Seis dÃas se trabajará, mas el séptimo dÃa será de reposo, santa convocación; ningún trabajo haréis; dÃa de reposo es de Jehová en dondequiera que habitéis. (LevÃticos 23:3)
Este artÃculo lo escribà con parte de las notas que produje para el segundo punto del sermón que prediqué el pasado domingo en nuestra iglesia (La respuesta de Dios para el exceso de trabajo) y se quedaron fuera por falta de espacio. Pueden leer el artÃculo anterior con el primer punto: La bendición del trabajo.
Asà como algunos adolescentes fuman sin desearlo para aparentar ser grandes, muchos adultos simulan tener la agenda llena y muchas llamadas entrando, para aparentar ser importantes.
El el agitando mundo actual todos pretenden estar ocupados en la labor de «ganarse la vida», tanto, que entrar en reposo está mal visto. Hasta quien por pereza no está trabajando simula estarlo: se mueve de un lado a otro sin un rumbo claro para que su falta de acción no llame la atención. Detenerse o moverse lento, según la corriente de este mundo, está mal visto, si intentamos detenernos pronto el mundo se encargará de darnos un bocinazo para ponernos en movimiento. Quizás sea una actitud aprendida, pues asà como algunos adolescentes fuman sin desearlo para aparentar ser grandes, muchos adultos simulan tener la agenda llena y muchas llamadas entrando, para aparentar ser importantes. La realidad es que casi todo el mundo está menos ocupado de lo que parece y la pereza1 —no solamente el exceso de trabajo— sigue siendo un problema en el aparentemente ocupado mundo actual.
(El domingo pasado introduje el sermón sobre el trabajo con un llamado a dejar de simular, pues el reposo es una pausa posterior al trabajo y no solamente ocio. Cuando reposamos miramos hacia atrás la obra de nuestras manos y nos alegramos. Siendo asÃ, quien no trabaja, sino que solamente simula, nunca podrá reposar; cuando mira hacia atrás tampoco se alegra, sino que se entristece.)
Lo que el creador ha establecido para sus creaturas no es el retiro, sino, un conjunto de ciclos consecutivos y saludablemente cortos de trabajo y descanso.
La precondición que ha ordenado Dios para entrar en reposo al séptimo dÃa es haber seguido su ordenanza previa: trabajar los seis dÃas anteriores, para su gloria. Esa es una gran diferencia entre el ocio y el reposo: el reposo es una pausa saludable «posterior» al trabajo con un objetivo preciso (reflexión, preparación, disfrute). El ocio, por el contrario, es descanso sin cansancio, es pausa sin acción, es dejar pasar el tiempo sin glorificar a Dios. Asà mismo, lo que el creador ha establecido para sus creaturas no es el retiro, un ajetreo constante durante sesenta años esperando poder entrar al final en un perÃodo de ocio —pausa sin acción durante quizás diez años—, sino, un conjunto de ciclos consecutivos y saludablemente cortos de trabajo y descanso. El retiro es una ilusión que casi nadie alcanza y quien lo alcanza pronto lo abandona desilusionado, si al dÃa de hoy no estás reposando periódicamente lo más probable es que mueras y nunca logres reposar. Lo más común es que las personas se envuelvan durante sesenta años en trabajos que ni glorifican a Dios ni le producen satisfacción —en su gloria precisamente está nuestro deleite—, buscando el mayor beneficio económico, luego, si logran «retirarse», entonces se dedican a hacer otro trabajo, quizás uno realmente relevante y para la gloria de Dios. Entonces se preguntarán que cómo fue que desperdiciaron sus vidas en otras cosas.
Es su gloria y no el ocio ni el dinero, el principal fin en la vida nuestra.
La cultura popular celebra como un logro haber trabajado poco y logrado el retiro: un momento de nuestras vidas en las que ya tengamos el dinero necesario para como para dejar trabajar, pero ignora que la razón por la que Dios estableció el trabajo va mucho más allá de la acumulación de dinero; su gloria y no el ocio ni el dinero, es el principal fin en la vida nuestra. Ciertamente, con el paso de los años nuestro cuerpo va perdiendo algunas de sus facultades y vamos bajando el ritmo, nunca será igual el trabajo que hacemos para el Señor en la juventud que el que hagamos en la vejez —por eso es sabio aprovechar el tiempo y no disiparlo2—, pero en ambos momentos es posible seguir trabajando para su gloria. Lo más probable es que si al dÃa de hoy no estamos glorificando a Dios con lo que hacemos, asà como moriremos sin descansar, también muramos sin glorificarle; en vez de buscar su gloria habremos caÃdo en la trampa de dedicar nuestra existencia a servir sin descanso a las riquezas3.