Tribulación con provecho

Porque esta leve tribulación momentánea produce en nosotros un cada vez más excelente y eterno peso de gloria; no mirando nosotros las cosas que se ven, sino las que no se ven; pues las cosas que se ven son temporales, pero las que no se ven son eternas. (2 Corintios 4:17-18)

Regularmente tengo con mi barbero unas conversaciones existenciales muy profundas mientras me corta el cabello. La del sábado pasado giró en torno a la falacia de que si en este mundo hacemos las cosas bien entonces nos irá bien. Rafael —me dijo— yo veo que eres un tipo tranquilo, que no estás muy en el medio, que lo tuyo es la lectura y la iglesia, por eso «te ha ido bien». (Las comillas son mías.) Evidentemente él conoce el cabello que crece sobre mi cabeza, pero desconoce totalmente lo que sucede por dentro, por eso me tiene sobrevaluado. Ignora que se manifiestan en mí unas tranquilas expresiones de la maldad tan perversas como en cualquier otro ser humano más movido. En aquellos que somos algo introvertidos muchas veces se cuecen a fuego lento los más mortales banquetes del pecado. Judas, por ejemplo, no era tan impulsivo como Pedro o tan activo como Jacobo y Juan, los hijos de Zebedeo a quienes por su temperamento Cristo apellidó Boanerges, esto, es hijos del trueno1. Judas nunca pidió que descendiera fuego para consumir a nadie2 ni cortó ninguna oreja3, nunca intentó ser el primero en el grupo u ocupar lugares especiales4, pero en su tranquilidad, lo carcomía lentamente el pecado. En lo anterior se demuestra que ni ser enérgico anuncia carnalidad ni ser reflexivo santidad, que el temperamento no necesariamente anuncia el carácter.

Expectativas: temporales / eternas

Entonces uno de los doce, que se llamaba Judas Iscariote, fue a los principales sacerdotes, y les dijo: ¿Qué me queréis dar, y yo os lo entregaré? Y ellos le asignaron treinta piezas de plata. (Mateo 26:14-15)

Tan poco valor encontró Judas en un Cristo crusificado que ni siquiera le estableció un precio o regateó por él unas monedas más, lo vendió al precio que le quisieran dar.

Mi barbero también asume erróneamente —y este es el principal asunto de este artículo—, que «me va bien», algo en lo que solamente por convicción yo podría estar de acuerdo con él. Humanamente hablando, si mi recompensa en Cristo fuera lo que hasta ahora he recibido en esta tierra, como dijo antes Pablo, sería yo «digno de conmiseración de todos los hombres5». Sí, yo «sé» que me está yendo bien, pero en no en los términos que el mundo mide (comodidad, placeres, posesiones) sino desde una perspectiva eterna. Considero importante clarificar nuestras expectativas porque precisamente por haber entendido mal lo que significa seguir a Cristo fue que Judas terminó mal. Se había hecho unas expectativas temporales de beneficios sobre esta tierra traídos a consecuencia de un reino material que al parecer había inventado en su mente —él y los demás discípulos— para que Cristo estableciera y cuando Cristo comenzó a hablar sobre prepararse para la sepultura entendió que tal expectativa no sería llenada, entonces hizo lo que era más consecuente con sus expectativas: como el maestro no le representaría ningún beneficio material, entonces negoció su venta antes los principales sacerdotes como el comerciante que al fracasar en un negocio en el que invirtió vende el mobiliario a precio bajo. Tan poco valor encontró Judas en un Cristo crusificado que ni siquiera fijó un precio o regateó por él unas monedas más, lo vendió al precio que ellos le quisieran dar como se vende una vaca muerta. Y paradójicamente, en «el fracaso de Judas», encontramos nosotros nuestro mayor beneficio.

Porque la palabra de la cruz es locura a los que se pierden; pero a los que se salvan, esto es, a nosotros, es poder de Dios. (1 Corintios 1:18)

La gente inventa cosas en su mente, viene a Cristo para que le haga realidad sus inventos y cuando Cristo no les complace entonces le traicionan.

Precisamente el camino de Judas es el que toman aquellos que comienzan a transitar por la vida cristiana con unas expectativas incorrectas, ya sea que se las inventaran ellos o que se las escucharan a alguien más. Esto es cosa muy común, la gente inventa cosas en su mente, viene a Cristo para que le haga realidad sus inventos y cuando Cristo no les complace entonces le traicionan. Nadie debería estar esperando en Cristo nada que Cristo no hubiese previamente prometido. La recompensa prometida es cierta, pues «fiel es el que prometió»,6 y esperar dicha promesa —no un invento— puede ser un gran aliento en la tribulación. Un hecho a destacar son los términos con que se describe nuestra esperanza, pues transmiten todos la idea de algo que está por llegar: «herencia», «en los cielos», «reservada», «preparada» y «tiempo postrero»7.

Justos atribulados

Me volví y vi debajo del sol, que ni es de los ligeros la carrera, ni la guerra de los fuertes, ni aun de los sabios el pan, ni de los prudentes las riquezas, ni de los elocuentes el favor; sino que tiempo y ocasión acontecen a todos. (Eclesiastés 9:11)

El verdadero evangelio consiste en tribulaciones momentáneas y recompensas eternas.

El hecho de que entregáramos nuestra vida a Cristo no nos librará de enfermedades, de accidentes de tránsito, de robos ni de carencias materiales, nuestra vida será tan accidentada como lo es la de cualquier otro mortal-mundano. Tendremos momentos de carencias como cualquier otro y también es posible que tengamos momentos de amplio bienestar. El cristianismo no es un amuleto, un sortilegio o un baño con hojas de los que se dan algunos para alejar el mal: es un camino angosto que en la mayoría de los casos quienes lo transitan lo hacen «como sentenciados a muerte8» y en vez ser modelo de vida de esos que salen en los programas de televisión ligeros nos convertimos en «espectáculo al mundo»: «llevando en el cuerpo siempre por todas partes la muerte de Jesús, para que también la vida de Jesús se manifieste en nuestros cuerpos9». Entre los antiguos, quienes hicieron las cosas bien en este mundo «experimentaron vituperios y azotes, y a más de esto prisiones y cárceles. Fueron apedreados, aserrados, puestos a prueba, muertos a filo de espada»10; visto desde una perspectiva mundana y temporal: fracasaron. Algunos han predicado un falso evangelio de comodidad terrenal y deleites temporales, pero el verdadero evangelio consiste en tribulaciones momentáneas y recompensas eternas.

Conforme a la fe murieron todos éstos sin haber recibido lo prometido, sino mirándolo de lejos, y creyéndolo, y saludándolo, y confesando que eran extranjeros y peregrinos sobre la tierra. (Hebreos 11:13)

No es correcto predicar un evangelio engañoso, decirles a los incrédulos que cuando vengan a Cristo serán librados de la tribulación es mentir, pues no es así. Cuando vengan a Cristo de lo que se librarán es de la condenación11 y de la eterna perdición12. Lo que dejarán no será la tribulación, sino la angustia que produce la tribulación sin sentido; no dejarán el apuro, sino el desespero, pues ahora ejercitarán la paciencia; no dejarán la persecución, sino el desamparo, pues ahora su vida está escondida en Dios; serán derribados muchas veces, más nunca totalmente destruidos, pues a pesar de lo mucho que pisemos el suelo los creyentes ya Cristo venció el mundo por nosotros13; nuestro cuerpo será ahora un gran cartel que anunciará al mundo la muerte de Jesús y precisamente en este mismo cuerpo cadavérico se manifestará cada vez más claramente la vida de Cristo en nosotros. Un tesoro en vasos de barro, ¡la vida de Cristo en nosotros!

Pero tenemos este tesoro en vasos de barro, para que la excelencia del poder sea de Dios, y no de nosotros, que estamos atribulados en todo, mas no angustiados; en apuros, mas no desesperados; perseguidos, mas no desamparados; derribados, pero no destruidos; llevando en el cuerpo siempre por todas partes la muerte de Jesús, para que también la vida de Jesús se manifieste en nuestros cuerpos. Porque nosotros que vivimos, siempre estamos entregados a muerte por causa de Jesús, para que también la vida de Jesús se manifieste en nuestra carne mortal. (2 Corintios 4:7-11)

Tribulación con provecho

Tanto los justos como los injustos seremos atribulados hasta la muerte. Nuestra única diferencia está en que para nosotros, la tribulación tiene sentido y provecho y la muerte es Cristo.

La tribulación no es una probabilidad en la vida, sino la norma, siendo así, no deberíamos intentar evitarla, sino aprovecharla, verla como una herramienta en manos de Dios y no como una mala jugada del destino que le debería caer solamente al impío. Esta fue la respuesta que le pude dar a mi barbero y es la misma respuesta que le puedo dar hoy a cualquiera de mis hermanos: el hecho de ser cristianos no nos exonera la tribulación, tanto los justos como los injustos seremos atribulados. Nuestra única diferencia está en que para nosotros, la tribulación tiene sentido y provecho, un propósito predestinado desde antes para nuestro bien. A eso se le llama santificación: el proceso mediante el cual Dios, después de habernos conocido, trabaja para perfeccionarlos, formando en nosotros la imagen de Cristo. Cristo es el molde y el Padre usará todo lo que venga a nuestras vidas, incluidas las tribulaciones (cinceles, martillos y lija gruesa), para conformarnos a Él.

Esto es lo que significa la predestinación: el firme propósito que hay en Dios de hacer que todos aquellos que procedemos a la salvación lleguemos a ser moldeados hasta parecernos a Cristo.

Aquí es que hace sentido Romanos 8: Pablo primero afirma que «a los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien» —no según el mundo esperaría que nos ayudaran (deteniendo la tribulación, dándonos vidas de placer temporal), sino que nos ayudan a que se forme aquello que Dios predestinó para nosotros: la imagen de Cristo— y luego entonces aclara Pablo que esto no es para todo el mundo, sino «a los que conforme a su propósito son llamados». Esto es lo que significa la predestinación: el firme propósito que hay en Dios de hacer que todos aquellos que procedemos a la salvación lleguemos a ser moldeados hasta parecernos a Cristo. Cuando en una casa se hacen mejoras regularmente el polvo y el ruido son casi insoportables, pero nadie quiere que el constructor se detenga y deje la obra por mitad. Esa debería de ser nuestra oración, no que la obra se detenga en nuestras vidas, sino que se complete. Este era el deseo que tenía Pablo para los Filipenses y más que deseo, era esa su esperanza, su convicción: que no se quedarían donde estaban, sino que seguirían avanzando hasta el día del Señor: «estando persuadido de esto, que el que comenzó en vosotros la buena obra, la perfeccionará hasta el día de Jesucristo14».

Por último, es nuestro deber ser compasivos con aquellos (creyentes y no creyentes) que están siendo especialmente atribulados. El mismo Cristo fue siempre compasivo y no pragmático. Sabía que la muerte de Lázaro —una leve tribulación momentánea para los familiares del difunto y para él mismo, pues era su amigo— tenía un propósito provechoso: que los testigos creyeran que el Padre le había enviado y vieran la gloria de Dios15. Pero eso no impidió que llorara junto a los dolientes16 al compadecerse de su situación, justo antes de obrar el milagro. También Pablo entendía el provecho de la tribulación, pues él mismo lo experimentaba día tras día en su carne17, sin embargo, eso no impidió que organizara largos viajes misioneros con el objetivo de alimentar física y espiritualmente a aquellos que estaban en gran necesidad. Casi todas las porciones de las escrituras que he utilizado en este artículo fueron tomadas de las cartas de aliento enviadas por el apóstol a las iglesias que enfrentaban especial tribulación. La mejor ayuda que podemos dar es mostrarles a los no creyentes cómo su tribulación puede tener provecho y animar a los creyentes a resistir en vez de escapar, sabiendo que «cuando haya resistido la prueba, recibirá la corona de vida, que Dios ha prometido a los que le aman»18. Dicho lo anterior, puedo decir lo siguiente, para ti en tu tribulación: ¡que te aproveche!

  1. Marcos 3:17 []
  2. Lucas 9:54 RVR: «Viendo esto sus discípulos Jacobo y Juan, dijeron: Señor, ¿quieres que mandemos que descienda fuego del cielo, como hizo Elías, y los consuma?» []
  3. Juan 18:10 RVR: «Entonces Simón Pedro, que tenía una espada, la desenvainó, e hirió al siervo del sumo sacerdote, y le cortó la oreja derecha. Y el siervo se llamaba Malco». []
  4. Mateo 20:20-28 []
  5. 1 Corintios 15:19 []
  6. Hebreos 10:23 RVR: «Mantengamos firme, sin fluctuar, la profesión de nuestra esperanza, porque fiel es el que prometió. []
  7. 1 Pedro 1:3-7 []
  8. 1 Corintios 4:9 []
  9. 2 Corintios 4:10 []
  10. Hebreos 11:36-37 []
  11. Romanos 8:1 []
  12. 2 Tesalonicenses 1:9 []
  13. Juan 16:33 []
  14. Filipenses 1:6 []
  15. Juan 11:39-42 []
  16. Juan 11:35 []
  17. 2 Corintios 12:7-10 []
  18. Santiago 1:2 []

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