¿Predicar un sermón ajeno?

Pregunta:
¿Sería correcto volver a predicar un sermón ajeno, quizás algún clásico de otro siglo?

Tenemos también la palabra profética más segura, a la cual hacéis bien en estar atentos como a una antorcha que alumbra en lugar oscuro, hasta que el día esclarezca y el lucero de la mañana salga en vuestros corazones; entendiendo primero esto, que ninguna profecía de la Escritura es de interpretación privada.2 Pedro 1:19-20 RVR

El martes pasado comenzamos en nuestra iglesia un curso sobre Enseñanza y Predicación, el último en una serie que incluye Cristianismo Básico, Historia de la Iglesia e Interpretación Bíblica. Hablando sobre la forma en que creyentes de diferentes épocas han sido impactados por la doctrina cristiana y la pertinencia que tienen aún hoy sermones de otros siglos, al punto que parecen haber sido predicados ayer mismo —las necesidades del ser humano son esencialmente las mismas1—, surgió la pregunta de si sería correcto volver a predicar un sermón ajeno, quizás algún clásico de otro siglo, que si sería un plagio quitarle al autor algo suyo para volver a predicarlo. La respuesta fue la siguiente: «Si el sermón realmente vale la pena, entonces no es suyo, y si es suyo, entonces no vale la pena». Si lo que se predicó fue la Palabra de Dios entonces el predicador solamente fue heraldo de quien le envió, pero si lo que se predicó fueron sus propias opiniones y puntos de vista, entonces fue mensaje, se predicó a sí mismo y no vale la pena repetir tal cosa.

Una forma útil de aprender

En ocasiones un sermón predicado hace doscientos años (o un libro) puede ser usado hoy por Dios con tanto fruto como ayer.

Admito que cierto arreglamiento y estructura pueden deberse a la labor de un predicador dedicado que trabajó durante horas para lograr dar forma a esas verdades recibidas con la intención de ser mucho más efectivo al entregarlas, sería honrado dar testimonio del instrumento usado por Dios en aquel tiempo. También, debe de ser la intención de todo predicador depender de Dios para seleccionar las porciones de las Escrituras que estará predicando y dedicarse él mismo a arreglar su sermón, no para dar algo nuevo, sino para ser más eficaz de acuerdo a su contexto. Sin embargo, leer sermones bien sustentados y arreglados puede ser una forma útil de aprender. En mi caso, cuando comencé a predicar los primeros sermones fueron los siguientes: un sermón sobre Zaqueo bajando del árbol que me ayudó a arreglar mi madre, un sermón sobre Acab y la Viña de Nabot que encontré en una revista bautista y el sermón Despertad, Despertad de Carlos Spurgeon; este último lo prediqué tantas veces que hoy, quince años después, aún tengo frescos en mi mente sus puntos principales. Lo mismo me sucede con John Stott y hasta cierto punto con C. S. Lewis: he leído tantos materiales de ellos que al día de hoy no podría distinguir lo propio de lo ajeno, solamente podría decir que nada es nuestro, sino de aquel que es «sobre todos, y por todos, y en todos2». En ocasiones un sermón predicado hace doscientos años (o un libro) puede ser usado hoy por Dios con tanto fruto como ayer.

  1. Salmos 14:1-3 []
  2. Efesios 4:6 []

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