Ana: tres lecciones de gratitud (3/3)

Presentación de la Serie Esta es una serie de tres artículos sobre la gratitud: Tres lecciones de gratitud en la historia de Ana. Cada parte contiene una lección. El pasado martes publiqué la primera y ayer miércoles la segunda. Si no has leído las anteriores, puedes comenzar por allá antes de seguir, para tomar el hilo (Lección #1: La mayor expresión de gratitud tiene su origen en la más profunda necesidad / Lección #2 Para ser agradecidos tenemos que cultivar la oración). Ha sido un reto con esta serie mantener el ritmo de escritura y edición de otros tiempos, espero que la misma sea de utilidad y bendición para elevar el agradecimiento. La próxima publicación (una introducción al estudio de las bienaventuranzas) será el próximo martes si el Señor me lo permite. La intención es mantener el ritmo con artículos de martes a jueves, siempre a primera hora de la mañana. Si me es posible, los otros días de la semana publicaré citas y notas más ligeras.

Por este niño oraba, y Jehová me dio lo que le pedí. Yo, pues, lo dedico también a Jehová; todos los días que viva, será de Jehová. Y adoró allí a Jehová.1 Samuel 1:27-28

Lección #3:
La mejor expresión de gratitud es el desprendimiento

Dedicar a su hijo al Señor, dando lo mismo que había recibido, era también la expresión más profunda de lo que había en su corazón.

Después de haber visto las dos primeras lecciones sobre gratitud en la historia de Ana, que La mayor expresión de gratitud tiene su origen en la más profunda necesidad (#1) y que para ser agradecidos tenemos que cultivar la oración (#2), avanzamos hasta la última parte: la mejor expresión de gratitud es el desprendimiento (#3). No basta con estar en el camino hacia el agradecimiento (necesidad), ni siquiera disponerlo de antemano por medio de la oración, el agradecimiento debe ser correctamente expresado, y tanto en la historia de Ana como en todas las Escrituras la acción de gracias que Dios recibió vino acompañada de alguna expresión de desprendimiento. El acto era para ella primeramente el cumplimiento de su voto, pero dedicar a su hijo al Señor, dando lo mismo que había recibido, era también la expresión más profunda de lo que había en su corazón: gratitud y confianza en el Señor.

El proveedor es más importante que la provisión

Al recibir conscientemente el favor de Dios, lo más importante no es el bien provisto, sino el favor mismo.

La experiencia más extraordinaria para Ana no fue haber llegado concebir, sino, experimentar de primera mano y en forma dramática a Dios como su proveedor: Él escuchó su oración y le respondió. Es esperable que las posibilidades que esa experiencia abrió en su fe facilitaran el hecho de entregar con alegría lo que antes era para ella su bien más anhelado, llegando a entender así que tener al omnipotente como su proveedor valía mucho más que el hijo mismo, el proveedor es más importante que la provisión. La esterilidad en el Antiguo Israel no era solamente la carencia de hijos, sino que se entendía como la falta del favor de Dios hacia la estéril, por eso, lo que Ana recibió se extiende mucho más allá de Samuel: un testimonio público del favor del Señor hacia su hija y una fe fortalecida. Y eventualmente, el privilegio de ser la madre de un instrumento cardinal en la historia de su pueblo. Que pudiera concebir nuevamente era una posibilidad al momento en que dedicó a su único hijo para el servicio al Señor —llegó a tener tres hijos y dos hijas1—, pero volviera a concebir o no, ya no había duda alguna en la mente de Ana del favor de Dios hacia ella. Al recibir conscientemente el favor de Dios, lo más importante no es el bien provisto, sino el favor mismo.

La gloria de Dios fue manifestada, el corazón de su sierva se llenó de gozo, su testimonio como mujer piadosa confirmado e Israel mismo fue provisto.

Cuando un creyente anhela profundamente algo legítimo (familia, hijos, trabajo, salud, paz) y que glorificará a Dios, al no recibirlo puede llegar albergar dudas, aunque sean infundadas, sobre el favor de Dios hacia él. En ocasiones esas dudas son alimentadas por los prejuicios de aquellos que para maldecir a Dios ponen la carencia de sus siervos como excusa: «se encomendó a Jehová; líbrele él; sálvele, puesto que en él se complacía2». Dios no está obligado a respondernos para despejar la duda del impío, en ocasiones demuestra su favor hacia nosotros por otras vías que no necesariamente son las mismas que habíamos visto nosotros, ¡pero cuánto gozo hay cuando nuestro anhelo y su favor coinciden! Ana no recibió un «bástate mi gracia3» como el que recibió Pablo, su provisión fue el hijo varón que con sabiduría y precisión había orado, pudo decir: «Jehová me dio lo que le pedí». Al recibirlo, la gloria de Dios fue manifestada, el corazón de su sierva se llenó de gozo, su testimonio como mujer piadosa confirmado e Israel mismo fue provisto; así de grande, perfecta y extensiva fue la bendición del Señor: «la bendición de Jehová es la que enriquece, y no añade tristeza con ella4». «El hace habitar en familia a la estéril, que se goza en ser madre de hijos. Aleluya5».

Ese hijo parecía ser el medio idóneo para el cumplimiento de la promesa, pero Abraham había experimentado algo más grande que Isaac: el favor de Dios, lo único verdaderamente imprescindible.

Un creyente agradecido, como Ana, no se aferra a la provisión del Señor, si tiene que expresar su gratitud con lo mismo que ha recibido, con gusto lo hace. Era la convicción que tenía Abraham cuando su fe fue probada dramáticamente: puso su provisión en el altar del sacrificio, su unigénito, el hijo de la risa, concebido por la providencia del Señor en su vejez. Grandes promesas le habían sido dadas, y ese hijo era el instrumento dado para que las mismas se hicieran concretas. Entregarlo puede parecer un retroceso, un volver al punto de partida, ¡pero no para Abraham, el padre de la fe! Al ver a su edad el milagro de la concepción sus convicciones en la capacidad de Dios para proveer fueron tan fortalecidas como su corazón fue alegrado. Es esperable que la tristeza inundara su corazón, pero al mismo tiempo su fe en Dios brillaba con vivo esplendor al momento de desprenderse. Ese hijo parecía ser el medio idóneo para el cumplimiento de la promesa, pero Abraham había experimentado algo más grande que Isaac: el favor de Dios, lo único verdaderamente imprescindible. Se desprendió resueltamente, con rapidez, «pensando que Dios es poderoso para levantar aun de entre los muertos, de donde, en sentido figurado, también le volvió a recibir6». Preciosa paradoja, ¡al desprenderse, lo volvió a recibir! «No extiendas tu mano sobre el muchacho, ni le hagas nada; porque ya conozco que temes a Dios, por cuanto no me rehusaste tu hijo, tu único7». Y al aferrarse a Dios como su proveedor (no a su hijo) recibió aún más de lo que pretendía sacrificar:

Y llamó Abraham el nombre de aquel lugar, Jehová proveerá. Por tanto se dice hoy: en el monte de Jehová será provisto. Y llamó el ángel de Jehová a Abraham por segunda vez desde el cielo, y dijo: por mí mismo he jurado, dice Jehová, que por cuanto has hecho esto, y no me has rehusado tu hijo, tu único hijo; de cierto te bendeciré, y multiplicaré tu descendencia como las estrellas del cielo y como la arena que está a la orilla del mar; y tu descendencia poseerá las puertas de sus enemigos. En tu simiente serán benditas todas las naciones de la tierra, por cuanto obedeciste a mi voz. Génesis 22:14-18

Saúl aferrado / David desprendido

Si era Dios que le había dado el reino y también la batalla, ¿para qué desobedecer aferrándose a esos medios ilegítimos?

Esa fue una marcada diferencia también entre Saúl y David, ambos recibieron el reino de parte de Dios, Saúl se aferró al reino con todos los medios carnales que tuvo a mano (autosuficiencia, obstinación, rebelión, adivinación, violencia sin causa) y David se aferró a Dios. Hasta el último momento de su vida Saúl tuvo una relación con Dios más bien distante, a pesar de haber recibido tan grande expresión de su favor en su caso no hubo expresión de acción de gracias, desprendimiento o confianza, hizo todo lo que estuvo a su alcance para preservar la provisión que ese Dios que para él era lejano le había concedido en un momento muy puntual del pasado. Deliraba en busca de rebeliones donde no las había (persiguiendo a David) y confiaba en sí mismo y sus recursos para preservar su trono y su prestigio. En vez de desprenderse generosamente para honrar a Dios obedeciendo su clara ordenanza dada por medio de Samuel —el hijo de Ana— («Jehová me envió a que te ungiese por rey sobre su pueblo Israel; ahora, pues, está atento a las palabras de Jehová ») de destruir Amalec conservó al rey Agag junto «a lo mejor de las ovejas y del ganado mayor, de los animales engordados, de los carneros y de todo lo bueno, y no lo quisieron destruir; mas todo lo que era vil y despreciable destruyeron ». Aferrarse a esos bienes por sus propios medios de desobediencia es la evidencia de que Saúl no confiaba en la provisión de Dios, apresar al rey Agag era una forma de granjearse el reconocimiento de los hombres, levantando él mismo su prestigio. Si era Dios que le había dado el reino y también la batalla, ¿para qué desobedecer aferrándose a esos medios ilegítimos? Esta fue la reprensión del Señor hacia Saúl:

Entonces dijo Samuel a Saúl: déjame declararte lo que Jehová me ha dicho esta noche. Y él le respondió: di. Y dijo Samuel: aunque eras pequeño en tus propios ojos, ¿no has sido hecho jefe de las tribus de Israel, y Jehová te ha ungido por rey sobre Israel? Y Jehová te envió en misión y dijo: ve, destruye a los pecadores de Amalec, y hazles guerra hasta que los acabes. ¿Por qué, pues, no has oído la voz de Jehová, sino que vuelto al botín has hecho lo malo ante los ojos de Jehová? Porque como pecado de adivinación es la rebelión, y como ídolos e idolatría la obstinación. Por cuanto tú desechaste la palabra de Jehová, él también te ha desechado para que no seas rey. 1 Samuel 15:16-19, 23

(Aún en ese momento de reprensión, Saúl se mostró más interesado en su prestigio ante los hombres que en el favor de Dios. Su principal preocupación no era haber sido desechado, sino, que Samuel le acompañara para ser visto como un rey piadoso ante los hombres: «te ruego que me honres delante de los ancianos de mi pueblo y delante de Israel y vuelvas conmigo para que adore a Jehová tu Dios8».)

David abandonó Jerusalén sin poner resistencia, confiando en que si Dios le puso en el trono por sus medios soberanos en la soberanía de Dios estaba también su vida, su reino y su futuro.

David es la antítesis de Saúl, al igual que Ana, entendió temprano que el favor de Dios era más importante que su provisión, experimentó la más profunda necesidad poniendo su caso en las manos del Señor y cuando recibió el reino lo asumió con total desapego y desprendimiento. La rebelión que enfrentó fue real (no como los delirios de Saúl), de su propio hijo Absalón, y la manera en que la asumió demuestra el orden de prioridad en su vida (primero Dios, luego el reino): David abandonó Jerusalén sin poner resistencia, confiando en que si Dios le puso en el trono por sus medios soberanos en la soberanía de Dios estaba también su vida, su reino y su futuro. Subió llorando la cuesta de los olivos, llevando los pies descalzos y la cabeza cubierta en señal de luto mientras dejaba el reino en mano de los que conspiraron contra él, y cuando llegó a la cumbre del monte, habiéndose desprendido del reino que de Dios recibió, se dispuso a adorar. David despojándose del trono es uno de los relatos de desprendimiento más vividos de las Sagradas Escrituras: en el camino fue vituperado, apedreado, engañado por sus siervos y en todo momento zarandeado por sus colaboradores para que quitara su confianza del Señor y actuara carnalmente, pero demostró en cada momento que su porción Jehová era su esperanza y su porción: «clamé a ti, oh Jehová; dije: Tú eres mi esperanza, y mi porción en la tierra de los vivientes9». Esa es la viva expresión del verdadero agradecimiento, no aferrarnos a los bienes recibidos de Dios, sino estar dispuesto a desprendernos, poniendo en Dios, y no en ellos, nuestra esperanza. Dios usó medios naturales para devolverle el trono, pero David constató que no había sido restituido por sus propias fuerzas. Fueron muchos los momentos en los que David pudo evidencia su gratitud a Dios por medio del desprendimiento, su actitud al respecto se resume en lo que le dijo a Arauana cuando quiso comprarle un terreno para construir altar a Jehová y este intento regalárselo: «No, sino por precio te lo compraré; porque no ofreceré a Jehová mi Dios holocaustos que no me cuesten nada. Entonces David compró la era y los bueyes por cincuenta siclos de plata10». Esa es la mejor expresión de la gratitud: un desprendimiento generoso, entregar aquello que para nosotros tiene alto valor para evidenciar lo que tiene el valor supremo.

Dios o sus provisiones

Para examinar qué lugar ocupan en nuestras vidas Dios y sus provisiones podremos considerar lo que ocurre en nuestro corazón cuando se presenta la oportunidad de perderlas.

El caso más frecuente es el de un creyente en necesidad que clama a Dios, recibe su favor, y eventualmente le remplaza con lo mismo que recibió de Él. ¡Ese no fue el caso de Ana, para ella su Señor siguió siendo más importante que el hijo recibido. ¡Cuántas son las oraciones contestadas que se han convertido en un estorbo por la falta de gratitud y desprendimiento! Remplazar a Dios con sus beneficios es algo que sucede sutilmente: colocando algo que de Él recibimos en un pedestal de importancia que no le corresponde, permitiendo que eso, y no nuestra relación con Dios sea el centro de nuestra identidad o atesorando la provisión con un falso manto de piedad: ya que es Dios que me ha dado esto tengo que cuidarlo especialmente. Lo que tenemos que cuidar especialmente es nuestra relación con Él y nuestro corazón. El caso más lamentable es el de aquellos que no solamente remplazan al Señor atendiendo desmedidamente sus provisiones, sino que se constituyen ellos en lugar de Dios, creyendo que «mi poder y la fuerza de mi mano me han traído esta riqueza11». De forma tan explícita quizás nadie lo diría, pero en los hechos y actitudes se dice lo mismo sin usar palabras: vanidad, ostentación, sentido de superioridad al haber recibido lo que otros no. Para examinar qué lugar ocupan en nuestras vidas Dios y sus provisiones podremos considerar lo que ocurre en nuestro corazón cuando se presenta la oportunidad de perderlas: ¿hay una pecaminosa ansiedad o una resuelta confianza? Y si llegamos a perderlo, ¿podemos aún en la aflicción bendecir a Dios, como Job? Ana se desprendió con gozo y en vez de maldecir a Dios, al verse obligada a cumplir su voto, se desbordó en alabanza.

La mayordomía de la provisión

Y el joven Samuel ministraba en la presencia de Jehová, vestido de un efod de lino. Y le hacía su madre una túnica pequeña y se la traía cada año, cuando subía con su marido para ofrecer el sacrificio acostumbrado. 1 Samuel 2:18-19

¿Eso que fue inicialmente una oración y eventualmente un motivo de acción de gracias, está contribuyendo ahora mismo tanto a la gloria de Dios como debería hacerlo, o su utilidad se limitó solamente a nuestro deleite?

Es sabio tener cuidado de las provisiones que de Dios se han recibido, principalmente, para que esas provisiones cumplan su propósito principal, que es contribuir la gloria de Dios, siendo lo secundario nuestro deleite. La familia (el matrimonio, lo hijos), el oficio, el cuerpo o la oportunidad de servir a Dios en un ministerio, deben ser tenidos como privilegios concedidos por gracia y administrados en consecuencia, pero en nuestra mayordomía deberíamos asumir la actitud de servir con ello a Dios, no a las provisiones. Al desprenderse Ana de Samuel no se desentendió de él: velaba porque su hijo cumpliera con su vida su propósito (ministrando a Dios) y para contribuir con eso una vez al año le llevaba una túnica pequeña. ¡Eso es desprenderse con sabiduría! No un desentendimiento irresponsable, sino, permitir que nuestras provisiones rindan el mejor servicio a la gloria de Dios y trabajar intencional y diligentemente para que así sea. Veamos el estado de nuestras ovejas12, ¿eso que fue inicialmente una oración y eventualmente un motivo de acción de gracias, está contribuyendo ahora mismo tanto a la gloria de Dios como debería hacerlo, o su utilidad se limitó solamente a nuestro deleite? Si el caso es el segundo, hagamos pronto los ajustes, como buenos administradores de Su multiforme gracia.

Cada uno según el don que ha recibido, minístrelo a los otros, como buenos administradores de la multiforme gracia de Dios. Si alguno habla, hable conforme a las palabras de Dios; si alguno ministra, ministre conforme al poder que Dios da, para que en todo sea Dios glorificado por Jesucristo, a quien pertenecen la gloria y el imperio por los siglos de los siglos. Amén. 1 Pedro 4:10-11

  1. 1 Samuel 2:21 []
  2. Salmo 22:8 []
  3. 2 Corintios 12: []
  4. Proverbios 10:22 []
  5. Salmo 113:9 []
  6. Hebreos 11:19 []
  7. Génesis 22:12 []
  8. 1 Samuel 15:30 []
  9. Salmo 142:5 []
  10. 2 Samuel 24:24 []
  11. Deuteronomio 8:17 []
  12. Proverbios 27:23 «Sé diligente en conocer el estado de tus ovejas, y mira con cuidado por tus rebaños». []

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