Predica todo el tiempo, y de ser necesario, usa las palabras. Francisco de Asis.
La frase es de Francisco de Asís, y se repite frecuentemente: «predica todo el tiempo, y de ser necesario, usa las palabras». Hay muchas otras igualmente redondas del mismo autor: «Empieza haciendo lo necesario, continúa haciendo lo posible; y de repente estarás haciendo lo imposible». Evidentemente el hombre tenía facilidad para los aforismos (oraciones breves que resumen un principio). Volviendo a la de «predica todo el tiempo», puedo entender la intención, alude a tener un testimonio que esté en consonancia con aquello que decimos (predicar usando las palabras). Es una buena frase, útil si no se abusa de ella y se toma en su sentido limitado. Precisamente ahí está lo llamativo de un aforismo, en sintetizar con pocas palabras una idea (la necesidad del buen testimonio) aunque evidentemente deje algunos cabos sueltos. Las dos limitaciones principales de la frase —sus cabos sueltos— son las siguientes:
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Dada la realidad de que los hombres corren hacia la perdición sería muy injusto esperar que noten las sutilezas de nuestro ejemplo.
La presentación del evangelio requiere las palabras. No es la voluntad de Dios la predicación pasiva del evangelio: el mismo que nos llama a que nuestra luz alumbre delante de los hombres1 es el que nos manda a que, siendo heraldos, proclamemos intencionalmente con palabras el evangelio todas partes2. Dada la realidad de que los hombres corren hacia la perdición sería muy injusto esperar que noten las sutilezas de nuestro ejemplo y concluyan en su necesidad de Dios. ¡Interrumpámoslos con palabras! Así mismo, la dimensión de la obra de Cristo: profetizada en la antigüedad, desarrollada en su ministerio público y eventualmente terminada cuando regrese en gloria a reinar, hace absolutamente necesarias las palabras. Ni siquiera por medio de señas o mímicas lograríamos presentar objetivamente el evangelio si dejáramos de usar las palabras.
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Cuando alguien encuentra en nosotros algo «admirable» pocas veces se lo atribuye al poder del evangelio.
El entendimiento del evangelio requiere una presentación objetiva. Aunque ciertamente nuestra conducta puede —y debe— adornar la doctrina cristiana, como le escribió Pablo a Tito3, su lectura siempre será subjetiva, por lo que no puede remplazar la objetividad de las palabras. Lo que alguien puede leer en nosotros dependerá de sus aptitudes de observación, de nuestra personalidad (expresiva o inexpresiva, introvertida o extrovertida) y la suya (mucha o poca intuición), de los referentes y expectativas que tenga la persona y del contexto en que nos encuentre actuar. Con relación a nuestro testimonio, debemos estar especialmente prestos a utilizar las palabras, pues cuando alguien encuentra en nosotros algo «admirable» pocas veces se lo atribuye al poder del evangelio, por lo que, usando las palabras, deberíamos estar prestos a presentar cualquier cosa buena en nosotros que encuentren los hombres como el resultado de la obra de Dios. Sería imposible que apelando solamente al buen testimonio de un creyente un incrédulo llegue a concluir que Jesús es el Cristo de forma tal que alcance la vida eterna.
El evangelio sigue siendo verdad, aunque mi vida sea mentira.
Esta es una gran diferencia entre el humanismo y el cristianismo: el humanismo enseña que en los hombres hay una capacidad innata para manifestar la virtud y encontrar la verdad por intuición, pero el cristianismo afirma la única razón por la que los hombres podemos encontrar a Dios es porque Él se ha revelado a sí mismo: ¡en la Palabra (Cristo) y usando las palabras (de sus mensajeros)! Adicional a esto, y para concluir con otro aforismo: el evangelio sigue siendo verdad, aunque mi vida sea mentira.