El domingo antepasado utilicé esta porción de un sermón del Ministro Anglicano del siglo XIX J.C. Ryle, mientras predicaba sobre 1 Juan, pues ilustra claramente el contrasentido de aspirar al cielo sin desear la santidad: los mismos hombres que rechazan ahora la vida cristiana aspiran —en su ignorancia— a mañana a compartir nuestra esperanza. Hay cien años de diferencia entre Ryle y nosotros, pero sus sermones parece que fueron predicados ayer domingo. Ese es el valor de predicar la verdad: su relevancia es atemporal.
Y todo aquel que tiene esta esperanza en él, se purifica a sí mismo, así como él es puro. 1 Juan 3:3
Supongamos que pudieras ir al cielo sin santidad. ¿Qué harías? ¿Estarías alegre allí? ¿Con cuál de los santos querrías conversar, y de qué? Sus placeres, sus gustos y su carácter no tendrían nada en común con los tuyos. ¿Cómo podrías ser feliz con ellos en el cielo si en la tierra tú aborreciste la santidad? Quizás tú aquí disfrutas la compañía de gente rebelde, vana, mundana, amante del placer y profana, pero ninguno de ellos estará en el cielo. Quizás tú evitas a los santos de Dios porque te parecen muy estrictos y serios, pero ellos son los que habitaran el cielo. Tal vez para ti orar, leer la Biblia y adorar a Dios son cosas fastidiosas, aburridas y tontas que puedes tolerar a veces, pero sin ningún placer. Quizás consideres que ir a la iglesia el domingo es una obligación pesada, y no entiendes como alguien puede pasar tanto tiempo en adoración. Pero no olvides que en el cielo todo es adoración. Allí nunca cesan la adoración y los cánticos de alabanza al Cordero diciendo «Santo, Santo, Santo Señor Todopoderoso».Juan Carlos Ryle (1816-1900), Pastor Anglicano.