Clama a mÃ, y yo te responderé, y te enseñaré cosas grandes y ocultas que tú no conoces.
JeremÃas 33:3
Una de mis hermanas me recordó la siguiente anécdota familiar que habÃa olvidado (sospecho que intencionalmente). Cuando yo era un adolescente fuimos invitados a comer a un restaurante y todos pidieron diferentes platos. Yo no sabÃa qué pedir, pero querÃa algo delicioso. Busqué en el menú y elegà aquello que sonaba más atractivo: un pescado que no recuerdo el nombre. Al rato comenzó a llegar la comida y mientras todos disfrutaban de tortillas y sándwiches —platos ligeros—, mi plato se retardaba más y más. Luego vi el camarero que venÃa caminado hacia mà con una enorme bandeja y por lo que se veÃa, desearÃa que no fuera para mi mesa, sino para la del vecino. Cuando la puso ante mà era el plato más grande que jamás habÃa visto, tan grande que llamaba la atención de todas las mesas y para colmo no me gustó. Estuve por largo rato haciendo un gran esfuerzo por comer aquello y haciendo dibujitos con el tenedor para matar el tiempo, pues habÃamos sido invitados y el plato aparte de grande y malo —para mi gusto— también era el más costoso. Mi experiencia con aquel pez tiene una lección sobre la oración: podemos pedir con libertad ante Dios, pero Él no nos responderá según nuestros deseos, como el mesero de un restaurante, sino de acuerdo a su carácter: como el padre responsable que nos da aquello que verdaderamente necesitamos y también nos satisface. En este sentido, hay tres provisiones de Dios que son útiles en la oración.
Pedid, y se os dará; buscad, y hallaréis; llamad, y se os abrirá. Porque todo aquel que pide, recibe; y el que busca, halla; y al que llama, se le abrirá. ¿Qué hombre hay de vosotros, que si su hijo le pide pan, le dará una piedra? ¿O si le pide un pescado, le dará una serpiente? Pues si vosotros, siendo malos, sabéis dar buenas dádivas a vuestros hijos, ¿cuánto más vuestro Padre que está en los cielos dará buenas cosas a los que le pidan?Mateo 7:7-10 RVR
Cuando incorrectamente pedimos piedras y serpientes Él sigue respondiendo con pan y peces, que es lo que verdaderamente nos alimenta y no nos daña.
Dios es un padre amoroso, nos anima a pedir y se deleita en respondernos. Con tres expresiones Cristo nos estimuló a proceder con confianza, contando con la generosa provisión del padre: «pedir», «buscar» y «llamar». Es como si el padre estuviese ávido de recibir nuestras oraciones para pasar a respondernos de acuerdo a sus riquezas en gloria1, pues asà mismo nos dice que «recibiremos», «encontraremos» y se nos «abrirá». Remata la invitación a pedir contrastando al carácter de nuestro padre celestial con el nuestro: «si ustedes que son malos saben dar buenos regalos a sus hijos cuanto más que no podrá darles a ustedes su padre celestial, que sà es bueno» y con dos imágenes muy contrastantes: «ningún hijo pide pan y recibe una piedra, ningún hijo pide un pez y recibe una serpiente». Creo que lo inverso también aplica, nuestro padre bueno no responde según nuestros caprichos, sino según su amor: cuando incorrectamente pedimos piedras y serpientes Él sigue respondiendo con pan y peces, que es lo que verdaderamente nos alimenta y no nos daña.
Y de igual manera el EspÃritu nos ayuda en nuestra debilidad; pues qué hemos de pedir como conviene, no lo sabemos, pero el EspÃritu mismo intercede por nosotros con gemidos indecibles.Romanos 8:26 RVR
El EspÃritu de Santo puede persuadirnos en la intimidad de la oración acerca de un camino mejor, un deseo más alto y un anhelo más cercano al corazón de Dios.
El EspÃritu de Dios nos ayuda a pedir, para que pidamos según conviene. Nuestro entendimiento limitado nos hace desear cosas que parecen atractivas, pero que ni nos convienen ni nos darán satisfacción. Humanamente hablando es imposible discernir con precisión —hay que exponerse a morder la piedra o ser picado por la serpiente—, por eso, tenemos la ayuda sobrenatural del EspÃritu Santo en nuestras oraciones. Cuando oramos, no lo hacemos contando solamente con que podemos recibir la respuesta de un padre amoroso, sino también con la expectativa de que el EspÃritu Santo puede persuadirnos en la intimidad de la oración acerca de un camino mejor, un deseo más alto y un anhelo más cercano al corazón de Dios, que es el mayor deleite en la vida hombre. Son cosas que nosotros no estamos viendo en el momento o no conocemos2. Cristo en Getsemanà oró afirmando que si el padre querÃa, podÃa pasar de Él esa copa (el Calvario), pero deseando que se hiciera la voluntad del Padre y no la suya. Lo que recibió por respuesta no fue un sà ni un no, sino, la provisión del Padre por medio de un ángel enviado para fortalecerle3.
PedÃs, y no recibÃs, porque pedÃs mal, para gastar en vuestros deleites.Santiago 4:3 RVR
Servimos a un Dios que cuando sus hijos pierden la cordura no desciende al nivel de sus hijos —como los padres inmaduros— sino que se mantiene inamovible.
Cuando pedimos mal no recibimos, y hasta la negativa de Dios es beneficiosa para nosotros. Si en algún momento Dios decidiera responder todas nuestras peticiones de oración, aquellas que convienen junto a las más necias o caprichosas, tendrÃamos una perfecta pesadilla. DesearÃamos cambiar de dirección, negarÃamos haber pedido tal cosa o saldrÃamos corriendo para que cuando llegara esa respuesta el mensajero no nos encuentre en la casa. En momentos de ignorancia, desesperación o confusión hemos pedido despropósitos tan grandes que deberÃamos estar agradecidos del padre por haber obrado de acuerdo a su bondad y no de acuerdo a nuestros caprichos. Nos sentimos un poco apenados por haber puesto nuestra voluntad por encima de la suya, pero también agradecidos por servir a un Dios que cuando sus hijos pierden la cordura no desciende al nivel de sus hijos —como los padres inmaduros— sino que se mantiene inamovible en la búsqueda de nuestro bienestar, aunque nosotros pongamos en duda su bondad. De Dios, hasta las respuestas negativas son buenas, aunque nosotros, en nuestro berrinche infantil, no entendamos en el momento ese extraño tipo de provisión. ¡Dios es un padre bueno!