Añorar una ciudad

Con esta nota personal inauguro una serie en la que me propongo compartir algo de lo que estoy leyendo, haciendo y viviendo en ciento cincuenta palabras exactas y un versículo. El reto está en usar solamente 150 palabras, ni más ni menos.

Tu ciudad no es el lugar en donde naces, sino donde están tus seres queridos.

Pensaba en el concepto de identidad y ciudad, pues ayer se cumplieron dieciocho años desde que mi familia se mudó desde Azua a Santo Domingo. Pensaba en lo poco que añoro el lugar en que nací, principalmente, porque de mis seres más queridos y la gente con que tengo vivencias pocos están allá. Para mí, hoy esa ciudad está vacía. Otros que también han pasado de una ciudad a otra se mantiene viajando, pendientes a lo que allí sucede y añorando constantemente volver. Ese no es mi caso. Valoro mi herencia, pero mi vida no se detuvo a los once años. Expresar estas cosas de algún modo lastima a quienes sí tienen identidad allí, pero creo que es sabio celebrar la herencia mientras se sigue viviendo. Tu ciudad no es el lugar en donde naces, sino donde están tus seres queridos. Espero no ser un extraño cuando llegue al cielo.

En la casa de mi Padre muchas moradas hay; si así no fuera, yo os lo hubiera dicho; voy, pues, a preparar lugar para vosotros. Y si me fuere y os preparare lugar, vendré otra vez, y os tomaré a mí mismo, para que donde yo estoy, vosotros también estéis. (Juan 14:2—3)

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