, los mismos evangelios, desde sus primeras páginas, nos lanzan hacia el Antiguo Testamento: Mateo comienza mencionando personajes que serían imposibles de identificar sin recurrir al Antiguo Testamento; Marcos comienza citando a Isaías; Lucas, el más universal de todos, comienza describiendo la vida en la provincia de Judea de una familia Judía (Zacarías y Elizabeth); y Juan comienza con referencias a la Ley de Moisés y demostrando que en Jesús se cumplieron las profecías del Mesías que esperaban los Judíos. En cuanto a referencias, también es evidente lo mucho que descansan los evangelios en el Antiguo Testamento, y aún más importante que el volumen mismo de las citas, está la forma en que terminó Cristo su ministerio señalando hacia atrás: «y comenzando desde Moisés, y siguiendo por todos los profetas, les declaraba en todas las Escrituras lo que de él decían2». Algunos lo han pretendido, ya sea por ignorancia o por razones más cuestionables, como el racismo, pero presentar a Cristo sin apelar al Antiguo Testamento no es un proyecto viable, es posible tener un acercamiento a Jesús con el Nuevo Testamento, pero sin el Antiguo Testamento, no tendríamos la manera de constatar que verdaderamente Jesús es el Cristo, que es la piedra angular que sostiene la iglesia3. Ignorar el trasfondo judío de la iglesia cristiana nos deja con un Cristo no esperado (profecías) con prácticas ministeriales extrañas a nosotros (discipulado) y pretendiendo comenzar sobre el vacío una institución completamente nueva (iglesia). Israel cumplió un propósito instrumental para el nacimiento de la iglesia, una nueva institución con vocación universal, pero con un trasfondo esencialmente judío.

Tres argumentos

Veremos que la historia del Cristianismo debe partir necesariamente de la historia de los Judíos y sus expectativas mesiánicas (profecías), que la práctica de la vida cristiana debe necesariamente partir de la historia judía y sus relaciones de discípulo-maestro (discipulado) y que la institución misma de la iglesia y muchas de sus prácticas tienen su origen en una institución judía (las reuniones de la sinagoga).

No puede haber una presentación relevante del evangelio que pase por alto las profecías mesiánicas y el propósito de Israel.

  • Para entender que Jesús es el Cristo hay que conocer las expectativas mesiánicas que tenían los judíos. La encarnación de Cristo, dentro de un pueblo específico y en un momento determinado de la historia, no fue un hecho casual, sino la consumación de un plan que estaba en marcha desde el principio de los tiempos y se había estado manifestando a un pueblo progresivamente. Las expectativas mesiánicas ya estaban creadas entre los judíos, avivadas por los profetas durante y después del cautiverio y por los apocalipsis, un tipo de literatura que floreció entre ellos. Al respecto de la escatología judía nos dice Latourette: «Prominentes en la fe judaica fueron los apocalipsis y una creencia en el Mesías. Las dos cosas eran a menudo asociadas entre sí, pero no eran de ningún modo inseparables. Los apocalipsis eran una clase de literatura que floreció en los círculos judaicos en los siglos inmediatamente antes y después del tiempo de Cristo. La palabra quiere decir destapar o revelar; y por tanto pretendían ser una revelación divina del porvenir. Nacieron de entre el mismo concepto de la historia que tenían los judíos. Ellos creían que Dios estaba obrando en los asuntos de los hombres4». Y añade: «Como agente de la victoria de Dios, algunos de los judíos alentaban la esperanza de un Mesías. Se tenían varios conceptos del Mesías, pero todos estaban de acuerdo en que él era el “ungido» —porque esto es lo que quiere decir la palabra— un rey que reinaría bajo comisión divina. Se esperaba al Mesías en períodos de subyugación bajo el poder de gobernantes extranjeros, como el libertador que los rescataría de ese poder y como el que establecería un reino ideal en el cual la voluntad de Dios se cumpliría perfectamente5». Jesús solamente se limitó a demostrar que en Él se cumplieron las profecías, no tuvo que explicar que tenían que cumplirse. Desde el mismo comienzo de su ministerio, sus primeros discípulos reconocieron que habían encontrado al Mesías, no estaban siguiendo solamente a un gran maestro, sino «al mesías6», como dijo Andrés; «a aquel de quien escribió Moisés en la ley, así como los profetas7», como dijo Felipe. Otros pueblos habían tenido grandes líderes militares, pero esos líderes militares alcanzaron su notoriedad después de que sus seguidores presenciaron sus grandes proezas, ese no es el caso de Jesús, pues desde el mismo momento de su bautismo y antes de que realizara ante sus discípulos sus grandes milagros, ya ellos sabían que quién estaba ante ellos era más que un gran maestro el Mesías prometido, lo supieron desde las Escrituras y luego lo constataron a lo largo de su ministerio, de forma tal que su fe fue en aumento. Cuando alguien llega a aproximarse a Jesús ignorando las expectativas que tenían los judíos y las profecías que habían recibido para identificarlo, puede quedar maravillado ante sus milagros, ante la superioridad de su sabiduría o ante la integridad de su carácter, pero aún esté persuadido de esas tres cosas, un hombre no llega a ser salvo, es necesario que llegue a creer que más que poderoso, sabio o íntegro, Jesús es el Cristo que se le prometió a los judíos. Siendo así, no puede haber una presentación relevante del evangelio que pase por alto las profecías mesiánicas y el propósito de Israel. Si ignoramos el trasfondo judío de la iglesia nos quedamos sin expectativas mesiánicas ni profecías, y sin profecías mesiánicas tendríamos que quedarnos con un Jesús histórico (el hijo de José, de Nazaret), poderoso, sabio e íntegro, pero sin seguridad de que sea el Cristo; y sin el Cristo la iglesia se queda sin su piedra angular, entonces se cae. Presentar a Israel es necesario, no opcional, como introduce el autor de Hebreos: «Dios, habiendo hablado muchas veces y de muchas maneras en otro tiempo a los padres por los profetas, en estos postreros días nos ha hablado por el Hijo, a quien constituyó heredero de todo, y por quien asimismo hizo el universo8».

Una de las grandes pérdidas del cristianismo durante el tercer siglo fue la transición desde el discipulado relacional a la catequesis puntual con el surgimiento de las grandes escuelas de teología.

  • Para entender el discipulado cristiano es necesario conocer la relación discípulo-maestro en el contexto judío. Está claro que para sus discípulos Jesús era un maestro en un sentido muy superior como se relaciona un alumno con su profesor en occidente: llamó a determinados hombres para que le siguieran en una relación especial por un tiempo indeterminado, vivía junto a ellos y les transmitía lo que sabía, no con la expectativa de que acumularan un nivel de conocimiento, no con el fin de que aprobaran un examen, sino para llegar a ser como Él. Gran parte de lo que hizo el maestro ante las multitudes lo hizo con el interés especial de modelar algo ante sus discípulos o para crear la oportunidad de que ellos practicaran, en el proceso, su identificación con Cristo fue tal que se evidenciaba hasta en su manera de hablar9. Desde los seis años de edad un niño judío era enviado a la escuela de la sinagoga para aprender a los pies del rabino hasta los doce años. Luego, si tenía el privilegio, era seleccionado por un gran maestro para que viviera junto a él, o mejor dicho, para que aprendiera a vivir a la manera suya. Esto implicaba, más que un proceso de escuchar y retener, una dinámica de imitación10, y el costo de participar en ella era muy elevado: cada vez que Cristo llamó a alguien para que fuera su discípulo éste tuvo que dejar algo atrás (barcos repletos de peces, profesiones, familia, riquezas, suposiciones o modos de pensar tradicionales), por lo que las implicaciones del «sígueme» de Jesús a sus primeros discípulos ha llegado devaluada hasta nuestros días. No era una invitación más, ni siquiera era una invitación a ser seguidor suyo, era la invitación trascendental a abandonarse a sí mismos (negarse11) para ir en pos de Él. Una de las grandes pérdidas del cristianismo durante el tercer siglo fue la transición desde el discipulado relacional a la catequesis puntual con el surgimiento de las grandes escuelas de teología (Alejandría, Asia Menor y el Norte de África). Ya no hacía falta convivir con el discípulo, pues con un número de clases, en un lugar conveniente y en un tiempo establecido se le podría transmitir el conocimiento. Estas escuelas cumplieron su propósito histórico al defender la fe cristiana ante las herejías que pulularon en este tiempo, pero a un costo muy alto. Explica Lyman Hurlbut: «Mientras la iglesia era judía por sus miembros, y aún después a medida que la regían hombres del tipo judío tales como San Pedro y San Pablo, había solo una leve tendencia hacia el pensamiento abstracto y especulativo. No obstante, cuando la iglesia estuvo compuesta en su mayoría por griegos, y en especial los griegos místicos y tendenciosos de Asia Menor, surgieron toda clase de opiniones y teorías que se desarrollaron con fuerza en la iglesia12». Cultivar una relación de discipulado como las del mundo judío es un proceso que requiere tiempo y sacrificio antes de que se puedan ver los frutos —especialmente al hacerlo ante una audiencia que desconoce tanto a Cristo como el significado de ser discípulo— el modelo griego de la escuela era mucho más puntual, y fue con ese modelo que se combatieron las sectas. Así, la iglesia entro al siglo cuarto con una enseñanza mucho más consolidada, pero perdió gran parte de su entendimiento de lo que significa y requiere el discipulado cristiano. Desde entonces, la marca más distintiva de un discípulo de Cristo dejó de estar en su carácter —semejante a su maestro— y paso a estar en sus conocimientos, similares a los de su profesor, o a los contenidos del tratado. Para revertir este lastre, tenemos que volver a mirar hacia el mundo judío en el que surgió la gran comisión13 y sus procesos relacionales de enseñanza y aprendizaje. El judío (discipulado) y el griego (escuela) son dos paradigmas distintos: uno es relacional, el otro puntual; uno persigue la maestría, el otro la graduación; en uno hay un sentido de avance y progreso, en el otro hay un programa y un calendario; el maestro invita a caminar juntos, el profesor a asistir; en el discipulado hay frutos, evidenciados en el carácter, en la escuela hay conocimientos, medidos por un examen.

La presencia de Dios en medio de la asamblea de su pueblo aún en las condiciones más adversas fue un precioso legado del judaísmo a la iglesia cristiana.

  • El concepto mismo de iglesia y gran parte de sus prácticas tienen un origen judío. La iglesia cristiana no es una institución completamente original; puede serlo en su fundamento (Cristo) y en la orientación de sus prácticas (bautismo, liderazgo, misericordia), pero parte de una institución judía que data del tiempo del cautiverio. Después de la destrucción del templo, el énfasis en la adoración judía pasó por necesidad del lugar de reunión a la reunión en asamblea14, dando inicio a una nueva institución no atada geográficamente: la sinagoga. A diferencia del Templo de Jerusalén, la sinagoga no era un lugar sagrado, sino que dentro de ella sucedía algo que sí lo era, pudiendo ser usado como sinagoga cualquier local, aunque no hubiese sido diseñado como tal. Llama la atención el hecho de que Cristo afirmó que edificaría su iglesia, señaló cuál era el fundamento de la misma y los instrumentos que utilizaría para hacerlo; no dio explicaciones precisas de qué es una iglesia, pero sus interlocutores pudieron captar su intención (estaba convocando al pueblo a reunirse en torno a Él), le entendieron, de forma tal que comenzaron a reunirse como iglesia y a celebrar su presencia entre ellos. Evidentemente el concepto les era familiar. Etimológicamente el término ‘eklesia’ nos llegó del griego, vía la septuaginta, que lo utilizó como traducción para el hebreo ‘qahal’ (congregación reunida en asamblea), la iglesia ocurría en la sinagoga (‘sunagoge’), pero la sinagoga no era la iglesia. (Aunque en la práctica se utilizara para el lugar de la reunión, etimológicamente sinagoga también transmite la idea de reunir o congregar). El término iglesia ha llegado a vincularse con un edificio en el que se desarrollan actividades religiosas, pero ni histórica ni etimológicamente estas ideas han tenido relación, la iglesia reuniéndose en templos es extemporáneo al período de la iglesia apostólica. Desde el inicio de las persecuciones judías15, el término apunta a la asamblea, no al lugar en que la misma desarrolla. Es de notar que el término no se refiere exclusivamente a la asamblea de una congregación religiosa (judía o cristiana), como señala Garret16, su uso tiene muchos matices, pudiendo tratarse de: una asamblea de ciudadanos, para referirse a la congregación de Israel, genéricamente, para referirse a la iglesia cristiana universal, particularmente, para referirse a una iglesia local. Se ha popularizado la explicación de que el sentido que transmitía el término para sus primeros interlocutores era la de salir fuera del mundo, pero como también explica Garret, citando a otros autores: «ekklesia no conlleva en sí misma el significado de “llamada a estar fuera del mundo”, sino que más bien enfatiza… la intencionalidad de la comunidad reunida en asamblea17». Esta perspectiva etimológica es consistente con la oración de Jesús: «no ruego que los quites del mundo, sino que los guardes del mal18». Lo que es común a todos los usos es el concepto de reunión con un propósito dado, más que de lugar. En el cristianismo sucede lo mismo, lo más distintivo no es el lugar de reunión, sino, la reunión misma; no lo es el templo y su arquitectura, sino la asamblea de creyentes y la presencia de Cristo en medio de ellos: «porque donde están dos o tres congregados en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos19». Si el nombre mismo iglesia no era original para la asamblea de los creyentes, la forma en que se gestionaba (ancianos, maestros, profetas) tampoco lo era. Las asambleas que se desarrollaban en las sinagogas judías del tiempo de Jesús eran presididas por una pluralidad de ancianos y en las mismas intervenían profetas y maestros para hablar en nombre de Dios y para instruir al pueblo. En tiempos de Cristo, la instrucción en la sinagoga era ofrecida principalmente por un Escriba, siendo mínima la intervención de los sacerdotes en la misma. Esto era así pues como afirma Harrison: «en aquellos lugares en que habían escribas, los mismos recibían un lugar de honor como maestros. Originalmente ellos habían sido copistas y estudiosos de las Escrituras, pero se fueron colocando gradualmente en una situación de mayor contacto con el pueblo por medio de la sinagoga, poniendo al alcance del mismo sus conocimientos de la interpretación de la Palabra. Este proceso fue acelerado por la secularización de los sacerdotes, muchos de los cuales cedieron ante las influencias helenizantes de la época. En consecuencia, la función proverbial de los sacerdotes como maestros de la nación había desaparecido ya casi por completo en el período neotestamentario20». Tal como hemos visto, para entender lo que es una iglesia cristiana y lo que hace, es necesario transportarse al contexto judío en el que comenzó, desprenderse de este trasfondo conduciría a los creyentes occidentales a refugiarse en el paganismo, a la concepción que estos tenían de sus reuniones y a sus prácticas, que fue de hecho lo que ocurrió después del siglo IV. Cuando el cristianismo prevaleció en Roma pasó de la sencilla liturgia a la elaboración, de lo orgánico a lo artificial, de las reuniones en lugares coyunturales a los templos. Si algo más se puede decir al respecto es que ni para la asamblea judía del post-exilio ni para la cristiana el templo fue imprescindible, si estaba disponible se usaba, pero lugares comunes podían ser utilizados como lugar de reunión; la presencia de Dios en medio de la asamblea de su pueblo aún en las condiciones más adversas fue un precioso legado del judaísmo a la iglesia cristiana. El elemento participativo de sus reuniones y la pluralidad de líderes en su supervisión deberían también ser rescatados.

El concilio de Jerusalén:
reconocimiento de la iglesia como institución

La iglesia como institución, aunque operando desde antes, obtuvo su independencia formal del judaísmo y reconocimiento en el concilio de Jerusalén.

Aunque es evidente que desde antes del Concilio de Jerusalén (50 d.C apx) gentiles ya habían sido recibido dentro de la iglesia, la razón misma que motivó el concilio evidencia que veinte años después del derramamiento del Espíritu Santo el día de pentecostés —acontecimiento que puede ser tenido como el nacimiento de la iglesia— los judíos creyentes de la provincia de Judea, de trasfondo fariseo21, aún mantenían la expectativa de que la fe cristiana no era algo independiente al judaísmo, sino la consumación del mismo. Al parecer, asumieron que la gran oleada de salvación que vino de pentecostés en adelante no era más que el avance de la religión judía y cabe preguntarse si habían entendido los bautismos que siguieron a la predicación de Pedro como abluciones rituales, como el rito judío para recibir un prosélito —que también incluía un bautismo— o como la señal de un nuevo pacto (el cumplimiento de una ordenanza que remplazaba la circuncisión22.) Cualquiera que fuera el caso, el hecho cierto es que pretendían que los gentiles no solamente se bautizaran, sino que también se circuncidaran23 conforme al rito de Moisés. Así, para llegar a ser parte de la iglesia tendrían primero que hacerse judíos. Una de las grandes paradojas en la historia de la iglesia es que los judíos que no creyeron intentaron detener el avance de la iglesia matando al Cristo, y luego, judíos creyentes intentaron detener el avance de la iglesia limitándola a ellos mismos. Las resoluciones de este concilio son de suma importancia, pues si la iglesia orgánica, como la asamblea de creyentes que han sido regenerados por la agencia del Espíritu Santo, nació el día de Pentecostés, la iglesia como institución, aunque operando desde antes, obtuvo su independencia formal del judaísmo y reconocimiento en el concilio de Jerusalén. Así mismo, cabe afirmar que el judaísmo como instrumento utilizado por Dios para cumplir un propósito fue desmantelado —para los cristianos, pues ha seguido existiendo hasta nuestros días— también en ese momento, en palabras de Pedro: «ahora, pues, ¿por qué tentáis a Dios, poniendo sobre la cerviz de los discípulos un yugo que ni nuestros padres ni nosotros hemos podido llevar? Antes creemos que por la gracia del Señor Jesús seremos salvos, de igual modo que ellos24». La conclusión fue doble: los gentiles no debían llegar a ser judíos para ser salvos, y ni siquiera los judíos, como Pedro, podían poner sus esperanzas en su vieja religión para alcanzar salvación fuera de Cristo. Este es un argumento de peso para dar a aquellos que han afirmado que la iglesia y el cristianismo fueron una innovación de Pablo: antes de que Pablo documentara la eclesiología, ya Pedro había señalado los cimientos, los declaró primero ante Cristo y luego los defendió ante el concilio. Como lo resumió allí mismo Jacobo, los gentiles no se estaban convirtiendo al judaísmo, sino a Dios, directamente: «por lo cual yo juzgo que no se inquiete a los gentiles que se convierten a Dios25». De aquí en adelante la iglesia de Cristo se desligó completamente del judaísmo, pero sin renunciar a su trasfondo.

La influencia del término «Antiguo» Testamento

Por desconocimiento, son muchos los cristianos que ven el grueso de las Sagradas Escrituras (39 libros) como algo de autoridad secundaria, aunque sea solamente en forma tácita. El pensamiento prevaleciente es que la ley y los profetas fueron útiles para los judíos, pero que con la llegada de Cristo pasaron a la obsolescencia, algo que el mismo Cristo negó rotundamente26. En vez de entender la Biblia como un todo inspirado y admirar la consistencia de las doctrinas dadas por el Dios inmutable, resuelven cualquier tensión entre el Antiguo y el Nuevo Testamento por prioridad, usando el facilismo de que la aparente contradicción se debe a carencias del Antiguo Pacto. Este proceder es peligroso, pues no solamente reduce la autoridad de las Escrituras, sino que mina la confianza que tienen en Dios los creyentes. Pero aún más peligroso es el hecho de que crea la percepción de que para la iglesia de Cristo el Antiguo Testamento no le es necesario más que para fines de referencia, aumentando aún más el distanciamiento de la iglesia contemporánea de sus orígenes judíos. Quizás ha contribuido el hecho de que sea llamado «antiguo», nombre que por la fuerza de la costumbre ha llegado a imponerse, pero que es ajeno a la literatura del Nuevo Testamento mismo, siendo que los primeros cristianos se refirieron a ellas simplemente como las Sagradas Escrituras27 y que nunca las vieron como una autoridad secundaria, sino que desde allí anunciaron a Cristo, demostraron sus doctrinas y alimentaron al pueblo. Algo que ha ayudado a crear esta percepción ha sido la amplia distribución de ejemplares de las Escrituras compuestos solamente por el Nuevo Testamento (quizás también los salmos), el propósito pudo haber sido tan loable como hacer que el testimonio de Cristo llegue a tantas personas como sea posible28, pero en la práctica puede haber sido contraproducente. Es sabio animar a los nuevos creyentes a comenzar a leer la Biblia por los evangelios , pero aún más animarles a confirmar lo que leen desde el Antiguo Testamento, y para eso, necesitarán una Biblia completa.

Los «cristianos alemanes» y la herencia judía

El intento más intencional y aberrante por despojar a la iglesia cristiana de sus orígenes judíos se vivió en los tiempos de la Alemania Nazi. Los denominados Cristianos Alemanes, buscando hermanar el cristianismo con su entendimiento de lo que era ser alemán no solamente desconocieron la historia, sino que mutilaron el Nuevo Testamento o tergiversaron el significado de sus expresiones para que llegaran a adquirir otras connotaciones. Llamaron al Antiguo Testamento una «saga de deshonra racial29» y resolvieron que no debería ser parte de la Biblia que usaban los alemanes: «al horno con la parte de la Biblia que glorifica a los judíos30». Desconocer el Antiguo Testamento y tergiversar el Nuevo para que fuera afín a ellos mismo no fue suficiente, eventualmente llegaron a descartar la Biblia completa: crearon dudas sobre su confiabilidad y concluyeron en que nunca fue la intención de Jesús escribir o darnos un libro, que «el verdadero alemán debe, por tanto, ir más allá de las palabras escritas. En la palabra escrita siempre reside un demonio31». Aunque salvando todas las diferencias, pues la razón por las que los nazi se distanciaron del Antiguo Testamento dista mucho de la cristiandad contemporánea, las conclusiones a las que llegó Eric Metaxas32 al estudiar esa historia son muy reveladoras para los fines de este ensayo, sobre todo las dos siguientes: (1) el hecho de que la carretera que transitaron los cristianos alemanes rumbo a su despeñadero fue bien pavimentada por el desprecio de la escuela teológica liberar alemana (Schleiermacher, Von Harnack) a determinados libros de la Biblia y (2) el peligro de pretender hacer más potable la fe cristiana a una cultura sacrificando su historia, en este caso, la identidad cultural de los alemanes. El Cristo que nos vino por medio de los judíos es universal, y aunque ya Israel haya cumplido su propósito instrumental, debemos recordar lo que Cristo le dijo a la Samaritana en una discusión similar: «la salvación viene de los judíos33».

Concluyo este ensayo con esta cita del historiador Paul Johnson al introducir su Historia de los Judíos:

Cuando estaba trabajando en mi Historia del Cristianismo, caí en la cuenta de la magnitud de la deuda que el cristianismo tiene con el judaísmo. El Nuevo Testamento no sustituyó al antiguo, como me habían enseñado a creer, sino que el cristianismo aportó una nueva interpretación a una antigua forma del monoteísmo, transformándola gradualmente en una religión distinta, pero conservando una gran parte de la teología moral y dogmática, la liturgia, las instituciones y los conceptos fundamentales de su antepasada. Decidí entonces que si se me presentaba la oportunidad, escribiría acerca del pueblo que había originado mi fe, exploraría su historia hasta los orígenes y después hasta el presente, y forjaría mis propias ideas acerca de su papel y su significado34Paul Johnson, Historiador.

  1. Lucas 1:2 []
  2. Lucas 24:27 []
  3. Mateo 16:16-18 []
  4. Latourette, K. S. (1958). Historia del Cristianismo, Tomo I. El Paso, Texas: Casa Bautista de Publicaciones. []
  5. Ibid []
  6. Juan 1:41 []
  7. Juan 1:45 []
  8. Hebreos 1:1-2 []
  9. Mateo 26:73 / Hechos 4:13 []
  10. 1 Corintios 11:1 «Sed imitadores de mí, así como yo de Cristo». []
  11. Mateo 16:24 «Entonces Jesús dijo a sus discípulos: si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, y tome su cruz, y sígame». []
  12. Hurlbut, J. L. (1967). Historia de la Iglesia Cristiana. USA: Zondervan []
  13. Mateo 28:18-20 []
  14. Esta transición se evidencia en los salmos, donde la presencia de Dios pasa de estar en su templo a la alabanza de Su pueblo. []
  15. En sus primeros años la iglesia se reunía en algún espacio del Templo de Jerusalén, pero es de notar que en esos primeros años estaba compuesta exclusivamente de judíos, ya fuera judíos hebreos o judíos griegos (helénicos). []
  16. Garrett, J. L. (2000). Teología Sistemática, Tomo II. El Paso, Texas: Casa Bautista de Publicaciones. []
  17. Ibid. []
  18. Juan 17:15 []
  19. Mateo 18:20 []
  20. Harrison, E. F. (1980). Introducción al Nuevo Testamento. Michigan, USA: Iglesia Cristiana Reformada. []
  21. Hechos 15:5 []
  22. Colosenses 2:10-12 []
  23. Es posible que vinieran a Antioquía a exigir la circuición porque los creyentes de pentecostés eran judíos (naturales y prosélitos) que ya antes habían sido circuncidados. []
  24. Hecho 15:10-11 []
  25. Hechos 15:19 []
  26. Mateo 5:18 []
  27. 1 Timoteo 3:15-17 []
  28. Un esfuerzo a destacar en este sentido es el Nuevo Testamento azul distribuido gratuitamente por los Gedeónes Internacionales en habitaciones de hotel, cárceles y escuelas, siendo esta la primera aproximación que tuvieron muchos latinoamericanos a las Sagradas Escrituras. []
  29. Metaxas, E. (2012). Bonhoeffer: Pastor, Mártir, Profeta, Espía. USA: Grupo Nelson. []
  30. Ibíd. []
  31. Ibíd. []
  32. Ibíd. []
  33. Juan 4:22 []
  34. Johnson, P. (1987). Historia de los Judíos. España: Ediciones B. []

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