Ve a la hormiga, oh perezoso, mira sus caminos, y sé sabio; la cual no teniendo capitán, ni gobernador, ni señor, prepara en el verano su comida, y recoge en el tiempo de la siega su mantenimiento. Proverbios 6:6-8
Por la misma condición de la creación después del pecado, tarde o temprano tendremos que enfrentar tareas fastidiosas, rutinarias o poco óptimas, asuntos que no se resolverán con inteligencia, sino con sudor.
El primer paso para combatir un pecado es reconocerlo, que incluye llamarlo por su nombre e identificar que está presente, aunque sea de manera oculta y velada, pues el pecado se esconde y se disfraza, en formas tan elaboradas que hay que estar muy atentos, y en verdad querer vencerlo, para poder verlo. Pasa así con la pereza, que podría convivir con nosotros por años disfrazada de virtud. Estas son las maneras en las que la he encontrado oculta: confundiendose con emprendimiento, con optimización, con creatividad, con esperar oportunidades ideales y con una falsa idea de lo que es «el éxito». Trataré de describirlas en la forma más vívida que esté a mi alcance para ayudar a identificarlas, para mi beneficio y el tuyo. Estos son asuntos para considerar cada cierto tiempo, pues lo que antes nos visitó puede volver a visitarnos.
- La pereza que se confunde con emprendimiento. Es algo loable tener la vocación de emprender, de comenzar desde cero, de ser pionero; de sacrificarse unos cuanto para crear un contexto de oportunidades para los demás. Pero detrás de una personalidad emprendedora podría estar viviendo un perezoso. La parte gris del mundo del emprendimiento pocas veces se comparte: el mal testimonio, las familias destruidas, las expectativas defraudadas. Haber fracasado en diez empresas, frecuentemente por falta de constancia, ha llegado a ser un deporte extremo, practicado y difundido como historias de éxito. ¡Hasta se recomienda fracasar como una experiencia a desear! Recuerdo un comentario de Peter Thiel, uno de los emprendedores más exitosos del mundo (uno de los fundadores de Paypal y de los primeros inversionistas de Facebook): «creo que la gente no aprende mucho en realidad del fracaso. Creo que a largo plazo acaba siendo dañino y desmoralizador para la gente, y yo tengo la sensación de que la extinción de cualquier negocio es una tragedia». Comenzar algo nuevo es una gran tentación. Solamente pensar en la emoción, en las expectativas y en el borrón y cuenta nueva, hace que cualquiera que no tenga mucho fundamento abandone lo que sea que está haciendo ahora mismo. El secreto mejor guardado del emprendimiento es que todas las cosas son fatigosas, que lo que hoy parece novedoso pronto perderá su brillo, que si no fuera por la constancia y la diligencia ninguna obra se podría llevar hasta el final:
Todas las cosas son fatigosas más de lo que el hombre puede expresar; nunca se sacia el ojo de ver, ni el oído de oír. ¿Qué es lo que fue? Lo mismo que será. ¿Qué es lo que ha sido hecho? Lo mismo que se hará; y nada hay nuevo debajo del sol. ¿Hay algo de que se puede decir: he aquí esto es nuevo? Ya fue en los siglos que nos han precedido. Eclesiastés 1:8-10
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Si lograste optimizar una tarea no te duermas, utiliza los recursos ahorrados para ser aún más diligente.
La pereza que se confunde con optimización. Son aquellos que huyen del trabajo repetitivo, monótono o rutinario, quienes no ponen la mano en la tarea hasta haber encontrado la manera más óptima de resolver ver el problema, empleando la menor cantidad de recursos (principalmente esfuerzo). Es cierto que Dios nos ha dado la inteligencia para lograr que por medio de herramientas (físicas o intelectuales) la mayordomía de la creación sea un trabajo más llevadero, pero por la misma condición de la creación después del pecado, tarde o temprano tendremos que enfrentar tareas fastidiosas, rutinarias o poco óptimas, asuntos que no se resolverán con inteligencia, sino con sudor: «con el sudor de tu rostro comerás el pan hasta que vuelvas a la tierra, porque de ella fuiste tomado; pues polvo eres, y al polvo volverás1». Si Dios te ha dado la capacidad de optimizar hazlo, pero evita esconderte en esa habilidad para practicar la pereza, aún en los sistemas más pulidos existe un poco de entropía (desorden), y aún los más sagaces tarde o temprano terminarán sudando. Los problemas de optimización en la creación son un lamentable recuerdo de que el pecado tiene consecuencias. ¡Tendremos que sudar! (Y si lograste optimizar una tarea no te duermas, utiliza los recursos ahorrados para ser aún más diligente.)
- La pereza que se confunde con creatividad. Para estos, el conjunto de los hombres está dividido en dos grandes partes: quienes tiene una personalidad creativa (escritores, artistas, inventores) y requieren grandes tiempos de ocio para que emerjan las grandes ideas y quienes no la tienen, por lo que estos últimos deben trabajar. ¡Nada más alejado de la realidad! La creatividad tiene atada la diligencia, aún más, la diligencia apasionada: esa capacidad de intentar, intentar e intentar en una dirección hasta que se consigue una salida. Los más grandes creativos de la historia no «recibieron» sus grandes ideas mientras se esparcían, las «generaron» mientras trabajaban. La relación entre creatividad y diligencia se explican bien en dos biografías de «genios» escritas por Walter Isaacson: la biografía de Steve Job (diligencia en lograr diseñar, producir o comercializar unos productos únicos) y la biografía de Albert Einstein (diligencia en descubrir las leyes que hacen que funcione el mundo). Rompen con el paradigma del creativo-bohemio que se instala en el mundo de las ideas para evitar el trabajo duro.
Los más grandes creativos de la historia no «recibieron» sus grandes ideas mientras se esparcían, las «generaron» mientras trabajaban.
- La pereza que espera oportunidades ideales. Para este tipo de perezoso ningún empleo es apropiado, ningún negocio tiene los rendimientos esperados (por él) y ninguna causa es lo suficientemente imperante como para ponerle en movimiento. Está sentado en el sofá, esperando pacientemente que mejore la situación del mercado, que el clima sea el idóneo, que la oportunidad de su vida toque a su puerta, le arrastre a salir a la calle o por lo menos le persuada. El agricultor siembra cada año, aunque sabe que unos años el clima le favorecerá y otros no; pues si solamente sembrara en los años buenos se moriría de hambre. En esto pensaba el autor de Eclesiastés cuando dijo que «el que al viento observa, no sembrará; y el que mira a las nubes, no segará»2. Quienes aprovechan las grandes oportunidades no son los perezosos que están esperando recibir noticias, sino los diligentes que están sobre el terreno, haciendo las noticias. Por regla general, cuando el perezoso llega a enterarse de que surgió una gran oportunidad la oportunidad ya está pasando. Si encuentras en tu vida la pereza escondida a la espera de mejores circunstancias mira esta frase de Lutero, que impulsó la Reforma en Alemania con todos los vientos en su contra:
Aunque el final del mundo sea mañana, hoy plantaré manzanos en mi huerto. Martín Lutero.
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Si hemos vivido diligentemente habremos acumulado un tesoro —sobre todo de sabiduría— que debemos dedicarnos a administrar bien, para el beneficio de las nuevas generaciones.
La pereza que se confunde con el éxito. ¿Será verdad que la mayor realización en la vida del hombre es la inoperancia? Éxito, para un cristiano, es vivir cada etapa de su vida para la gloria de Dios. Es esperable que con el paso del tiempo determinados trabajos sean reemplazado por otros, pero lo que el Señor nos ha indicado no es el retiro, sino ciclos constantes de trabajo y reposo. Ser muy diligentes durante una etapa de la vida para al final terminar entregándonos en los brazos de la pereza es fracasar. Debemos estar alerta para rechazar esos falsos modelos de éxito muy difundidos que se podrían robar una de las etapas más valiosas de nuestras vidas. Cuando lleguen las canas y se agoten las fuerzas, si hemos vivido diligentemente habremos acumulado un tesoro —sobre todo de sabiduría— que debemos dedicarnos a administrar bien, para el beneficio de las nuevas generaciones. ¡Así mismo termina el libro de Eclesiastés!
Y cuanto más sabio fue el predicador, tanto más enseñó sabiduría al pueblo; e hizo escuchar, e hizo escudriñar, y compuso muchos proverbios. El fin de todo el discurso oído es este: Teme a Dios, y guarda sus mandamientos; porque esto es el todo del hombre. Eclesiastés 12:9, 13
Éxito, para un cristiano, es vivir cada etapa de su vida para la gloria de Dios.
Tenemos la ayuda del Espíritu Santo, que nos confronta, nos hace sentir contrición y nos lleva a la verdad; el consejo de la Palabra, que nos muestra la voluntad objetiva de Dios y ejemplos positivos y negativos de practicarla o ignorarla; y la ayuda de nuestros hermanos, que al vernos desde fuera nos estimulan al amor y a las buenas obras. Pero hace falta también la voluntad de identificar, reconocer y apartarse para encontrar nuestra satisfacción en la provisión legítima de Dios. Que con la ayuda del Señor, de su Palabra, de nuestros hermanos y con mucha diligencia podamos tener victoria sobre la pereza.
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