Bienaventurados los pobres en espíritu

Serie de Artículos Este artículo sobre la pobreza espiritual es la primera parte de una serie más extensa (ocho artículos en total) sobre las bienaventuranzas. Pueden leer la introducción: Introducción al estudio de las Bienaventuranzas.

Bienaventurados los pobres en espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos.Mateo 5:3

Significado de la pobreza espiritual

Pobres en espíritu no son quienes experimentan voluntariamente o por necesidad carencias materiales, sino aquellas personas que han dejado de lado la soberbia y la presunción para con humildad reconocer delante del Señor su verdadera condición.

Quienes vienen de un trasfondo Católico-Romano tienden a relacionar esta primera bienaventuranza con carencia material, quizás influenciados por Francisco de Asís, que pasó voluntariamente de una vida acomodada como hijo de un comerciante a la más profunda pobreza. Para ellos, la expresión de nuestro Señor es un tipo de consuelo: si no tienes nada, no estés triste, pues a fin de cuentas este mundo es pasajero y el reino de los cielos tuyo. Las Sagradas Escrituras en otras partes alientan al contentamiento1 y a la generosidad2, pero a la luz del propósito de las bienaventuranzas (la vida dentro del reino), la expresión de nuestro Señor apunta más alto. Si una persona intentara desprenderse de sus bienes materiales para heredar el reino de los cielos, lograra desprenderse (cosa difícil para el hombre natural) y viniera ante el Señor a reclamar su bendición, estaría obrando directamente en contra del propósito de la bienaventuranza; no estaría evidenciando pobreza de espíritu, sino presunción espiritual: intentar ser digno del reino de los cielos por sus propios medios. Pobres en espíritu no son quienes experimentan voluntariamente o por necesidad carencias materiales, sino aquellas personas que han dejado de lado la soberbia y la presunción para con humildad reconocer delante del Señor su verdadera condición: estamos muertos en nuestros delitos y pecados, a pesar de nuestro mejor esfuerzo. Esos son bienaventurados y de ellos es el reino de los cielos.

Una peligrosa presunción

El principal obstáculo que tienen los hombres para entrar al reino de los cielos es la presunción: entienden que ya han sido enriquecidos, que ya tienen las cosas que necesitan o que en algún momento lograrán tenerla por sus propios medios. Cristo estaba interactuando con el pueblo que tenía la mayor presunción espiritual del mundo antiguo, con los «hijos de Abraham». Justo antes de proclamar este discurso, Cristo les había reprendido, reprensión que permite entender el sentido puntual de esta bienaventuranza: «Haced, pues, frutos dignos de arrepentimiento, y no penséis decir dentro de vosotros mismos: a Abraham tenemos por padre3». Eran el pueblo de la promesa, el pueblo elegido, el pueblo especial; al terminal el cautiverio se habían apartado de otros pueblos, de sus propios hermanos infieles y de los ídolos, tenían un templo reconstruido, guardaban la ley y presentaban sacrificios. En su opinión, estaban listos para recibir al Mesías. Desde la perspectiva de Dios, a menos que reconocieran su verdadera condición espiritual —extrema pobreza—, abandonando cualquier presunción de dignidad, no tendrían parte en el reino de los cielos.

Nada para entregar / Mucho para recibir

La noticia del evangelio no es sobre una mejora, un rediseño o decoración, es sobre una nueva construcción; Cristo no viene a mejorar nuestras vidas, sino a darnos una.

Son muchos los que entienden el evangelio no como aquello que es absolutamente necesario, sino como una cosa más. Quedan fuera porque intentan poner el evangelio en uno de los compartimientos del estante, justo al lado de otros de sus logros (la carrera profesional, su patrimonio, su familia, su posición social). Otros se congratulan ellos mismos de ser muy religiosos, por cultivar la santidad, por haber permanecido en los caminos del Señor durante muchos años, corren el mismo riesgo de los judíos: estarán cerca del reino, pero del lado afuera. La noticia del evangelio no es sobre una mejora, un rediseño o decoración, es sobre una nueva construcción; Cristo no viene a mejorar nuestras vidas, sino a darnos una4. Se escucha frecuentemente en el evangelismo que alguien le entregó su vida a Cristo, como si el hombre natural estuviera en condición de desprenderse de algo con algún valor, lo que realmente sucedió fue que «Dios, que es rico en misericordia, por su gran amor con que nos amó, aun estando nosotros muertos en pecados, nos dio vida juntamente con Cristo5», Cristo no es quien reparó nuestra vida, Él es «nuestra vida6». Cualquier intento de venir a entregar algo a Cristo en vez de venir —reconociendo nuestra pobreza— a buscar algo a Cristo es presunción. Otros intentan santificar sus vidas, apartarse del pecado, superar determinados vicios para estar prestos a recibir el reino, pero quien lo recibe no es quien se aparta, sino quien reconoce que por sus propios medios no pudo lograrlo, viene a Cristo muerto en sus delitos y pecados, reconoce así su pobreza, su total incapacidad para hacer por sus medios la voluntad de Dios, renuncia a cualquier pretensión de actuar como conviene por los medios humanos y allí mismo es enriquecido.

Oración y pobreza de espíritu

La más absoluta pobreza es la mendicidad, dejar de intentar proveernos por nuestros medios para depender de la benevolencia de los otros. Así mismo, una evidencia de la pobreza de espíritu es un deseo renovado por la oración

El énfasis que hay en las Escrituras sobre la oración es muy alto, se nos invita a pedir, a clamar a confiar en que si pedimos recibiremos, y es que la oración es el medio por el cual los pobres en espíritu procuramos nuestro sustento. Sabes que realmente eres pobre en Espíritu cuando valoras la oración (acceso aquel que «suplirá todo lo que os falta conforme a sus riquezas en gloria7») como el más alto privilegio. La más absoluta pobreza es la mendicidad, dejar de intentar proveernos por nuestros medios para depender de la benevolencia de los otros. Así mismo, una evidencia de la pobreza de espíritu es un deseo renovado por la oración, no la oración grandilocuente de quien en su presunción se cree en el derecho, sino la oración dependiente de quien sabe que solamente por la misericordia de Dios puede estar su presencia sin ser consumido8. Dice el libro de los salmos que «este pobre clamó, y le oyó Jehová, y lo libró de todas sus angustias9».

El fariseo, puesto en pie, oraba consigo mismo de esta manera: Dios, te doy gracias porque no soy como los otros hombres, ladrones, injustos, adúlteros, ni aun como este publicano; ayuno dos veces a la semana, doy diezmos de todo lo que gano. Mas el publicano, estando lejos, no quería ni aun alzar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho, diciendo: Dios, sé propicio a mí, pecador. Os digo que éste descendió a su casa justificado antes que el otro; porque cualquiera que se enaltece, será humillado; y el que se humilla será enaltecido. Lucas 18:11-14

El Fariseo no solamente estaba hablando consigo mismo —pues Dios no le estaba escuchando— sino que tampoco estaba pidiendo, pues entendía que no necesitaba nada de Dios. El publicano reconocía su indignidad (pobreza) y también pedía a Dios para ser enriquecido. ¡Bienaventurados los pobres en espíritu!

Dios no puede ser impresionado

Israel había intentado agradar a Dios construyendo un templo y ofreciendo sacrificios costosos, habían hecho de la adoración, un medio de pretensión. El Señor les respondió que Él no necesitaba ser enriquecido por el hombre, que fue su mano la que hizo todas las cosas, que sus sacrificios pretenciosos no serían recibidos, pero que ante determinado hombre sí estarían atentos sus ojos. Los medios del hombre no pueden impresionar a Dios, y cuando lo intentan, Dios mira hacia otra parte. Sin embargo hay un hombre que Dios sí se deleita en mirar: «Jehová dijo así: el cielo es mi trono, y la tierra estrado de mis pies; ¿dónde está la casa que me habréis de edificar, y dónde el lugar de mi reposo? Mi mano hizo todas estas cosas, y así todas estas cosas fueron, dice Jehová; pero miraré a aquel que es pobre y humilde de espíritu, y que tiembla a mi palabra10». ¡Bienaventurados los pobres en espíritu! Bienaventurado aquel que no se levanta altivo ante la presencia del Señor como quien merece algo, sino que tiembla ante su Palabra. Dios mira y escucha a los pobres en espíritu.

Un verdadero voto de pobreza

Admitamos ante el Señor que no tenemos lo suficiente, y cuando creamos que tenemos algo, mirémosle a Él más detenidamente, hasta que Su inmensidad evidencie que lo que tenemos aún es nada.

Ser pobre en espíritu no es la actitud puntual que se manifiesta solamente en la primera etapa de la vida cristiana, debería ser nuestra admisión diaria, nuestra actitud permanente del corazón. Es como el hombre rico al que alguien le preguntó que cómo había logrado comenzar desde la más absoluta pobreza, desarrollar un patrimonio y permanecer siendo rico. Que cómo fue que logró ser rico en determinado momento, vino la crisis, y siguió siendo rico. Que cómo logró seguir de pie cuando todas las empresas de su rubro cerraron, alguna fórmula debería de tener. Su respuesta fue tan sencilla como sabia: la manera de permanecer siendo ricos es seguir siendo pobres. ¡Cuando creas que ya eres rico entonces comenzarás a empobrecerte! Cuanto entiendas que ya tienes lo que hace falta entonces dejarás de buscarlo y te alcanzará la ruina. «Un poco de sueño, cabeceando otro poco, poniendo mano sobre mano otro poco para dormir; así vendrá como caminante tu necesidad, y tu pobreza como hombre armado11». Este es el verdadero voto de pobreza: una renuncia diaria intencional a cualquier pretensión ante Dios, de forma tal que cuando le veamos a Él y nos veamos a nosotros digamos nada somos, y la más constante diligencia en procurar sustento para nuestra alma por todos los medios que Dios nos haya provisto. «El alma del perezoso desea, y nada alcanza; Mas el alma de los diligentes será prosperada12». El cristianismo no puede ser aquello que nos impresionó intensamente en los primeros momentos de nuestra conversión para luego perder su brillo y llegar a ser algo más, a menos que sigamos anhelando las cosas espirituales con el mismo ardor que las anhelábamos en los primeros días, tarde o temprano volveremos a ser pobres. Admitamos ante el Señor que no tenemos lo suficiente, y cuando creamos que tenemos algo, mirémosle a Él más detenidamente, hasta que Su inmensidad evidencie que lo que tenemos aún es nada. No dejemos de buscar el pan de cada día, así como haber comido mucho y por muchos años no prepara el cuerpo físico para soportar el hambre, sino que la intensifica, pues el estómago tiene mala memoria, que haber comido del pan de vida durante una temporada no nos de la falsa idea de tener reservas para muchos días. Ni los muchos años en Cristo ni los buenos mansajes de Su palabra son garantía de que podamos resistir muchos días lejos de la fuente. «Oh Jehová, de mañana oirás mi voz; de mañana me presentaré delante de ti, y esperaré13».

Dos iglesias / Dos actitudes

Las cartas a las iglesias de Asia en Apocalipsis tienen una gran lección sobre la pobreza espiritual. La iglesia de Esmirna fue animada con estas palabras: «Yo conozco tus obras, y tu tribulación, y tu pobreza (pero tú eres rico)14». La iglesia de Laodicea, por el contrario, fue reprendida de este modo: «Porque tú dices: yo soy rico, y me he enriquecido, y de ninguna cosa tengo necesidad; y no sabes que tú eres un desventurado, miserable, pobre, ciego y desnudo. Por tanto, yo te aconsejo que de mí compres oro refinado en fuego, para que seas rico, y vestiduras blancas para vestirte, y que no se descubra la vergüenza de tu desnudez; y unge tus ojos con colirio, para que veas. Yo reprendo y castigo a todos los que amo; sé, pues, celoso, y arrepiéntete15». ¡Un gran contraste! Tengamos actitud de pobre, tengamos hambre de pobre, tengamos hábitos de pobre, vivamos en subsistencia. Bienaventurado aquel que recibe la Palabra del Señor con el mismo temor que la primera vez, que no le ha perdido el paladar a las cosas espirituales. Es muy fácil terminar en la presunción espiritual de Laodicea, es fácil felicitarnos a nosotros mismos pensando que lo hemos logrado, llegar a entender que ya tenemos, volver a validarnos ante el Señor por las cosas inadecuadas, sentir que tenemos una puerta más grande al reino de los cielos por el «valioso» trabajo que hemos hecho para el Señor. Al respecto de nuestras obligaciones como siervos, esta debería de ser nuestra actitud: «así también vosotros, cuando hayáis hecho todo lo que os ha sido ordenado, decid: siervos inútiles somos, pues lo que debíamos hacer, hicimos16».

Nuevamente: ¿Quiénes son los pobres en espíritu? Los que pueden reconocer ante Dios su bancarrota espiritual, los que no pretenden haberlo logrado, los que en el año cuarenta de su peregrinar cristiano aun manifiestan la expectativa de un nuevo creyente, los que no pretenden tener reservas, sino que buscan cada día su sustento, los que se consideran a sí mismo siervos inútiles, aquellos que tiemblan aún ante la Palabra de su Señor. ¡De ellos es el reino de los cielos! Preocúpate cuando tengas la tentación de compararte con tus hermanos en vez de compararte con Cristo, cuando empieces a considerar tu pecado como poca cosa, cuando te encuentres frecuentemente de acuerdo contigo mismo. Bienaventurados los que se confesaron como pobres y se siguen siendo pobres. «Pero Él da mayor gracia. Por esto dice: Dios resiste a los soberbios, y da gracia a los humildes17».

  1. 1 Timoteo 6:7-9 «Porque nada hemos traído a este mundo, y sin duda nada podremos sacar. Así que, teniendo sustento y abrigo, estemos contentos con esto. Porque los que quieren enriquecerse caen en tentación y lazo, y en muchas codicias necias y dañosas, que hunden a los hombres en destrucción y perdición». []
  2. Mateo 6:1-4 []
  3. Mateo 3:9 []
  4. Juan 10:10 []
  5. Efesios 2:4-5 []
  6. Colosenses 3:4 []
  7. Efesios 4:19 []
  8. Lamentaciones 3:22 []
  9. Salmos 34:6 []
  10. Isaías 66:1-2 []
  11. Proverbios 24:33-34 []
  12. Proverbios 14:4 []
  13. Salmos 5:3 []
  14. Apocalipsis 2:9 []
  15. Apocalipsis 3:17-19 []
  16. Lucas 17:10 []
  17. Santiago 4:6 []

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