Me parece que el eslabón perdido de nuestros programas actuales de discipulado es el siguiente: preparamos los nuevos creyentes sólo para recibir y consumir, no para dar o producir. Cuando llegan a la iglesia ellos reciben todo el cuidado y la atención de su pastor y se sienten muy bien ―atendidos, cuidados, especiales―, pero a menos éste les advierta desde el principio que eventualmente recibirán menos y que serán ellos quienes atenderán y cuidarán de otros, se sentirán defraudados o hasta engañados; en vez de desear que la iglesia crezca para poner en práctica sus dones y habilidades, junto con lo aprendido, desearán que la membresía se estanque para que los sigan cuidando a ellos, o competirán con sus nuevos hermanos en vez de ayudarlos.
Muchas congregaciones dejan de crecer porque aunque no lo digan, sus miembros saben que más gente en la casa significará menos tiempo y atenciones de sus líderes hacia ellos y más sacrificio de su parte. Este es un gran dilema en el crecimiento de la iglesia: las congregaciones más amorosas y receptivas no son las que más crecen, pues sus miembros, instintivamente, hacen todo lo posible por cerrarse ante el mundo y mantener la cercanía. Como madurez se ha convertido en sinónimo de recibir y acumular información ―acaparar― ellos desean ser siempre un puñado para seguir aprendiendo. (Por eso el pastor tiene que andar cargando creyentes que ya peinan canas en la fe y atendiendo a sus caprichos como si se tratara de recién nacidos.)
Acaparar es la condición natural del ser humano, y a menos qué nos enseñen a hacerlo, no es normal para nosotros dar, desprendernos o compartir. Cierta vez, algunos de los discípulos más cercanos intentaron boicotearle al maestro su proyecto de sembrar el mundo con el mensaje del reino utilizándolos a ellos. Mientras compartían un momento especial en lo alto de un cerro, llegaron a olvidarse del mundo y desearon quedarse allí para siempre, solos junto a Él:
Jesús llevó a Pedro y a los hermanos Santiago y Juan hasta un cerro alto, para estar solos. Frente a ellos, Jesús se transformó: Su cara brillaba como el sol, y su ropa se puso tan blanca como la luz del mediodía. Luego los tres discípulos vieron aparecer al profeta Elías y a Moisés, que conversaban con Jesús. Entonces Pedro le dijo a Jesús: «Señor, ¡qué bueno que estemos aquí! Si quieres, voy a construir tres enramadas: una para ti, una para Moisés y otra para Elías». (Mateo 17:4)
Cristo no estuvo con sus discípulos para siempre, sino sólo el tiempo justo para que escucharan el mensaje, experimentaran una demostración de su eficacia y vieran brotar algunos frutos. Luego que probaron sus frutos a pequeña escala, fueron ellos sembrando la semilla por todo el mundo. Ellos no eran maduros sólo por haber escuchado, sino por haber visto y vivido; y para vivir, se necesitan más que los oídos. El entrenamiento que daba el maestro era eminentemente práctico, no encerrado dentro de una sinagoga, sino sobre el camino.
La forma en que comienza una relación determina la forma en que se desarrolla. Cristo no invitó a Pedro a seguirle para dar un paseo o recibir un estudio bíblico, sino a seguirle con un propósito claramente definido, que no terminaba en Pedro, sino que lo trascendía, llegando mucho más allá. Le dijo que eventualmente lo convertiría ―por medio de la enseñanza y la práctica― en un pescador de hombres. Quizás la particularidad de su llamado, orientado la acción y no a la reflexión, fue lo que hizo de Pedro un discípulo mucho más proactivo que sus iguales. Mientras los demás sólo observaban pasivos, Pedro actuaba, y aunque de forma torpe y errática, pasaba regularmente a la práctica. Con el paso del tiempo y a tropezones, Pedro maduró, llegando a ser quizás el discípulo más fructífero de todos los que tuvo el maestro.
He llegado a entender el discipulado no solamente como el proceso de transferir información, sino como la acción de modelar el mensaje del reino delante de alguien para que éste eventualmente vaya y lo haga con otros; y madurez, como la experiencia que da la práctica, no como el simple dominio de los datos. Hay una diferencia abismal entre hacer algo para ti y enseñarte a ti a hacerlo. Cuando Pedro escuchaba hablar a Jesús o lo veía trabajar delante de él, no lo recibía como información general, sino que se mantenía atento, pues estaba consciente de que pronto lo estaría haciendo solo. Quizás podamos nosotros en este tiempo aprender a discipular como lo hacía el maestro, y para hacerlo, podemos implementar las siguientes tres acciones:
- Cambiar la invitación. En vez de decirles que vengan a sólo escuchar o a aprender, o a ser consolados, decirles claramente que el objetivo es que luego lo hagan por otros. Parecerá un poco extremo, pero si de verdad deseamos extender el reino no debemos andar perdiendo el tiempo con personas que no tengan la intención de abandonar el egoísmo y hacer con otros aquellos que estamos haciendo por ellos, dar por gracia lo que por gracia han recibido.
- Establecer un tiempo limitado. Las personas prestan más atención e interés cuando saben que lo que están recibiendo hoy no lo recibirán para siempre. Estoy seguro que en el mismo instante en que Cristo comenzó a hablar de su partida sus discípulos aguzaron sus oídos para aprovechar capa palabra, memorizar cada gesto y aprender cada acción. Si en vez de pasar años regurgitando lo mismo con el mismo grupo, le dejamos bien claro a los nuevos creyentes el momento que pasarán a la acción y trabajarán por su cuenta ―aunque siempre contarán con nuestro apoyo―, avanzaremos más.
- Modelar sobre el camino. Necesitamos urgentemente un discipulado más práctico, donde las personas no sólo nos escuchen hablar, sino que nos vean practicar. Quizás podamos lograr esto pasando tiempo y caminando con ellos. Si lo primero que aprenden es a observar nuestras acciones, después, cuando nos sentemos, será más fácil, pues en vez de soltar datos al aire podremos explicarles el objeto de lo que hicimos y la verdad que lo sustenta. Sería actuar primero y explicar después, tal y como lo hizo Jesús con sus discípulos.
Saludos desde Barranquilla, Colombia, . Las bases y visión de un cristiano se construyen desde las primeras inducciones sobre el quehacer del creyente. Necesitamos urgente salir de nuestra individualidad para proyectarnos a lo colectivo con un manejo eficaz de la autonomía y autorregulación, sino seguirimos con templos atestados de miembros con los ojos puestos en el pastor y nuestra sociedad deteriorandose sin jugarnos ser la sal de la tierra y la luz de mundo.
Saludos Mary, Bienvenida a PezMundial. Muy acertado tu comentario. ¿A qué te refieres con auto regulación?
Saludos, Hermanos desde Venezuela, Creo firmemente que Dios en este tiempo, está trayendo un retorno genuino a la iglesia en sus comienzos, veo con alegria los cambios que se están gestando en el cuerpo y gente como tú y muchos más estan siendo influenciados por el Espiritu para llevar a está generación a practicar la verdadera cultura cristiana…
Dios te bendiga . Un discipulo desde la Internet.
Hola Rafael, Te doy un abrazo, Hijo tu pregunta sobre la autoregulación me permito contestarla: Es un avance en la escala de madurez del ser humano que le permita tomar decisiones con la plena convicción de su acto sin que se tenga que estar guiando por cualquier autoridad. Sabes querido hermano, pienso que la autoregulación es compleja pero no imposible de alcanzar. Te cito como ejemplo la vida de Cristo en la tierra, no necesitó tener a Dios físicamente a su lado para cumplir con la voluntad de él ¿Estamos?, Un abrazo desde mi hermosa tierra caribe para todos los participantes.
Saludos de nuevo Mary, gracias por la aclaración y por enriquecer el artículo con tus aportaciones. Al parecer lo común en las iglesias no es la autorregulación, sino todo lo contrario. Es triste observar como muchos creyentes se han acostumbrado a trabajar: si no tienen un seguimiento constante no funcionan. Un abrazo también para ti.