Asà como cada cristiano es un teólogo, deberÃa ser también un historiador; y de hecho, no será un buen teólogo si ignorara la historia.
Una debilidad de la iglesia cristiana contemporánea es el amplio desconocimiento que evidencia la media de sus miembros sobre su historia y trasfondo. Se entienden cristianos principalmente por sus prácticas y sus convicciones, no tanto con relación a su historia. Al respecto de esto conviene recordar que el cristianismo no es solamente vida y doctrina, sino también hechos, que nuestra fe se sustenta en unos acontecimientos ocurridos en el espacio tiempo, traÃdos a nosotros por el testimonio de quienes fueron testigos de primera mano. Estos hechos son usados por el EspÃritu Santo para llevarnos a nosotros la verdad por medio del testimonio de aquellos, tal como relata el evangelista Lucas: «la historia de las cosas que entre nosotros han sido ciertÃsimas, tal como nos lo enseñaron los que desde el principio lo vieron con sus ojos, y fueron ministros de la palabra1». La tendencia en el último siglo ha sido volcarse a la teologÃa, pero conviene recordar que asà como cada cristiano es un teólogo, deberÃa ser también un historiador; y de hecho, no será un buen teólogo si ignorara la historia. Nuestra fe es viva, razonable e histórica, despojarla de este tercer elemento serÃa igualarla al mito.
Sin el Antiguo Testamento, no tendrÃamos la manera de constatar que verdaderamente Jesús es el Cristo, que es la piedra angular que sostiene la iglesia.
Es una gran tentación despojar al cristianismo de su trasfondo judÃo, pues aunque sea en apariencia, hace más amigable nuestra fe para quienes no son judÃos. Por ejemplo, la mayor y primera parte de nuestra Biblia se ocupa de la historia de Israel, sus leyes, su sistema sacrificial y sus luchas para hacer la voluntad de Dios. Siendo que muchos al comenzar a leer la Biblia «tropiezan» con Israel y desisten antes de llegar a Cristo, parece lógico obviar el Antiguo Testamento. Sin embargo, los mismos evangelios, desde sus primeras páginas, nos lanzan hacia el Antiguo Testamento: Mateo comienza mencionando personajes que serÃan imposibles de identificar sin recurrir al Antiguo Testamento; Marcos comienza citando a IsaÃas; Lucas, el más universal de todos, comienza describiendo la vida en la provincia de Judea de una familia JudÃa (ZacarÃas y Elizabeth); y Juan comienza con referencias a la Ley de Moisés y demostrando que en Jesús se cumplieron las profecÃas del MesÃas que esperaban los JudÃos. En cuanto a referencias, también es evidente lo mucho que descansan los evangelios en el Antiguo Testamento, y aún más importante que el volumen mismo de las citas, está la forma en que terminó Cristo su ministerio señalando hacia atrás: «y comenzando desde Moisés, y siguiendo por todos los profetas, les declaraba en todas las Escrituras lo que de él decÃan2». Algunos lo han pretendido, ya sea por ignorancia o por razones más cuestionables, como el racismo, pero presentar a Cristo sin apelar al Antiguo Testamento no es un proyecto viable, es posible tener un acercamiento a Jesús con el Nuevo Testamento, pero sin el Antiguo Testamento, no tendrÃamos la manera de constatar que verdaderamente Jesús es el Cristo, que es la piedra angular que sostiene la iglesia3. Ignorar el trasfondo judÃo de la iglesia cristiana nos deja con un Cristo no esperado (profecÃas) con prácticas ministeriales extrañas a nosotros (discipulado) y pretendiendo comenzar sobre el vacÃo una institución completamente nueva (iglesia). Israel cumplió un propósito instrumental para el nacimiento de la iglesia, una nueva institución con vocación universal, pero con un trasfondo esencialmente judÃo.
Veremos que la historia del Cristianismo debe partir necesariamente de la historia de los JudÃos y sus expectativas mesiánicas (profecÃas), que la práctica de la vida cristiana debe necesariamente partir de la historia judÃa y sus relaciones de discÃpulo-maestro (discipulado) y que la institución misma de la iglesia y muchas de sus prácticas tienen su origen en una institución judÃa (las reuniones de la sinagoga).
No puede haber una presentación relevante del evangelio que pase por alto las profecÃas mesiánicas y el propósito de Israel.
Una de las grandes pérdidas del cristianismo durante el tercer siglo fue la transición desde el discipulado relacional a la catequesis puntual con el surgimiento de las grandes escuelas de teologÃa.
Para entender el discipulado cristiano es necesario conocer la relación discÃpulo-maestro en el contexto judÃo. Está claro que para sus discÃpulos Jesús era un maestro en un sentido muy superior como se relaciona un alumno con su profesor en occidente: llamó a determinados hombres para que le siguieran en una relación especial por un tiempo indeterminado, vivÃa junto a ellos y les transmitÃa lo que sabÃa, no con la expectativa de que acumularan un nivel de conocimiento, no con el fin de que aprobaran un examen, sino para llegar a ser como Él. Gran parte de lo que hizo el maestro ante las multitudes lo hizo con el interés especial de modelar algo ante sus discÃpulos o para crear la oportunidad de que ellos practicaran, en el proceso, su identificación con Cristo fue tal que se evidenciaba hasta en su manera de hablar9. Desde los seis años de edad un niño judÃo era enviado a la escuela de la sinagoga para aprender a los pies del rabino hasta los doce años. Luego, si tenÃa el privilegio, era seleccionado por un gran maestro para que viviera junto a él, o mejor dicho, para que aprendiera a vivir a la manera suya. Esto implicaba, más que un proceso de escuchar y retener, una dinámica de imitación10, y el costo de participar en ella era muy elevado: cada vez que Cristo llamó a alguien para que fuera su discÃpulo éste tuvo que dejar algo atrás (barcos repletos de peces, profesiones, familia, riquezas, suposiciones o modos de pensar tradicionales), por lo que las implicaciones del «sÃgueme» de Jesús a sus primeros discÃpulos ha llegado devaluada hasta nuestros dÃas. No era una invitación más, ni siquiera era una invitación a ser seguidor suyo, era la invitación trascendental a abandonarse a sà mismos (negarse11) para ir en pos de Él. Una de las grandes pérdidas del cristianismo durante el tercer siglo fue la transición desde el discipulado relacional a la catequesis puntual con el surgimiento de las grandes escuelas de teologÃa (AlejandrÃa, Asia Menor y el Norte de Ãfrica). Ya no hacÃa falta convivir con el discÃpulo, pues con un número de clases, en un lugar conveniente y en un tiempo establecido se le podrÃa transmitir el conocimiento. Estas escuelas cumplieron su propósito histórico al defender la fe cristiana ante las herejÃas que pulularon en este tiempo, pero a un costo muy alto. Explica Lyman Hurlbut: «Mientras la iglesia era judÃa por sus miembros, y aún después a medida que la regÃan hombres del tipo judÃo tales como San Pedro y San Pablo, habÃa solo una leve tendencia hacia el pensamiento abstracto y especulativo. No obstante, cuando la iglesia estuvo compuesta en su mayorÃa por griegos, y en especial los griegos mÃsticos y tendenciosos de Asia Menor, surgieron toda clase de opiniones y teorÃas que se desarrollaron con fuerza en la iglesia12». Cultivar una relación de discipulado como las del mundo judÃo es un proceso que requiere tiempo y sacrificio antes de que se puedan ver los frutos —especialmente al hacerlo ante una audiencia que desconoce tanto a Cristo como el significado de ser discÃpulo— el modelo griego de la escuela era mucho más puntual, y fue con ese modelo que se combatieron las sectas. AsÃ, la iglesia entro al siglo cuarto con una enseñanza mucho más consolidada, pero perdió gran parte de su entendimiento de lo que significa y requiere el discipulado cristiano. Desde entonces, la marca más distintiva de un discÃpulo de Cristo dejó de estar en su carácter —semejante a su maestro— y paso a estar en sus conocimientos, similares a los de su profesor, o a los contenidos del tratado. Para revertir este lastre, tenemos que volver a mirar hacia el mundo judÃo en el que surgió la gran comisión13 y sus procesos relacionales de enseñanza y aprendizaje. El judÃo (discipulado) y el griego (escuela) son dos paradigmas distintos: uno es relacional, el otro puntual; uno persigue la maestrÃa, el otro la graduación; en uno hay un sentido de avance y progreso, en el otro hay un programa y un calendario; el maestro invita a caminar juntos, el profesor a asistir; en el discipulado hay frutos, evidenciados en el carácter, en la escuela hay conocimientos, medidos por un examen.
La presencia de Dios en medio de la asamblea de su pueblo aún en las condiciones más adversas fue un precioso legado del judaÃsmo a la iglesia cristiana.
El concepto mismo de iglesia y gran parte de sus prácticas tienen un origen judÃo. La iglesia cristiana no es una institución completamente original; puede serlo en su fundamento (Cristo) y en la orientación de sus prácticas (bautismo, liderazgo, misericordia), pero parte de una institución judÃa que data del tiempo del cautiverio. Después de la destrucción del templo, el énfasis en la adoración judÃa pasó por necesidad del lugar de reunión a la reunión en asamblea14, dando inicio a una nueva institución no atada geográficamente: la sinagoga. A diferencia del Templo de Jerusalén, la sinagoga no era un lugar sagrado, sino que dentro de ella sucedÃa algo que sà lo era, pudiendo ser usado como sinagoga cualquier local, aunque no hubiese sido diseñado como tal. Llama la atención el hecho de que Cristo afirmó que edificarÃa su iglesia, señaló cuál era el fundamento de la misma y los instrumentos que utilizarÃa para hacerlo; no dio explicaciones precisas de qué es una iglesia, pero sus interlocutores pudieron captar su intención (estaba convocando al pueblo a reunirse en torno a Él), le entendieron, de forma tal que comenzaron a reunirse como iglesia y a celebrar su presencia entre ellos. Evidentemente el concepto les era familiar. Etimológicamente el término ‘eklesia’ nos llegó del griego, vÃa la septuaginta, que lo utilizó como traducción para el hebreo ‘qahal’ (congregación reunida en asamblea), la iglesia ocurrÃa en la sinagoga (‘sunagoge’), pero la sinagoga no era la iglesia. (Aunque en la práctica se utilizara para el lugar de la reunión, etimológicamente sinagoga también transmite la idea de reunir o congregar). El término iglesia ha llegado a vincularse con un edificio en el que se desarrollan actividades religiosas, pero ni histórica ni etimológicamente estas ideas han tenido relación, la iglesia reuniéndose en templos es extemporáneo al perÃodo de la iglesia apostólica. Desde el inicio de las persecuciones judÃas15, el término apunta a la asamblea, no al lugar en que la misma desarrolla. Es de notar que el término no se refiere exclusivamente a la asamblea de una congregación religiosa (judÃa o cristiana), como señala Garret16, su uso tiene muchos matices, pudiendo tratarse de: una asamblea de ciudadanos, para referirse a la congregación de Israel, genéricamente, para referirse a la iglesia cristiana universal, particularmente, para referirse a una iglesia local. Se ha popularizado la explicación de que el sentido que transmitÃa el término para sus primeros interlocutores era la de salir fuera del mundo, pero como también explica Garret, citando a otros autores: «ekklesia no conlleva en sà misma el significado de “llamada a estar fuera del mundoâ€, sino que más bien enfatiza… la intencionalidad de la comunidad reunida en asamblea17». Esta perspectiva etimológica es consistente con la oración de Jesús: «no ruego que los quites del mundo, sino que los guardes del mal18». Lo que es común a todos los usos es el concepto de reunión con un propósito dado, más que de lugar. En el cristianismo sucede lo mismo, lo más distintivo no es el lugar de reunión, sino, la reunión misma; no lo es el templo y su arquitectura, sino la asamblea de creyentes y la presencia de Cristo en medio de ellos: «porque donde están dos o tres congregados en mi nombre, allà estoy yo en medio de ellos19». Si el nombre mismo iglesia no era original para la asamblea de los creyentes, la forma en que se gestionaba (ancianos, maestros, profetas) tampoco lo era. Las asambleas que se desarrollaban en las sinagogas judÃas del tiempo de Jesús eran presididas por una pluralidad de ancianos y en las mismas intervenÃan profetas y maestros para hablar en nombre de Dios y para instruir al pueblo. En tiempos de Cristo, la instrucción en la sinagoga era ofrecida principalmente por un Escriba, siendo mÃnima la intervención de los sacerdotes en la misma. Esto era asà pues como afirma Harrison: «en aquellos lugares en que habÃan escribas, los mismos recibÃan un lugar de honor como maestros. Originalmente ellos habÃan sido copistas y estudiosos de las Escrituras, pero se fueron colocando gradualmente en una situación de mayor contacto con el pueblo por medio de la sinagoga, poniendo al alcance del mismo sus conocimientos de la interpretación de la Palabra. Este proceso fue acelerado por la secularización de los sacerdotes, muchos de los cuales cedieron ante las influencias helenizantes de la época. En consecuencia, la función proverbial de los sacerdotes como maestros de la nación habÃa desaparecido ya casi por completo en el perÃodo neotestamentario20». Tal como hemos visto, para entender lo que es una iglesia cristiana y lo que hace, es necesario transportarse al contexto judÃo en el que comenzó, desprenderse de este trasfondo conducirÃa a los creyentes occidentales a refugiarse en el paganismo, a la concepción que estos tenÃan de sus reuniones y a sus prácticas, que fue de hecho lo que ocurrió después del siglo IV. Cuando el cristianismo prevaleció en Roma pasó de la sencilla liturgia a la elaboración, de lo orgánico a lo artificial, de las reuniones en lugares coyunturales a los templos. Si algo más se puede decir al respecto es que ni para la asamblea judÃa del post-exilio ni para la cristiana el templo fue imprescindible, si estaba disponible se usaba, pero lugares comunes podÃan ser utilizados como lugar de reunión; la presencia de Dios en medio de la asamblea de su pueblo aún en las condiciones más adversas fue un precioso legado del judaÃsmo a la iglesia cristiana. El elemento participativo de sus reuniones y la pluralidad de lÃderes en su supervisión deberÃan también ser rescatados.
La iglesia como institución, aunque operando desde antes, obtuvo su independencia formal del judaÃsmo y reconocimiento en el concilio de Jerusalén.
Aunque es evidente que desde antes del Concilio de Jerusalén (50 d.C apx) gentiles ya habÃan sido recibido dentro de la iglesia, la razón misma que motivó el concilio evidencia que veinte años después del derramamiento del EspÃritu Santo el dÃa de pentecostés —acontecimiento que puede ser tenido como el nacimiento de la iglesia— los judÃos creyentes de la provincia de Judea, de trasfondo fariseo21, aún mantenÃan la expectativa de que la fe cristiana no era algo independiente al judaÃsmo, sino la consumación del mismo. Al parecer, asumieron que la gran oleada de salvación que vino de pentecostés en adelante no era más que el avance de la religión judÃa y cabe preguntarse si habÃan entendido los bautismos que siguieron a la predicación de Pedro como abluciones rituales, como el rito judÃo para recibir un prosélito —que también incluÃa un bautismo— o como la señal de un nuevo pacto (el cumplimiento de una ordenanza que remplazaba la circuncisión22.) Cualquiera que fuera el caso, el hecho cierto es que pretendÃan que los gentiles no solamente se bautizaran, sino que también se circuncidaran23 conforme al rito de Moisés. AsÃ, para llegar a ser parte de la iglesia tendrÃan primero que hacerse judÃos. Una de las grandes paradojas en la historia de la iglesia es que los judÃos que no creyeron intentaron detener el avance de la iglesia matando al Cristo, y luego, judÃos creyentes intentaron detener el avance de la iglesia limitándola a ellos mismos. Las resoluciones de este concilio son de suma importancia, pues si la iglesia orgánica, como la asamblea de creyentes que han sido regenerados por la agencia del EspÃritu Santo, nació el dÃa de Pentecostés, la iglesia como institución, aunque operando desde antes, obtuvo su independencia formal del judaÃsmo y reconocimiento en el concilio de Jerusalén. Asà mismo, cabe afirmar que el judaÃsmo como instrumento utilizado por Dios para cumplir un propósito fue desmantelado —para los cristianos, pues ha seguido existiendo hasta nuestros dÃas— también en ese momento, en palabras de Pedro: «ahora, pues, ¿por qué tentáis a Dios, poniendo sobre la cerviz de los discÃpulos un yugo que ni nuestros padres ni nosotros hemos podido llevar? Antes creemos que por la gracia del Señor Jesús seremos salvos, de igual modo que ellos24». La conclusión fue doble: los gentiles no debÃan llegar a ser judÃos para ser salvos, y ni siquiera los judÃos, como Pedro, podÃan poner sus esperanzas en su vieja religión para alcanzar salvación fuera de Cristo. Este es un argumento de peso para dar a aquellos que han afirmado que la iglesia y el cristianismo fueron una innovación de Pablo: antes de que Pablo documentara la eclesiologÃa, ya Pedro habÃa señalado los cimientos, los declaró primero ante Cristo y luego los defendió ante el concilio. Como lo resumió allà mismo Jacobo, los gentiles no se estaban convirtiendo al judaÃsmo, sino a Dios, directamente: «por lo cual yo juzgo que no se inquiete a los gentiles que se convierten a Dios25». De aquà en adelante la iglesia de Cristo se desligó completamente del judaÃsmo, pero sin renunciar a su trasfondo.
Por desconocimiento, son muchos los cristianos que ven el grueso de las Sagradas Escrituras (39 libros) como algo de autoridad secundaria, aunque sea solamente en forma tácita. El pensamiento prevaleciente es que la ley y los profetas fueron útiles para los judÃos, pero que con la llegada de Cristo pasaron a la obsolescencia, algo que el mismo Cristo negó rotundamente26. En vez de entender la Biblia como un todo inspirado y admirar la consistencia de las doctrinas dadas por el Dios inmutable, resuelven cualquier tensión entre el Antiguo y el Nuevo Testamento por prioridad, usando el facilismo de que la aparente contradicción se debe a carencias del Antiguo Pacto. Este proceder es peligroso, pues no solamente reduce la autoridad de las Escrituras, sino que mina la confianza que tienen en Dios los creyentes. Pero aún más peligroso es el hecho de que crea la percepción de que para la iglesia de Cristo el Antiguo Testamento no le es necesario más que para fines de referencia, aumentando aún más el distanciamiento de la iglesia contemporánea de sus orÃgenes judÃos. Quizás ha contribuido el hecho de que sea llamado «antiguo», nombre que por la fuerza de la costumbre ha llegado a imponerse, pero que es ajeno a la literatura del Nuevo Testamento mismo, siendo que los primeros cristianos se refirieron a ellas simplemente como las Sagradas Escrituras27 y que nunca las vieron como una autoridad secundaria, sino que desde allà anunciaron a Cristo, demostraron sus doctrinas y alimentaron al pueblo. Algo que ha ayudado a crear esta percepción ha sido la amplia distribución de ejemplares de las Escrituras compuestos solamente por el Nuevo Testamento (quizás también los salmos), el propósito pudo haber sido tan loable como hacer que el testimonio de Cristo llegue a tantas personas como sea posible28, pero en la práctica puede haber sido contraproducente. Es sabio animar a los nuevos creyentes a comenzar a leer la Biblia por los evangelios , pero aún más animarles a confirmar lo que leen desde el Antiguo Testamento, y para eso, necesitarán una Biblia completa.
El intento más intencional y aberrante por despojar a la iglesia cristiana de sus orÃgenes judÃos se vivió en los tiempos de la Alemania Nazi. Los denominados Cristianos Alemanes, buscando hermanar el cristianismo con su entendimiento de lo que era ser alemán no solamente desconocieron la historia, sino que mutilaron el Nuevo Testamento o tergiversaron el significado de sus expresiones para que llegaran a adquirir otras connotaciones. Llamaron al Antiguo Testamento una «saga de deshonra racial29» y resolvieron que no deberÃa ser parte de la Biblia que usaban los alemanes: «al horno con la parte de la Biblia que glorifica a los judÃos30». Desconocer el Antiguo Testamento y tergiversar el Nuevo para que fuera afÃn a ellos mismo no fue suficiente, eventualmente llegaron a descartar la Biblia completa: crearon dudas sobre su confiabilidad y concluyeron en que nunca fue la intención de Jesús escribir o darnos un libro, que «el verdadero alemán debe, por tanto, ir más allá de las palabras escritas. En la palabra escrita siempre reside un demonio31». Aunque salvando todas las diferencias, pues la razón por las que los nazi se distanciaron del Antiguo Testamento dista mucho de la cristiandad contemporánea, las conclusiones a las que llegó Eric Metaxas32 al estudiar esa historia son muy reveladoras para los fines de este ensayo, sobre todo las dos siguientes: (1) el hecho de que la carretera que transitaron los cristianos alemanes rumbo a su despeñadero fue bien pavimentada por el desprecio de la escuela teológica liberar alemana (Schleiermacher, Von Harnack) a determinados libros de la Biblia y (2) el peligro de pretender hacer más potable la fe cristiana a una cultura sacrificando su historia, en este caso, la identidad cultural de los alemanes. El Cristo que nos vino por medio de los judÃos es universal, y aunque ya Israel haya cumplido su propósito instrumental, debemos recordar lo que Cristo le dijo a la Samaritana en una discusión similar: «la salvación viene de los judÃos33».
Concluyo este ensayo con esta cita del historiador Paul Johnson al introducir su Historia de los JudÃos:
Cuando estaba trabajando en mi Historia del Cristianismo, caà en la cuenta de la magnitud de la deuda que el cristianismo tiene con el judaÃsmo. El Nuevo Testamento no sustituyó al antiguo, como me habÃan enseñado a creer, sino que el cristianismo aportó una nueva interpretación a una antigua forma del monoteÃsmo, transformándola gradualmente en una religión distinta, pero conservando una gran parte de la teologÃa moral y dogmática, la liturgia, las instituciones y los conceptos fundamentales de su antepasada. Decidà entonces que si se me presentaba la oportunidad, escribirÃa acerca del pueblo que habÃa originado mi fe, explorarÃa su historia hasta los orÃgenes y después hasta el presente, y forjarÃa mis propias ideas acerca de su papel y su significado34.Paul Johnson, Historiador.