Sométase toda persona a las autoridades superiores; porque no hay autoridad sino de parte de Dios, y las que hay, por Dios han sido establecidas. De modo que quien se opone a la autoridad, a lo establecido por Dios resiste; y los que resisten, acarrean condenación para sà mismos. Romanos 13:1-2
Pregunta
Dado que los gobiernos son corruptos, los padres no siempre son el mejor ejemplo y la iglesia no está ajena a la debilidades y conflictos, ¿cómo podemos lograr sujetarnos a su autoridad?
Vivimos en un mundo imperfecto, uno que está bajo los efectos del pecado, esto hace que sea gravoso para todos sujetarnos: a causa de tener la rebeldÃa en nuestros corazones, pero también a causa del mal ejemplo de las autoridades establecidas, que hace que la motivación para hacerlo sea mÃnima: la autoridad familiar no siempre produce admiración y respeto, sino más bien ira y resentimiento, de forma tal que los hijos se rebelan contra ella; las autoridades civiles se corrompen, usan su posición para el abuso y en lo moral no necesariamente superan a la media de sus ciudadanos, que terminan desconociéndola, provocándola o cuestionándola; y la autoridad espiritual no se escapa a esa realidad: la iglesia es una organización siempre mejorable, donde tanto las ovejas como sus pastores luchan por hacer en sus vidas la voluntad de Dios, y aunque es esperable que sus obreros lleguen a ser ejemplo, frecuentemente su accionar no está a la altura de su llamado. ¿Qué hacer entonces? ¿Cómo podemos sujetarnos cuando las autoridades no son un buen ejemplo?
Los ancianos que gobiernan bien, sean tenidos por dignos de doble honor, mayormente los que trabajan en predicar y enseñar. Pues la Escritura dice: no pondrás bozal al buey que trilla; y: digno es el obrero de su salario. 1 Timoteo 5:17-18
Tenemos una rica herencia de ministros (pastores, maestros de escuela bÃblica, músicos y hasta personal de mantenimiento) que no solamente cumplen su ministerio con alegrÃa y compromiso, sino que se agencian ellos mismos los recursos para hacerlo.
La realidad de la iglesia en Latinoamérica, sobre todo en zonas rurales, es que gran parte del trabajo ministerial es desarrollado por hermanos muy sacrificados que después de desempeñar jornadas laborales extenuantes practicando diferentes oficios y en algunos casos con más de un trabajo (formal e informal), hacen «de tripas corazón» para también cumplir con un ministerio en su iglesia local: unos de levantan más temprano y otros se acuestan más tarde, pero logran con mucho sacrificio conseguir su sustento sin dejar de servir a su Señor. Esto no es algo excepcional, particular u ocasional, es la realidad de nuestras iglesias, que contrasta con la forma en que se hace el ministerio en otros contextos. Se les llama «ministros bivocacionales» a quienes aparte de su trabajo en la iglesia tienen que hacer otros trabajos para buscar su sustento y «ministros a tiempo completo» a quienes pueden dedicar todo su tiempo al trabajo en la iglesia y desde él pueden ser sostenidos. Son conceptos muy mencionados en la literatura cristiana, aunque pueden resultar extraños para muchos de nosotros, pues en Latinoamérica no se tiende a ver el ministerio como un «trabajo», como esta ha sido desde siempre nuestra realidad no tenemos otro punto de comparación. Lo mismo pasa con el término «voluntario», muy común en organizaciones que tienen empleados para referirse a quien desarrolla un trabajo sin recibir remuneración: es poco usado en nuestras iglesias porque frecuentemente todos lo somos. Tenemos una rica herencia de ministros (pastores, maestros de escuela bÃblica, músicos y hasta personal de mantenimiento) que no solamente cumplen su ministerio con alegrÃa y compromiso, sino que se agencian ellos mismos los recursos para hacerlo.
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Pregunta
¿Es posible que alguien, después de vivir una vida de pecado, logre convertirse al final de sus dÃas y sea salvo?
Mientras más entendamos lo extraordinario que es el verdadero convencimiento de pecado, más nos gozaremos al ser testigos de una genuina obra del Señor.
Con toda seguridad has escuchado a algún incrédulo bromear acerca de vivir toda una vida en esta tierra entregado al pecado con la esperanza de que al final de sus dÃas, quizás en el lecho de muerte o en la última parte de su vejez, podrá pronunciar una oración mecánica que le abrirá de par en par las puertas del cielo. Dudo mucho que alguien pueda decir estas cosas en serio, pues estoy seguro de que, si alguien realmente quisiera ir al cielo, estuviera lamentando desde ahora el hecho de tener que vivir en una creación dominada por el pecado. De todos modos, encuentro útil intentar responder la pregunta para la edificación de todos los verdaderos creyentes. Aún más, me parece necesario que cuando estemos compartiendo el evangelio con alguien estemos atentos para evitar estas respuestas mecánicas, clarificándoles a los inconversos el verdadero significado del arrepentimiento. También, para evitar producir un falso arrepentimiento, al «lograr» que alguien en quien Dios aún no ha obrado pronuncie una oración o sea bautizado. Mientras más entendamos lo extraordinario que es el verdadero convencimiento de pecado, más nos gozaremos al ser testigos de una genuina obra del Señor.
Y a los demás yo digo, no el Señor: si algún hermano tiene mujer que no sea creyente, y ella consiente en vivir con él, no la abandone. Y si una mujer tiene marido que no sea creyente, y él consiente en vivir con ella, no lo abandone. Porque el marido incrédulo es santificado en la mujer, y la mujer incrédula en el marido; pues de otra manera vuestros hijos serÃan inmundos, mientras que ahora son santos. Pero si el incrédulo se separa, sepárese; pues no está el hermano o la hermana sujeto a servidumbre en semejante caso, sino que a paz nos llamó Dios. Porque ¿qué sabes tú, oh mujer, si quizá harás salvo a tu marido? ¿O qué sabes tú, oh marido, si quizá harás salva a tu mujer? 1 Corintios 7:12-16
Pregunta
¿A qué se refiere Pablo cuando dice que «el marido incrédulo es santificado en la mujer, y la mujer incrédula en el marido»?
Encontré un correo que respondà en el 2015 en el que alguien me preguntó el significado de esta afirmación de Pablo en 1 Corintios 7:12-16: «el marido incrédulo es santificado en la mujer, y la mujer incrédula en el marido». Aprovecho para publicar aquà la respuesta, que creo que puede ser aliento para cualquiera de mis hermanos que esté casado con un cónyuge no creyente.
Audio La naturaleza de una oveja. (8 Minutos)
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Apacentad la grey de Dios que está entre vosotros, cuidando de ella, no por fuerza, sino voluntariamente; no por ganancia deshonesta, sino con ánimo pronto.1 Pedro 5:2
Introducción
Un gran reto para cualquier iglesia local es mantener la separación entre quienes, son o no son ovejas. La membresÃa de una iglesia local no puede estar compuesta por todos sus asistentes, sino, por aquellos que providencialmente, esto es, por el poder del Señor, han sido añadidos a su pueblo. Esta membresÃa regenerada llega a tener una naturaleza evidentemente distinta a la del mundo, una que se puede comparar con la naturaleza dócil de las ovejas. Al nacer de nuevo ellos quieren ser cuidados, quieren ser guiados y alimentados por su pastor. En este breve audio les estaré mostrando cuál es la naturaleza de una oveja y el peligro de dejar entrar a los lobos al rebaño del Señor.
Honroso sea en todos el matrimonio, y el lecho sin mancilla; pero a los fornicarios y a los adúlteros los juzgará Dios.Hebreos 13:4
La infidelidad matrimonial no es tan sencilla ni emocionante como parece, ceder traerá gran daño, sobre nosotros, nuestras familias (esposa, hijos, familiares indirectos), nuestras iglesias y sobre todo nuestro entorno.
La infidelidad daña la familia, que fue la primera institución establecida por Dios, para el bienestar de todos los hombres.
Aunque ante Dios todos los pecados son iguales, hay algunos que por su potencial destructivo y su rápida propagación deberÃan ser especialmente combatidos. Este es el caso de la infidelidad matrimonial, un pecado con la capacidad de afectar a tantas personas, en tantas maneras y por tanto tiempo que creo que, si tuviera la oportunidad de reflexionar en sus consecuencias, cualquier persona razonable, no solamente los cristianos, al considerar el daño, quedarÃa en mejor posición para evitarlo. La infidelidad daña la familia, que fue la primera institución establecida por Dios, para el bienestar de todos los hombres. Es tanto el daño, tan expansivo y permanente, que no solamente deberÃamos evitar la infidelidad, sino huir de ella. Aunque las mujeres también incurren en infidelidad, al escribir este artÃculo tengo principalmente en mente a los hombres, y aún más, a mis hermanos y amigos: la infidelidad matrimonial no es tan sencilla ni emocionante como parece, ceder traerá gran daño, sobre nosotros, nuestras familias (esposa, hijos, familiares indirectos), nuestras iglesias y sobre todo nuestro entorno.
La mayor parte de la sociedad ya ha sufrido directa o indirectamente las consecuencias: proyectos familiares destruidos, madres solteras, hijos que han tenido que crecer sin sus padres, amistades fraccionadas, mucha vergüenza y sentido de fracaso. Es algo tan doloroso que muchos prefieren la negación, hablan de la traición y el divorcio como si fueran asuntos normales para evitar reconocer cuáles han sido las reales consecuencias; otros un silencio doloroso, en un intento de protegerse ellos y proteger a sus hijos. Ni la negación ni el silencio son el camino, sino el reconocimiento, el arrepentimiento y el trabajo intencional para restaurar (en la medida de lo posible) aquello que la infidelidad ha dañado. Escribo estas cosas con toda la gracia que el Señor pueda darme, no para traer más dolor, sino para ayudar a romper el ciclo: tanto los hombres que están por entrar al matrimonio como quienes estamos ya casados deberÃamos trabajar activamente por honrar el pacto matrimonial y preservar el proyecto familiar. Todos podemos caer, y asà mismo todos debemos luchar. Si estás luchando: lee estas motivaciones y vuelve a leerlas otra vez, si ya has caÃdo busca tu socorro en el Señor.
Yo, yo soy el que borro tus rebeliones por amor de mà mismo, y no me acordaré de tus pecados. IsaÃas 43:25