La semana pasada estuve conversando con la amiga de un amigo, la cual vive en España y se vino a pasar unos dÃas en Santo Domingo. Le preguntaba por la postmodernidad en España y su opinión sobre su influencia en paÃses latinoamericanos, como el nuestro. Lógicamente, me dijo que lo ve difÃcil, que Latinoamérica está muy lejos de llegar a ser postmoderna.
Compartà con ella la opinión que le escuché a Brian McLaren el año pasado, aquello de llamarnos Post-Coloniales y no Post-Modernos. Luego, la siguiente posición, a la cual he llegado.
Creo que a las influencias artÃsticas, filosóficas o sociales se llega principalmente por educación, y luego, cuando salen de una élite de consumidores intelectuales, llegan a ser parte de los pueblos por medio de movimientos históricos más grandes (medioevo, renacimiento, ilustración, modernismo). El pueblo ni se entera, pero llega a serlo.
No creo que al dÃa de hoy la gran mayorÃa de pueblos latinoamericanos pueda experimentar el postmodernismo como influencia social, cultural o filosófica, pues salvo casos aislados, como Chile o Argentina, a nuestros pueblos el modernismo les pasó por encima, no podemos ponerle un «post» a algo que ni siquiera conocimos. De todos modos, nuestra gente puede llegar a mostrar un «comportamiento postmoderno», no por educación, sino por desencanto.
El hombre que por educación manifiesta los rasgos de la post-modernidad (búsqueda de verdades locales esencialmente personales, cuestionamiento, relativismo moral, irrespeto a las instituciones tradicionales), lo hace porque antes confió en el modernismo —como movimiento que afirmaba, a grandes rasgos, que podÃamos llegar a la felicidad por medio de la ciencia— y fue defraudado. Ahora, muchos latinoamericanos se comportan igual que ellos, pero lo hacen por desencanto.
El dominicano común no sabe quien es Jean-François Lyotard; ni le interesa saberlo. Lo que él sabe, y lo sabe bien, es que desde 1961, año en que salimos de la dictadura, casi todos los partidos polÃticos ya ostentaron el poder, e hicieron lo mismo: robar, mentir y dejar el paÃs en iguales o peores condiciones que su antecesor. Como mucho, habrá leÃdo los deportes del periódico, pero tiene muy claro que ni el estado, ni las fuerzas armadas ni la iglesia representan sus intereses, que aquà cada cual busca lo suyo.
Pero aún sin haber puesto antes sus esperanzas en el modernismo, nuestra gente está tan desencantada de las instituciones tradicionales como el post-moderno más brillante. Ya no quiere ser manipulada por polÃticos oportunistas o religiosos desacreditados; sabe que por muchas sotanas y muchas hostias, la religión organizada solo es otro de los medios para obtener poder y manipular. Todo el mundo está en lo suyo —individualismo— y la influencia de la religión entró en un proceso de erosión —para muestra un botón: el conflicto que tuvieron la prensa y el cardenal en diciembre pasado— que le ha hecho perder su relevancia como instrumento de contención social.
El post-modernismo ya llegó, en la práctica, a Latinoamérica, pero no nos entró por la mente, sino por la barriga. El hambre es el mayor movimiento cultural del mundo, ella nos une, nos forma y hace que todos parezcamos ser iguales.
Ene 4, 2007