Dado que los gobiernos son corruptos, los padres no siempre son el mejor ejemplo y la iglesia no está ajena a la debilidades y conflictos, ¿cómo podemos lograr sujetarnos a su autoridad?
No es un asunto de hacer acepción de personas: si alguien no tiene la naturaleza correcta no puede ser pastoreado. De hecho, sabemos que somos del Señor porque soportamos el cuidado pastoral, lo anhelamos y lo deseamos. El hombre natural, en su rebeldía, no puede ser pastoreado.
No es lo mismo mover ovejas que mover cajas, o camiones, o dirigir los operarios de una línea de producción.
Los cristianos podemos aceptar con facilidad que Dios ha mostrado su amor para con nosotros de una manera especial, «en que siendo aún pecadores Cristo murió por nosotros», pero regularmente obviamos que la gracia común de Dios está disponible para todas sus criaturas.
No está mal hacer planes y proyectos, no está mal tener una estrategia para administrar el fruto, pero la única mejora que puede ser considerada importante es llevar la iglesia cada vez más a su fundamento original: aquello ordenado por Cristo y documentado por sus apóstoles es la fuente de las mejoras; en eso, al tiempo de Dios, veremos un fruto que permanece.
Cualquiera podría pensar que la iglesia del Señor es un lugar ideal, uno en el que no existen los conflictos y si acaso se presentara alguno se resolvería de forma rápida y sin mayores dificultades. No, eso no es así. La iglesia es una familia real, una en la que las diferencias y desavenencias se presentan día tras día entre hermanos que no siempre logran ponerse de acuerdo, por lo menos, no en el momento.