Aunque Saúl fue un rey malvado y al final rechazado por Dios, ni siquiera él mismo pudo determinar el momento de su muerte, que fue un hecho de lo más curioso. David lo tuvo dos veces en sus manos y no lo mató, los filisteos derrotaron a su ejército, mataron a sus mejores guerreros y a sus hijos, pero no pudieron alcanzarlo. Él mismo le pidió a su escudero que lo matara y éste se negó a hacerlo. Se clavó su propia espada y dejó que el peso de su cuerpo se la enterrara, pero aunque angustiado por el dolor, no perdió la vida. Tuvo que venir, al final, un amalecita y subirse sobre él para que pudiera terminar de morir. Tal como dijo el profeta Daniel: «Jehová es quien pone y quita reyes». Ni siquiera el mismo Saúl pudo abandonar el trono antes de tiempo por sus propias fuerzas. [F: Extracto de la enseñanza ‘Aprendiendo a esperar tu momento’.]