En medio de los días difíciles que está viviendo nuestra nación, la iglesia cristiana ha sido insistentemente cuestionada por su pasividad en tomar parte. Nuestros conciudadanos, y también nuestros miembros, están a la espera de que las iglesias cristianas se manifesten: que salgan a las calles, que levanten pancartas; nuestro silencio es tenido en el mejor de los casos como indolencia, y en el peor como complicidad.
Se les llama «ministros bivocacionales» a quienes aparte de su trabajo en la iglesia tienen que hacer otros trabajos para buscar su sustento y «ministros a tiempo completo» a quienes pueden dedicar todo su tiempo al trabajo en la iglesia y desde él pueden ser sostenidos.
Así como providencialmente se nos ha concedido creer, también se nos ha concedido padecer e identificarnos con Cristo, a veces en formas muy palpables.
Viene sucediendo desde el libro de los Hechos en cada momento de la historia, cada vez que el reino de los cielos se ha abierto camino entre las tinieblas ha dejado tras su paso una estela de benevolencia: testimonios, instituciones, justicia y solidaridad.
La misericordia es la expresión intencional del amor, impulsada por el Espíritu Santo y expresada ante aquellos que de forma natural no entrarían en nuestro radar.
La frase es de Francisco de Asís, y se repite frecuentemente: «predica todo el tiempo, y de ser necesario, usa las palabras». Las dos limitaciones principales son las siguientes.
En realidad el hombre natural no tiene tanta hambre y sed de justicia como dice tener, pues si verdaderamente fuera así, no solamente se quejara del delincuente que sale por televisión, sino también por aquellos delitos privados que cometen a diario contra sí mismos, contra el prójimo y contra Dios y le tienen sin cuidado.
En palabras sencillas, un manso es aquel hombre que con la ayuda del Espíritu Santo ha logrado dominar su hombre interior, de forma tal que ya no tiene sed de venganza o retaliación ni vive para defender sus propios intereses.
¡Bienaventurados los que lloran! Pues tienen evidencia de la obra del Espíritu Santo en sus corazones, de forma tal que se han vuelto tiernos, significa que realmente están vivos. No sucede naturalmente, pero hay motivos puntuales por los que un hombre sensibilizado por el Espíritu Santo tiene que llorar.