La respuesta idónea

Y puso Adán nombre a toda bestia y ave de los cielos y a todo ganado del campo; mas para Adán no se halló ayuda idónea para él. (Génesis 2:20)

Adán, en el huerto del Edén, percibió una necesidad. Utilizo intencionalmente la palabra percibió —no tuvo—, pues la necesidad estaba presente en él desde mucho antes. Era algo que ya Dios sabía que él iba a necesitar y de antemano ya estaba preparando la respuesta (Génesis 2:18), pero me maravilla pensar esperó hasta que Adán fuera consciente de ello e intentara inútilmente satisfacerse por sus propios medios para proveerle. Cuando Dios la trajo a él, Adán encontró en Eva justamente lo que él necesitaba de forma tal que quedó totalmente satisfecho. Estoy seguro de que encontró cosas en ella que nunca imaginó que se podían pedir. No fue que Dios le trajo a Adán el prototipo de respuesta que Adán quería con el fin llenar sus expectativas temporales, pues siendo así, tendría que traerle una segunda Eva al corto tiempo, ya nuestras preferencias son muy cambiantes. Lo que ocurrió fue que el mismo creador que lo diseñó a él con su necesidad, proveyó para llenarla de forma idónea.

Una mejor oración

Esta mañana meditaba en estas cosas y me preguntaba si aquello que le estoy pidiendo a Dios con mucha insistencia me llenará realmente, si estoy pidiendo lo que quiero en el momento o lo que en verdad necesito. Pensaba en que quizás ni siquiera soy consciente de lo que realmente debo pedir y lo que es ahora el deseo de mi corazón terminará siendo solamente un capricho cuando descubra lo que Dios había estado preparando de antemano para mí. Quizás la sabiduría esté en seguir pidiendo, pero no aferrarme tanto a lo que entendiendo ahora mismo que es la respuesta correcta, sino, mantener la expectativa de que Dios puede sorprenderme con la respuesta idónea. Me anima saber que antes de yo pueda percibir cualquier necesidad ya Dios la conoce y está trabajando para llenarla.

Y de igual manera el Espíritu nos ayuda en nuestra debilidad; pues qué hemos de pedir como conviene, no lo sabemos, pero el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos indecibles.
(Romanos 8:26)