Así como providencialmente se nos ha concedido creer, también se nos ha concedido padecer e identificarnos con Cristo, a veces en formas muy palpables.
Un hombre no regenerado podría convenientemente apartarse aunque sea temporalmente de pecados particulares al constatar sus destructivas consecuencias, pero solamente aquel en el que habita el Espíritu Santo puede llegar a ver el pecado como Dios lo ve.
¡Bienaventurados los que lloran! Pues tienen evidencia de la obra del Espíritu Santo en sus corazones, de forma tal que se han vuelto tiernos, significa que realmente están vivos. No sucede naturalmente, pero hay motivos puntuales por los que un hombre sensibilizado por el Espíritu Santo tiene que llorar.
Recientemente en dos ocasiones y decenas de veces en los últimos años he tenido que responder la pregunta. Escribo ahora esto no tanto con la intención de darle respuesta, sino con la intención de dar aliento. Lo que pretendo con este corto artículo es ayudar a mis hermanos a glorificar al Señor en sus relaciones con familiares que aún no han creído.
Si el mundo celebra la navidad del Dios que no conoce, aprovechemos su intención para presentárselo. Si del anuncio que dio el ángel celebran solamente la primera parte (el nacimiento) aprovechemos la ocasión para darles el anuncio completo: lo que Cristo vino a traernos (salvación) y también lo que Cristo nos exige (sujeción a su señorío).
Un cristiano no es un hombre crédulo, nunca cree con ligereza y pocas veces lo hace fácilmente. Más bien es un hombre que luego de luchar (intelectualmente) en algunos casos por largo tiempo ha llegado a persuadirse de que Cristo es real, que es el hijo de Dios y es su salvador.