Mayordomía: los bienes y el nombre

De Jehová es la tierra y su plenitud; el mundo, y los que en él habitan. Salmos 24:1

Mayordomía: Una actitud con respecto a los bienes que nos lleva a usarlos de modo tal que nuestro Señor sea glorificado.

Gran parte de los problemas y preguntas que podemos tener con relación al cuidado de nuestros bienes (dinero, trabajo, talento, experiencias, oportunidades, ahorros, inversiones, negocios) y de nuestro nombre (testimonio, reconocimiento, el concepto que sobre nosotros podrían tener los demás o lo que podrían decir) se resuelven y responden al entender el principio bíblico de la mayordomía. Más aún, mucha de la ansiedad y la insatisfacción que podemos estar guardando en nuestros corazones puede ser sacada hacia afuera cuando ponemos en práctica este principio bíblico. La mayordomía cristiana es una actitud con respecto a los bienes que nos lleva a usarlos de modo tal que nuestro Señor sea glorificado, sabiendo que nosotros somos solamente administradores de algo que no es nuestro, sino suyo. Así, la mayordomía se opone al consumismo y a la ostentación (actitudes que contribuyen a nuestra vanagloria) y ofrece a cambio el contentamiento y la generosidad: para la gloria de Dios. Pero la mayordomía va más allá de los bienes, su implicación es mucho más profunda, pues sabemos que también nosotros somos suyos, que ya no nos pertenecemos. De Dios no es solamente la tierra en la que habitamos, junto a todos sus recursos, sino también nosotros, con todo nuestro ser.

Doble renuncia / Implicaciones

Así, pues, cualquiera de vosotros que no renuncia a todo lo que posee, no puede ser mi discípulo. Lucas 14:33

Y decía a todos: si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día, y sígame.Lucas 9:23

Renunciar a todos tus bienes no necesariamente requiere venderlos, sino, comenzar a considerarlos como ajenos y a considerarte a ti mismo como mayordomo.

Cuando llegamos a ser discípulos de Cristo sucede en nosotros un gran cambio al que las Escrituras se refieren como «renuncia» y «negación»: dejamos de considerar lo que tenemos como nuestro y comenzamos a considerarlo todo —no solamente aquellas partes que damos en condición de diezmos u ofrendas, sino todo, el 100%— como suyo. Y al mismo tiempo, dejamos de llamar la atención hacia nosotros, renunciamos al ego, nos negamos a nosotros mismos y comenzamos a vivir una nueva vida en Cristo para la gloria de Dios. Renunciar a todos tus bienes no necesariamente requiere venderlos, sino, comenzar a considerarlos como ajenos y a considerarte a ti mismo como mayordomo, lo que en la mayoría de los casos implica un nuevo sentido de responsabilidad y un mayor dinamismo en su gestión. Cuando renuncias al ego no significa que borras tu nombre o que firmas con una «X» para vivir en el anonimato, significa que comienzas a encontrar tu identidad en Cristo y a reflejar su luz delante de los hombres1. Si antes empleábamos nuestros bienes y nuestra persona para la vanagloria, ahora renunciamos a todos ellos para Su gloria. Si antes queríamos ser reconocidos por los hombres, distinguidos o famosos, ahora aspiramos a que todos los hombres le conozcan a Él.

Un buen mayordomo cuida tanto los bienes de su Señor como de su buen nombre.

Es un gran cambio, quizás el más profundo que podemos experimentar en nuestra existencia, pues afecta tanto lo que «tenemos» como lo que «somos». Pero cuando esa doble renuncia (a los bienes y al ego) sucede no nos quedamos desocupamos, el tiempo, esfuerzo y energía que empleábamos antes en lograr ser ricos y famosos ahora es canalizado hacia otra parte: nos convertimos en mayordomos para la gloria de Dios y encontramos en Su gloria —no en las posesiones ni en el ego— nuestro deleite. Ya el placer no está en cuánto tenemos o qué dice la gente que somos, sino, en qué tanto podemos glorificar a Dios con lo que tenemos y qué tanto apunta nuestra propia vida a la vida suya. Un buen mayordomo cuida tanto los bienes de su Señor como de su buen nombre. Ser mayordomos de Dios no es poca cosa, es una posición muy digna, quizás discreta, pero llena de privilegios. Cuando llegas a entender que ni lo que tienes ni lo que eres te pertenece a ti encuentras la verdadera libertad. Eso se expresa en un nuevo sentido de seguridad y al mismo tiempo, en un nuevo sentido de agradecimiento.

Aplicación
(Seguridad y Agradecimiento)

  1. Gran parte del cansancio en nosotros se debe a ese afán por proteger lo que somos y tenemos.

    Seguridad. El temor a perder nuestro trabajo, nuestra posición social, nuestro nivel de vida, nuestro flujo de efectivo, nuestro prestigio o «nuestro buen nombre» nos lleva a la esclavitud: a vivir para las riquezas o para complacer a los hombres. Gran parte del cansancio en nosotros se debe a ese afán por proteger lo que somos y tenemos. Es como el niño que fue a la playa, se zambulló, agarró dos grandes puños de arena y se aferró a ellos como si fueran toda la arena del mar. Aprieta cada puño y siente que la arena es suya, pero cada ola que pasa le roba un poco y le va llenando de ansiedad. Entonces el niño sube los brazos sobre el nivel del mar, los pone tan altos como pueda para que la ola no toque sus puños. Eso somos nosotros cuando queremos cuidar nuestros bienes y nuestro nombre. La cantidad de olas que enfrentamos en la vida afectan el poco de arena que tenemos en ambas manos: cambios políticos, crisis financieras, ladrones, injusticias, enfermedades, chismes y calumnias, competidores agresivos o simplemente el descuido, pues tarde o temprano se nos cansa el brazo y los puños topan el agua. Saber que lo que administramos (ser y posesiones) lo recibimos de Dios nos da seguridad, pues gran parte de nuestra ansiedad viene de mantener el dinero o el prestigio más arriba del el nivel del mar. Cuando renunciamos a ambas cosas y nos aceptamos como mayordomos de los inagotables recursos de Dios (sobre todo de su gracia) le perdemos el miedo a la ola.

    Por lo cual estoy seguro de que ni la muerte, ni la vida, ni ángeles, ni principados, ni potestades, ni lo presente, ni lo por venir, ni lo alto, ni lo profundo, ni ninguna otra cosa creada nos podrá separar del amor de Dios, que es en Cristo Jesús Señor nuestro. Romanos 8:38-39

  2. Tenemos más de lo que merecemos y no tuvimos que trabajar para obtenerlo.

    Agradecimiento. Gran parte de la insatisfacción que enfrentamos se debe a una incorrecta percepción de nosotros mismos, a la vieja idea de dueños que sigue operando en nuestros corazones. Cuando quiero comprar algo y los recursos que Dios me ha permitido tener ahora mismo no me son suficientes me enojo profundamente, pues «trabajo mucho y aún así no puedo tener eso que quiero». ¡Pero es mentira! Tenemos más de lo que merecemos y no tuvimos que trabajar para obtenerlo. Desde la perspectiva de nuestro Señor eso se ve muy mal. Él nos dejó los recursos suficientes para hacer aquello que contribuye a Su gloria y es nuestro deleite, pero en vez de agradecer despotricamos contra su nombre. Si quisiéramos algo más, o diferente, podríamos pedirlo —no quejarnos—, y si eso que pedimos contribuye a Su gloria y nos conviene probablemente lo recibiremos también. Cuando pedimos y no recibimos lo que sucede es que pedimos mal, para gastar en nuestros deleites sin pensar primero en Su gloria. Regularmente, cuando más enojado me siento es cuando no podría convertir «eso» que quiero y no tengo en una petición de oración a Dios cuyo resultado, antes de traerme deleite a mí le de gloria a Él. Así mismo, cuando más agradecido me siento es cuando entiendo que tengo ahora mismo mucho más de lo que merezco y que cualquier otra cosa que quiera, siempre y cuando glorifique su nombre, es muy probable que pueda obtener.

    Codiciáis, y no tenéis; matáis y ardéis de envidia, y no podéis alcanzar; combatís y lucháis, pero no tenéis lo que deseáis, porque no pedís. Pedís, y no recibís, porque pedís mal, para gastar en vuestros deleites. Santiago 4:2-3

Los hermanos de la ciudad de Esmirna estaban siendo perseguidos y calumniados, por lo que estaban en riesgo tanto sus posesiones materiales como su testimonio.

Esmirna era una de las siete iglesias del Apocalipsis a las que Cristo les envió una carta por medio del Apóstol Juan. A diferencia de otras iglesia, la debilidad suya no era el pecado de la idolatría, las herejías o la falta de devoción, sino una más sutil. Los hermanos de la ciudad de Esmirna estaban siendo perseguidos y calumniados, por lo que estaban en riesgo tanto sus posesiones materiales como su testimonio. En la carta, Cristo afirma que la iglesia de Esmirna tenía una imagen incorrecta sobre ella misma: decía ser pobre, pero era rica. Además, afirma que sin importar lo que puedan decir sus contrarios, Él conocía sus obras. Cristo les estaba quitando la mirada —y con ello la ansiedad y la insatisfacción— de las cosas temporales (bienes materiales, ego) y se la ponía en su verdadera riqueza. Somos mayordomos, administradores de la multiforme gracia de Dios2, puede faltarnos un asunto cualquiera o pueden los hombres pensar cualquier cosa de nosotros, podemos pensar por un momento y hasta decir que somos pobres, pero realmente somos ricos.

Yo conozco tus obras, y tu tribulación, y tu pobreza (pero tú eres rico), y la blasfemia de los que se dicen ser judíos, y no lo son, sino sinagoga de Satanás. Apocalipsis 2:9

  1. Mateo 5:16 RVR: «Así alumbre vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras, y glorifiquen a vuestro Padre que están los cielos». []
  2. 1 Pedro 4:10 RVR: «Cada uno según el don que ha recibido, minístrelo a los otros, como buenos administradores de la multiforme gracia de Dios.» []

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