Entonces Jesús le dijo: Un hombre hizo una gran cena, y convidó a muchos. Y a la hora de la cena envió a su siervo a decir a los convidados: venid, que ya todo está preparado. Y todos a una comenzaron a excusarse. El primero dijo: he comprado una hacienda, y necesito ir a verla; te ruego que me excuses. Otro dijo: he comprado cinco yuntas de bueyes, y voy a probarlos; te ruego que me excuses. Y otro dijo: acabo de casarme, y por tanto no puedo ir. Vuelto el siervo, hizo saber estas cosas a su señor. Entonces enojado el padre de familia, dijo a su siervo: Ve pronto por las plazas y las calles de la ciudad, y trae acá a los pobres, los mancos, los cojos y los ciegos. Y dijo el siervo: Señor, se ha hecho como mandaste, y aún hay lugar. Dijo el señor al siervo: ve por los caminos y por los vallados, y fuérzalos a entrar, para que se llene mi casa. Porque os digo que ninguno de aquellos hombres que fueron convidados, gustará mi cena. (Lucas 14:16-24)
El contexto en el que se narró esta parábola fue un banquete judÃo del primer siglo que estaba siendo ofrecido por un fariseo y Jesús habÃa sido invitado, posiblemente en su condición de maestro. Por el tiempo en que hizo uso de la palabra y la interacción con otros invitados es posible que Cristo estuviera ocupando un lugar de distinción, quizás uno de los extremos de la mesa. Jesús, desde un banquete real en el que ocupaba un lugar de importancia, comparte una parábola sobre un banquete imaginario en el que entrarán invitados sin mérito alguno y en la que todos los presentes (los convidados, los siervos del anfitrión y el anfitrión) se sentirán representados. En la parábola, la invitación a entrar en el reino de Dios —y por extensión la integración en alguna iglesia local— se representa con el banquete, el anfitrión del mismo es Cristo y los siervos que llevaban el mensaje somos los creyentes en el complimiento de la gran comisión1.
Quien no podÃa organizar un banquete en su casa o no disponÃa de los méritos como para que alguien aspirara a sentarse junto a él en una mesa nunca serÃa tomando en cuenta.
Ofrecer banquetes era la principal vÃa de socialización del primer siglo. Asà como ahora vamos con los amigos al cine, al teatro o algún restaurante, en la antigüedad se departÃa de casa en casa. Quién ofrecÃa un banquete regularmente lo hacÃa con tres objetivos: ostentar una casa amplia y capacidad para alimentar un grupo de personas, hacer transacciones comerciales con los presentes y avanzar socialmente por medio de nuevas relaciones con gente importante. La pomposidad de un banquete dependÃa principalmente del número de invitados, de la dignidad de los mismos (prÃncipes, maestros, autoridades polÃticas y religiosas, gente adinerada) y de su duración, extendiéndose algunos hasta por siete dÃas2 en una demostración de la fortuna y «generosidad» de su anfitrión. El proceso del mismo comenzaba con la selección de invitados que estaba regularmente limitada a aquellos que nos habÃan invitado antes (correspondencia) y a aquellos que con quienes deseamos comenzar a relacionarnos (aspiración). Siendo asÃ, quien no podÃa organizar un banquete en su casa o no disponÃa de los méritos como para que alguien aspirara a sentarse junto a él en una mesa nunca serÃa tomando en cuenta. Luego se enviaba un siervo a llevar las invitaciones, los invitados confirmaban dÃas antes y el mismo dÃa del banquete se les enviaba un recordatorio de último momento a quienes previamente confirmaron: «venid, que ya todo está preparado».
El cuerpo de la parábola se divide en tres invitaciones, cada una a una audiencia más distante: la primera es a los amigos y relacionados del anfitrión (su mismo cÃrculo), la segunda a los desconocidos cercanos y desamparados (plazas y calles) y la tercera a los desconocidos más allá de la ciudad (caminos y vallados). Tres invitaciones, cada una a ir más lejos y hacer un esfuerzo más intencional. La tensión avanza en cada momento hasta alcanzar su desenlace cuando se llena cada espacio del banquete y el anfitrión afirma que ninguno de los primeros invitados gustará de su cena. La parábola sigue una estructura general de conflicto, nudo y desenlace que es común desde Esopo en toda narración. El conflicto es un banquete listo sin invitados para participar de él y cada invitación un nuevo nudo que apunta al desenlace final.
Lo más natural es que intentemos traer a Cristo a aquellos que nos quedan cerca: sociocultural y socioeconómicamente, gente con la que ya conectamos sin un esfuerzo adicional y aunque no la respondan recibirán la invitación.
La primera limitante para la expansión del evangelio que tiene que superar una iglesia local es intentar alcanzar sin éxito el mismo grupo de personas de siempre (amigos, familiares y relacionados). Lo más natural es que intentemos traer a Cristo a aquellos que nos quedan cerca: sociocultural y socioeconómicamente, gente con la que ya conectamos sin un esfuerzo adicional y aunque no la respondan recibirán la invitación. Esto no es malo, la primera expansión entre los discÃpulos de Cristo sucedió entre amigos y familiares del mismo perfil y pueblo (Juan, Andrés, Pedro, Felipe y Natanael) que corrieron la voz proclamando entre su cÃrculo cercano que habÃan encontrado al Cristo. Lo mismo hizo la mujer samaritana que dejando su cántaro en el suelo volvió a su pueblo3 —Samaria— y le decÃa a la gente «venid, ved a un hombre que me ha dicho todo cuanto he hecho. ¿No será éste el Cristo?». Asà mismo, el endemoniado gadareno luego de ser libertado deseaba acompañar a Cristo en la proclamación del evangelio y no se le permitió, sino, que fue enviado primeramente a su cÃrculo cercano: «vete a tu casa, a los tuyos, y cuéntales cuán grandes cosas el Señor ha hecho contigo, y cómo ha tenido misericordia de ti4».
La fiesta no se suspende con el rechazo del primer grupo, que más allá de la primera lista de invitados hay una segunda y hasta una tercera.
El principio es que nuestra primera audiencia para la proclamación del mensaje del evangelio es nuestro cÃrculo más cercano, sin embargo, para el avance del reino tendremos que eventualmente ir más allá de nuestro entorno y superar la primera frontera. Esta parábola nos enseña también que la fiesta no se suspende con el rechazo del primer grupo, que más allá de la primera lista de invitados hay una segunda y hasta una tercera: muchas otras oportunidades para invitar y celebrar. También nos muestra la urgencia que hay en el corazón del Señor —motivada por su misericordia—, de que más y más personas participen del banquete. Muchos se desanimarán al ver cómo sus esfuerzos de invitación son rechazados vez tras vez por su cÃrculo cercano y pensarán que la fiesta se suspenderá, pero justo cuando agoten su lista de amigos y piensen que tienen a nadie más para invitar a venir a Cristo recibirán la nueva ordenanza del Señor: ve ahora y trae a quienes no conoces, y es entonces que la iglesia tendrá su siguiente gran expansión.
Antes de pasar a la siguiente invitación quiero detenerme por un momento para considerar algunos aspectos de las tres excusas que ofrecieron —en el último momento— al anfitrión aquellos que fueron inicialmente convidados. Sobre las tres tengo que destacar los siguientes puntos:
Me detengo en la narración un poco más, ahora para considerar lo siguiente: el primer grupo aludÃa directamente hacia el pueblo JudÃo, pues «a los suyos vino y los suyos no le recibieron7», pero también alude indirectamente a aquellos que han recibido la invitación directa del Señor y varios recordatorios y en vez de responder han presentado excusas. Es común encontrar en la multitud de gente que visita una iglesia personas que han escuchado tantas veces el llamado sin responderlo (arrepentimiento, conversión8 ni bautismo9) que ya han perdido toda la expectativa: conozco la invitación, sé dónde está el lugar, he visto entrar ya ha mucha gente, pero sigo en la puerta esperando que llegue mi momento, cuando llegue, ya sabré como proceder. Son delincuentes perseguidos por Dios que como AdonÃas10 lograron llegar a los atrios del tabernáculo, abrieron la pequeña puerta y pasaron al patio, pero ahora, en el mismo descuido que los llevó antes a violar la ley de Dios, en vez de asirse pronto con las dos manos de los cuernos del altar del sacrificio cruzan los brazos y se distraen mirando los rituales y la vestimenta del sacerdote. El verdugo silenciosamente avanza hacia ellos y al momento pierden la vida en los atrios del templo, a unos cuantos metros de su salvación. Esa es la historia de aquellos que se sientan a escuchar relajadamente el sermón domingo tras domingo con los brazos cruzados, estuvieron en la primera lista, se consideran amigos cercanos del anfitrión y sus siervos, interactuaron con ellos varias veces dando a entender que eventualmente entrarÃan, pero morirán como delincuentes en el juicio de Dios mientras otros que entraron junto a ellos por la misma puerta y en su misma situación se levantarán justificados.
Acerquémonos, pues, confiadamente al trono de la gracia, para alcanzar misericordia y hallar gracia para el oportuno socorro. (Hebreos 4:16)
(Durante tres años estuvo el maestro llamando a los suyos y detuvo temporalmente el avance entre otros pueblos11, pues en el plan de Dios las ovejas perdidas de la casa de Israel tenÃan prioridad; durante muchos años nos hemos detenido nosotros para alcanzar aquellos que se pierden dentro de nuestra congregación, pero fuera de nuestra iglesia; el momento ha llegado y es la hora de extender la invitación más allá de nuestra congregación y de nuestro cÃrculo cercano.)
Esta es la parte de la parábola que comienza a parecer inverosÃmil. Sin duda la experiencia narrada hasta ahora —el desaire— habÃa sido vivida por alguno de los presentes, quizás vino a la mente del anfitrión algún invitado que ofreció alguna excusa similar, lo que difÃcilmente haya sucedido es que la fiesta desierta no se suspendiera sino que se llenara de pordioseros. Para el anfitrión y los invitados que escuchaban a Jesús disertar en aquel banquete real sobre este banquete imaginario (perfumados, bien vestidos, distinguidos, bien acompañados) la humillación de tener que organizar una fiesta en su casa con desconocidos andrajosos encontrados en la calle serÃa superior al desaire privado. Sus vecinos verÃan entrar en sus casas a un ejército de pobres, mancos, cojos y ciegos y concluirÃan en que ese era su nivel, que con esa gente era que habÃan podido codearse, que el nivel socioeconómico y sociocultural de sus convidado demuestra el nivel de su anfitrión (correspondencia) o quizás un poco menos, pues uno de los objetivos era igualarse a ellos (aspiración).
No es lo mismo lavar los delicados pies del rabino, que como mucho tendrá un poco del polvo que permitió entrar su sandalia, que la pestilencia que tendrá en un solo pie el cojo que está pidiendo en la esquina.
Hasta a los mismos siervos del anfitrión se les debe haber helado la sangre al tener el siguiente pensamiento: una larga fila de pedigüeños cuyos cuerpos no habÃan visto agua en semanas esperando a que sus pies sean lavados por ellos mismos antes de poder pasar a la mesa a devorar cada plato. ¡Qué idea tan terrible! No es lo mismo lavar los delicados pies del rabino, que como mucho tendrá un poco del polvo que permitió entrar su sandalia, que la pestilencia que tendrá en un solo pie el cojo que está pidiendo en la esquina. Si en esta parábola el sirviente del anfitrión está representando a los creyentes en la gran comisión entonces inferimos que nuestra tarea no será solamente llevar invitaciones y lograr que los pobres vengan, sino también lavar sus pies cuando estén a la puerta. Quizás esto explica la razón por la que —a diferencia de la parábola— en la iglesia falla la primera invitación (nuestros amigos cercanos) y también falla la segunda (pobres, mancos, cojos y ciegos); la primera falla por las excusas superficiales de los invitados y la segunda falla por los escrúpulos de los siervos, que no invitaron al pobre para no tener que ensuciarse las manos.
Qué lindo es tener en nuestra iglesia familias completas de las que vienen en las fotos de muestra de un portarretrato, que lindo es tener jóvenes robustos y ejemplares con los que la sociedad sueña, que hermosa es la gente que afuera es aplaudida y en la iglesia saludada. A esa gente es fácil limpiarles los pies, cuando tocan la puerta hasta el menos dispuesto de entre los siervos se los limpia: le quita el lebrillo y el trapo de la mano al otro sirviente y se agacha él. DifÃcil es agacharse cuando tocó el pobre, difÃcil es agacharse cuando tocó el manco, difÃcil es agacharse cuando tocó el cojo y difÃcil es agacharse cuando tocó el ciego. Qué fácil es agacharse ante aquellos que nos quedan cerca o un poco más arriba y qué difÃcil es hacerlo cuando nos quedan más abajo.
En esta doble tensión vive toda iglesia que supera la frontera: por un lado lo conservadores la acusarán de liberal y por el otro los liberales la acusarán de conservadora; y normalmente, esto es una buena señal.
Qué fácil es ser iglesia en el jardÃn vallado de nuestras relaciones de siempre y qué difÃcil es ser la iglesia en medio del mundo12: entre pecadores declarados y farsantes. La mayor dificultad para serlo es el temor a qué dirán los vecinos: ¿qué dirán las otras congregaciones cuando sepan quienes son nuestros invitados? ¿Cómo presumiremos si lo que tenemos en la mesa es «lo vil del mundo y lo menospreciado13»? Y es aquà que más me impacta esta parábola: precisamente eso estaba haciendo Jesús en este mismo momento, es una preciosa paradoja, pero al estar sentado a la mesa de un fariseo (que en su vanidad se consideraba el más digno) Cristo estaba comiendo con el cojo y al sentarse con el publicano que consideraba al fariseo un farsante estaba comiendo con el manco: cortó la maya del jardÃn y en un hecho extremadamente subversivo se expuso al qué dirán. Los publicanos y pecadores dirÃan que era un farsante al sentarse con aquellos a los que llamó sepulcros blanqueados14 (hermosos por fuera, podridos por dentro) —o era como ellos o aspiraba a serlo— y los fariseos se escandalizarÃan al verlo en la mesa de publicamos y pecadores —o era como ellos o aspiraba a serlo—, a ambos grupos, le aplica la misma respuesta: «Los sanos no tienen necesidad de médico, sino los enfermos. No he venido a llamar a justos, sino a pecadores15». En esta doble tensión vive toda iglesia que supera la frontera: por un lado los conservadores la acusaran de liberal y por el otro los liberales la acusarán de conservadora; y normalmente, esto es una buena señal.
Para cerrar esta segunda invitación y desatar el tercer nudo narrativo de la parábola comparto los siguientes aspectos sobre invitar a los desconocidos cercanos y desamparados y luego algunos apuntes sobre la actitud del siervo.
Son muchas las lecciones que podemos extraer de la actitud del siervo ante los requerimientos cada vez más exigentes de su señor y el rechazo frecuente de los invitamos. Debemos hacerlo con especial interés, pues en la narración este ocupa el lugar de nosotros y bien harÃamos en seguir su ejemplo.
Pero no agradó a Samuel esta palabra que dijeron: Danos un rey que nos juzgue. Y Samuel oró a Jehová. Y dijo Jehová a Samuel: Oye la voz del pueblo en todo lo que te digan; porque no te han desechado a ti, sino a mà me han desechado, para que no reine sobre ellos. (1 Samuel 8:6-7)
El rechazo en la proclamación de la buena nueva es algo esperable, pues ya antes nos instruyó el Señor para que no nos detengamos en un mismo lugar más del tiempo prudente, sino que estemos en constante movimiento. En esto tenemos que ser sabios: proclamar el evangelio con compasión y al mismo tiempo con eficiencia. No aspiremos a Mobi Dick, no seamos pescadores obstinados con un solo pez, cuando la red venga vacÃa, hagamos nuestro el consejo que recibió Pedro y tiremos la red al otro lado:
Y les dijo: Hijitos, ¿tenéis algo de comer? Le respondieron: No. El les dijo: Echad la red a la derecha de la barca, y hallaréis. Entonces la echaron, y ya no la podÃan sacar, por la gran cantidad de peces. (Juan 21:5-6)
Y dijo a su criado: sube ahora, y mira hacia el mar. Y él subió, y miró, y dijo: no hay nada. Y él le volvió a decir: vuelve siete veces. A la séptima vez dijo: yo veo una pequeña nube como la palma de la mano de un hombre, que sube del mar. Y él dijo: ve, y di a Acab: unce tu carro y desciende, para que la lluvia no te ataje. Y aconteció, estando en esto, que los cielos se oscurecieron con nubes y viento, y hubo una gran lluvia. Y subiendo Acab, vino a Jezreel. (1 Reyes 18:43-45)
En esta tercera y última invitación es dónde el siervo recibe la mayor encomienda: no solamente es enviado más allá de su cÃrculo más cercano para que busque a los descocidos y desamparado, sino, que es conminado a ir más allá de su misma ciudad para traer a los que estén más lejos (caminos y vallados), y al hacerlo, forzarlos a entrar. La realidad de la iglesia es que sirve en un contexto local, pero con una vocación mundial, siendo asÃ, es nuestro deber ser parte de una congregación especÃfica sin dejar de decir, junto a Wesley, que «el mundo es mi parroquia». La ordenanza expresa de nuestro Señor fue a ir por todo el mundo, que no nos quedáramos en Jerusalén (nuestra ciudad), sino que pasemos a Judea (nuestros vecinos), de Judea a Samaria (nuestros contrarios) y de allà hasta lo último de la tierra. Ser una iglesia local con vocación mundial, como lo fue la iglesia de AntioquÃa, debe de ser nuestra visión.
Descuidar el cumplimiento de la gran comisión es pecar, asà como somos cuidadosos en cumplir la voluntad de Dios en asuntos morales y prácticos debemos de serlo también en la evangelización. Es preocupante el alto número de creyentes que en su vida no ha compartido la buena nueva de Cristo con nadie más, desobedeciendo asà a Cristo, pero no percibe esta terrible falta como un pecado. Otros son tan discretos en este asunto que se vuelven totalmente inefectivos, viven su fe en una esfera muy privada y son como la sal que ha perdido su sabor. Ponemos en práctica la contundente ordenanza de «fuérzalos a entrar» de tres formas principales:
¿Crees, oh rey Agripa, a los profetas? Yo sé que crees. Entonces Agripa dijo a Pablo: por poco me persuades a ser cristiano. Y Pablo dijo: ¡Quisiera Dios que por poco o por mucho, no solamente tú, sino también todos los que hoy me oyen, fueseis hechos tales cual yo soy, excepto estas cadenas! (Hechos 26:27-29)
¡Cuán hermosos son sobre los montes los pies del que trae alegres nuevas, del que anuncia la paz, del que trae nuevas del bien, del que publica salvación, del que dice a Sion: ¡Tu Dios reina! (IsaÃas 52:7)
Un buen parámetro para saber si estamos cumpliendo bien la ordenanza de forzarlos a entrar es constatar cuál ha sido el costo de nuestra misión, qué hemos tenido que sacrificar nosotros para que otro entre. El legado de aquellos que la cumplieron primero es el de una forma de evangelismo sacrificial que los llevaba cada vez más lejos a experimentar peligros más grandes y un mayor desprendimiento por convicción en la causa. Pienso ahora en aquellos hermanos que dejando la comodidad de su entorno cercano salieron para exponerse en culturas que desconocÃan y en las que nuestro mensaje era recibido con hostilidad. Pienso en aquellos pioneros de la Misión Evangélica de Las Antillas que pasaron de sus paÃses de origen a Cuba, de Cuba a Haità y de Haità a la República Dominicana, exponiéndose aquà no solamente a las enfermedades tropicales comunes en aquel tiempo sino también a la persecución de la iglesia tradicional y a los prejuicios de la gente a la que pretendÃa ayudar a entrar. Eso es misión: sacrificarse especialmente para que alguien más entre, una misión sin sacrificio no es misión, sino un paseo.
Entre tanto que se dice: si oyereis hoy su voz, no endurezcáis vuestros corazones, como en la provocación. (Hebreos 3:15)
Ningún hombre puede ser acusado por no salvar a otro hombre, pero sà por haberle dejado continuar por su camino rumbo al abismo sin advertencia de la misma manera en que vio Elà proceder a sus hijos sin estorbarles18. Quizás oró por ellos, quizás les ofreció un tÃmido consejo, ¡pero no lo estorbó!. No tenemos la capacidad de controlar cada vehÃculo que transita por esta ajetreada carretera, pero tenemos que poner las señales precisas en cada parte del camino, avisar que la carretera por la que va se rompe en cinco kilómetros y necesita con urgencia tomar el próximo desvió: avisemos cuando falten cuatro, cuando falten tres, dos y en el último momento pongamos el letrero ya no sobre la vÃa sino en medio de la calle y agitemos nuestros brazos para salvar sus vidas. El peón que trabaja en el barco pescador no puede ser culpado de que el mar se niegue a dar su fruto, pero sà de negligencia, pues cuando las condiciones no están más a favor de su tarea deberÃa esforzarse el doble para que su expedición no termine en fracaso. Pero si nuestro capitán es el Señor, podemos echar la red con el mar embravecido, confiando en que trabajamos para aquel «que aún el viento y el mar le obedecen19», sepamos que «cuando el pecado abundó, sobreabundó la gracia»20.
Es mejor ser importunado por unos minutos por un hermano muy enérgico y alcanzar la salvación que ser dejado a un lado por un hermano muy discreto y perderse para toda la vida.
En el evangelio siempre será mejor ser un poco molestos que un poco indiferentes, pues es mejor ser importunado por unos minutos por un hermano muy enérgico y alcanzar la salvación que ser dejado a un lado por un hermano muy discreto y perderse para toda la vida. En un banquete sólo hay algo peor que el rechazo de los invitados: un siervo negligente que no hace llegar a tiempo la invitación.