¿Por qué te abates, oh alma mÃa, y te turbas dentro de mÃ? Espera en Dios; porque aún he de alabarle, Salvación mÃa y Dios mÃo.
(Salmos 42:11)
Estas dos palabras han estado llamando mi atención fuertemente en los últimos años, con diferentes nombres (sinónimos) y manifestaciones, pero en el fondo, siempre las mismas palabras: razón y emoción. Conocà al Señor y pasé mis primeros años en una iglesia con un trasfondo Bautista/Presbiteriano (Templos Evangélicos) que no era muy dada a manifestar sus emociones. En República Dominicana les llaman «iglesias frÃas». Luego me congregué durante años en otra con un trasfondo Pentecostal (Asambleas de Dios de Lucerna), mucho más abierta a expresar emoción, pero desde un fuerte fundamento bÃblico. El fundamento de la iglesia de Lucerna y el liderazgo del Pastor Parra (un maestro persuasivo, analÃtico y dado al sermón expositivo) fue un muro de contención para las emociones desbordadas aunque —sospecho— le dio a la iglesia una identidad muy diferenciada en cuanto al entorno pentecostal en general. (Afirmo esto porque al participar en cultos unidos y actividades con otras iglesias pentecostales podÃa percibir la gran diferencia.)
Nosotros vamos emocionalmente de un lugar a otro y Dios permanece siempre igual.
Sin embargo, en el movimiento pentecostal —a nivel general— encontré mucha gente dada a provocar los sentimientos para producir «experiencias» espirituales y otros hasta daban por sentado que si no habÃa emoción no estaba Dios, por lo que terminé viendo la emoción como algo peligroso, o cuanto menos, como un riesgo para la iglesia. Los desbordes emocionales que presencié en algunas actividades pentecostales (lágrimas y risa incontrolables, de un extremo al otro, pero sin ningún sentido) me pusieron en alerta y terminé (cómo un péndulo) refugiado en la razón: sin importar lo que podamos percibir a través de nuestros sentidos en un momento u otro, Dios es Dios, sin importar que estemos tristes o alegres, animados o desanimados, sus promesas siempre son firmes1, en Él no hay sombra de variación2 Nosotros vamos emocionalmente de un lugar a otro y Dios permanece siempre igual.
Los Salmos son expresiones emocionales que emanan de las convicciones de hombres muy profundos y a la vez sensibles.
Esto fue un dilema para mà en los primeros tiempos de PezMundial. Siempre tuvimos la intención continuar el legado histórico de los Templos Evangélicos, la iglesia con la que más nos identificábamos, pero entendÃa que aunque la doctrina cristiana no se trata de sentir cosas, sino de afirmar cosas, la emoción siempre habÃa tenido un gran lugar en el pueblo de Dios. El dilema estaba en cómo podÃamos llegar a ser una iglesia sensible y al mismo tiempo estable; una que se emocione profundamente y al mismo tenga un fuerte fundamento. La respuesta la encontré en el libro de los Salmos. Los Salmos son expresiones emocionales que emanan de las convicciones de hombres muy profundos y a la vez sensibles como el rey David. Hombres que podÃan llorar ante la desesperación y al mismo tiempo encontrar consuelo en las firmes promesas de Dios. Me impresiona especialmente la forma reiterativa3 en que el salmista, en una figura literaria, le habla a su alma (emociones) para someterla a sus convicciones. En el Salmo 42, por ejemplo, le habla a su alma abatida para someterla a la convicción de que Jehová es su Dios y su salvador.
A diferencia de la poesÃa occidental, los Salmos (poesÃa hebraica) no emocionan por la métrica en su juego de silabas, acento o rima, sino, por el sentido de su letra en un paralelismo, relacionado a veces afirmación con afirmación o afirmación, consecuencia y afirmación. Por decirlo de algún modo, su emoción no está en la forma (medio) sino en el fondo (fin). Para llegar a emocionarse con ella es necesario, primero, razonar.
El mejor uso que le podemos dar a nuestras emociones es ponerlas al servicio de nuestras convicciones.
Leyendo los Salmos encontré que el dilema entre la razón y la emoción se resuelve al entender que el mejor uso que le podemos dar a nuestras emociones es ponerlas al servicio de nuestras convicciones, no provocarlas con superficialidades o como un fin en sà mismas. En vez de dejar que cualquier idea secundaria mueva nuestros sentidos y nos produzca alguna «experiencia» —el corazón del hombre es engañoso4—, someter nuestras emociones a nuestras convicciones como hacÃa el salmista y nunca al contrario. Tanto la música como la enseñanza de nuestra iglesia pretenden despertar nuestras emociones, pero no con superficialidades o artilugios, sino, como la consecuencia de haber conocido, recordado o afirmado las estables promesas de Dios.