Jesús vio la gran cantidad de gente que lo seguía y sintió mucha compasión por todas esas personas, porque estaban confundidas e indefensas. Eran como ovejas que no tienen un pastor que las cuide. (Mateo 5:36 TLA)
En casi tres años que tengo en el ministerio pastoral me he dado cuenta de que la mayoría de las personas, cuando viene a buscar un consejo, no es un consejo lo que buscan, sino una aprobación. Dejarse guiar es lo más difícil. La gente quiere hacer su propia ruta —sin importar la dirección a la que conduzca— y presentarla sólo buscando una palabra de afirmación. Me preocupa mucho el hecho de que muy pocos cristianos estén siendo realmente pastoreados, muchos son alimentados, muchos animados, pero realmente pastoreados (alimentados, cuidados y guiados) muy pocos. Me preocupa más, porque de aquellas ovejas que el Señor ha puesto en mis manos, un día me pedirá cuentas, y no quisiera rascarme la cabeza o tartamudear mucho ante su presencia.
Un gran privilegio
La semana pasada compartí un rato con José Rafael Parra, mi pastor de toda la vida, y entendí el gran privilegio que fue para mí su cuidado pastoral durante muchos años. No siempre entendí lo que él hacía y en innumerables ocasiones le cuestioné a sus espaldas, pero indudablemente, Parra me cuidó, me guió y me alimentó durante mucho tiempo; sólo cuando me alejé de él pude valorarlo en su justa dimensión y quizás sin su ayuda no tuviera donde estoy. Quizás piensen que soy algo vano por afirmar que estoy en algún lugar, pero es que yo sí sé de dónde vengo.
Sí que es verdad lo que dices, justo ayer estaba hablando con un matrimonio que atraviesan dificultades en la comunicación, y en un momento comencé a hablar con el Señor en mi corazón y a darme cuenta que cada uno buscaba la aprobación, entonces le pedí al Señor que El pusiera las palabras en mis labios para hablarles la verdad, aunque tuviera que confrontarles. Y encontré que el Señor me enseñó a confrontarles, pero con sabiduría, usando ejemplos, como hizo Natán con David en 2 Samuel 12.