Pregunta
Si el Señor tuvo de mí misericordia y abrió mis ojos para que pudiera ver a Cristo, ¿por qué no salva a mi familiar?
Recientemente en dos ocasiones y decenas de veces en los últimos años he tenido que responder la pregunta. Yo mismo se la hago al Señor frecuentemente con diferentes palabras. Escribo ahora esto no tanto con la intención de darle respuesta, sino con la intención de dar aliento. Supongo que cualquier cristiano medianamente instruido realmente puede —o podrá eventualmente— responderla, lo que es difícil es lidiar con la respuesta. Una cosa es admitir la soberanía de Dios y otra vivir a la luz de ella, y Dios espera de nosotros ambas cosas: no solamente que aceptemos sus designios, sino también que aprendamos a vivir en consecuencia. No sé si pueda lograrlo, pero lo que pretendo con este corto artículo es ayudar a mis hermanos a glorificar al Señor en sus relaciones con familiares que aún no han creído. Es cambiar la pregunta, en vez de intentar responder por qué el Señor no los ha salvado, mostrar lo que sí está a nuestro alcance y es ahora mismo perfectamente accionable.
Primero el deseo, luego la impotencia
Cuando el Señor milagrosamente abre nuestros ojos a la realidad de Cristo y venimos a Él, es natural que anhelemos la misma experiencia para los nuestros. Podemos orar con fervor y testificar con pasión solamente para constatar lo ajeno que siguen estando ante esto que ha llegado a ocupar en nosotros el lugar más importante y es ahora el centro de nuestras vidas. Con el tiempo, ese anhelo puede llegar a convertirse en impotencia: primero queremos que sus ojos puedan ser abiertos, luego esperamos que ellos abran los ojos y más tarde tratamos de abrirle los ojos nosotros mismos o hasta les demandamos que vean, pero no es posible. Puede hasta darse el caso en que ellos quieran complacernos y nos digan que han logrado ver alguna sombra difusa, ¡entonces nos emocionamos! Para con el tiempo terminar decepcionados al encontrar que pretendieron verle, pero que realmente aún no han visto a Cristo. En el mejor de los casos podemos concluir en que la salvación es del Señor1, pero aun así, ese anhelo impotente, al ser mal canalizado por nosotros puede traer mucho mal: familias destruidas innecesariamente o un mal testimonio al faltar en cumplir ante nuestros familiares aquello que Dios ha demandado de nosotros (amor sacrificial, sujeción, obediencia) mientras esperamos aquello que nosotros no podemos demandar de Él (salvación). La salvación es un don de Dios, algo que está en el ámbito de su soberanía, pero hay cosas que deberíamos estar haciendo ahora mismo ante nuestros familiares aunque no sean creyentes. Presento tres de ellas a continuación en forma de oportunidades.
Tres oportunidades que sí son accionables
Así que, como la iglesia está sujeta a Cristo, así también las casadas lo estén a sus maridos en todo. Maridos, amad a vuestras mujeres, así como Cristo amó a la iglesia, y se entregó a sí mismo por ella. Hijos, obedeced en el Señor a vuestros padres, porque esto es justo. Honra a tu padre y a tu madre, que es el primer mandamiento con promesa.Efesios 5:24-25, 6:1
- Una oportunidad para obedecer. No hace falta que nuestro padre o conyugue sean cristianos para que asumamos nuestro rol en la familia. Es una tentación condicionar el hacer la expresa voluntad de Dios ante nuestra familia a las convicciones o el proceder de los demás. Si es una hermana con un conyugue inconverso puede ser tentada a esperar que él tenga un comportamiento distintivamente cristiano para empezar a sujetarse; y si fuera un hermano con una esposa no creyente quizás vacile en entregarse a amarla como Cristo a su iglesia hasta que ella llegue a ser realmente la iglesia. Así mismo, un hijo podría cuestionar imprudentemente el accionar de sus padres a la luz de sus nuevas convicciones y por ignorancia terminar en la desobediencia. La respuesta es que nuestra nueva posición en Cristo no subroga nuestras responsabilidades familiares: en Cristo, los conyugues fortalecen el lazo, los padres llegan a ser mejores padres y los hijos mejores hijos; aún lo fueran con conyugues, hijos o padres no creyentes. Tanto la familia como la iglesia son proyectos de Dios, y al llegar a glorificarle en uno no podemos deshonrarle en el otro. Aún quienes participen fueran todos incrédulos, la vocación de la familia, tal cual fue establecida por Dios, es la permanencia. Es natural el pensamiento de que determinadas cosas serían distintas si los miembros de una familia llegaran a Cristo, pero podemos cumplir con nuestros votos y llegar a honrar nuestros padres en obediencia a Dios aún nuestro pensamiento no se concretara. Nuestros familiares no creyentes son una gran oportunidad para obedecer a Dios en el rol que nos puso a desarrollar.
Y a los demás yo digo, no el Señor: Si algún hermano tiene mujer que no sea creyente, y ella consiente en vivir con él, no la abandone. Y si una mujer tiene marido que no sea creyente, y él consiente en vivir con ella, no lo abandone. 1 Corintios 7:12-13
- Una oportunidad para amar. Que tu familiar no sea ahora mismo tu hermano en la fe es una hermosa oportunidad para expresar hacia él intencionalmente el amor del Señor. Cuándo el vínculo espiritual existe, cuando hay una militancia cristiana en común, cuando nuestros deseos son los de Cristo y coinciden en Él, es más fácil practicar el amor, pero es cuando todo lo anterior falta que el amor realmente se demuestra2. Aquel miembro de la familia (esposo, esposa, hijo) que no participa ahora mismo de la vida en Cristo puede quedar marginado en la dinámica familiar. Esto no tiene que ser intencional, pero de hecho sucede: nuestra agenda, nuestros intereses y nuestras convicciones se irán distanciando; ¡entonces al percibirlo resolvernos glorificar a Dios reforzando intencionalmente el vínculo familiar! Aprendemos a disfrutar de la primera institución que Dios creó del mismo modo que aprendimos a disfrutar de la segunda: por la práctica y animados por la convicción. Sí, aún después de la caída y aún antes de que sea redimida por completo, en la familia puede haber deleite, lo que hace falta es la intencionalidad y dependencia de Dios para encontrarlo. Si no podemos encontrarnos con el conyugue, el padre o el hijo en las cosas estrictamente espirituales, entonces busquemos otras áreas posibles que no ofendan a Dios. El peor de los caso es aquel en el que el miembro cristiano de la familia utiliza su nueva fe para evadir asuntos (conflictos, problemas de carácter, falta de perdón, rebeldía, desobediencia, negligencia) que podrían ser trabajados con un poco de madurez o exagera innecesariamente la maldad ajena para justificar sus propias faltas. Aquí tengo que matizar un poco: a medida que nos vamos pareciendo a Cristo aquello que antes tolerábamos se va volviendo más gravoso, pero podemos depender del Señor para obtener mayor gracia. Si Dios pasó por algo aquellos tiempos de ignorancia3 en que estuvimos nosotros no tenemos excusa para replegarnos. Si la distancia se vuelve más amplia y aún podemos hacerlo sin ofender a Dios, hagamos que nuestro amor se extienda para llegar hasta nuestros familiares no creyentes.
Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios; no por obras, para que nadie se gloríe. Efesios 2:8-9
- Una oportunidad para glorificar a Dios. El hecho de que tu familiar no pueda agradarte por medio de su conversión confirma que la salvación es del Señor, un hecho sobrenatural. Ni siquiera el padre más amoroso ha logrado convertirse por sus propios medios para agradar a un hijo: puede resolver carnalmente apartarse de determinados vicios o hasta asumir determinadas prácticas espirituales, como leer la Biblia o asistir a la iglesia, pero aún con su mejor esfuerzo no pasaría de ser una pretensión, puede imitar la vida de Cristo pero no puede nacer de arriba por ni con su mejor esfuerzo. Como le dijo Jesús a Nicodemo: «el que no naciere de nuevo, no puede ver el reino de Dios»4. Firmes resoluciones de conversión han sido hechas delante de conyugues con propósitos más o menos cuestionables, pero solamente quien ha sido convertido por Dios puede permanecer en sus caminos, es el Espíritu Santo (no el padre, hijo, esposo o esposa) que pueden convencer al hombre de pecado, de justicia y de juicio5. Nuestro interés en la salvación de un familiar es real, pero en lo que Dios hace en ellos su buena obra, podemos ver que allí en su impotencia testifican con gran fuerza del poder que obró en nosotros para que pasáramos de las tinieblas a la luz. El duro corazón de un familiar cercano demuestra que solamente el poder del evangelio logró producir fruto en una roca del mismo terreno como nuestro propio corazón. Mientras oramos y esperamos por la salvación de los nuestros vamos glorificando a Dios por la salvación propia y testificando «que del que quiere, ni del que corre, sino de Dios que tiene misericordia». Esto nos hace humildes, y también nos hace dependientes. ¿En qué somos mejores nosotros que ellos?
No dejes de orar por la salvación de tus familiares (tanto para que la luz venga a ellos como para que al venir la luz no amen más las tinieblas6) ni de testificar de Cristo ante ellos con acciones y palabras; así mismo, cumple en tu familia el rol que el Señor te ha dado, busca intencionalmente oportunidades de demostrar amor a tus familiares que aún no han creído y glorifica al Señor que te salvó a ti para la bendición de ellos. Como le dijo el Señor al gadareno que quería entrar con él en la barca en vez de volver a su casa:
- Salmos 3:8 [↩]
- Mateo 5:44-45 «Pero yo os digo: Amad a vuestros enemigos, bendecid a los que os maldicen, haced bien a los que os aborrecen, y orad por los que os ultrajan y os persiguen; para que seáis hijos de vuestro Padre que está en los cielos, que hace salir su sol sobre malos y buenos, y que hace llover sobre justos e injustos». [↩]
- Hechos 17:30 [↩]
- Juan 3:3 [↩]
- Juan 16:7-8 [↩]
- Juan 3:19 «Y esta es la condenación: que la luz vino al mundo, y los hombres amaron más las tinieblas que la luz, porque sus obras eran malas». [↩]
Excelente artículo. Dios es soberano y la decisión sobre quien será salvo es de El. Es bueno también apuntalar otros aspectos que tienen que ver con nuestra responsabilidad de sembrar con palabras y hechos y en los que da muchas veces podemos dar mal testimonio (principalmente a los hijos): el dejar de proveer para los nuestros (I Tim. 5:8), el coquetear con y llamar ¨bueno¨ a lo malo, el no meditar y reflexionar en la palabra de DIos en el seno del hogar (Deu 6:7), el tener una ¨dictadura espiritual¨ en el hogar, el exasperar a los hijos, la aceptación de la muchas veces ignorada influencia negativa de la música secular (con su letra tan nociva), el desinterés por la educación cristiana centrada en valores que pueden proveer los colegios cristianos, la impuntualidad y ausencia a las clases de Escuela Dominical, la falta de asistencia a las convocatorias de la iglesia cuando hay algo más ¨divertido¨ que hacer, y una vida de hipocresía en la que estamos amando al mundo y las cosas que están en él.
El no fallar en estos aspectos no sería una fórmula para que nuestros familiares lleguen a ser salvos, sino que motivo a que tambien reflexionemos sobre nuestro testimonio y qué principios y valores estamos sembrando en las vidas a nuestro alrededor.
Joel: gracias por agregar esos aspectos. Todo lo que mencionas es un gran reto: dependamos del Señor y actuemos. Me alegra verte por aquí. Que el Señor te guarde.