Presentación de la Serie Esta es una serie de tres artículos sobre la gratitud: Tres lecciones de gratitud en la historia de Ana. Cada parte contiene una lección. Hoy martes publico la primera, con la primera lección y la introducción a la serie, las siguientes dos serán publicadas miércoles y jueves a primera hora de la mañana, pueden volver para completar la serie. La gratitud fue el tema con que introduje la predicación de este año en nuestra iglesia local —culto de acción de gracias—, los artículos los escribí con los apuntes del sermón, incluyendo parte del material que por espacio no pude incluír. Oro para que pueda ser de bendición a los lectores del blog del mismo modo que este aspecto de la historia de Ana ha sido de bendición para mí. Pueden leer también Leprosos anónimos, el sermón del culto de acción de gracias del año pasado.
Actualización Ya están disponibles la segunda parte y la tercera: (Lección #2)
Para ser agradecidos tenemos que cultivar la oración. (Lección #3) La mejor expresión de gratitud es el desprendimiento.
Agradecimiento en la vida de Ana
Y su rival la irritaba, enojándola y entristeciéndola, porque Jehová no le había concedido tener hijos. Así hacía cada año; cuando subía a la casa de Jehová, la irritaba así; por lo cual Ana lloraba, y no comía. 1 Samuel 1:6-7
La historia del nacimiento de Samuel es una de las más conocidas en la narrativa del Antiguo Testamento: Ana, una estéril mujer piadosa ora fervientemente al Señor por un hijo, el Señor responde su oración y ella expresa su gratitud con desprendimiento, dedicándolo completamente a su servicio. El primer capítulo del libro de Samuel presenta la historia, y justo después (segundo capítulo) se nos da también el canto de Ana, expresión de su confianza en Dios y su gratitud; lo que primero se presenta en forma de historia luego se recapitula, exaltando a Dios, en forma de poesía. Hay un elemento común que sobresale, tanto en la historia como en el canto: la gratitud. Nos enseña que la gratitud está relacionada con la necesidad, que para llegar a ser agradecidos primero tenemos que aprender a derramar nuestros corazones en oración ante el Señor y que la mejor expresión de gratitud es el desprendimiento. Siguiendo el ejemplo de esta mujer piadosa, podemos aprender tres lecciones para llegar a ser agradecidos.
La gratitud siempre hace falta
Gratitud es la expresión de aquel que ha recibido algo, y en nuestra relación con Dios debería ser esta una constante. Dada la multitud de los bienes recibidos de Él, nos quedaremos cortos en nuestra expresión de agradecimiento, por eso, todo momento es oportuno para estimular la gratitud, es una de las cosas que nunca sobran, sino que siempre hacen falta. Siempre ha estado dispuesta la mano del Señor para proveernos, pero no siempre ha estado dispuesto el pueblo del Señor para agradecerle.
Lección #1:
La mayor expresión de gratitud tiene su origen en la más profunda necesidad
Regularmente el Señor nos permite padecer allí donde quiere suplirnos especialmente (milagro) y dejar constancia (testimonio).
La necesidad que tenía Ana era del nivel que no es accionable para los hombres. La vida es un milagro del Señor, y ella estaba deseando algo que solamente Dios podía suplirle. Su necesidad se había hecho cada vez más evidente con el paso del tiempo y el aguijón de otra mujer le recordaba insistentemente su desdicha. Su marido la amaba, al parecer era un hombre con recursos materiales, pero el único consuelo que podía ofrecerle era tratar de suplir él, con su afecto, para así intentar llenar la necesidad que tenía ella: «Elcana su marido le dijo: Ana, ¿por qué lloras? ¿por qué no comes? ¿y por qué está afligido tu corazón? ¿No te soy yo mejor que diez hijos?». Las carencias tienen propósito para la gente piadosa: ellas preparan el camino para que la provisión de Dios se haga aún más evidente y abonan con ello el terreno donde crecerá el agradecimiento. No es esta una ley universal, pero regularmente el Señor nos permite padecer allí donde quiere suplirnos especialmente (milagro) y dejar constancia (testimonio). Todo lo que tenemos lo tenemos por gracia, algunas cosas con tanta fidelidad que podemos darlas por sentado; por eso, hay provisiones de Dios tan dramáticas que nos subrayan esos momentos de la vida donde al mirar atrás tendremos necesariamente que reconocer que hemos sido especialmente provistos. El mejor de los casos sería que seamos agradecidos con tanta constancia como somos provistos, pero eso no es lo más común, lo más común es acostumbrarnos a su fidelidad y olvidarnos de hacer memoria. La necesidad que Dios nos permite percibir abre la oportunidad para que reconozcamos su presencia y oportuno cuidado de nosotros. Su vocación es proveernos, y nuestra actitud correspondiente la acción de gracias: «el que no escatimó ni a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos dará también con él todas las cosas?1».
Su gloria en nuestra necesidad
El propósito de toda la creación, incluido aquel hombre que sufre y cuestiona, es la gloria de Dios.
Las preguntas frecuentes del hombre en el momento de necesidad son el hasta cuándo, el por qué causa y el por qué a mí, las tres tienen su centro en el ego (el hombre como centro); la respuesta sabia pone a Dios en el centro y al hombre en la periferia: el propósito de toda la creación, incluido aquel hombre que sufre y cuestiona, es la gloria de Dios, y si nuestra carencia repercutirá en una mayor o más clara manifestación de su gloria, sea la gloria de Dios manifestada por medio de sus instrumentos. Este es también el sentido del canto de Ana: «Jehová mata, y él da vida; él hace descender al Seol, y hace subir. Jehová empobrece, y él enriquece; Abate, y enaltece. El levanta del polvo al pobre, y del muladar exalta al menesteroso, para hacerle sentarse con príncipes y heredar un sitio de honor. Porque de Jehová son las columnas de la tierra, y él afirmó sobre ellas el mundo2». Dios es santo, Dios es soberano, Dios está en control; si Él ha elegido expresar su gloria en nuestra necesidad, bienvenida sea la carencia. Si la carencia es lo que nos conducirá a la gratitud, glorifiquemos al Señor por el aguijón.
Aquel que realmente llegó a entender la profundidad de su carencia es el que entiende el valor de lo que ha recibido y tiene la mejor disposición para agradecer.
Puede parecer algo tétrico, pero casi siempre se llega a la cumbre de la gratitud al transitar por el camino de las más profundas necesidades: aquel que realmente llegó a entender la profundidad de su carencia es el que entiende el valor de lo que ha recibido y tiene la mejor disposición para agradecer. Es aquella mujer que derramó un costoso perfume y lavó con sus cabellos los pies del Señor mientras el Señor estaba comiendo en casa de Simón el Fariseo. El anfitrión no entendía esta expresión de gratitud, pues tampoco había entendido su propia necesidad. Si hubiese percibido su real condición ante Dios, que no era él mejor que la mujer sino que estaba igualmente perdido en sus delitos y pecados y aun así el Señor se había sentado en su mesa, en vez de despotricar contra ella y su actitud se le hubiese unido en su expresión.
Y vuelto a la mujer, dijo a Simón: ¿Ves esta mujer? Entré en tu casa, y no me diste agua para mis pies; mas ésta ha regado mis pies con lágrimas, y los ha enjugado con sus cabellos. No me diste beso; mas ésta, desde que entré, no ha cesado de besar mis pies. No ungiste mi cabeza con aceite; mas ésta ha ungido con perfume mis pies. Por lo cual te digo que sus muchos pecados le son perdonados, porque amó mucho; mas aquel a quien se le perdona poco, poco ama. Lucas 7:44-47
Cuando Dios soberanamente nos coloca en la aflicción confiamos en que esto armoniza con la perfección de su carácter y su voluntad para nosotros.
El caso de Ana era el de una necesidad real, palpable, pero percibida por una mujer piadosa, ella estaba muy consciente de su carencia y de su incapacidad para proveerse por sus propios medios, pero en vez de cuestionar a Dios rogaba ante su presencia. Sí, ella había sido puesta por Dios en el camino de la aflicción, y esa expresión de su soberanía solamente es entendida por una mente renovada. El impío solamente concibe a un Dios centrado en su bienestar temporal, y ante cualquier situación en la que su comodidad sea puesta en peligro maldecirá a Dios. Esa fue la diferencia entre Job y su mujer, ella veía la calamidad de su esposo desde la impiedad, y él, que era el afligido, en medio de su aflicción retenía su integridad: «Entonces le dijo su mujer: ¿aún retienes tu integridad? Maldice a Dios, y muérete. Y él le dijo: como suele hablar cualquiera de las mujeres fatuas, has hablado. ¿Qué? ¿Recibiremos de Dios el bien, y el mal no lo recibiremos? En todo esto no pecó Job con sus labios3». La soberanía de Dios es vista por sus hijos junto a todos sus demás atributos: santidad, justicia, amor y misericordia. Cuando Dios soberanamente nos coloca en la aflicción confiamos en que esto armoniza con la perfección de su carácter y su voluntad para nosotros: podemos sufrir sin atribuirle a Él falta o injusticia alguna, sabiendo que sigue siendo un Dios de amor y misericordia. Si nos ha elegido a nosotros para manifestar sus obras, entonces tengámoslo como un privilegio.
El mayor don que recibió no fue la vista, sino la ceguera, para que pudiera eventualmente presenciar de primera mano las obras de Dios.
Esa disposición a aceptar que en nuestras vidas sean manifestadas las obras de Dios se ilustra con el caso de aquel hombre ciego de nacimiento. Los discípulos del Señor se preguntaban que quién había pecado, si él o sus padres para que haya recibido ese mal. La respuesta del Señor apuntó a la soberanía de Dios y a la manifestación de sus obras: «Respondió Jesús: no es que pecó éste, ni sus padres, sino para que las obras de Dios se manifiesten en él4». En un caso como este el impío concluirá en que Dios realmente no es bueno, pues afligió a este hombre durante largo tiempo; un creyente verdadero dirá que aún en su carencia, ese hombre había recibido de Dios aún más de lo que merecía y que el mayor don que recibió no fue la vista, sino la ceguera, para que pudiera eventualmente presenciar de primera mano las obras de Dios. ¡Ser testigo de primera mano de las grandes obras de Dios supera con creces el no haber visto durante toda su vida! «Respondió él y dijo: aquel hombre que se llama Jesús hizo lodo, me untó los ojos, y me dijo: Ve al Siloé, y lávate; y fui, y me lavé, y recibí la vista5». Después de haber experimentado las obras de Dios, su corazón no era el de un resentido, sino el de un testigo agradecido. Los fariseos le interrogaron y al hacerlo cuestionaron el origen de Jesús, esta fue su respuesta:
Respondió el hombre, y les dijo: pues esto es lo maravilloso, que vosotros no sepáis de dónde sea, y a mí me abrió los ojos. Y sabemos que Dios no oye a los pecadores; pero si alguno es temeroso de Dios, y hace su voluntad, a ése oye. Desde el principio no se ha oído decir que alguno abriese los ojos a uno que nació ciego. Si éste no viniera de Dios, nada podría hacer. Juan 9:30-33
Es también el caso de José y de María, personas piadosas de Israel que Dios eligió soberanamente para colocarles en una situación incómoda que les llevaría a ser instrumentos para la manifestación de las obras de Dios. Ambos respondieron con piadosa sumisión. Esta fue la respuesta de María: «entonces María dijo: he aquí la sierva del Señor; hágase conmigo conforme a tu palabra6». Y esta la de José, después de conocer en sueño los planes del Señor: «y despertando José del sueño, hizo como el ángel del Señor le había mandado, y recibió a su mujer7». El magnificad de María guarda cierto paralelismo con la canción de Ana: preciosas expresiones de sumisión, dependencia y gratitud por haber sido escogidas para ser instrumento de Dios.
Entonces María dijo: engrandece mi alma al Señor; y mi espíritu se regocija en Dios mi Salvador. Porque ha mirado la bajeza de su sierva; pues he aquí, desde ahora me dirán bienaventurada todas las generaciones. Porque me ha hecho grandes cosas el Poderoso; Santo es su nombre, y su misericordia es de generación en generación a los que le temen. Hizo proezas con su brazo; esparció a los soberbios en el pensamiento de sus corazones. Quitó de los tronos a los poderosos, y exaltó a los humildes. A los hambrientos colmó de bienes, y a los ricos envió vacíos. Socorrió a Israel su siervo, acordándose de la misericordia de la cual habló a nuestros padres, para con Abraham y su descendencia para siempre. Lucas 1:46-54
Peligro en la abundancia
Dos cosas te he demandado; no me las niegues antes que muera: vanidad y palabra mentirosa aparta de mí; no me des pobreza ni riquezas; manténme del pan necesario; no sea que me sacie, y te niegue, y diga: ¿Quién es Jehová? O que siendo pobre, hurte, y blasfeme el nombre de mi Dios. Proverbios 30:7-9
Dada nuestra naturaleza corruptible, ni en carencia ni en abundancia nuestra alma estará segura.
Hay cierto peligro de que en la carencia maldigamos a Dios, pero aún más peligrosa es la comodidad. Lo que ha demostrado la historia es que allí donde Dios ha sido más constante en proveer hemos estado más prestos los hombres a olvidarle. El pueblo de Israel es un retrato del hombre en su condición: sus más sonoras caídas fueron en los tiempos de abundancia (estando en la tierra prometida), y su más viva devoción en los tiempos de carencia (estando en el cautiverio). No debemos hacer una apología de la carencia, pero estamos llamados a ser especialmente cautos en la abundancia, y aun cuando en algunas áreas estemos saciados reconocer que aquellos puntos de necesidad que el Señor mantiene en nosotros pueden ser preciosas provisiones de para el bienestar de nuestras almas. Antes de poseer la tierra, Israel (en necesidad) fue advertido: «no suceda que comas y te sacies, y edifiques buenas casas en que habites, y tus vacas y tus ovejas se aumenten, y la plata y el oro se te multipliquen, y todo lo que tuvieres se aumente; y se enorgullezca tu corazón, y te olvides de Jehová tu Dios, que te sacó de tierra de Egipto, de casa de servidumbre8. Aún bajo advertencia Israel sucumbió, y el destino nuestro podría ser el mismo. Si tenemos necesidad reconozcamos su propósito, y si somos saciados, estemos atentos para que no se nos olvide agradecer. Dada nuestra naturaleza corruptible, ni en carencia ni en abundancia nuestra alma estará segura, pero es más fácil que nos refugiemos en Dios y seamos agradecidos desde la carencia que desde la abundancia.
Gracias. Muy edificante el mensaje